No-dualidad integral

por José Díez Faixat
José Díez Faixat

Todo el mundo manifestado aparece, inexorablemente, en forma de dualidades. No es posible ninguna expresión fuera del juego de los opuestos. No cabe encontrar, por ejemplo, principio sin final, ni exterior sin interior, ni objeto sin sujeto. Todos los contrarios son mutuamente dependientes, y, por tanto, podemos entenderlos como manifestaciones polares de una realidad que los trasciende, y que es «previa» a esa dualización.

La ciencia occidental ha estudiado minuciosamente el mundo exterior u objetivo, tratando de encontrar la realidad última que lo sustenta, y nos habla de una energía potencial ilimitada en un fundamento vacío. Las tradiciones de sabiduría orientales, por su parte, han indagado con idéntica meticulosidad en el mundo interior o subjetivo, y nos describen una fuente final de pura consciencia infinita y sin forma.

Lo que proponemos aquí, es que ambos vacíos, el exterior y el interior, no son sino una única y misma Vacuidad estudiada desde dos perspectivas diferentes, de forma objetiva o de forma subjetiva, pero que en sí no es ni objetiva ni subjetiva, sino que es «previa» a esa polarización. Es, diríamos, una prístina realidad absoluta, de la que todos los objetos y todos los sujetos no son sino sus propias manifestaciones duales y relativas. La «energía potencial» del vacío cuántico y la «consciencia pura» del vacío místico estarían, pues, indiferenciados en esa realidad definitiva y no-dual, que, por tanto, carecería de toda calificación o determinación particular. En este sentido, en numerosas tradiciones se la ha designado como Nada, o Vacuidad, o Abismo. Pero no es una mera ausencia o negación, sino, más bien, al contrario, una presencia diáfana e infinita, que «hace ser» a todo el universo de la finitud, una apertura radiante de la que surgen, en la que están y a la que retornan todos los fenómenos del mundo.

Los filósofos monistas materialistas restringen esa realidad fundamental a mera energía, y los monistas espiritualistas a pura consciencia, pero desde una perspectiva genuinamente no-dual, sólo cabe afirmar que la Vacuidad absoluta abarca ambas facetas, simultáneamente, y las trasciende, porque, como hemos dicho, no es posible reducir la realidad de ninguno de los dos polos antagonistas a la del otro, dado que ambos, tanto el sujeto como el objeto, se implican mutuamente.

Por eso, para apuntar hacia esa realidad absoluta, inefable y no-dual, sería importante no utilizar términos que hagan referencia a tan sólo uno de esos polos de su manifestación relativa, porque se invitaría, entonces, a una visión muy sesgada de la realidad, tal como sucede, desde posiciones presuntamente advaitas, cuando se habla simplemente de «Consciencia» o de «Subjetividad», sin más. Parecería más adecuado, pues, usar expresiones tales como «Autoevidencia», o «Autoluminosidad», o «Certeza-de-ser», que incluyen al completo la dualidad sujeto-objeto y la trascienden.

Es precisamente en este punto en el que claramente difieren los enfoques del vedanta advaita y del shivaísmo de Cachemira, las dos grandes escuelas no-dualistas de la India. Según los primeros, Brahman, la Realidad última, es esencialmente consciencia o conocimiento, mientras que para los segundos, lo Absoluto es a la vez consciencia y energía, indisolublemente unidos. Debido a su parcial perspectiva, los vedantinos tienen grandes dificultades para integrar el mundo relativo ―el ámbito de la percepción― con la realidad absoluta ―ausente de percepción. De ahí que afirmen que el universo surge mágicamente, como un fallo o excepción momentánea, producto de la ignorancia, y aspiren a “liberarse» del lastre de un mundo que, en última instancia, se desvanecerá para siempre en lo indiferenciado. Por el contrario, el planteamiento de los shivaítas es integral, no excluyente, celebra el universo como una inevitable y magnífica expresión siempre existente de la dinámica divina, y afirman que, incluso después de la realización del Sí-mismo, la infinita variedad del mundo se sigue desplegando en la consciencia maravillada del sabio, como expresión de su prodigioso deleite, habiendo trascendido todo resquicio de interpretación dualista de los sucesos.

Desde un enfoque integral de lo no-dual, el surgimiento del mundo tiene lugar por una simple apertura o dualización de la Vacuidad originaria. El 0 se desdobla en +1 y -1, generando automáticamente una distancia aparente entre ambos extremos. O, más concretamente, la pura Autoevidencia siempre presente, se polariza como objeto y sujeto, como energía y consciencia, desplegando un amplísimo espectro de equilibrios dinámicos entre ambas facetas. El polo objetivo-energético aparece como origen ―alfa― y el subjetivo-consciente como final ―omega―, creando una ilusoria trayectoria temporal entre ambos. De modo que el aparente proceso evolutivo del universo global ―del macrocosmos― y el desarrollo progresivo de los organismos individuales que lo componen ―de los microcosmos― no son sino el despliegue sucesivo de ese espectro de energía-consciencia que sucede en las propias entrañas de la pura Autoevidencia siempre presente.

Podíamos decir que en el origen la consciencia se encuentra completamente absorbida en la energía, y que todo el proceso de evolución y desarrollo no es sino la paulatina desidentificación del sujeto consciente de la base material que lo sostiene, etapa tras etapa, en un movimiento reiterado de separación y trascendencia, con la posterior inclusión de lo trascendido. Así, la vida se distancia de la materia densa y la incluye, la mente hace lo propio con la vida, el alma repite el proceso con la mente… hasta llegar a la plenitud del testigo desimplicado que abraza serenamente la totalidad del espectro de la realidad manifestada. A cada paso, se van alcanzando cotas de mayor ligereza y lucidez, y se generan organismos de mayor complejidad e integración.

(El lector que desee conocer los pormenores de este fascinante proceso evolutivo en el propio seno de lo no-dual, puede consultar el artículo Beyond Darwin: el ritmo oculto de la evolución en el que se plantea y comprueba una sorprendente hipótesis sobre el ritmo de la evolución, que puede poner en muy serios aprietos alguno de los postulados básicos de la ciencia materialista.)

Partiendo, pues de todo lo dicho hasta aquí, parece claro que un enfoque verdaderamente integral y no-dual de la realidad, deberá abarcar, simultáneamente, tanto ese fundamento absoluto atemporal ―la pura Autoevidencia siempre presente― como su manifestación relativa desplegada en el tiempo ―todo el juego de polaridades sujeto-objetivas―, ya sea que hablemos del universo en su conjunto, como si lo hacemos de sus entes particulares.

El «problema» que resulta de todo esto radica en que cada uno de esos organismos individuales puede tener «el centro de gravedad de su sensación de identidad» emplazado ya sea en la simple y diáfana Autoevidencia sin tiempo, o, lo que es más frecuente, en cualquier nivel determinado de su reflejo temporal como cuerpo-mente. O, dicho de otro modo, el presente eterno, que es lo único real, puede ser vivido desde el «ahora que permanece» de la Vacuidad plena, que incluye la totalidad del tiempo, o desde el «ahora que pasa» de su manifestación relativa, que abarca memorias y expectativas. Y éste es un punto clave que, en algunas ocasiones, parecen no tener muy claro algunos autores neo-advaitinos. Veamos.

Es cierto que la «iluminación» está ya realizada desde siempre, dado que lo que hemos denominado Autoevidencia es, en todo momento, la realidad fundamental de todos los organismos desde el origen. Es cierto también que las «personas» no pueden en ningún caso iluminarse, dado que la iluminación consiste, precisamente, en el descubrimiento de la completa irrealidad de esa «entidad separada» que creemos ser, y que busca iluminarse. Y es cierto, igualmente, que todos los acontecimientos del universo no son sino una expresión espontánea de la Autoevidencia absoluta en cada aquí y ahora del mundo relativo. Por todo ello, los neo-advaitinos insisten en que todo está ya bien, tal como está, y que no tiene sentido que un buscador inexistente intente alcanzar algo que ya se tiene desde siempre. Pero aquí convendría tener en cuenta el enfoque integral de lo no-dual que hemos esbozado anteriormente, para intentar evitar que de estas afirmaciones correctas se saquen conclusiones precipitadas.

Dado que la Autoevidencia absoluta es atemporal, carece en sí misma de cualquier direccionalidad. Pero, recordemos, su manifestación relativa tiene lugar por una apertura o dualización aparente del Vacío originario, como energía potencial objetiva y como consciencia pura subjetiva, que, actuando como polos original y final, generan un flujo continuo que se plasma tanto en la evolución global del universo, como en el desarrollo de cada uno de los organismos individuales que lo componen. Es decir, que en la manifestación relativa sí se da un progresivo despliegue, instante tras instante, de la potencialidad infinita de la Plenitud vacía, y, por tanto, se define una dirección muy precisa en el curso de los acontecimientos. Así, en la vida humana, el centro de gravedad de la sensación de identidad se va desplazando paulatinamente, de forma natural, a lo largo de todo el espectro de niveles de estabilidad que se generan en el flujo entre la base energética y la cumbre consciente, y, a cada paso, las crecientes cotas de lucidez permiten abarcar realidades más y más complejas e integradas.

El juego del universo consiste, básicamente, en esto, en reproducir en el ámbito de lo finito la no-dualidad de su Fundamento vacío. Decíamos al principio que la Autoevidencia siempre presente es «previa» a su dualización como energía potencial y consciencia pura. De modo que todo el proceso evolutivo no es sino el paulatino despliegue de los sucesivos niveles del espectro de energía-consciencia, y su progresiva integración en organismos más complejos y unificados, hasta, en el límite, alcanzar abrazar ambos extremos polares simultáneamente, manifestando temporalmente la no-dualidad de su Fuente atemporal.

Lo que acabamos de plantear es el meollo de la no-dualidad integral. Podemos resumirlo adaptando una famosa triple sentencia de Ramana Maharshi: la Vacuidad es quietud; el universo es evolutivo; la Vacuidad es el universo.

Parece ser que algunos autores neo-advaitinos tienen dificultades en asumir la segunda frase. Y así afirman, literalmente, «no hay proceso temporal», «nada va a ninguna parte», «no hay objetivo», «no hay ningún propósito en nada», «no hay arriba ni abajo», «no hay antes o después», «no hay jerarquía», «la realidad carece de toda intención o dirección determinada», «evolución y progreso son conceptos mentales», «no hay evolución cultural ni espiritual en la raza humana»… Y, por eso, reiteradamente, caen en la llamada «falacia pre-trans», al equiparar la vivencia del bebé con la del sabio, sin reparar que mientras el primero tiene el centro de gravedad de su sensación de identidad completamente absorbido, de forma exclusiva, en los niveles energéticos y vitales, el segundo ha trascendido por completo todo el espectro de la energía-conciencia, y su sensación de identidad se ha diluido plenamente en la simple Autoevidencia, abrazando, de instante en instante, la totalidad del espontáneo juego de la vida. Esos autores neo-advaitinos, además, no reparan en que el comportamiento de los diferentes organismos va variando según la fase del espectro que están recorriendo en su paulatino proceso de desidentificación, y que, cuantos más niveles hayan trascendido, más amplia y profunda será su consciencia y, por tanto, su conducta resultará más comprehensiva e integradora, reflejándose en sí mismo y en su entorno, de forma espontánea, las cotas de lucidez y libertad alcanzadas.

Como decíamos anteriormente, los neo-advaitinos tienen razón al afirmar que la iluminación está ya realizada desde siempre, y que no es posible que una persona se ilumine, porque la entidad separada que creemos ser es una mera ilusión. Pero los defensores del advaita tradicional, por su parte, también tienen razón en partir del hecho de que los organismos humanos adultos, en una inmensa mayoría, tenemos el centro de gravedad anclado en los niveles egoicos del espectro de la energía-consciencia, y, por tanto, interpretamos erróneamente nuestra verdadera identidad, creyéndonos entidades separadas y autónomas. Desde la perspectiva de la no-dualidad integral, se entiende que los gestos de «discernimiento y desapego», o de «vigilancia y abandono», o de «atención sin opción» que decía Krishnamurti, no se plantean tanto para alcanzar la Autoevidencia, que de hecho ha estado presente desde siempre, sino para facilitar el proceso de desidentificación que desplaza el centro de gravedad de la sensación de identidad a través de ámbitos progresivamente más amplios, leves y lúcidos, hasta llegar al testigo desimplicado final, que nos abre la posibilidad de despertar de nuestro engaño, y de descubrir, verdaderamente, el Secreto Abierto, lo que ha sido evidente desde siempre.

© 2013 José Díez Faixat
https://www.nodualidad.info/colaboraciones/no-dualidad-integral.html

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