De acuerdo al hermetismo, el famoso «diablo» no es una entidad, sino una fuerza errática, una corriente magnética formada por una legión de voluntades malignas encadenadas.
En todas las épocas y todas las culturas, la Espiritualidad, el conocimiento de los planos sutiles de la Naturaleza, el universo metafísico —en ese estricto sentido etimológico demeta tá physiká (más allá de la física, aristotélicamente hablando)— tuvo un doble mensaje: uno para las masas no tanto «ignorantes» sino «indiferentes», y otro para los Buscadores.
Es parte de la lógica hermética no ocultar compulsivamente la Sabiduría, sino ubicarla en anaqueles que obliguen a quien dice interesarse a cierto esfuerzo en alcanzarla. Si la Sabiduría se regalara como golosinas, ¿qué mérito espiritual implicaría obtenerla?. Es por ello que las Sociedades Esotéricas no son «secretas» sino «discretas». No se trata de «elitizar» el Conocimiento, sino de demandarle a quien lo busca un esfuerzo extra, diferenciado de la anomia del resto, como lícito intercambio.
Esta es la razón por la cual todas las doctrinas «religiosas» —y no hablemos ya de «iglesias»— en su pretendida «universalidad» en la distribución del saber, se fundamentan en la «fe» (verdadera tautología que implica la negación de la evidencia) y en un discurso —que en ocasiones suena hasta violatorio del sentido común— pero que en definitiva encripta, simbólicamente, cuando menos trazas del verdadero Conocimiento. Y hoy, para ejemplificar lo que escribimos, tomaremos el caso del «infierno».
Enseñaba Eliphas Levi, cuando instruía sobre el manejo de lo que él llamaba la «luz astral» (el campo, universo, mundo o plano astral) que, «para adquirir facultades mágicas se necesitan dos cosas: redimir la voluntad de toda servidumbre y ejercitarse en regularla».
Herméticamente, la voluntad es simbolizada por una serpiente a la que se le aplasta la cabeza. O el arcángel que mata al dragón.
La serpiente que muerde su cola, Uróboro, representa el ciclo circular de la luz astral realimentada y transformada en fuerza espiritual. La doble serpiente del caduceo de Hermes, la serpiente de bronce de Moisés, la serpiente del Paraíso, la serpiente en la base del macho cabrío de los aquelarres, el «baphomet» templario, la doble cola de serpiente del gallo que representa al dios Abraxas y finalmente el diablo de los cristianos, significa la fuerza ciega contra la cual ha de prevalecer el espíritu para liberarse de sus ataduras, porque si su Voluntad no lo libra de esta «atracción fatal», quedará absorbida en la corriente de fuerza que las produjo y descenderán al plano más bajo de lo astral, a lo profundo, consumiéndose en sí misma en ese «fuego eterno» que es la esencia del espíritu no realizado.
Es necesario recordar aquí un concepto que los ocultistas han preservado a través de los siglos. Lo que llamamos «emociones», «deseos», «sensaciones» en la experiencia humana, es la forma en que se manifiesta, que se expresa en el plano denso el comportamiento de nuestro sutil Cuerpo Astral.
Ese conjunto de «emociones», «deseos», «sensaciones» —así las llamamos comúnmente— conforman el Cuerpo de Deseos. Y Cuerpo de Deseos y Cuerpo Astral son lo mismo. Porque la propia naturaleza del plano astral es estar «hecho» de la «sustancia» que experimentamos como emoción, deseo, sensación. Así adquiere sentido la eterna consigna que el Amor es la fuerza más poderosa del Universo porque si el plano astral interpenetra todo el Cosmos —y sólo cuando interpenetra a la naturaleza humana se expresa como sentimiento—, las vibraciones más bajas de ese Plano se mostrarán o percibirán como los sentimientos más bajos (odio, ira) y la vibración más alta como sentimientos puros y elevados. El Amor, por ejemplo.
Así que el flujo y movimiento de la corriente astral universal estará indisolublemente sujeta a lo que experimentamos o más bien, lo que experimentamos estará indisolublemente sujeto a la corriente astral universal. La Voluntad —trabajada y refinada— hace de esa «luz astral» destructora o generadora.
Nuevamente Eliphas Levi: «Todas las operaciones mágicas consisten en desprenderse de los anillos de la serpiente y ponerle el pie encima de la cabeza para dominarla a voluntad».
Así, pues, el famoso «diablo» no es una entidad, sino una fuerza errática, una corriente magnética formada por una cadena de voluntades malignas (la «legión» del Evangelio), por pesadas incrustaciones del bajo astral que podríamos percibir como «sentimientos negativos» y el Infierno, ser arrastrado por dicha corriente.
No estaría de más recordar aquí que, por ejemplo en el budismo tibetano los «demonios» no son concebidos como «entidades exteriores» al individuo, sino como verdaderas «entidades interiores» que hay que extrayectar y combatir.
Y de aquí en más, busque el buscador y reflexione el pensador.
Por Gustavo Fernández.