Anandamayí

Por Richard LannoyExtracto de: anandamayí – su vida, su sabiduría
Anandamayi

«En todo el universo, en todos los estados del ser, en todas las formas, Él es. Todos los nombres son Sus nombres; todas las formas, Sus formas; todas las cualidades y todos los modos de existencia son verdaderamente Suyos.»

― Anandamayí

Durante toda la historia de la India el antiguo modelo de instrucción guru-shishya, la tutela maestro-discípulo, aseguró la transmisión del conocimiento de cada generación a la siguiente. En el caso de Anandamayí (que no tuvo un gurú, sino que se inició por sí misma), el modelo tradicional del maestro y el discípulo ha sido revivido, en ciertos aspectos, una vez más, pero en otros aspectos igualmente importantes. Anandamayí se separó radicalmente de la tradición. Su papel como una venerada brahmán divina no era de ninguna manera ortodoxo, puesto que esto implicaba una separación de los parámetros tradicionales de la mujer casada; además, durante unos cincuenta años como viuda (y, de este modo, miembro de la categoría más baja de la sociedad india), fue al mismo tiempo una de las maestras espirituales más estimadas. Y asimismo, ella revivió la vieja costumbre del gurukul, un antiguo estilo de educar a niñas y niños en sus áshrams.

Casi hasta el final mismo de su vida no pudo ser considerada como gurú en el sentido técnico, pues un gurú es alguien que da diksha a los discípulos, es decir, la iniciación por un mantra. Sin embargo, en el sentido más general y metafórico de «maestro espiritual», ella fue ciertamente un gurú, uno de los más grandes y respetados de su tiempo. También fue la gurú de muchos sadhakas (practicantes espirituales) avanzados. Para ellos fue todo lo que tradicionalmente debía ser el gurú: un vehículo perfecto de la gracia divina.

Para un indio, la sumisión a la tutela de un gurú no es sino uno entre los muchos caminos posibles de salvación o realización del Sí mismo. En el caso de Anandamayí, ha llegado a ser algo obvio y ampliamente conocido que estamos ante alguien de un nivel espiritual sumamente especial. Su manifestación es extraordinariamente rica y diversa. Vivió durante 86 años, tuvo un seguimiento enorme, fundó treinta áshrams y viajó incesantemente a lo largo y ancho del país. Personas de todas las clases, castas, credos y nacionalidades acudían a ella; personas eminentes y de reconocida bondad buscaban su consejo; la doctrina que exponía era tan completamente universal como alcanzable por cada individuo. Aunque vivió para el bien de todos, no le movía el sacrificio de sí en el sentido cristiano: «No hay otros ―diría―, hay sólo el Uno».

Procedía de un medio rural sumamente humilde, aunque de una familia respetada durante generaciones por sus logros espirituales. En el curso del tiempo hablaría con las personalidades más importantes del país, pero no hacía ninguna distinción entre la condición de rico o pobre, entre las castas o las afiliaciones sectarias de quienes la visitaban. Personificaba la cordialidad y la gran tolerancia de la sensibilidad espiritual india en lo que tiene de más fresco y accesible.

El hecho de que fuera mujer sin duda acentúa las características distintivas de su manifestación. Las sabias (distintas de las santas) capaces de mantener un discurso sostenido con los eruditos son casi inauditas en la India. Su feminidad ciertamente otorga al patrimonio de la espiritualidad india (y de la espiritualidad en general) ciertas cualidades de flexibilidad y sentido común, de lirismo y humor, no frecuentemente asociadas con sus alturas más elevadas. Su temperamento variable y su abundante lila (juego sagrado) están en absoluto contraste con la serenidad de ese modelo sin igual del Vedanta Advaita que es Sri Ramana Maharshi de Tiruvannámalai, quintaesencia de la quietud austera.

Creo que Anandamayí ha añadido toda una nueva dimensión espiritual al despertar de la conciencia de las mujeres a su propia herencia. Como figura ejemplar, de ella emana un sentimiento de completa naturalidad, cordialidad y segura confianza en su feminidad.

Podría decir que Anandamayí tenía la simplicidad de una rosa, pero podría decir igualmente que tenía toda la complejidad de una rosa. Sin embargo, su cualidad de nada especial ocultaba una distinción de maneras y movimiento, especialmente entre la multitud. Su manera de andar era inusual, y esto solo la diferenciaba, aunque se la viera desde muy lejos. Tenía una especie de cómoda elasticidad: parecía disfrutar con la sensación de caminar. El poeta inglés Lewis Thompson, que, merced a su larga experiencia, había desarrollado una mirada perspicaz para las personas de elevada condición espiritual, se entrevistó y tuvo largas conversaciones privadas con ella en 1945, y contaba que advirtió inmediatamente que Anandamayí era un ser realizado por la manera en que andaba; completamente ausente de ego.

Tenía una forma maravillosa de utilizar las palabras y una voz encantadoramente musical, como puede atestiguar cualquiera que la haya oído personalmente o haya escuchado cintas de su canto. El bengalí es una lengua de sonido dulce y sibilante. Su modo de hablar me parecía quintaesencialmente femenino, pero no sólo en su tono vocal y su colorido emocional, pues empleaba las palabras de una manera notable y singular. Era una virtuosa en el uso de deslumbrantes cadencias verbales que se apartaban de toda referencia escrituraria; puras improvisaciones espontáneas, no sólo en los sonidos y retruécanos inherentes a un juego de palabras (o lila de palabras), sino, más importante, en lo que atañe al pensamiento que está detrás de las palabras. Aquí estaba la otra mitad de la espiritualidad ―la con frecuencia no escuchada mitad femenina― reunida y completada en un género no-dual.

Había un orden esencialmente poético en todo lo que decía, pero toda pronunciación sagrada, todo texto sagrado es tradicionalmente poético en las culturas orientales. Sus palabras surgían de ella sin la menor vacilación, ricas en vocabulario, con infinitas alusiones a todo el acervo de citas y paradojas conceptuales que incluye el corpus de las tradiciones espirituales de la India. Tenía una manera curiosamente telegráfica de construir sus frases, omitiendo cualquier palabra de la que su preocupación por la claridad de sentido pudiera prescindir, como si no hubiera tiempo que perder; tan veloz era su mente, tan directo su camino. Un poeta bengalí me dijo: «Habla como escriben los poetas bengalíes modernos». Ella nunca escribió nada, nunca preparó su discurso, nunca revisó lo que había dicho; de una forma u otra, salía perfectamente formado. A su manera irresistible, su manera de mujer, podía ignorar las reglas del juego para jugarlo de manera más exultante, copiosa, fresca.

«Debéis comprender que quien ama a Dios debe destruir la identificación con el cuerpo. Cuando esto se ha producido, hay destrucción del engaño, de la esclavitud, en otras palabras, del deseo [vasana], del «no-Yo». Tu morada en el presente es el lugar donde el Yo [Sí mismo] se manifiesta como «no-Yo»; cuando es destruida, solamente la destrucción se destruye.»

«¿Qué va y qué viene? Mirad, es un movimiento como el del océano. Él, expresándose a Sí mismo. Las olas no son sino la subida y bajada, la ondulación del agua, y es el agua la que se modela en olas, miembros de Su cuerpo: agua en esencia. ¿Qué es lo que hace que la misma substancia aparezca en formas diferentes, como agua, hielo, olas? ¿Qué has comprendido realmente? ¡Averigua!»

― Anandamayí

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