La trampa del yo

por Alan WattsExtracto de: el libro del tabú
La trampa del yo

El gato ya ha saltado de la bolsa. La información secreta consiste en que usted, «el pequeño yo» que «vino a este mundo» y vive temporariamente en una envoltura de piel, es una trampa y un fraude. El hecho es que, como ninguna cosa o forma en este universo es separable del todo, el único Usted real, o Sí-mismo, es el todo. En adelante, este libro intentará dejar esto tan claro que usted no sólo lo entienda verbalmente, sino que sienta el hecho. El primer paso es comprender, tan vívidamente como le sea posible, cómo funciona la trampa.

Primero debemos prestar atención a la forma y conducta de la trampa misma. He estado investigando durante años cómo la gente experimenta, o siente, su propia existencia: ¿Que sensaciones les sugiere la palabra «Yo»? ¿Para qué la emplean?

Poca gente parece usar esa palabra para significar el conjunto de su organismo físico. «Yo tengo un cuerpo» es más común que «Yo soy un cuerpo». Hablamos de «mis» piernas como si dijéramos «mis» ropas, y el «Yo» parece quedar intacto si las piernas son amputadas; Decimos: «Yo hablo, yo camino, yo pienso, y también yo respiro». Pero no decimos: «Yo doy forma a mis huesos, yo crezco las uñas, yo circulo la sangre». Parece que usamos «Yo» para algo que está en el cuerpo pero no es realmente de el cuerpo, pues mucho de lo que sucede en el cuerpo parece ocurrirle a «Yo», del mismo modo que los eventos externos. «Yo» significa el centro de la conducta voluntaria y de la atención consciente, pero no siempre. Respirar es sólo parcialmente voluntario, y decimos «Yo estuve enfermo» o «Yo soñé», o «Yo me quedé dormido» como si los verbos fueran también activos. Además de esto, «Yo» se refiere usualmente a un centro del cuerpo, pero gentes distintas lo sienten en variados lugares. Para algunas culturas, está en la región del plexo solar. El chino Hsin, el corazón-mente o alma, se encuentra en el centro del pecho. Pero la mayor parte de los occidentales localizan el ego en la cabeza, desde cuyo centro emana el resto de nosotros. El ego está en cierto punto detrás de los ojos y entre las orejas. Es como si se instalara en nuestro cráneo un oficial de control, con sus auriculares ajustados sobre las orejas y un aparato de televisión conectado a sus ojos. Frente a él se alza un enorme panel de diales y botones, en circuito con todas las demás partes del cuerpo, que remiten información consciente o responden a los deseos del oficial.

Este oficial de control «ve» visiones, «oye» sonidos, «siente» sentimientos, y «tiene» experiencias. Todas estas son formas de hablar usuales pero redundantes, pues ver una visión es simplemente ver, oír un sonido es simplemente oír, sentir un sentimiento es simplemente sentir, y tener una experiencia es simplemente experimentar. Pero estas frases redundantes son muy usadas, y ello demuestra que la mayoría de la gente piensa en sí misma como separada de sus pensamientos y experiencias. Todo esto puede volverse maravillosamente complicado cuando empezamos a preguntarnos si nuestro oficial tiene otro oficial dentro de su cabeza, y así seguimos ad infinitum.

El mundo, dicen, es un espejismo. Todo está cayendo, para siempre, y no hay forma de fijarlo; cuanto más frenéticamente se aferra uno a la etérea nada, más fofa se desploma ella en nuestras manos. La civilización tecnológica occidental es, hasta ese extremo, el esfuerzo más desesperado del hombre por derrotar el juego, por entender, controlar y fijar el revoltijo llamado vida, y puede ser que su propia fuerza y decisión disuelvan rápidamente sus sueños. Pero, si esto no se cumple, el poder técnico pasará a manos de una nueva clase de hombre.

En tiempos remotos, el reconocimiento de la transitoriedad del mundo conducía habitualmente al abandono. Por un lado, ascetas, monjes y ermitaños trataron de exorcizar sus deseos para mirar al mundo con benigna resignación; o retroceder y zambullirse en las profundidades de la conciencia, para unirse al Sí-mismo en su inmanifestada condición de eterna serenidad. Por otro lado, algunos sintieron que el mundo era un estado de prueba donde los bienes materiales debían ser usados con espíritu de servicio, como préstamos del Todopoderoso; el mayor trabajo de esa vida era una amorosa devoción a Dios y al hombre.

Ambas respuestas están basadas en la suposición inicial de que el individuo es un ego separado, y como esta suposición es el fruto de una duplicidad, cualquier objetivo que la presupone como base ―incluyendo a la religión― será autodestructivo. Simplemente, porque es una trampa desde el principio, el ego personal sólo puede dar una vaga respuesta a la vida. Pues el mundo es un escurridizo espejismo burlón, desde el punto de vista del que se pone fuera de él, como frente a otro que sí mismo, y entonces trata de aferrarlo. Sin nacimiento y muerte, y sin la perpetua transmutación de todas las formas de vida, el mundo sería estático, arrítmico, momificado.

Pero hay una tercera respuesta posible. Ni retirada, ni servicio, en la hipótesis de una recompensa futura, sino la más plena colaboración con el mundo en tanto que sistema armonioso de conflictos restringidos, basada en la convicción de que el único «Yo» real es todo el infinito proceso. Esta convicción está ya en nosotros, en el sentido de que nuestros cuerpos lo saben: nuestros huesos, nervios y órganos sensoriales. Sólo lo ignoramos en el sentido de que el fino rayo de la atención consciente ha sido amaestrado para ignorarlo, y tan concienzudamente que nos hemos vuelto verdaderos fraudes.

Fuente: Alan Watts. el libro del tabú (Kairós, 1972)
https://www.nodualidad.info/textos/la-trampa-del-yo.html

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