Consciencia

por Mauro Bergonziscience and nonduality
Consciencia

La primacía de la consciencia.

Me gustaría compartir con ustedes algunas reflexiones filosóficas sobre la consciencia, inicialmente desde un punto de vista epistemológico y, posteriormente, desde la perspectiva de una evaluación crítica de las diferentes perspectivas ontológicas sobre este tema controvertido.

Antes que nada, déjame hacerte una pregunta simple: «Justo ahora, ¿estás seguro de que existes y eres consciente?». Supongo que, después de una breve pausa, tu respuesta será, sin duda, un «Sí».

La pregunta y la respuesta son pensamientos hechos de palabras, pero, ¿qué sucede en la breve pausa entre ellas, cuando compruebas tu experiencia directa de si existes y eres consciente, o no? ¿Necesitas reflexionar sobre la respuesta, o más bien la evidencia de tu presencia consciente ya estaba ahí, antes de cualquier pensamiento? ¿Cómo podrías siquiera pensar, si no estás ya presente y consciente?

La sensación de ser ―que la mente traduce en la oración «yo soy»― es la condición previa para que todo lo demás aparezca, porque si, en primer lugar, no soy/estoy aquí, entonces no puede aparecer la percepción ni el pensamiento.

Entonces cada vez que preguntas, «¿Existo yo? ¿Soy consciente?», en la breve pausa entre la pregunta y la respuesta «Sí «(que son dos pensamientos), tu presencia consciente se reconoce directamente a sí misma ―a través de una certeza inmediata, intuitiva y no transitoria― como una evidencia auto-radiante que no está hecha de pensamiento: no es un objeto conocido por la consciencia, sino más bien una conciencia no conceptual que, como la luz, no necesita ser encendida desde fuera para brillar.

Entonces, la consciencia es una realidad irreductible antes de cualquier percepción, sensación o pensamiento. Por supuesto, aquí la primacía de la consciencia se refiere solo al dominio epistemológico y experiencial y no transmite ninguna postura ontológica. Sin embargo, su evidencia es indudable, ya que en cualquier momento cualquiera puede verificar con absoluta certeza (a través de la propia experiencia directa) que existe y es consciente.

El «problema difícil» como bucle epistemológico

En los últimos años, varias escuelas de neurobiología y ciencia cognitiva se han entregado al estudio de la consciencia. Sin embargo, como ya lo han señalado algunos investigadores (Bitbol, Luisi, Thompson, Bergonzi), su enfoque puede ser bastante problemático y, a la larga, indeciso.

De hecho, la mayoría de las explicaciones o interpretaciones de la consciencia tienden a considerarla como algo «ahí fuera» que se puede estudiar objetivamente, por ejemplo, una propiedad emergente del cerebro, un estado cuántico o una estructura de resonancia cerebral particularmente compleja.

Hasta cierto punto, es posible investigar experimentalmente algunas correlaciones entre las actividades del cerebro y los contenidos de la consciencia, es decir, las experiencias de las que somos conscientes (como las percepciones, las sensaciones corporales o los pensamientos): esto es lo que Chalmers denomina «el problema fácil».

Sin embargo, la consciencia como tal, ―a saber, el hecho mismo de ser consciente, una especie de «alerta» o «presencia consciente en primera persona» que permite que cada experiencia aparezca y, como tal, no debe confundirse con sus propios «contenidos» específicos― es un principio básico que no puede explicarse sistemáticamente como el resultado final de ninguna causa física o mental, ya que no puede aparecer una «explicación» ni «causa» sin que la consciencia ya esté ahí como condición previa.

Por lo tanto, dado que todos los fenómenos pueden observarse, estudiarse o explicarse si y solo si la consciencia ya está ahí, es imposible considerar la consciencia como el producto final de cualquier otro fenómeno sin tropezar con una paradoja epistemológica. Esto es lo que Chalmers llama «el problema difícil».

Volviendo a la cuestión general del estudio científico de la consciencia, presentado principalmente por neurobiólogos y científicos cognitivos, podemos observar que, a pesar de la variedad de teorías e interpretaciones, todos estos puntos de vista científicos generalmente se basan en un principio básico: que la consciencia es una propiedad «secundaria» que «emerge» de un soporte orgánico de materia biológica, a saber, el cerebro (una vez que alcanza un nivel crítico de complejidad).

Sin embargo, esta hipótesis parece epistemológicamente débil en muchos aspectos.

En primer lugar, debido a la falta de precisión filosófica, los neurocientíficos a menudo confunden los objetos o contenidos de la consciencia (pensamientos, sensaciones, percepciones, imágenes o recuerdos que pueden observarse y estudiarse experimentalmente en relación con las funciones del cerebro) con el hecho mismo de ser consciente («la consciencia como tal»). Esta última, como se dijo antes, no puede ser observada como un objeto por la ciencia, ya que es la fuente misma de cualquier observación.

En segundo lugar, la teoría de la emergencia solo puede determinar que a partir de las interacciones complejas entre múltiples componentes pueden aparecer algunas «propiedades» nuevas que antes no eran propiedad de los componentes originales y que pueden ser detectadas por la observación de nuevas cualidades o comportamientos del sistema observado. Sin embargo, la consciencia como tal no es ni una «cualidad» ni un «comportamiento»: es la consciencia de «primera persona» que observa la aparición de cualquier posible cualidad o comportamiento, y como tal, elude toda la variedad de objetos observables: elude los fenómenos que son consistentes con una interpretación emergentista.

En tercer lugar, la teoría de causa-efecto que considera la consciencia como derivada del cerebro supone un orden causal jerárquico que va desde la materia biológica (el factor primario) a la consciencia (el factor secundario). De acuerdo con esta teoría, el cerebro es la sustancia principal, y de él surgiría la consciencia como una nueva propiedad de la materia: entonces x (la consciencia), para existir, tiene que depender de y (el cerebro).

Pero, ¿cómo podemos afirmar la prioridad del cerebro sobre la consciencia cuando es solo por medio de la consciencia que es posible percibir, conocer y estudiar el cerebro? El cerebro solo puede verse, observarse y estudiarse en la consciencia, ya que, sin la consciencia ya presente, ¡no podríamos percibir, observar, analizar ni estudiar el cerebro en absoluto!

Entonces, ya que el cerebro, para aparecer en la experiencia, tiene que contar con la consciencia, yo cuestiono definitivamente la validez científica y epistemológica de afirmar que x depende de y (es decir, que la consciencia depende del cerebro), cuando también es cierto que y depende de x ― a menos que reconozcamos que son solo dos caras de la misma moneda, es decir, que son solo dos descripciones diferentes de la misma realidad misteriosa.

Un «punto ciego» para la ciencia

Además, para preservar su propia objetividad y coherencia, el método científico estándar debe recurrir al artificio convencional de estudiar lo que se observa como si fuera realmente independiente y separado del observador: por lo tanto, el observador siempre debe mantenerse alejado de la imagen.

Sin embargo, el precio de esta abstracción inevitable es una limitación epistemológica evidente: su visión del mundo resultante siempre será incompleta, exclusivamente confinada ya que está dentro del rango de los objetos observables, desde los cuales el observador (es decir, la consciencia) permanece en cualquier caso excluido. Para preservar su propia validación, cualquier procedimiento de investigación científica solo puede ocurrir dentro de los límites de la consciencia, que siempre es epistemológicamente anterior a cualquier posible objetivación llevada a cabo por la investigación científica.

En otras palabras, cualquier observación o teoría acerca de la llamada realidad «objetiva» nunca puede incluir la consciencia, ya que es el fundamento mismo de toda actividad de observación y teorización. La consciencia nunca puede ser «observada» o «conocida», porque siempre es anterior a cualquier objeto observable y conocible.

Citando a Max Planck:

La ciencia no puede resolver el último misterio de la naturaleza. Y eso se debe a que, en el último análisis, nosotros mismos somos parte del misterio que intentamos resolver.

Ya que somos capaces de observar el universo mientras nunca podemos estar separados de él, decir que observamos el mundo sería el equivalente a afirmar que el universo se observa a sí mismo a través de nuestra observación. Por lo tanto, el universo puede considerarse como un sistema unificado que se observa a sí mismo: se ve a sí mismo a través de nuestros ojos.

Sin embargo, como G. Spencer Brown señala adecuadamente, para observarse a sí mismo, el universo debe dividirse en al menos dos partes: el observador y lo observado. En consecuencia, dado que el observador no puede observarse mientras observa, siempre hay una parte de la totalidad que permanece invisible, fuera del campo de observación: eso que permanece incognoscible es la consciencia misma:

Consideremos entonces, por un momento, el mundo descrito por el físico. Consiste en una serie de partículas fundamentales que, si se lanzan a través de su propio espacio, aparecen como ondas […].

Ahora bien, el físico mismo, que describe todo esto, está, en su propia versión, él mismo construido de eso. En resumen, está formado por un conglomerado de los detalles que describe […].

Por lo tanto, no podemos ignorar al hecho de que el mundo que conocemos está construido para (y por lo tanto de tal manera que sea posible) verse a sí mismo. […]

Pero para hacerlo, evidentemente primero debe dividirse en al menos un estado que ve, y al menos otro estado que es visto. En esta condición cortada y mutilada, todo lo que ve es solo parcialmente a sí mismo. Podemos considerar que el mundo es, sin duda, él mismo […], pero, en cualquier intento de verse a sí mismo como un objeto, debe, igualmente sin duda, actuar para diferenciarse de, y por tanto ser falso para, sí mismo. En esta condición siempre se eludirá parcialmente.

Aquí se encuentra el paradójico misterio de la consciencia: la fuente misma de cualquier conocimiento es incognoscible.

Hasta cierto punto, incluso el simple acto de pensar en la consciencia (que no es un objeto), al incluir palabras que siempre están «orientadas a objetos», engendra inevitablemente una tergiversación de ella como un objeto.

Sin embargo, decir que la consciencia no puede ser conocida como un objeto (ya que es el sujeto que conoce) no significa que sujeto y objeto sean dos cosas separadas, porque ambas se relacionan entre sí y aparecen siempre juntas en la experiencia.

La noción de la primacía de la consciencia aún no es muy popular en nuestro mundo científico. La razón principal probablemente se deba al hecho de que, en tal caso, la consciencia no es accesible epistemológicamente a un conocimiento científico objetivo y se convierte en un «punto ciego» para la ciencia, como claramente lo notó M. Bitbol.

Ya hace muchos siglos, el filósofo indio Sankara afirmó con agudos argumentos filosóficos que, al igual que el fuego no puede quemarse a sí mismo ni la espada cortarse a sí misma, la consciencia no puede conocerse a sí misma como un objeto, ya que siempre está del lado del sujeto.

Parece, entonces, que la ciencia puede ser incapaz de estudiar la consciencia «objetivamente» (es decir, describiéndola en «tercera persona»), porque siempre se nos da en «primera persona», y este es precisamente su único rasgo distintivo. Inevitablemente, cuando la ciencia trata de estudiar la consciencia, está obligada a situarla dentro del rango de objetos observables, falsificando su propia esencia de sujeto observador a través de una inconsistencia epistemológica.

Por lo tanto, el estudio científico de la consciencia parece no ser ni siquiera un «problema difícil», sino en realidad un problema sin solución. Y, siguiendo a Wittgenstein, podríamos agregar que un problema sin solución no es un problema en absoluto: es un misterio.

A diferencia de la corriente principal del pensamiento científico actual, este bucle epistemológico no resuelto ha llevado a algunos investigadores a considerar la consciencia como un dato primario de la realidad, desarrollando teorías diferentes y a menudo contrastantes al respecto (como, por ejemplo, el panpsiquismo, o la idea de que la consciencia debe considerarse una quinta fuerza fundamental de la física, a la par con las otras cuatro).

El tiempo no parece lo suficientemente maduro para que la ciencia lo acepte. Sin embargo, por extraño que parezca, algunos pensadores autorizados de la física cuántica han estado más dispuestos a tomar en serio esta hipótesis, y ya hace varios años.

Por ejemplo, M. Plank (1931) dijo:

Considero la consciencia como fundamental. Considero la materia como derivada de la consciencia. No podemos estar detrás de la consciencia. Todo de lo que hablamos, todo lo que consideramos como existente, postula la consciencia.

E. Schrödinger (1931) estuvo en total acuerdo con él:

La consciencia no puede explicarse en términos físicos. Porque la consciencia es absolutamente fundamental. No puede explicarse en términos de cualquier otra cosa.

La ontología de la consciencia: una valoración crítica

Ahora pasemos al debate filosófico sobre el estado ontológico de la consciencia.
En términos generales, hay tres posturas filosóficas prevalecientes sobre este tema:

  1. Dualismo cartesiano: la realidad se compone de dos «mitades», dos sustancias opuestas e irreconciliables: la consciencia y la materia. Es una reafirmación del bien conocido dualismo entre espíritu-materia o mente-cuerpo, que ha prevalecido en la corriente principal de la tradición filosófica occidental desde la época de Platón. Su punto débil es cómo reconciliar y conectar estos dos principios ontológicos opuestos.
  2. Monismo de la materia o materialismo: la realidad está hecha solo de materia, y la consciencia se reduce a un derivado material. Sigue siendo la postura predominante en la ciencia contemporánea. Su punto débil es (además del bucle epistemológico mencionado anteriormente) cómo explicar el salto ontológico de una materia originalmente no sensible a una materia consciente que puede sentir dolor y placer.
  3. Monismo de la consciencia o idealismo: la realidad está hecha solo de consciencia, y la materia se reduce a percepciones que aparecen en ella como meros contenidos de la consciencia, sin ningún referente objetivo externo. Si bien se considera de alguna manera «anticuada» en el panorama filosófico contemporáneo, esta postura ontológica es la más coherente de las tres, ya que al menos es consistente con la primacía epistemológica de la consciencia. Su punto débil es que parece contraria a la intuición de nuestra percepción ordinaria de la materia como algo sólido y concreto.

El interminable y estancado debate que tiene lugar entre estas diferentes posturas filosóficas podría ser un signo de que existe cierta opacidad semántica en los conceptos que se emplean.

La experiencia es la fuente de todo nuestro conocimiento sobre la realidad. Ningún aspecto de lo que llamamos «realidad» puede aparecer aparte de la experiencia. En lo que a nosotros respecta, la realidad no está separada de la experiencia, que, a su vez, no está separada de la consciencia. Así que «realidad», «experiencia» y «consciencia» podrían ser tres términos diferentes para la misma realidad sin nombre.

En su intento de comprender la experiencia, el pensamiento puede elegir dos formas opuestas: describirla en términos de la tercera persona, como un conjunto de objetos (sonidos, olores, colores, etc.) o en términos de la primera persona como un sujeto (escuchar, oler, ver, etc.).

Si analizamos los términos abstractos ―los que usamos principalmente para describir la verdadera estructura de la realidad― encontramos que cada uno de ellos tiene un opuesto específico y todos, de acuerdo con una perspectiva lógica, están organizados en pares de opuestos mutuamente excluyentes: justo/injusto, bien/mal, libertad/esclavitud, arriba/abajo, verdadero/falso, corto/largo, y así sucesivamente. De acuerdo con las reglas de la lógica, los conceptos opuestos se excluyen mutuamente porque, por supuesto, desde un punto de vista lógico, si algo es verdadero no puede ser falso al mismo tiempo; si es largo no puede ser corto, y así sucesivamente.

El problema no es que usemos esta simplificación «una cosa/o la otra», lo que es bastante útil, por cierto. El problema surge solo cuando transferimos la exclusividad mutua de los opuestos del plano lógico a la realidad misma, y comenzamos a creer que la realidad funciona exactamente de la misma manera, mientras que en ella los opuestos se implican entre sí, ya que no pueden separarse.

Si dibujas una línea vertical en un pedazo de papel, lo divides en dos mitades: el lado derecho y el lado izquierdo, dos opuestos que se excluyen mutuamente: algo está a la derecha o a la izquierda, y no puede estar en ambos lados al mismo tiempo. Pero si te pregunto: «Por favor, dibuja solo el lado derecho, ¡no quiero ver el izquierdo!», ¿Cómo lo haces? Cuando dibujas esa línea, ambos opuestos aparecen juntos, porque la misma línea que los crea y los divide es la misma línea que los hace inseparables: es una unidad, y reside solo en nuestra mente.

Entre todas estas polaridades, la más relevante para nuestra descripción de la experiencia es la que contrasta sujeto y objeto, observador y observado, consciencia y materia. De nuevo, la mente proyecta estas polaridades en la realidad como opuestos mutuamente excluyentes.

Por ejemplo, ahora estás escuchando mi voz. Puedes describirlo como «sonido», es decir, algo que te llega desde fuera, o puedes describirlo como «escuchar», es decir, algo dentro de ti que está recibiendo el sonido. Y esto es un par de opuestos, por supuesto ― un objeto «fuera» (sonido) y un sujeto «dentro» (escuchar).

Y como dos opuestos no pueden referirse lógicamente a una misma cosa, fácilmente tendemos a creer que la realidad está formada por dos «mitades» separadas: la «mitad» externa, es decir, el sonido (objeto) y la «mitad» interna, es decir, la consciencia auditiva (sujeto).

¿Es realmente así?

Por favor verifica tu experiencia directa y mira si puedes encontrar el borde que los separa, el límite exacto donde termina el sonido «ahí fuera» y comienza tu escuchar «aquí dentro».

¿Puedes encontrarlo?

No, no puedes, porque ese límite está solo en tu mente.

Durante la experiencia real, no hay «sonido» ni «escuchar»: solo hay una experiencia indivisible y sin nombre. Solo después, cuando tu pensamiento describe lo que sucedió y dice: «Yo escuché un sonido«, entonces comienza la dualidad entre sujeto y objeto, posicionando en un lado al sujeto ―el «yo» como consciencia que escucha― y en el otro lado al objeto, el sonido. ¡Pero esta es una regla de la gramática, no es una regla de la naturaleza!

Así que solo hay una experiencia indivisible. Para conocerla, debido a sus propias limitaciones, nuestro pensamiento debe recurrir a dos descripciones mutuamente excluyentes: o como «consciencia» en términos de la primera persona (sujeto), o como «materia» en términos de la tercera persona (objeto). Cualquier intento filosófico de reconciliarlas reduciendo una a la otra (como el materialismo o el idealismo) está condenado al fracaso, debido a su debilidad lógica.

De hecho, cuando decimos «consciencia», nos referimos a toda la experiencia, descrita en términos de la primera persona, como sujeto. No hay lugar para la materia.

Cuando decimos «materia», nos referimos a toda la experiencia, descrita en términos de la tercera persona, como objeto. No hay lugar para la consciencia.

Por lo tanto, la «línea límite» que divide la experiencia en dos «mitades» aparentes (sujeto y objeto) no está «ahí afuera», sino solo en nuestras mentes: los términos «consciencia» y «materia» son solo dos descripciones diferentes de una y la misma experiencia indivisible (en términos de la «primera» o de la «tercera» persona respectivamente), mientras que la supuesta separación entre «sujeto» y «objeto» aparece más bien como un mero constructo mental, al igual que «ascenso» y «descenso» son solo dos palabras diferentes para la misma pendiente, dependiendo de la dirección en que uno va. La pendiente es solo una, no está dividida en dos «mitades» ― de aquí para arriba hay ascenso y de aquí para abajo hay descenso. Toda la pendiente se describe como «ascenso» o como «descenso», según la dirección que elijas.

De manera similar, la incompatibilidad lógica entre los conceptos mutuamente excluyentes de «materia» y «consciencia» concierne solo a dos descripciones de la realidad, y no se aplica a la realidad en sí misma, que es siempre la misma.

Por lo tanto, cualquier intento de encontrar una conexión entre materia y consciencia, o de rastrear una hacia la otra, es inútil, ya que no puede haber ninguna «relación» entre dos términos diferentes para la misma realidad.

E. Schrödinger expresa esta idea revolucionaria de la siguiente manera:

El mundo me viene dado de una sola vez, no uno existente y otro observado. El sujeto y el objeto son uno mismo. No puede decirse que la barrera entre ellos ha sido rota como resultado de las recientes experiencias en las ciencias físicas, pues esta barrera no existe.

Así como un ojo puede ver todo menos a sí mismo, la consciencia es la fuente que ilumina cualquier cognición, pero no puede percibirse a sí misma como un objeto: aquí reside el profundo misterio de su naturaleza sin objeto.

Mauro Bergonzi

Acerca del Autor

Mauro Bergonzi enseñó Religión y Filosofía de la India en la Università degli Studi di Napoli durante treinta años. Es autor de ensayos académicos y artículos sobre Filosofías Orientales, Religión comparada, Psicología del misticismo y Psicología transpersonal.
Desde 1970, ha practicado la meditación y después de un desvanecimiento natural y espontáneo tanto de la búsqueda como del buscador, solo prevaleció un no dualismo radical. En este sentido, fue crucial su familiaridad desde hace mucho tiempo con las enseñanzas de Nisargadatta MaharajKrishnamurti y Tony Parsons. En los últimos diez años, ha sido invitado a dar satsang regular en Italia.

https://www.nodualidad.info/charlas/consciencia.html

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