El Sutra del Corazón es uno de los textos más importantes del budismo majayana. En sus 25 estrofas se expone con precisión el aspecto más profundo de la filosofía budista: la vacuidad. Como señaló Lama Rinchen Gyaltsen en el curso El Sutra del Corazón en Madrid, “vacuidad” no se refiere a que las cosas —seres y fenómenos— no existan, sino a que están vacías de existencia inherente. Lo que llamamos realidad no es algo aislado y cristalizado, sino el resultado constante de una inexpresable red de interdependencias en la que nosotros, el observador, desempeñamos un papel crucial.
Un aspecto de la vacuidad que invita a descubrir este texto se refiere a la vacuidad del ser. Contrario a lo que sentimos y creemos, ningún ser es un elemento separado, unitario, independiente de las partes que lo componen ni del medio que lo rodea. (Por otra parte, los fenómenos “objetivos” o externos al ser tampoco lo son, pero ese es otro tema.) En este sutra, Avalokiteshvara —el bodhisattva que simboliza la compasión de todos los Budas— explica esta vacuidad personal tras ser preguntado por Shariputra, uno de lo más destacados discípulos del Buda.
Avalokiteshvara niega la existencia absoluta (pero no la relativa) del ser siguiendo tres presentaciones. Según Gorampa Sonam Sengge (1429-1489), uno de los filósofos sakya más prolíficos, polémicos e influyentes de todo el budismo tibetano, estas tres presentaciones son una de las estrategias que utilizó el Buda para desmantelar las tres nociones (erróneas) que todos tenemos de lo que es un ser a nivel absoluto.
¿Y cuáles son esas tres nociones?
El gran poseedor: el ego dueño
Todos tenemos, a un nivel preconceptual, la noción de que hay “algo” o “alguien” diferente de nuestro cuerpo y mente que está en posesión de ambos.
Si nos preguntamos quién es ese alguien, probablemente lo máximo que alcancemos a responder es… “Bueno, yo soy ese alguien”. ¿Pero quién es exactamente ese alguien? Para refutar esta noción, el Buda presentó al ser como una colección de cinco agregados psicofísicos (skhandhas). Como elabora Avalokiteshvara:
“Shariputra, cualquier hijo o hija del noble linaje que desee adiestrarse en la práctica de la perfección profunda de la sabiduría deberá hacerlo así: considerando correctamente que los cinco agregados también carecen de naturaleza inherente.
Forma es vacuidad, vacuidad es forma. Vacuidad no es más que forma y forma no es más que vacuidad. Del mismo modo, sensaciones, discernimiento, estados mentales y consciencias son vacíos.
Por tanto, Shariputra, en vacuidad no hay forma, ni sensación, ni discernimiento, ni estados mentales ni consciencia”
El primero es el único agregado físico, la forma, y se refiere al aspecto material del ser: su aspecto, color, masa y demás.
El segundo, sensación, podría traducirse más fielmente por impresiones, y se refiere al proceso mental automático que se produce inmediatamente después de producirse contacto entre un sentido (vista, oído, olfato, gusto, tacto o mente) con su objeto de referencia (objeto visual, olfativo, etc). En cuanto ambos, sentido y objeto, se unen, se produce una impresión mental que puede ser agradable, neutra o desagradable.
El tercero, percepción, se refiere al proceso mental que separa y discierne el objeto sensorial, clasificándolo como una entidad particular.
El cuarto, las formaciones mentales, agrupa 51 procesos mentales entre los que se encuentran la intención, los recuerdos y la recolección (mindfulness).
Por último, la conciencia se refiere al aspecto de la mente que conoce, que ilumina y da vida a la experiencia, como la luz de la vela que permite ver el contenido de una habitación oscura.
De entre estos cinco agregados, carentes de existencia inherente y relacionados entre sí, ninguno posee al resto. ¿Dónde está el ego entonces?
Quiero más y más: el ego consumidor
La segunda noción de ego es a la que se refiere Avalokiteshvara en las líneas:
“No hay ojo, ni oído, ni nariz, ni lengua, ni cuerpo, ni mente; no hay forma visible, ni sonido, ni olor, ni gusto, ni tacto, ni objetos de la mente”
(Recordemos que no es que no tengamos ojos, ni nariz, ni lengua. Con esta negación solo se está negando su existencia absoluta, independiente y aislada de causas y condiciones. A nivel aparente, por supuesto que existen.)
Con estas palabras, Avalokiteshvara desmonta la segunda noción de ego, la del ego que consume experiencias sensoriales. Como explica Lama Rinchen, pareciera que todos tenemos un “mini-yo” detrás de los ojos, en el centro del cráneo, que es el que realmente está viviendo nuestra vida, viendo lo que vemos, escuchando lo que escuchamos y demás.
Pero con esta segunda presentación del ser, conocida como las 12 puertas de percepción (ayatanas), se refuta esta concepción errónea. Las experiencias sensoriales simplemente ocurren, y no hay necesidad de un consumidor detrás de ellas para que funcionen como lo hacen.
Estas 12 puertas son en realidad 6 pares, compuestos por los sentidos antes mencionados (vista, oído, olfato, gusto, tacto y mente), junto con sus correspondientes objetos de referencia (objetos visuales, auditivos, olfativos, gustativos, táctiles y mentales). Por poner un ejemplo, la primera puerta de la percepción, ahora mismo, la compone tu ojo junto con las formas y colores que componen este texto y la pantalla en la que lo estás leyendo.
La realidad, por lo tanto, es un producto interdependiente de la unión entre objetos y sentidos (ambos carentes de existencia inherente). ¿Dónde entra el ego como consumidor, si la realidad se produce como resultado del contacto entre estos seis pares?
Aquí mando yo: el ego como agente
“No hay elementos visuales, y demás, hasta no haber elementos mentales, ni elementos de la conciencia mental”
Avalokiteshvara continúa con su presentación justo donde lo dejó con las 12 puertas de la percepción (6 sentidos y 6 referentes) para añadirles 6 elementos más: sus 6 conciencias correspondientes.
¿Te acuerdas del quinto agregado o skhandha, la conciencia? Conciencia se refiere al aspecto luminoso de la mente, el que conoce, el que da vida, a la respectiva experiencia sensorial o mental. Aunque la psicología cognitiva occidental habla de la conciencia, de acuerdo al budismo cada uno de los seis sentidos (los cinco sensoriales y la mente) tiene su correspondiente conciencia, lo que hace un total de seis conciencias. A esta presentación de objeto-referente-conciencia se la conoce como los 18 elementos (dhatus).
Para entenderlo, podemos pensar en el sonido del goteo de un grifo en nuestro hogar mientras dormimos. Cuando estamos dormidos, el objeto auditivo (el sonido del goteo) está presente; nuestro aparato auditivo también, y existe un contacto entre ambos; sin embargo, al estar inconscientes, no se produce conciencia auditiva, por lo que esa experiencia no se manifiesta para nosotros. Ocurre lo mismo para el resto de sentidos: si no está presente este elemento, la conciencia, no nos damos cuenta de esa experiencia particular. Simplemente, no existe para nosotros.
Esta presentación se da para contrarrestar la noción de que el ego, a un nivel absoluto, es la conciencia, ya que funciona como agente que inicia la experiencia y manda sobre la realidad. Sin embargo, como señala Avalokiteshvara, la conciencia, vacía de existencia inherente, no es más que un producto del contacto entre el objeto y la facultad correspondiente, y no una entidad separada y todopoderosa que inicia el proceso. ¿Cómo puede ser entonces absoluto algo que depende del contacto de dos partes?
¿Dónde está entonces el ego?
Estas tres presentaciones de las diferentes máscaras que adopta el (falso) ego son, en realidad, tres meditaciones que Avalokiteshvara introduce para que cada uno responda a esta pregunta.
Analizando minuciosamente cada componente de nuestro ser, buscando su existencia inherente, cada cual debe llegar a una comprensión intuitiva, experiencial e inexpresable al respecto: el ego, tal y como nosotros lo habíamos erigido, no se puede encontrar a nivel absoluto. En ese preciso momento, uno debe enfocar completamente su atención con shamatha sobre esa realización intuitiva, y dejar que ese estado purifique la ignorancia fundamental sobre la que reposaba la distorsión del falso ego, quedándose ante la cruda, desnuda e inefable realidad: que somos infinitamente más de lo que nunca habíamos llegado a imaginar.
La liberadora vacuidad del ser, o por qué no eres lo que aparentas (a nivel absoluto)