Los ocho extremos

Miércoles, 3.5. Y mayo avanza. O lo parece. Que esa mera designación existe. ¿Existe «mayo», más allá de un mero nombre? Es obvio que no existe, inherentemente, y sin embargo funciona, para entendernos, para organizarnos.
Pero sólo funciona porque es un acuerdo establecido que compartimos. Si nos comunicamos con una persona que no sabe qué es «mayo», alguien que interpreta el mundo (la vida o el tiempo) de otra manera, por ejemplo en base a los cultivos, o la luna, o el sol, o las mareas, o las lluvias… En ese caso, el concepto «mayo» no serviría de nada. No funciona. No existe.

Quizás con «mayo» es fácil verlo. Pero si hablamos del tiempo como «mera designación», puede que nos resulte un poco más difícil. Parece que existe en sí mismo. Por las señales del paso del tiempo, en el cuerpo, en el paisaje, en las situaciones. Como ir y venir, todo nace y muere, lo individual y lo colectivo.
Y si hablamos del cuerpo mismo, o del «yo» personal, quizás aún nos resulte más difícil considerar que no existen tal como los concebimos, tan «reales». Considerar, por ejemplo, que son meras conceptualizaciones que dan lugar a entes que nos parecen objetivamente reales, como «mayo», y que, sin embargo, sus fundamentos son simples creencias compartidas, acuerdos culturales.

¿Parece un despropósito?
Para entenderlo mejor, el budismo nos habla de la vacuidad de «los ocho extremos».

«Las nubes aparecen cuando se reúnen las causas y condiciones atmosféricas apropiadas y sin éstas no pueden formarse. Lo mismo ocurre con las montañas, los planetas, los cuerpos, las mentes y todos los demás fenómenos producidos. Debido a que dependen de factores externos a ellos mismos para existir, se dice que son vacíos de existencia inherente o independiente y no son más que meras designaciones de la mente.
Son nuestras mentes conceptuales de la ignorancia del aferramiento propio las que se aferran a ellos como si existieran por su propio lado. Estas concepciones se aferran a los ocho extremos:
la producción, la cesación,
la impermanencia, la permanencia,
el ir, el venir,
la singularidad y la pluralidad.»

(Budismo Moderno. Gueshe Kelsang Gyatso)

El extremo de nacer y el extremo de morir.

Desde el punto de vista budista, tanto creer en el nacimiento como creer en la muerte (la producción y la cesación) son consideradas percepciones equivocadas, «extremos» vacíos en sí mismos.

Todos los objetos que percibimos cuando soñamos son el resultado de la maduración de potenciales kármicos en nuestra mente, y no existen fuera de ella. Del mismo modo, las apariencias que tenemos en nuestra vida de vigilia no son más que la maduración de impresiones kármicas en nuestra mente.
Cuando hayamos comprendido que los objetos funcionales surgen a partir de sus causas y condiciones, externas o internas, y que carecen de existencia independiente, con sólo percibir la producción (el nacimiento) de los fenómenos o pensar en ella, recordaremos su vacuidad.
Entonces, en lugar de aumentar nuestra sensación de solidez y objetividad de los fenómenos funcionales (mi cuerpo, mi yo, el de los demás, las situaciones…) comenzaremos a percibirlos como manifestaciones de su vacuidad, con una existencia tan poco concreta como un arco iris que surge del cielo vacío.

Y al igual que la producción o nacimiento depende de causas y condiciones, su cesación o muerte también lo hace. Ni la producción ni la cesación tienen existencia verdadera.
Si comprendemos que tanto nuestros objetos de apego como los objetos de aversión, así como su cesación, carecen de existencia verdadera, no habrá motivos para sufrir cuando parece que aparece lo que no deseamos, o perdemos (cesa) lo que sí queremos en nuestra vida.

El extremo de la impermanencia y el extremo de la permanencia.

Todos los objetos funcionales, como nuestro entorno, disfrutes, cuerpo, mente y el yo, cambian momento a momento. Son impermanentes en el sentido de que dejan de existir en el segundo momento, aunque no lo advirtamos (impermanencia sutil).
Cuando comprendemos la impermanencia sutil, es decir, que nuestro cuerpo, nuestra mente, el yo, etc, dejan de existir a cada momento, nos resultará fácil entender que son vacíos de existencia inherente.
Incluso cualquier fenómeno permanente, como la vacuidad misma, depende de sus partes, de sus bases de designación (la forma que aparece) y de las mentes que los designan, y por lo tanto no existe independientemente.
Al igual que una moneda de oro no existe separada del metal del que está hecha, las vacuidad de nuestro cuerpo tampoco existe separada de él porque es simplemente su ausencia de existencia inherente.


El extremo del ir y el extremo del venir.

A dónde crees que vas?

Cuando vamos a algún lugar pensamos «voy», y nos aferramos a la acción de ir como si fuera real. Del mismo modo, cuando alguien nos visita pensamos «viene». Estas dos concepciones son formas de aferramiento propio además de percepciones erróneas. Porque el ir y el venir de las personas (o las situaciones) es como la aparición y desaparición de un arco iris en el cielo. Cuando se reúnen las causas y condiciones para que aparezca un arco iris, éste aparece, y cuando cesan las causas y condiciones para que continúe, desaparece. No obstante, el arco iris no viene de ningún sitio ni se va a ningún lugar.

El extremo de la singularidad y el extremo de la pluralidad.

Cuando observamos un objeto, como el yo o el cuerpo, sentimos con intensidad que es una entidad singular e indivisible, y que su singularidad tiene existencia inherente. Sin embargo, en realidad el yo tiene muchas partes (como la que observa, la que camina, la que piensa, o la que es una maestra, una hija, una madre, una amiga…). El yo es designado sobre el conjunto de todas estas partes. Y lo mismo ocurre con el cuerpo.
Cada fenómeno en particular es una singularidad, pero ésta no es más que una simple designación, al igual que un ejército es meramente designado sobre la base de un grupo de soldados, o un bosque lo es sobre la base de un grupo de árboles.

Y cuando percibimos varios objetos, pensamos que su pluralidad también tiene existencia independiente. No obstante, al igual que la singularidad, la pluralidad no es más que una mera designación de la mente. Por ejemplo, en lugar de percibir varios soldados o árboles de manera individual, podríamos considerarlos como un ejército o un bosque, es decir, como un todo o grupo singular, en cuyo caso estaríamos percibiendo una singularidad en lugar de una pluralidad.

Tanto la singularidad como la pluralidad no son más que meras designaciones de la mente conceptual y carecen de existencia verdadera.

Normalmente tendemos a generalizar y exagerar los defectos o cualidades de ciertas personas para aumentar nuestro odio o apego a colectivos más amplios sobre la base de, por ejemplo, su raza, religión o país de origen.
Contemplar la vacuidad de la singularidad y de la pluralidad nos puede servir de ayuda para reducir este tipo de apego u odio (racista, sexista, etc.)

Mientras nos aferremos a los ocho extremos, estaremos estabilizando la ignorancia que nos mantiene en el ciclo del sufrimiento.
Cuando la eliminemos de manera permanente (por medio de la meditación en los ocho extremos y en la vacuidad de todos los fenómenos),
todo nuestro sufrimiento cesará para siempre
y realizaremos el verdadero significado de nuestra vida.


(Extraído del libro «Budismo Moderno». Gueshe Kelsang Gyatso)

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