Siendo un tipo extremadamente sagaz, inteligente y persuasivo, lo cierto es que a nadie se le escapa que la mayor parte de lo que sabe el diablo, la sabe por viejo y no por diablo. Así lo afirma, al menos, el saber popular en decenas de culturas de todo mundo demostrando que hay cierto consenso en que «la experiencia es un grado».
Sin embargo, lejos de resolver el problema, esto nos deja, por lo menos, una pregunta encima de la mesa para la que ni los refraneros ni la evidencia científica tienen una respuesta clara: ¿cómo cambia el rendimiento cognitivo con el ciclo de la vida? ¿Cuándo tocamos techo, cognitivamente hablando? Ahora tres investigadores europeos han encontrado una forma de estudiarlo en un ámbito muy concreto, pero cognitivamente muy exigente: el ajedrez.
¿Cabe la mente en un tablero de ajedrez?
El problema de estas preguntas es que son difíciles de responder. Y me refiero al nivel más práctico de todos: ¿Cómo recopilas el rendimiento de una persona a lo largo de toda su vida para ver qué variaciones ha sufrido con el tiempo? E incluso si lo consigues, ¿frente a qué lo evalúas? Teniendo en cuenta lo muchísimo que ha cambiado el mundo en los últimos 50, 75 o 100 años, ¿de verdad podemos estar seguros de que distintas respuestas son variaciones del rendimiento y no adaptaciones al entorno?
Pero Anthony Strittmatter, Uwe Sunde y Dainis Zegners han tenido una idea. Hay un dominio en el que se tiene acceso a una enorme cantidad de datos en un contexto muy exigente cognitivamente hablando. Los campeonatos mundiales de ajedrez les daban 125 años, más de 24.000 partidas distintas, con los que poder estudiar jugada a jugada el desempeño cognitivo de más de 800 personas. Y lo hacen en una tarea que no ha cambiado sustancialmente en todo ese tiempo.
Además, tenían una manera de estimar la calidad de las jugadas: los sistemas informáticos de juego. Es decir, podían saber cuál era la jugada óptima para cada situación y podían examinar cómo el ajuste de las decisiones de los jugadores a ese «estándar dorado» objetivo que les daban los herederos de Deep Blue, el programa que venció a Kasparov.
Una montaña rusa cognitiva
Hay dos hallazgos fundamentales: el primero es que el rendimiento cognitivo dibuja una especie de montaña rusa que va subiendo y subiendo hasta llegar a una «meseta» en torno a los treinta y la primera mitad de la cuarentena con su pico máximo en los 35 años. A partir de los 45 se produce una caída muy suave, pero progresiva. Este fenómeno parece muy claro independientemente de épocas, estilos de juego y otro tipo de planteamientos.
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El segundo descubrimiento es que la forma de la curva ha cambiado con los años. Según sus datos, los jugadores llegan a la «meseta» cada vez más rápido. El pico (35) y el momento de decaimiento (45) se mantienen, sencillamente se adelanta la llegada al momento de máximo desarrollo de las habilidades cognitivas. Esto último puede tener su explicación en el hecho de que los nuevos jugadores utilizan sistemas informáticos más a menudo en su formación: algo que les permite acumular más «partidas de calidad» (y más experiencia) en menos tiempo.
¿Qué implicaciones tienen estos resultados? Algunas, pero no muchas. Los mismos investigadores reconocen que, como puede verse en el segundo hallazgo, su estudio demuestra la importancia de la experiencia en el rendimiento cognitivo. En este sentido, el ajedrez es un dominio muy específico y difícilmente extrapolable. En contextos más ricos y cambiantes, toda la curva de rendimiento podría retrasarse en el tiempo hasta el punto en que los crecimientos de rendimiento por experiencia compensen la caída vinculada a la edad.
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