Por qué el yoga globalizado moderno tiene muy poco que ver con el yoga original

Una de las características esenciales del capitalismo es su capacidad de tomar todo tipo de subculturas y valores –artísticos, espirituales, éticos–  y convertirlos en productos que forman parte del mercado. La mercantilización (commodification) de todo. Esta es una de las características quizá más alarmantes del capitalismo liberal, responsable de desarraigar a las personas, hacerlas perder sus tradiciones y en cierta manera enajenarlas, al reemplazar sus propias prácticas y creencias con nuevos ídolos. Uno de los casos más conspicuos de este fenómeno de cooptación es el del yoga.

Primero hay que mencionar que la manera en la que el yoga se ha convertido en una industria multimillonaria dentro de la cultura del fitness y el wellness en las sociedades occidentales es un fenómeno complejo. No existe una única razón, un único culpable, una única explicación. Y tampoco, necesariamente, habría que sentenciar que esto es algo malo, pues el juicio dependerá de la visión de mundo o de las creencias que tenga el individuo.

Asimismo, hay que señalar, por supuesto, que el hecho de que el yoga globalizado contemporáneo esté muy alejado de los diferentes tipos de yoga que se han practicado en India a lo largo de la historia no significa que la práctica del yoga en Occidente no pueda ser benéfica para las personas o que no se encuentren, aunque sean muy pocos, lugares o maestros en Occidente que practican formas de yoga cercana a la «esencia» del yoga (tomando con un grano de sal la noción de «esencia»).

Finalmente, es importante agregar también que no existe un único yoga, un yoga auténtico, hegemónico que refute a los demás. La historia del yoga, como la ha estudiado Mark Singleton, es una historia dinámica, de innumerables cambios e innovaciones (pese a que en India muchos hablan de un yoga eterno, revelado). Así que algunas personas verán el yoga postural moderno o yoga globalizado solamente como una nueva etapa en la evolución del yoga. El mismo primer ministro Nehru, hace algunas décadas ya, declaró que el yoga tenía que recurrir a la ciencia para evolucionar.

Ahora bien, habiendo dicho lo anterior, debemos señalar que sí es posible hablar de una serie de características esenciales que los diferentes tipos de yoga que tradicionalmente se practican en India comparten, y notar que esas características no aparecen o aparecen de manera sumamente marginal en el yoga globalizado, un fenómeno que se encuentra también ya en India actualmente. Por ello algunos sadhus o ascetas incluso hablan de dos tipos de yoga: el «yoga» (refiriéndose al yoga globalizado que es mayormente una forma de gimnasia) y el «yog», usando la palabra en hindi equivalente al sánscrito «yoga».  El yoga moderno es visto como una forma de obtener dinero y celebridad entre estos devotos. Lo que captura el ethos de la cultura secular moderna. Singleton anota que el yoga al llegar a Occidente es «traducido», reinterpretado dentro del marco conceptual de la sociedad occidental moderna y sus particulares aspiraciones así como su concepción particular del cuerpo. En otras palabras, en una sociedad que piensa en términos de ciencia, psicología, fitnesswellness, etc., el yoga es visto como algo que encaja con estos modelos.

Aunque el yoga lleva décadas siendo una disciplina altamente popular en el mundo occidental, la academia no había estudiado de manera autoritaria el yoga hasta hace poco. Particularmente el Hatha Yoga Project de James Mallinson y Mark Singleton, en tiempos recientes, ha producido una serie de estudios etnográficos y textos académicos que nos permiten entender tanto la historia del yoga como su panorama contemporáneo. Mallinson es una figura sumamente interesante, pues además de obtener su doctorado en sánscrito por la Universidad de Oxford, ha sido iniciado a la escuela de los Ramanandi Tyagis y ha vivido con ascetas en India por algunos años. Mallinson es reconocido en la academia por demostrar las raíces budistas del hatha-yoga.  Teniendo en cuenta el trabajo de estos académicos-practicantes y de otros miembros de este proyecto, como la académica italiana Daniela Acqualviva, podemos hacer algunas observaciones sobres las características principales del yoga a lo largo de la historia, mismas que siguen siendo parte esencial de las práctica y objetivos de los ascetas indios que mantienen viva la tradición.

Las primeras menciones del yoga que se acercan al entendimiento que tenemos actualmente del término ocurren en el Mahabharata (anteriormente por supuesto el término es usado, pero no con la misma connotación de una disciplina espiritual). En la gran épica india se habla del yoga como una serie de técnicas que conducen a la unión con la divinidad o al estado de liberación (moksha) Se desprenden tres caminos (margas) o yogas para alcanzar la unión con lo divino: la contemplación, la acción y la devoción.

En la historia del pensamiento religioso surgido en la India, datar los textos es algo sumamente complicado, así que no es sencillo decir cuándo se compuso este texto (que además tiene varias capas de composición). Sin embargo, probablemente un poco después tenemos el primer gran texto del yoga, a veces llamado el yoga clásico, los Yoga sutras de Patanjali, el texto del cual se deriva la práctica conocida en Occidente como ashtanga-yoga (el yoga de los ocho miembros). Es aquí donde se crean los primeros lineamientos para la práctica del yoga, los cuales siguen influyendo de manera importante no sólo a los practicante del ashtanga o del famoso raja-yoga, sino a todos los practicantes de yoga, incluyendo el hatha-yoga.

Tomando en consideración los ocho miembros o elementos del yoga clásico podemos ver rápidamente por qué el yoga que se práctica en Occidente está muy alejado del yoga clásico. El yoga de Patanjali tiene como precondición la práctica de yama y niyama. Los yamas son restricciones a las cuales el practicante debe someterse. Estas restricciones son similares a los cinco preceptos budistas –no matar, no robar, abstenerse de tener sexo, no intoxicarse, no mentir– . Y de hecho existen buenas razones para creer que el budismo fue una importante influencia en el yoga de Patanjali. Los niyamas son conductas de purificación tanto física como mental que deben hacerse. Entre los cinco niyamas de Patanjali encontramos cosas que van en contra del ethos occidental, como la contemplación o adoración de la divinidad suprema (renunciando a la identidad individual) o la práctica de austeridad y férrea disciplina; etc. La regulación de la conducta y del cuerpo es la precondición de la práctica. Esto nos habla de que en el origen el yoga tiene que ver con algo similar a una vida religiosa, monástica o ascética, alejada de los placeres mundanos, generalmente dentro de una escuela, bajo la tutela de un maestro. Ahora bien, en Occidente no ocurre que el maestro le pide al alumno antes realizar ciertos rituales purificatorios para poder, entonces sí, practicar. Los estudios de yoga no suelen rechazar alumnos ni exigir purificaciones. Esto sería visto como una especie de discriminación, políticamente inaceptable.

Los ocho miembros del yoga de Pathanjali se dividen en externos e internos. Entre los cinco externos encontramos «asana», las posturas físicas, las cuales se practican una vez que se han realizado y que se siguen realizando los aspectos de conducta y disciplina moral. La función de las posturas es simplemente relajar al cuerpo y hacerlo más flexible para poder practicar largas horas de meditación. Al igual que ocurre en el budismo con shila, los aspectos externos  de disciplina, tienen la función de establecer la base para la concentración o las diversas prácticas meditativas que en el yoga de Patanjali alcanzan su nivel más alto en el samadhi (para Patanjali el samadhi incluye el prajña, el estado de sabiduría, el yoga en sí mismo). El yoga ocurre cuando se separa lo impuro de lo puro y lo puramente espiritual del individuo se une con espíritu universal (Purusha). Un yogi, para la tradición budista y en general para la tradición de Patanjali, es alguien que medita, no alguien que hace asanas.

Encontramos interesantes similitudes entre el yoga clásico y la filosofía platónica en tanto que para ésta el fin de la filosofía es separar lo impuro de lo puro para al morir alcanzar un estado de unión con la realidad divina suprasensual y, también, en tanto a que el yoga clásico, como el platonismo, es una filosofía espiritual, en la que la materia es vista como inferior al espíritu o a la conciencia. Radicalmente opuesto a la visión contemporánea basada en el culto del cuerpo y en el materialismo espiritual, el yoga clásico busca trascender el cuerpo, lo considera como un mero instrumento, por momentos como un obstáculo y por momentos como un vehículo, pero nunca como algo al mismo nivel que la realidad espiritual a la cual se dirigen todos los esfuerzos. Es por ello que el yoga se encuentra indisociablemente ligado a las prácticas ascéticas (tapas), de mortificación y austeridad, en las que el cuerpo es sometido a enormes vejaciones para así entrenar la mente. De hecho, entre las personas que practican yoga tradicional en India, actualmente un yogin y un tapasvin (alguien que practica austeridades) son sinónimos.

La otra gran influencia que existe en el yoga actual, en India, pero sobre todo en Occidente, es el hatha-yoga. Gran parte del yoga que se practica en Occidente viene del hatha-yoga (término que significa «yoga de la fuerza» o «yoga forzoso»). Lo que caracteriza al hatha-yoga es que se basa en posturas físicas. En este sentido podríamos decir que el yoga que se practica en los estudios de yoga en Occidente tiene una importante similitud con el yoga tradicional o con uno de los yogas tradicionales. Sin embargo, en el hatha-yoga también lo fundamental es un logro espiritual y no la salud física. De hecho el hatha-yoga también somete al cuerpo a enormes mortificaciones. Mallinson ha demostrado que el hatha-yoga se desprende del budismo tántrico y del tantra en general (siendo el tantrismo el modo religioso dominante de India en la edad media). Lo que caracteriza al tantra es el uso de prácticas transgresoras –como la magia, la alquimia, el sexo, etc.– para alcanzar con mayor celeridad el estado de liberación. De aquí se desdoblan técnicas que hoy en día asociamos con la energía kundalini o con la alquimia interna que trabaja con los vientos y gotas en los canales sutiles del cuerpo. Pero si bien existen algunos hatha-yogins o nath-yogins que, como ciertos alquimistas que persiguieron el oro material, parecen haberse desviado y perseguido meramente poderes mundanos (como poseer innumerables ninfas celestes, volar, clarividencia, etc.), la finalidad del yoga es siempre el yoga, es decir, la unión o liberación espiritual, y por ello trasciende el mero utilitarismo que caracteriza el yoga globalizado cuyo fin es tener un cuerpo más bello o más sano. Cuerpo que se usa no para tener un logro espiritual, sino para alcanzar estatus y prosperidad mundana.

La académica italiana Daniela Bevilacqua, quien ha hecho una importante investigación de campo en India, nota que para los ascetas que mantienen viva esta tradición, las asanas tienen la función solamente de «disciplinar el cuerpo», con el beneficio de permitir que «el cuerpo logre soportar la práctica meditativa sin distracción o tensión física. Pero a diferencia del yoga globalizado, existe una conciencia de que una asana, cuando es perfeccionada, debe ser abandonada, para enfocarse en la parte importante del yoga, las prácticas que llevan al samadhi«. Bevilacqua observa que en Occidente hay un apego al logro de la postura, pues esto les da a los practicantes del yoga globalizado un signo tangible de su progreso, mientras lo espiritual no es visible. Quizá porque lo que se busca es justamente algo que confiera estatus o que la persona mejore la imagen que se tiene de sí misma.

Bevilacqua señala que ella, pese a practicar algo de yoga globalizado, no se atrevería a llamarse una practicante de yoga, simplemente porque está consciente del abismo que existe entre esta forma de yoga –¿o deberíamos decir fitness?– y el yoga ascético de India. «Habiendo pasado tiempo con ellos, me doy cuenta que no puedo usar esa palabra: no sigo yama ni niyama, y no tengo la fe necesaria para hacerla mi disciplina espiritual». Usa este «yoga» como un método para mantener su cuerpo firme o estable. Ella –de manera importante y respetuosa– no llama yoga su práctica.

Si en Occidente hiciéramos como Bevilacqua y lo llamáramos «gimnasia» o algo similar, el problema sería que esta disciplina dejaría de ser tan interesante, perdería su aura mística, su eco espiritual y su gran atractivo comercial.

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