Yo entiendo por experiencia mística la percepción de lo invisible que hay tras lo visible. Todo es noticia de otra cosa, todo es signo de otra profundidad.
La mayoría de las veces vivimos con luces de posición y unas cuantas de ellas fundidas. Entonces, vamos dando golpes por todas partes. De vez en cuando tenemos como una claridad mayor y de repente es como si las luces cortas se encendieran. Y muy de vez en cuando, se encienden las luces largas y entonces vemos con perspectiva la totalidad, o la completud, de lo que vemos fragmentariamente.
La experiencia mística sería esas luces largas. Lo que permite contextualizar la propia vida y la cantidad de cosas que vivimos rotas, separadas y confusas en una luz que las integra todas. Cuando descubrimos que cada parte forma parte de una totalidad y que la totalidad está en cada parte. Cuando esto no es una idea, sino que se convierte en una experiencia. Por un lado, la experiencia mística para la persona que la vive verdaderamente, es muy concreta, y la persona está muy atenta a las cosas precisas de cada día. Porque no es una evanescencia y una evasión de la molestia que nos causa la vida cada día. Al contrario, produce esta gran apertura, pero al mismo tiempo una exquisita atención, delicadeza y compasión a cada cosa concreta. La articulación de ambas cosas es lo que hace la experiencia mística completa.
Para disponerse a esta experiencia, para vivir incluso desde ese estado, desde esa apertura, yo a lo largo de los años se me ha ido haciendo más claro que la diferencia fundamental entre los seres humanos no es entre creyentes e increyentes, sino entre seres abiertos y seres cerrados. Porque se puede ser creyente de una religión, pero estar totalmente cerrado, bunkerizado, en las propias certezas y entonces eso te cierra en lugar de abrirte y puedes ser una persona llamada entre comillas no creyente y estar totalmente abierta y receptiva a esa dimensión inefable que late tras todo. Por lo tanto, el primer requisito es estar abierto, estar disponible al aquí y ahora a cada momento.
Para mí, el signo de una madurez humana, psico-espiritual, es la capacidad de abrirse cada vez a mayor realidad. Por lo tanto, todo lo que esté en movimiento de apertura es disponerse para hacerse cada vez más sensible y más poroso a esa dimensión que por otro lado no está aquí. El gran problema de las religiones y de los caminos espirituales tal como se han presentado es que señalaban al más allá. Un más allá inaudible, invisible, en el cual había que someterse a unas creencias para poder hacer ese camino o acceder a esa dimensión. Ese más allá, que es cierto que es más allá en cuanto a que no lo agotamos ni con nuestro pensamiento ni con nuestro deseo ni con nuestros sentidos, es al mismo tiempo, el más acá. Es la profundidad primera y última de lo que estamos viviendo, pero es tan inaccesible que decimos que es más allá.
Más acá y más allá no se oponen y el ser humano está en esa franja intermedia, en el exilio, entre un más acá tan cercano que se nos escapa y un más allá que nos parece tan lejano que agonizamos, cuando lo que hay que hacer es detenerse, abrirse, disponerse y ofrecerse. Pasar de estar muy a la auto-defensiva, porque la vida nos ha herido, porque todos hemos recibido golpes que nos han hecho estar en actitud de autodefensa. Pasar de tener las manos cerradas, agarrotadas, que cuanto más agarrotadas las tenemos más se nos atrofian y las uñas nos van creciendo y se nos van clavando dentro de la carne por temor a soltar, a simplemente confiar, abrirnos y desplegarnos. Y las manos son lo mismo cerradas que abiertas, pero cerradas están incapaces de recibir nada y además se van doliendo y constriñendo, y en cambio abiertas ofrecen y al mismo tiempo reciben. En el mismo acto que estamos recibiendo, ahí mismo nos estamos ofreciendo.
Porque la vida es un continuo flujo y eso está inscrito, además, en la respiración: estamos inspirando y exhalando. Ahí está el secreto de la vida, la sabiduría de la vida está en el arte de prender y de desprenderse. Y esa es la disposición básica que está abierta a todos los seres humanos.
«Sed de Ser» es un cortometraje contemplativo con la intención de transmitir la universalidad y accesibilidad de la experiencia mística.
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