En su libro ¿Qué Dios y qué Salvación? (1), Enrique Martínez Lozano afirma que los buscadores espirituales nos encontramos actualmente en un callejón sin salida. Lo expresa de esta manera en la página ciento treinta:
«El creyente […] sabe que no puede dirigirse a Dios como a un ser separado […]. Pensar en un ser separado es pensar en un dios objetivado […], reducido a objeto, por más que se escriba con mayúscula. […] El simple hecho de nombrarlo ya es reducirlo. Puesto que delimitar exige necesariamente limitar, al pensar o nombrar a Dios habríamos caído en un callejón sin salida, limitar lo ilimitado.»
Los buscadores espirituales necesitamos comunicarnos para aprender de los demás y para contar lo que hemos averiguado, pero si no podemos hablar de Dios porque entonces deja de ser Dios, estamos apañados. Enrique Martínez encuentra esta salida al callejón: de Dios no podemos hablar, vale, pero lo que sí podemos hacer es hablar de cómo ha evolucionado la imagen de Dios que ha tenido el ser humano a lo largo de la historia. Aunque sólo sea para saber dónde estamos.
El autor divide la evolución de la imagen de Dios en cinco etapas o estadios. El primer estadio o estadio Arcaico empieza cuando el mono baja del árbol, y se caracteriza porque las personas de entonces no tienen una idea de Dios. No es que piensen que Dios no existe, es que no se lo plantean.
El segundo estadio empieza hace doscientos mil años, y Enrique Martínez lo denomina Mágico, pues es cuando surge la primera idea de divinidad. Los habitantes de las cuevas de Altamira cazaban bisontes. La experiencia les decía que cada bisonte era un caso distinto; la madre protegiendo a su cría, el jovencito despistado o el más fuerte de la manada. Y lo importante no era tanto el bisonte como el papel que desempeñabas tú en su cacería, si eras un héroe, un cobarde o del montón. También influía la orografía, el comportamiento de tus compañeros o qué día hacía, había cientos de factores y cada captura era una historia distinta, nunca sabías qué pasaría en la próxima.
Un día se encendió una luz en sus cabezas y vieron que había un patrón, que los bisontes se comportaban siempre más o menos igual. Observaron ese patrón, lo mejoraron y ampliaron, y empezaron a obtener resultados. Ganaron en eficacia y descendió el número de víctimas, pues cualquier herida en aquella época podía ser mortal. Sintieron adoración por aquel patrón que tanto bien les hacía, se ocuparon de que la siguiente generación no lo olvidara y acabaron divinizándolo. Hicieron lo mismo con el resto de los asuntos que les afectaban, los fueron antropomorfizando porque es una manía que no podemos evitar, no la inventó Walt Disney, y así llegamos a los miles de dioses que sumaban entre todas las antiguas civilizaciones, desde los sumerios hasta los romanos.
Las grandes religiones fusionan todos esos dioses en uno solo y comienza el tercer estadio, llamado Mítico, en el que Dios es un ser separado, un varón con el que se puede negociar a cambio de rezos y buenas acciones. En alguna parte del libro, Enrique Martínez utiliza el término mafioso para definir ese estadio.
En el renacimiento empieza el cuarto estadio, el Racional. Gracias a las ciencias, el ser humano comprende la realidad y decide que la espiritualidad es una tontería. Dios no existe. Vienen la ilustración, la revolución industrial y las peores guerras de la historia.
Durante la guerra fría se hace evidente que vamos directos al desastre y empieza el quinto estadio, o Transpersonal. Llegan los hippies y establecen las bases de ese revuelto mágico-espiritual que es la nueva era, un movimiento que no convence a Enrique Martínez. Es cierto que hay mucho timador y charlatán, pero también lo es que acabas encontrando buenos maestros. Maestras, en mi experiencia, aunque nunca olvidaré a uno que me dio tres o cuatro clases de yoga. El último día, durante la meditación guiada que hacía al final de la clase, me llevó lo más lejos que nunca he ido, o lo más cerca, según se mire. Se llamaba Ángel y era de Barcelona, lo último que supe de él era que andaba por el Camino de Santiago, pero de esto hace ya quince años.
Trazando este mapa temporal con la historia de la humanidad, Enrique Martínez localiza el problema; los buscadores espirituales estamos en el quinto estadio, la sociedad en el cuarto y la religión oficial en el tercero. El quinto estadio acaba de empezar y es lógico que los buscadores estemos perdidos. Que la sociedad vaya atrasada también es normal, no se va a mover de ahí hasta que no encontremos algo sólido, pero lo que no es en absoluto normal es el gran atraso institucional. Hace de lastre.
Los monjes de monasterio son personas inofensivas, no quieren nada del mundo y cumplen sus obligaciones esperando a la muerte. Una de estas obligaciones es cantar salmos varias veces al día, y una de las ideas que más se repite en estos salmos cantados es pedir a Dios que acabe con sus enemigos, que les corte la cabeza o los mate como sea, pero que lo haga pronto. Y las preguntas que yo me hago son las siguientes: ¿Qué enemigos tiene esta gente? ¿Por qué les obligan a corear temas gregoriano metaleros de sangre y fuego, cuando lo que les trajo aquí fue el mensaje de Jesús? De verdad que no lo entiendo.
Enrique Martínez Lozano era sacerdote. Lo dejó para no tener que repetir ideas que no compartía y por no poder decir lo que realmente pensaba, por no poder hablar de la no-dualidad, que choca con su Dios hetero y separado. No es que él sea homosexual, eso es de mi cosecha. Por otro lado también entiendo el dilema eclesiástico, el cuarto estadio no es una opción y en el quinto hay silencio envuelto en ruido, pero aferrarse al tercero les aleja y ensimisma. Si les entiendo es porque yo también me siento igual, asfixiado por pensamientos que se contradicen, debería dejar de leer y de escribir sobre Dios, nunca hubo nada que decir. Me reafirmo en mis creencias, esto va de sentir.
Dedicado a mi amigo Iñaki, que me hizo leer a Enrique Martínez y me abrió el camino a la no-dualidad, aunque yo había oído campanas. Ha estado bien pero ahora quiero volver, aterrizar en la realidad, dónde está la pista y cómo funcionan los mandos.