Me veo en ti. Por muy diferente que aparentes ser de mí. No me eres ajeno porque la distancia que hay entre tú y yo es 0. Mis ojos nos separan. Igual que mi piel. Y mis labios. Y mi voz. Pero, en realidad, somos un único SOY disfrazado de varios.
Hay días en que mi mente se embarca en una maratón de juicios que parecen no tener fin. Y me duelen. Y me cansan. Y me agotan.
Parece que son los otros los tóxicos. Los que «no saben». Los incompetentes. Los irresponsables. Los inmaduros. Los negativos. Los malos… Pero si me paro y me miro para VERME más allá de esa apariencia tan real, me daré cuenta de que allí fuera no sucede nada. Que ni siquiera hay alguien que me está atacando, hiriendo, jodiendo o abandonando. Que estoy yo sola JUZGÁNDOME, castigándome y condenándome.
Vamos tan rápido que ni siquiera somos conscientes de cómo NOS pensamos.
RECONOCER que soy yo la que me hiero (inconscientemente, pero yo) es el primer paso para responsabilizarme de mi vida y para retomar el Poder que perdí. Porque si CREO que son los demás (familia, amigos, pareja, jefe, políticos, vecinos…) los que me CAUSAN mis lágrimas, mis enojos y mis rabias, huiré de ellos, me enfrentaré a ellos o pretenderé amoldarlos a mi imagen y semejanza.
Y eso no significa que tengas que permanecer al lado de según qué personas que no te hacen bien. Significa que ASUMES que DENTRO de ti hay partes, en ese momento, que rechazas.
De los demás nos podemos separar, pero de nosotros mismos no. Por mucho que lo intentemos…
Nuestra mente piensa por sí misma. Y juzga por sí misma. Igual que nuestro corazón siente sin pedirnos permiso de qué sentir o no sentir.
Nuestra Consciencia es la que nos permite darnos cuenta de todo lo que nos sucede cuando nos sucede. Podemos ser conscientes de los pensamientos que estamos teniendo sobre nosotros mismos o sobre el otro. Podemos ser conscientes de la tristeza, la alegría, el deseo, el vacío, la ira, la soledad y el anhelo que estamos sintiendo. El pensar y el sentir de una manera determinada no es algo evitable, pero la Consciencia de ello nos da la opción de DECIDIR cómo reaccionamos.
Ésa es nuestra única (aparente) LIBERTAD. Que no es poca…
Creemos que cuando alguien nos llama tonto y nos duele es por su culpa, cuando ese dolor no proviene de lo que nos ha dicho sino de creernos ese juicio.
Somos nosotros mismos los que nos estamos juzgando. Somos nosotros mismos los que nos estamos mal-tratando. Y cuando alguien externo nos mal-trata de la misma FORMA y dirigido al mismo lugar interno que nos rechazamos, la herida de nuestro propio abandono se activa y sangra. El otro sólo nos está reflejando el espacio que no nos estamos amando en ese instante. Y digo ese instante porque nada es para siempre… Porque el tiempo sólo es AQUÍ Y AHORA. Porque lo que ahora rechazas, en diez minutos amas.
Hay que ser muy honestos y humildes para ASUMIR nuestros abandonos. Nuestras heridas. Nuestra inconsciencia. Y nuestra ignorancia.
Nada humano me es ajeno porque yo soy esa humanidad que nos habita a todos. Porque en tus circunstancias, en tus pasos y en tus zapatos, seguramente hubiese actuado de la misma manera que tú. Por muy reprochable que ésta sea. Porque nadie se libra de la «posibilidad de». Porque los siempres y los nuncas son una ilusión mental. Porque lo de ser buena o mala persona es una falacia. Porque tenemos la capacidad de ser TODO, desde lo más puto hasta lo más puro. Sólo una letra los separa. Y ese TODO está latente en nuestras venas. Hasta que deja de estarlo…
¿Puedes empatizar con un asesino, con un pederasta, con un ladrón, con un violador, con un maltratador, con un abusador, con un dictador?
Yo sí puedo. Porque ellos, igual que yo, no son SÓLO esa etiqueta que le hemos puesto. Que nos ponemos. Porque detrás de esa oscuridad hay un ser humano que padece y siente. Igual que tú e igual que yo. Que no es todo negro igual que nosotros no somos todo blanco. Porque fueron los mismos niños inocentes que fuimos nosotros. Porque no les enseñaron a hacerlo mejor.
Y con esto no estoy justificando ninguna acción. No estoy hablando de ellos, sino de ti y de mí. De las etiquetas que cohabitan en nosotros. De las cárceles en las que nos hemos condenado. Hablo de adentrarnos en nuestras profundidades. Hablo de abrir nuestros cajones. Hablo de VERNOS. Hablo de CONOCERNOS. Hablo de AMARNOS.
¿Sabes qué hay detrás de una máscara? La Verdad.
No nos atrevemos a desnudarnos para no ver cómo es nuestra verdadera piel. Para no ver lo que llevamos tanto tiempo ocultando. Para no saber que entre ellos y tú no hay ninguna diferencia, por mucho que nos queramos diferenciar.
Y así es imposible COMPRENDER que ni ellos son lo que aparentan ni nosotros tampoco. Que no somos ni este cuerpo ni esta mente ni este corazón sintiente, aunque también lo seamos. Que lo que Somos, esa VIDA infinita y eterna, esa UNIDAD, ese MAR, abarca mucho más que a un insignificante ser humano con sus circunstancias y su experiencia de vida particular.
Que, aunque parezca que tú eres una pieza del puzzle y yo otra, SOMOS la misma. Nunca nos separamos. El puzzle siempre ha estado, está y estará UNIDO y COMPLETO.
¿Sabes por qué TÚ no me puedes hacer daño? Porque «tú» no existe. Porque «fuera» no existe. Porque TODO ES EN MÍ. Porque TODO sucede en mí. Porque yo soy ese TODO.
Porque yo soy la que pienso, la que siento, la que veo, la que toco, la que saboreo, la que escucho y la que intuyo. No hay ningún otro que lo haga por mí.
Yo soy esa vida que tanto me apasiona. Y también esa vida de la que tanto reniego. La misma cosa. El mismo SER.
Nada humano me es ajeno porque todo humano me ES. Sea consciente o no de ello.