La teoría de la evolución: o porqué tienes tantos problemas de espalda.

«Nos detuvimos en busca de monstruos debajo de la cama cuando nos dimos cuenta de que estaban dentro de nosotros».  

Charles Darwin.

La evolución funciona por procesos acumulativos, depende de la cantidad de mutaciones genéticas que se van produciendo a lo largo del tiempo, por supervivencia. El tiempo es un pilar fundamental para que esos procesos biológicos vayan dando sus frutos. Y la vida en la Tierra ha tenido todo el tiempo del mundo. 

La vida en la Tierra apareció hace unos 3.900 millones de años, y los animales hace ochocientos o mil cien millones. Los Homo sapiens llevamos 200.000 años. Ni podemos concebir estas cifras.

La vista, el oído, el sistema inmunitario, las alas, las garras, todo proviene de ir sumando mejoras diminutas. Porque la evolución no es una fábrica de ensamblajes de coches a partir de piezas prefabricadas. La selección natural favorece estructuras que ya desde el principio aportan ventajas para la supervivencia, y después puede mejorarlas por un proceso progresivo, acumulativo, de adaptación. Los seres vivos complejos no pueden ser diseñados desde cero. Todos los organismos actuales tenemos en nuestras entrañas rastros de la reutilización de estructuras anteriores para nuevos fines.

Nuestra columna vertebral, por ejemplo, no está pensada para andar sobre dos pies, sino para cuatro patas.  Cuando empezamos a ser bípedos, forzamos la columna pero no pudo adaptarse a la misma velocidad que el bipedismo. Por eso tú tienes tantos problemas de espalda, como predice tu horóscopo cada cierto tiempo. Los problemas de espalda entra dentro de las enfermedades crónicas más frecuentes, especialmente a partir de cierta edad.
Los dolores de cuello, la ciática, las hernias discales, la lumbagia… es el precio a pagar por caminar sobre dos pies, liberar las manos para manipular de manera más eficaz objetos, y elevar nuestra visión. La postura bípeda estimula la inteligencia, ya que al tener las manos libres, interactuamos con las cosas, experimentamos con el entorno, las sostenemos, las miramos, comprobamos sus cualidades, su aplicación… jugamos. Así, creamos herramientas para racionalizar el mundo. Nos adornamos, pintamos en las paredes o enterramos nuestros muertos, y damos rienda suelta al pensamiento abstracto. Y caminamos mayores distancias.
Nuestro corazón y nuestro sistema linfático también tienen que trabajar más arduamente para impulsar la sangre y los líquidos hacia arriba al estar erguidos. Es un bombeo constante vertical que causa las enfermedades cardiovasculares que padecemos, la primera causa de muerte en el mundo.
También los nacimientos humanos son tan dolorosos, porque la pelvis tampoco tuvo tiempo de modificarse lo suficiente al andar sobre dos piernas. Nuestro canal de parto terminó siendo estrecho y retorcido, porque en realidad estaba evolucionado para cuadrípedos.
Nacemos siendo aún fetos y hasta que no cumplimos un año, no estamos a un nivel de desarrollo similar al resto de mamíferos. La infancia humana es mayor que la de ningún ser vivo. Pero este desarrollo externo hace que aprendamos en contacto directo con el mundo. Ya vamos jugando, observando el entorno, imitando y memorizando.
La naturaleza debe reciclar las estructuras anteriores para construirnos, mezclando piezas disponibles en la forma más efectiva que los recursos disponibles le permite. Y estas piezas, estos recursos, provienen de los antepasados, que se modifican muy lentamente y, a veces, de manera azarosa y pelín chapucera.
«La necesidad es la madre de todas las invenciones», decimos. Existe en diferentes culturas este ingenio improvisado de baja o nula tecnología, reutilizando recursos. «Jugaad» o «jugaard» es en hindi, y el nombre de un medio de transporte en el norte de la India, hecho de tablones de madera y partes viejas de otros coches, con motores diésel originalmente destinados a impulsar bombas de riego agrícolas. «Jua kali» lo llaman en Kenya, que en swahili significa «sol fiero», bajo el cual trabajan en sus diseños. ´N boer maak´n plan dicen en idioma Afrikaans (significa «un agricultor hace un plan»).

Desenrascanço en Portugal. Trick 17 en Alemania, Trick 3, en Finlandia, Trick 77 en alemán suizo. Systéme D en Francia. La letra D se refiere a «débrouille»: hacer, manejar.
La naturaleza evolutiva es todos estos ingenios humanos juntos, y con más tiempo y complejidad.
Nuestros ojos, tan a la vista por el uso de las mascarillas, también son chapuceros.
«Suponer que el ojo con toda su inimitable complejidad para ajustar su centro focal a distintas distancias, para reconocer distintas cantidades de luz, y para corregir las desviaciones esféricas y cromáticas, pudiera haber sido formado por la selección natural, parece, y lo confieso francamente, absurdo en sobremanera», escribió Darwin, que estaba seguro de que algún día nos convenceríamos de lo contrario, porque existen «numerosos cambios graduales de un ojo sencillo e imperfecto a uno complejo y perfecto.» Por eso, también tiene defectos, no tanto de funcionamiento sino de diseño. Las conexiones de las fibras que dan lugar al nervio óptico están en la parte externa de la retina, creando una barrera a la luz dentro del ojo. Una zona de la retina que no capta la luz. Así, es el cerebro el que rellena este hueco completando la imagen por su cuenta, según la información que obtiene del entorno.
Los órganos vestigiales son otra muestra del ingenio de la evolución. En la anatomía de muchos animales, descubrimos elementos que no sirven para nada, pero que siguen en el cuerpo porque son ese historial, esos recursos que provienen de nuestros antecesores y no han sido suprimidos. Por ejemplo, las ballenas tienen pelvis, aún teniendo cola, porque proviene de un ancestro que caminaba. Nosotros también tenemos huellas corporales de nuestro pasado como especies diferentes. Se han detallado hasta 86 órganos vestigiales. Esas a veces molestas muelas del juicio nos servían para triturar alimentos duros cuando éramos hervíboros. Nuestro coxis es una cola atrofiada. Nuestro tercer párpado de los ojos (ese repliegue en la esquina interna de cada ojo) nos conecta con las aves primitivas, y es posible que nos vino bien cuando nos protegía en nuestra existencia subterránea siendo mamíferos.
No todos los órganos vestigiales son superfluos. De hecho, todos los seres vivos estamos incompletos, o todos somos seres intermedios entre nuestro antepasado y nuestro futuro desarrollo. Pero todos somos funcionales enlazadas en el proceso evolutivo, como eslabones de una cadena. También en los ADN hay mutaciones genéticas que se van almacenando pero que no se expresan.

El mejor ejemplo son los fetos dentro del vientre materno. En él, tenemos agallas como los peces, dedos palmeados como los patos, cola como monos y ojos a los lados como los reptiles. Las células de las gónadas (testículos) de los hombres, en un principio, aparecen cerca del pecho, como en los peces. Después, sobre los riñones en formación, como en los anfibios, como en una salamandra, por ejemplo. Luego al lado de los riñones, como en los reptiles. No es hasta el quinto mes de gestación que ya están en su lugar correcto, como en el resto de mamíferos.

Poco a poco, como si se tratara de la historia de nuestra evolución retratando a nuestros antepasados, estos genes se nos van anulando por nuevos genes adquiridos que anulan a estos genes antiguos. Otro ejemplo de reutilización de recursos, y una lección de que al fin y al cabo, no somos tan diferentes del resto de los seres vivos del planeta. 
De hecho, gran parte del ADN es común entre todas las especies que existen en la actualidad. Los humanos compartimos el 98,7% de nuestro ADN con el bonobo, y el 90% con el ratón de campo. Con la levadura de cerveza, un 31%. Y es que todos los organismos provenimos de un ancestro común. Somos tan diferentes porque son las proteínas las que resultan bien distintas, y son ellas las que hacen ser como somos. Y sólo son idénticas un 52% de las proteínas de los bonobos y las personas.
Compartimos también casi el mismo número de genes que una lombriz de tierra. Nosotros 20.500 genes más o menos, la lombriz 20.300 genes. Pero la complejidad de un organismo tampoco reside en el número de genes, sino en su eficacia, en su acción química al sintetizar diferentes proteínas.
Así, nuestros genes dictan que se debe construir una gran cabeza en el feto para alojar nuestro gran cerebro, ordenando a las proteínas que sigan añadiendo tejido óseo al cráneo.
El cerebro, el órgano más complejo con uno de los nombres más antiguos: del indoeuropeo «ker» que significa «cabeza», y «brum», que significa «llevar». Un conjunto de proteínas, lípidos grasos y miles de millones de células cerebrales, las neuronas, que no se sustituyen en el ser humano. Y que son más numerosas que las estrellas que forman una galaxia mediana. 
El cerebro es el 2% de nuestro peso total, que consume más del 20% de nuestra energía. Si extendiéramos nuestro cerebro sobre el suelo como si fuera una alfombra, ocuparía una superficie mayor a dos metros cuadrados. La aparición de la consciencia apareció con este aumento del tamaño cerebral, y para eso tuvimos que invertir mucho consumo energético.
Por ejemplo, ahorramos energía del sistema digestivo. Destinamos menos calorías en este sistema para aumentar el cerebro. Con la carne, pudimos digerir más fácilmente que con los productos vegetales, y además pudimos absorber más nutrientes. Por eso, nuestro sistema pudo ser más corto y más simple. Y la depredación para conseguir dicha carne solo pudo darse gracias a la habilidad, a la tecnología de las herramientas, que se dio gracias a un cerebro más grande, que se dio gracias a un sistema digestivo más simple. La naturaleza evolutiva no sólo reutiliza los recursos, sino que sus procesos también se retroalimentan.
Nuestra especie «Homo sapiens» surgió después y gracias a estos procesos de evolución humana, hace solo unos 200.000 años, en Tanzania. Allí permanecieron, perfeccionando sus habilidades de caza, pesca y recolección, y sobre todo sus habilidades sociales y simbólicos. La expansión ocurrió hace 120.000 años, en busca de nuevos recursos.
Por eso, el ADN más antiguo corresponde a los hotentotes y bosquímanos. Mejor dicho, a los khoikhoi y los san, los joisán. Su ADN mostró que apenas se ha mezclado con otros grupos humanos, ni de «Homo erectus» asíatico ni neandertal. La lengua joisán, llamada !kung, es la que tiene más sonidos del mundo: 141 vocalizaciones diferentes que incluyen chasquidos, choques entre la lengua y clicks. En 2011 se comparó 504 lenguas habladas actualmente, y se demostró que la cantidad de sonidos en las lenguas humanas disminuye según nos alejamos del continente africano. El hawaiano se basta solo con 13 sonidos. El lenguaje humano nació en el este de África y allí tuvo una evolución más firme.
Pero ésto no significa que sea mejor o peor. La naturaleza no entiende de progreso ni de desarrollo, ni de perfección ni de pureza, sino de utilidad. Útil para poder alimentarse y reproducirse y para aprovechar nichos ecológicos. Para ser otro eslabón más en la cadena de la vida. Para sobrevivir.
Fuentes: «El huevo de dinosaurio y otras historias científicas sobre la evolución», de Jorge Bolívar.
http://unaantropologaenlaluna.blogspot.com/2020/10/la-teoria-de-la-evolucion-o-porque.html

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