La psicología del nacionalismo

por Steve Taylor
Tierra

Rusty Schweikhart fue miembro de la misión espacial Apolo 9 en marzo de 1969, que llevó a cabo pruebas para los alunizajes que tuvieron lugar más tarde ese año. Como muchos astronautas, encontró esa experiencia transformadora.

Una de sus pruebas fue hacer una caminata espacial alrededor de su módulo lunar, en la que flotaba a 160 millas sobre la tierra. Mientras contemplaba el planeta que giraba en círculos debajo de él, experimentó un profundo cambio de perspectiva. Como todos nosotros, había sido educado para pensar en términos de diferentes países con fronteras entre ellos. Pero ahora había perdido su identidad como astronauta estadounidense y se sintió «parte de todos y de todo lo que pasaba por debajo de mí». Como lo describió:

«Cuando das la vuelta a la Tierra en una hora y media, comienzas a reconocer que tu identidad está con todo … Miras hacia abajo y no puedes imaginar cuántas fronteras y límites cruzas, una y otra y otra vez, y ni siquiera los ves … Desearías poder tomar a una persona en cada mano, una de cada lado de los diversos conflictos, y decirle: «Mira. Míralo desde esta perspectiva.»

La perspectiva de Rusty Schweikhart parece muy pertinente en la actualidad, con un resurgimiento del nacionalismo en muchas partes del mundo. Donald Trump hizo del nacionalismo (bajo la bandera de «America First») el foco principal de sus políticas, mientras que en el Reino Unido, donde yo vivo, el nacionalismo se ha manifestado en la forma del Brexit.

La falacia del nacionalismo

Quizás, se podría decir, que la perspectiva de Schweikhart tiene sentido desde el espacio, pero seguramente, aquí en la Tierra, es inevitable que vivamos como diferentes grupos nacionales, con diferentes tradiciones e intereses, y con fronteras entre nosotros.

Pero reflexiona sobre esto por un momento. Hay innumerables especies diferentes que viven en la superficie de este planeta. Una de ellas es la raza humana, con aproximadamente siete mil millones de miembros. Hablando objetivamente, no hay naciones, solo diferentes grupos de homo sapiens que viven en diferentes áreas de la tierra habitable de nuestro planeta. En algunos casos, existen fronteras naturales formadas por mar o montañas, pero en muchos casos, las fronteras entre naciones son simplemente abstracciones, fronteras imaginarias que se han establecido por acuerdo y/o conflicto.

La idea de grupos humanos distintos no tiene sentido desde un punto de vista lingüístico. Los científicos han identificado estructuras gramaticales fundamentales y vocabulario compartido por todos los idiomas de la raza humana, lo que sugiere que todos los idiomas provienen de un idioma humano original, que se remonta a 50.000 años o más. (Esto a veces se conoce como el lenguaje proto-humano.) Esto encaja con la opinión ampliamente aceptada de que nuestra especie se desarrolló originalmente en el Cuerno de África hace aproximadamente entre 300.000 y 200.000 años y migró al resto del mundo en una serie de oleadas (la más significativa de las cuales tuvo lugar hace unos 60.000 años).

En otras palabras, tanto geográfica como lingüísticamente, todos los seres humanos tienen una fuente común. Todos procedemos del mismo grupo humano original. Los conceptos de raza y nacionalidad son falacias.

La base psicológica del nacionalismo

Entonces, ¿de dónde proviene el nacionalismo? Si somos esencialmente uno y lo mismo, ¿por qué los seres humanos tienen la tendencia a separarse en grupos y a entrar en conflicto y competencia entre sí?

Los seres humanos siempre han vivido en tribus, pero es un error suponer que las personas se identificaron fuertemente o exclusivamente con su tribu y trataron a otros grupos con hostilidad. Las tribus de cazadores-recolectores contemporáneos que siguen el mismo estilo de vida que los seres humanos prehistóricos (y, por lo tanto, pueden considerarse como representativos del pasado antiguo de nuestra especie) son bastante fluidas, con miembros cambiantes. Los diferentes grupos interactúan mucho entre sí, visitándose regularmente, haciendo alianzas matrimoniales y, a veces, cambiando de miembros. Esto hace que parezca poco probable que el nacionalismo sea una especie de impulso innato que hemos heredado de nuestros antepasados.

En mi opinión, tiene más sentido explicar el nacionalismo moderno en términos de factores psicológicos. Hay algunas pistas en la teoría psicológica del Manejo del Terror. Esta teoría, que ha sido validada por muchos estudios, ha demostrado que cuando las personas se sienten inseguras y ansiosas al recordarles la muerte, tienden a preocuparse más por valores de identidad como el nacionalismo, el estatus y el éxito. El nacionalismo tiende a intensificarse en tiempos de crisis e incertidumbre, lo que también sugiere un vínculo con la inseguridad. La pobreza y la inestabilidad económica a menudo conducen a un mayor nacionalismo y a más conflictos interétnicos.

Parece que una mayor sensación de inseguridad trae consigo una mayor necesidad de apegarnos a etiquetas conceptuales, a fin de fortalecer nuestro sentido de identidad. También ganamos seguridad a través del sentimiento de pertenencia a un grupo. Sentir que somos miembros de un grupo específico, con creencias y convenciones compartidas, mitiga nuestro sentido de separación. Y este sentido de identidad grupal se fortalece al percibirnos a nosotros mismos en oposición a otros grupos. Tener rivales y enemigos nos ayuda a definirnos con más claridad y fuerza. También ayuda a reforzar la identidad del grupo al proporcionar objetivos y un propósito comunes.

En mi libro, El Salto, sugiero que es normal que los seres humanos experimenten una sensación fundamental de separación e incompletitud: una sensación de estar encerrados dentro de nuestro propio espacio mental, con el resto del mundo «ahí fuera» del otro lado. Esto nos hace sentir frágiles y vulnerables, lo que genera la necesidad de identidad y pertenencia. Además del nacionalismo, esto explica en parte el atractivo de la religión, que es una fuente muy poderosa de identidad de grupo.

A nivel individual, es probable que las personas que sienten la mayor sensación de separación y los niveles más altos de inseguridad y ansiedad sean las más propensas al nacionalismo, el racismo y la religión fundamentalista.

Más allá del nacionalismo

Un hallazgo pertinente de mi propia investigación como psicólogo es que las personas que experimentan altos niveles de bienestar (junto con un fuerte sentido de conexión con los demás o con el mundo en general) no presentan un sentido de identidad grupal. He estudiado a muchas personas que experimentaron una profunda transformación personal después de una intensa agitación psicológica, como un duelo o un diagnóstico de cáncer. A veces me refiero a estas personas como «transformados» (shifters), ya que parecen ascender a un nivel superior de desarrollo humano. Sufren una forma dramática de crecimiento postraumático en el que sus vidas se vuelven mucho más ricas, satisfactorias y significativas. Tienen un nuevo sentido de apreciación, una mayor conciencia de su entorno, un sentido más amplio de perspectiva y relaciones más íntimas y auténticas.

Uno de los rasgos comunes de los transformados es que ya no tienen la necesidad de definirse a sí mismos en términos de nacionalidad, religión o ideología. Ya no se sienten estadounidenses o británicos, musulmanes, cristianos o judíos. Sienten un parentesco igual con todos los seres humanos, más allá de las distinciones conceptuales. Si tienen algún sentido de identidad, es como ciudadanos globales, miembros de la raza humana y habitantes del planeta Tierra, más allá de la nacionalidad o las fronteras. Los transformados han perdido la necesidad de una identidad grupal porque ya no se sienten separados y, por lo tanto, no tienen sensación de fragilidad e inseguridad.

La urgencia del trans-nacionalismo

En este momento, vivimos en una época de crisis sin precedentes, enfrentando una serie de problemas ambientales que amenazan nuestro futuro como especie. Si vamos a abordar estos problemas, es imperativo que trascendamos la ilusión de las diferentes identidades nacionales. De lo contrario, no podremos cooperar de forma eficaz. Continuaremos desperdiciando nuestra energía y atención en conflictos y rivalidades triviales entre grupos en lugar de enfocarnos en nuestros principales problemas colectivos.

Como el mundo mismo, nuestros problemas más graves no tienen fronteras. Problemas como la pandemia del coronavirus y el cambio climático nos afectan colectivamente y, por tanto, solo pueden resolverse colectivamente, desde un enfoque trans-nacionalista. Solo pueden resolverse desde la cosmovisión que experimentó Rusty Schweikart mientras flotaba por encima de la Tierra: desde la perspectiva de una especie, que vive en la superficie de un pequeño planeta parecido a un oasis en el vasto vacío del espacio, sin márgenes ni fronteras.

El nacionalismo es una aberración psicológica, y debemos ir más allá, se lo debemos a nuestros antepasados y a nuestros descendientes, y a las otras especies, y a la Tierra misma.

Steve Taylor, Ph.D. es profesor titular de psicología en la Universidad Leeds Beckett, Reino Unido.
Es autor de varios libros de gran venta, incluidos la caída y ciencia espiritual. / Más info
FuentePsychology Today
https://www.nodualidad.info/articulos/la-psicologia-del-nacionalismo.html

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