Las noticias no son buenas en estos días y sospecho que nunca lo han sido. Nuestros corazones se rompen al presenciar el sufrimiento del mundo. Observamos que todos los seres humanos parecen estar cegados por pensamientos opuestos y sentimientos terribles. Incluso los bebés pequeños, gritan y lloran por lo que quieren, parecen estar infestados de los tres venenos de la codicia, la ira y la ignorancia.
Para explicar esta tendencia humana hacia lo negativo, a algunas religiones se les ocurrió la doctrina del pecado original: hemos nacido malos, así que estamos obligados a arrepentirnos y cambiar nuestros pensamientos negativos y comportamientos dañinos.
Las enseñanzas budistas Mahayana ofrecen una visión diferente y más esperanzadora de nuestra naturaleza fundamental. La buena noticia del budismo Mahayana es que ya somos seres despiertos, y la negatividad que oscurece nuestra verdadera naturaleza es impermanente y temporal.
En la visión dualista, nos esforzamos por transformar el mal en bien, oponiéndonos a la codicia, la ira y la ignorancia con generosidad, bondad y claridad. En la visión no-dual del Mahayana, abrazamos todo lo que surge, lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, como ejemplos de la naturaleza despierta que llena el universo. La palabra «buda» deriva de la palabra sánscrita para «despierto», por lo que llamamos a esta naturaleza despierta la naturaleza de Buda.
La naturaleza de Buda es la base de todo ser. No es ni buena ni mala, aunque no es neutral. Tiene el sabor de la compasión y la claridad y promete alivio de la mente que crea división y se aferra obstinadamente a un yo separado. A veces decimos que todo el mundo ya tiene la naturaleza de Buda o, en palabras de Eihei Dogen, el maestro zen japonés del siglo XIII, todo el mundo es la naturaleza de Buda.
Pero, ¿qué pasa con la negatividad que infesta la vida humana y la sociedad? La buena noticia es que estos son solo oscurecimientos temporales de nuestra naturaleza búdica, no una parte permanente de quienes somos.
En el budismo decimos que los tres venenos de la codicia, la ira y la ignorancia forman los ingredientes básicos de nuestro sufrimiento. Como veneno, contaminan el equilibrio, la claridad y la bondad de nuestra verdadera naturaleza. Estos venenos fundamentales o de raíz de la codicia, la ira y la ignorancia, solos y en combinación, constituyen todas las infinitas variedades de nuestro sufrimiento en pensamiento, emoción y acción.
En sánscrito, la palabra para estos venenos es klesha, que tiene la connotación de algo que oscurece o cubre. Se dice que los kleshas son como nubes que cubren el sol, que siempre brilla pero a veces se oculta a la vista. Ocultan la realidad de nuestra naturaleza búdica de nuestra consciencia.
Los tres venenos pueden combinarse para crear todo tipo de infelicidad, y parecen muy reales cuando estamos bajo su control. La forma en que somos impulsados por estas fuerzas elementales se puede ver fácilmente cuando miramos directamente nuestro comportamiento, pensamientos y sentimientos internos. Notamos que hay todo tipo de pensamientos que comienzan con las frases «quiero», «odio» y «no me importa». Es difícil para nosotros ver más allá de estos hábitos mentales, que por supuesto conducen a hábitos de comportamiento aún más destructivos.
Todos los kleshas se basan en el dualismo: tú y yo, la felicidad y el sufrimiento, el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto. Desde el punto de vista no-dual, la mente que solo ve los opuestos está distorsionada y no puede comprender la realidad de la naturaleza penetrante y despierta sin caer en el dualismo. Nos aferramos a la visión de «todo es un asco» hasta que se convierte en «todo es hermoso». Sin una visión no-dual, avanzamos y retrocedemos interminablemente en dualidades.
Hay muchos nombres para esta naturaleza despierta y no dual. Podemos describirla como no nacida, libre de categorías, libre de apego y libre del yo. Siempre está presente. No puede oponerse ni alcanzarse. No puede ser comprendida por la mente discursiva. Solo puede ser conocida por el corazón y la mente despiertos. Bodhidharma, el maestro indio del siglo V que se dice que trajo el zen a China, dice que la naturaleza de Buda es «inconcebiblemente maravillosa».
Hay más buenas noticias. La naturaleza de Buda no se limita solo a los seres humanos. No hay nada en el universo fuera de esta naturaleza despierta.
En la realidad indivisa que contiene todos los opuestos, todo revela la verdad del despertar. Los animales y las plantas, los azulejos y las paredes, los árboles y las estrellas demuestran la naturaleza de Buda. Para la mente que crea incesantemente pensamientos y puntos de vista dualistas, esto es difícil de entender. Pero una vez que se ve, es realmente maravilloso y profundamente reconfortante.
Aunque la naturaleza despierta parece algo especial, en realidad es profundamente ordinaria. Y no es algo que tengamos que crear. Aparece de forma natural desde el fondo de nuestro ser, asomándose a través de nuestros pensamientos, sentimientos y comportamientos como briznas de hierba que crecen en el suelo.
El punto de entrada para conocer nuestra propia naturaleza despierta es muy simple ― se trata de experimentar quiénes somos sin aceptar, rechazar o juzgar nada. Pero aunque es simple, no es fácil, porque nuestra forma habitual de ser está basada fuertemente en el dualismo y la distorsión de la superación personal. Nos esforzamos mucho por ser buenos y sabios. Somos adictos al esfuerzo. Decidimos que las partes de nosotros mismos que no nos gustan no somos nosotros, y trabajamos muy duro para eliminarlas. Todos tenemos alguna imagen de quiénes deberíamos ser, y tratamos de aniquilar las partes rebeldes para convertirnos en nuestro yo idealizado.
Al negar ciertas partes de nosotros mismos, perdemos el continuo resurgir del corazón despierto, que es la fuente de la pasión y el deleite. Nos engañan los tres venenos, que consideramos permanentes y creemos que debemos oponernos. Pero todos estos surgimientos accidentales no son permanentes y no pueden evitar dispersarse si dejamos de interferir con ellos.
En lugar de intentar exterminar estas partes de nosotros mismos, podemos practicar la meditación no dual. Podemos descubrir lo que ha estado oculto por nuestro pensamiento adventicio pero que siempre está presente. A través de esta práctica se revela nuestra naturaleza de Buda. Siempre está aquí, pero no podemos saberlo hasta que abrazamos todo nuestro ser, incluidas las ilusiones y las partes de nosotros que rechazamos.
¿Cómo practicamos este des-cubrimiento? Observamos todo lo que surge en el cuerpo y en el corazón-mente y lo vemos por lo que es: fenómenos temporales que toman forma como pensamientos, sentimientos, percepciones, opiniones y sensaciones. Debido a que los hemos visto como impermanentes, aprendemos a dejar de confiar en ellos y a depender de ellos.
Si deseas establecer las condiciones para reconocer tu naturaleza despierta, todo lo que tienes que hacer es sentarte, estar quieto y erguido, y permanecer despierto a todo lo que sea que esté aquí. Siempre que surja algo en la conciencia ―ya sea un pensamiento, un sentimiento o una percepción sensorial― no lo persigas. No luches contra ello ni intentes transformarlo tampoco.
Esta práctica toma un tiempo para acostumbrarse, porque esencialmente consiste en no-hacer. Dogen lo describe como pensar sin pensar. Sé curioso: solo observa lo que sucede con todos estos surgimientos cuando dejas de interferir en ellos.
Pero cuidado: hay una trampa que puede aparecer incluso cuando estamos haciendo una práctica de meditación de des-cubrimiento. La mente dualista quiere crear un concepto fijo de todo, incluida la naturaleza de Buda. Esto incluye cualquier idea fija de despertar o de logro que puedas tener cuando comienzas a reconocer el hecho innegable de la naturaleza de Buda en ti mismo y en el mundo que te rodea.
En la práctica no dual, no hay nada que hacer ni ningún lugar adonde ir. No hay nada que tratar de resolver o eliminar. Una y otra vez, reconoces que lo que surge es simplemente lo que surge. Gradualmente, lo que al principio simplemente se vislumbra como el espacio entre los pensamientos pasajeros comienza a tener una presencia más fuerte en tu consciencia despierta. Reconoces algo que no está limitado a o por los pensamientos, percepciones sensoriales o sensaciones físicas.
Esta sensación de espaciosidad es el reconocimiento de tu naturaleza despierta. También ves sin duda que la acción compasiva surge naturalmente de esto. Te das cuenta de que siempre has estado lleno de la tremenda energía de la bodichita, el corazón y mente despiertos del Buda.
Pero por mucho que te guste, no puedes hacer que esta transformación suceda. Puedes establecer las condiciones para que se realice, pero tan pronto como el esfuerzo egocéntrico entra en escena, te vuelves a perder en la dualidad. Sin embargo, incluso tu esfuerzo egocéntrico debe ser reconocido por lo que es ―un fenómeno temporal― y no debe ser rechazado.
Cuando sostienes suavemente en tus manos abiertas todo lo que encuentras, incluso tu ira, tu codicia, tu ignorancia y tu esfuerzo, la energía contenida en toda esta actividad problemática se transforma y se libera. Esa es la naturaleza misma de los fenómenos: cambiar, transformar y liberar. Cuando no interfieres ni te identificas con la ira, sino que la mantienes con suavidad en la consciencia despierta, se transforma, por sí sola, en claridad. La codicia se transforma en compasión y el deseo de conectar. La ignorancia se transforma en la experiencia profunda de asentarse profundamente en el momento, tal como es, más allá de cualquier historia o concepto. Incluso el sufrimiento, cuando puedes simplemente dejarlo estar sin tratar de eliminarlo, se revela como parte de tu naturaleza despierta. No hay excepciones, todo es la naturaleza de Buda.
Por supuesto, a todos nos encanta inventar historias y conceptos, y somos muy buenos en eso. Estos también son parte de la vasta realidad indiferenciada que llamamos la naturaleza de Buda, y no deben ser rechazados. Solo necesitamos verlos por lo que son ― un vínculo creado de pensamientos aleatorios que tienen significado para nosotros.
En las enseñanzas Mahayana, a veces conceptualizamos las energías transformadas de los kleshas como seres humanos. Manjushri, el bodhisattva de la sabiduría, lleva una espada que atraviesa el engaño. Avalokiteshvara, el bodhisattva de la compasión, a veces aparece con cien brazos para ayudar a todos los seres del mundo y cien ojos para ver las infinitas variedades de sufrimiento. Hay una hermosa historia en la tradición Zen sobre él.
Un estudiante le pregunta a un maestro: «¿Qué hace el bodhisattva de gran compasión con todas esas manos y ojos?»
El maestro responde: «Es como una persona que busca a tientas su almohada en medio de la noche».
El corazón despierto es lo que somos, y no puede evitar actuar a través de nosotros.
Practicando de esta manera, gradualmente, durante días y meses y años, nuestra vida se impregna de la sensación de ser la naturaleza de Buda misma. De hecho, hay una transformación, pero no somos nosotros quienes hacemos que suceda. Solo establecemos las condiciones para que surja naturalmente.
Esta práctica no nos protege del dolor. Los tres venenos continúan apareciendo y desapareciendo. Nuestros corazones se vuelven más tiernos a medida que continuamos estando presentes con todo lo que surge, porque gran parte de lo que presenciamos es dolor y sufrimiento. Nuestros corazones se rompen, y estos corazones rotos se revelan como la naturaleza de Buda. Sentimos un nuevo poder que no es personal, más allá de la felicidad y el dolor, más allá del bien y del mal, de lo correcto y lo incorrecto.
Y luego no tenemos otra opción que salir y comprometernos con un mundo que es simplemente nosotros mismos. No nos esforzamos por reparar lo que está roto. En cambio, con un corazón enérgico y despierto, nos relacionamos directamente con el mundo. El Buda dijo que el mundo está en llamas y, aunque está ardiendo, es el único mundo que tenemos. No es bonito pero es perfecto y completo. Está vivo con una maravilla inconcebible.
Melissa Myozen Blacker, Roshi
Es monja y maestra zen con transmisión en dos linajes de Zen en la escuela Boundless Way Zen, con centros de práctica en Nueva Inglaterra y otras regiones. Es una de las maestras residentes en el Boundless Way Temple (Mugendo-ji) en Worcester, MA. Es coeditora de The Book of Mu: Essential Writings on Zen’s Most Important Koan.
Es miembro de la Asociación Americana de Maestros Zen y la Asociación Budista Soto Zen.