El gran debate en el origen de la filosofía, la visión de Parménides del ser como eterno e inmóvil y la visión de Heráclito de la existencia como puro devenir y cambio incesante, puede también formularse en términos de sustancia (o estructura) y proceso. Platón quiso reconciliar estas dos posturas con su noción de las ideas o formas que son inmutables pero que se expresan en el mundo sensible como devenir, movimiento y cambio enraizado en lo inmóvil. «El tiempo es la imagen móvil de la eternidad», dice el filósofo en el Timeo. En última instancia, sin embargo, Platón, al menos como ha sido leído por buena parte de la tradición filosófica, está más cerca de Parménides, pues la realidad última es inmutable y trascendente. Su alumno Aristóteles desarrolla la noción de sustancia, que sería la base del pensamiento metafísico.
En el sentido más básico, una sustancia es algo que se sostiene a sí mismo, que subsiste por sus propios medios, algo real e independiente. En oposición a sustancia está la noción de proceso, algo que está siempre en movimiento, cuya naturaleza no puede reificarse, no es una cosa autosubsistente, sino fluctuación, una serie de relaciones, interdependencia. Esta concepción de la realidad fue desarrollada por Alfred North Whitehead con mayor claridad en la filosofía occidental y es, por supuesto, esencial al pensamiento budista.
En términos generales, la ciencia moderna, salvo aquella que es idealista y que se encuentra entre los matemáticos puros, se inclina a la visión del proceso más que de la sustancia. Las cosas están hechas de átomos que están constantemente fluctuando entre la existencia y la inexistencia, pero incluso estos átomos no son realmente sustancias –y quizá el término átomos es inapropiado o caduco–, pues no tienen un fondo último y parecen existir de manera interdependiente a la observación o interrogación. No hay una realidad allá fuera fija, determinada y sustancial.
Esta especulación filosófica tiene un importante punto práctico, el cual es avanzado por el budismo. Según la teoría básica del budismo, el sí mismo o yo no es una sustancia (no es un atman), es sólo un proceso, un evento físico y cognitivo que reificamos y calcificamos como una cosa fija e independiente con la cual nos identificamos. Eso que llamamos yo es sólo instantes de forma material, percepción, sensación, volición (o fabricaciones mentales) y conciencia. No existe ninguna unidad intrínseca entre estos procesos, pero debido a la ignorancia y al apego creamos la estructura del yo.
David Hume, quien probablemente fue influenciado por el budismo, desarrolló una teoría muy similar. En su Tratado sobre la naturaleza humana, Hume escribe:
Cuando entro de la manera más íntima en aquello que llamo «yo», siempre me encuentro con una u otra percepción particular, calor o frío, luz o sombra… Nunca me sorprendo en algún momento sin una percepción y jamás puedo observar alguna cosa que no sea percepción.
Hume agrega que aunque llamamos a algo «yo», no existe una correspondencia entre ese «yo» y una realidad interna observable. Como en la teoría budista de los agregados, el «yo» es sólo una colección de percepciones que reificamos.
Si consideramos el idealismo, la fenomenología y algunas formas de budismo, como la escuela Cittamatra, surge la pregunta sobre si hay un aspecto irreductible sin el que no podemos hablar de conciencia, una unidad trascendental (en el sentido de Kant) o un sine qua non de experiencia subjetiva que define a la conciencia. No sólo hay experiencia de algo, sino que para que haya experiencia debe haber una experiencia para mí, para un yo autorreflexivo. En términos de la fenomenología esto se conoce como intencionalidad. No hay conciencia sin un sujeto que experimenta un objeto.
Aquí es donde se dividen las aguas. Pues el budismo mantiene que esta experiencia de ser un sujeto, aunque pueda estar adherida siempre a la experiencia consciente, no es fundamental ni sustancial. Algunas escuelas budistas, como la Madhyamaka, están de acuerdo en que para que exista conciencia debe haber sujeto-objeto pero consideran que en última instancia la estructura sujeto-objeto, y por lo tanto la conciencia misma, no son sustancialmente reales, pueden descomponerse y bajo análisis se disuelven. El yo, la base de toda imputación, nunca puede encontrarse en introspección, como notó Hume.
La escuela Cittamatra o «sólo conciencia», sostiene que si bien la conciencia se manifiesta como una estructura intencional, es posible tener subjetividad sin que haya un yo real. La sensación de subjetividad surge de una realidad fundamental que es la mente prístina no-dual, la cual toma el rol tanto de sujeto como objeto. Para esta escuela la materia no existe en última instancia, es sólo la manifestación de la mente como aspecto externo. El sujeto como tal tampoco existe, pero existe la subjetividad, la mente que se experimenta como sujeto; pero en última instancia esa mente carece de una identidad, de un atman, de un sí mismo o yo sustancial. En ambos casos, lo que vemos en el pensamiento budista es un entendimiento de la conciencia como puro proceso.
En el caso de la escuela Cittamatra, ese puro proceso que es la conciencia es real, sin que esto implique que el yo que emerge del proceso cognitivo sea real. En el caso de la escuela Madhyamaka, la conciencia también es puro proceso pero ese proceso no tiene una realidad subyacente fundamental, la mente misma puede deshacerse bajo el análisis, y esto aplica también para todo los elementos materiales.
¿Cuál es la realidad última? Esa es una pregunta difícil, pues la escuela Madhyamaka, de manera similar a los escépticos, se rehúsa a postular una teoría sobre lo último, más allá de decir que todas las teorías se disuelven bajo el análisis, es decir, están vacías, y que adherirse a cualquier postura sobre qué es la realidad metafísica es un error filosófico, una reificación metafísica. Pero es importante entender que esto no significa que se defienda que la realidad última es la nada. Quizá podríamos decir que la realidad última es sólo la interdependencia, el proceso mismo, que no tiene sustancia, que es pura relatividad. Asimismo, esta escuela budista defiende la existencia de un estado que alcanza el conocimiento de esta (elusiva) realidad última, y eso es la budeidad.
Por último, consideremos el sentido práctico que encuentra el budismo en la concepción de la realidad y el yo como procesos y no como sustancias. La teoría más importante del budismo, en la cual están implicadas las demás, es la de la originación interdependiente o pratityasamutpada. Como el nombre indica, esta teoría, a la cual se le atribuye el vislumbre que llevó al Buda al despertar, sostiene que todas las cosas se originan de manera dependiente a través de causas y condiciones, y ninguna tiene una realidad sustancial independiente. Una planta es el resultado de numerosas causas y condiciones como el agua, el sol, la tierra, etc., y sin ellas no es una planta. Esto la vincula de manera profunda a la naturaleza y permite que se vea como una expresión de la totalidad. En palabras del maestro vietnamita Thich Nhat Hanh, la interdependencia es «interser», participación en este proceso universal.
El budismo enseña que en cualquier fenómeno puede observarse la originación interdependiente, incluyendo en el más mínimo acto de percepción o sensación y las diferentes asimilaciones de procesos cognitivos de las que se compone la conciencia. Contemplar el propio proceso cognitivo, que no sólo construye el yo sino también la estabilidad del mundo que contiene nuestra experiencia, es identificado con entender la realidad del mundo. En un sutra del Canon Pali se dice que «quien ve la originación dependiente ve el dharma«; esto significa que quien ve este proceso de interdependencia logra comprender la naturaleza de la realidad y la esencia de las enseñanzas budistas, las cuales son fundamentalmente prácticas.
Eso significa que ver el mundo y la propia conciencia como un proceso y no como una sustancia tiene un efecto liberador. Nos libera del apego al yo y de toda la cadena de sufrimiento que se establece a través de la identificación con el yo.
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