Cuando mi Maestro me hablaba del Vacío, lo hacía a la hora del té, todos reunidos comiendo galletas y tomando té o a veces café.
Nos hablaba del Vacío, de la Nada, y aprendíamos a ver las flores, los animales, los insectos, incluso a las personas a nuestro alrededor.
Cuando nos hablaba del Silencio, aprendíamos a escuchar a los demás, no lo que entendíamos nosotros, sino lo que pretendían decirnos.
Es curioso que nuestra ignorancia, nuestra terquedad al aprender lo contrario de lo que nos quería enseñar, nos llevase a aprender correctamente.
La verdad es que nunca he entendido, si es que nos mentía para que aprendiésemos lo que debíamos aprender, o es que, al no enseñarnos nada más que lo que sabíamos y no queríamos ver, al final aprendíamos lo que era mejor para nosotros.
A mí me habría gustado aprender sus enseñanzas, poder explicar lo que Él nos explicaba, pero mi memoria y mi atención no son muy buenas.
Supongo que no estuve atento, que incluso en lo que escuché, olvidé pronto las palabras, por lo que apenas puedo repetir algo de lo que nos decía. Sólo algunas palabras, que de tan repetidas, esperábamos que nos las diría en cada ocasión, en cada dilema: Un solo hacer, aquí y ahora, todo es uno, paso a paso, vacíate, no son frases que sean como las que leemos de gente famosa, también nos las repetíamos unos a otros y pueden ser leídas en muchas obras.
Sin embargo, al final sin saber cómo, cada uno aprendió lo que tenía o estaba preparado a entender.
Probablemente Él sabía, que no era necesario para nuestro aprendizaje, por lo que no pretendió nunca enseñarnos Sus conocimientos o Su pensar.
Mi gran fortuna, sin embargo, me llevó hasta Él, lo que me permitió ser lo que soy, algo que no dejaría de ser sin haberle conocido, por eso me considero afortunado que mi no saber dónde ir, me llevó hasta Él.
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