Hoy en día estamos muy acostumbrados al típico blíster de pastillas. Hace 40 años no era tan común. Sin embargo, pasó algo que hizo cambiar radicalmente la forma en la que se envasaban los medicamentos. Podríamos pensar que algún fármaco se estropeó antes de lo que indicaba su fecha de caducidad. O que los usuarios reclamaron alternativas más cómodas. Pero no, lo que ocurrió fue algo mucho más truculento, ya que el uso del blíster llegó a nuestras vidas por culpa de una sucesión de asesinatos.
Todo empezó el 29 de septiembre de 1982 en Estados Unidos, en el área de Chicago, con la misteriosa muerte de una niña de 12 años y un joven de 27. Pero esas fueron solo las primeras muerte. Después llegaron, que se sepa, otras cinco más. A día de hoy no sabemos quién fue el asesino, pero todos tenemos en nuestros botiquines las consecuencias de sus crímenes.
Los asesinatos que impulsaron el uso del blíster
La primera víctima fue Mary Kellerman. La niña, de 12 años, se despertó una mañana con dolor de garganta y secreción nasal. Cuando se lo contó a sus padres, estos le dieron un comprimido de Tylenol, una marca de paracetamol.
Paralelamente, al otro lado de la ciudad, un joven de 27 años llamado Adam Janus tomó también una de estas píldoras, por un motivo desconocido. Poco después, tanto él como Mary murieron por lo que más tarde se confirmaría como un envenenamiento con cianuro.
Inicialmente, nadie relacionó los dos casos. Las sospechas comenzaron tras el funeral de Adam, cuando toda su familia se reunió en su casa. Su hermano y su cuñada, aturdidos por la situación, comenzaron a sentir dolor de cabeza y acudieron al bote de Tylenol. Tomaron un comprimido cada uno y dos días después corrieron la misma mala suerte de su familiar.
Esto, junto a otras tres muertes ocurridas en la misma zona, llevó finalmente a la policía a comprender que se trataba del fármaco. Se puso en conocimiento de la empresa fabricante del mismo, Johnson & Johnson, para comprobar si podría haber algún lote contaminado. Pero no parecía ser ese el problema. Los medicamentos se estaban enviando en correctas condiciones a las farmacias. Era allí, en varios establecimientos del área de Chicago, donde alguien estaba inyectando el veneno en los fármacos, que por aquel entonces no se vendían en el típico blíster que conocemos hoy, sino sueltos en botes. Unos botes que olían a almendras amargas, el típico aroma del cianuro. Solo faltaba saber quién era el asesino, pero por más empeño que se puso en ello, nunca lograron dar con él.
En busca del asesino
En un artículo sobre esta historia publicado en IFLScience, cuentan que en un intento desesperado por dar con el autor de los asesinatos, la policía llegó incluso a filtrar a la prensa el lugar en el que se encontraba la tumba de la primera víctima. Sin embargo, nadie fuera de lo esperable fue a visitar el lugar en el que descansaba la pequeña Mary.
Hubo un momento en que creyeron haber encontrado por fin al asesino. Ocurrió cuando J&J comenzó a recibir cartas pidiendo un millón de dólares a cambio de parar los asesinatos. El autor de las misivas no había sido cuidadoso al manipularlas y la policía pudo encontrar huellas dactilares que le llevaron hasta él. Se trataba de un hombre llamado James W. Lewis. Pero curiosamente no pedía que se le ingresara el dinero a él, sino a una empresa ya desaparecida en la que había trabajado su mujer. Pronto descubrieron que lo que quería era solamente incriminar de los delitos al ex jefe de esta. Se le juzgó y condenó por ello, pero no por los asesinatos, pues no había tenido nada que ver con ellos.
Y ese fue el último sospechoso. No se logró dar con nadie más, por lo que ya fue la propia compañía fabricante del Tylenol la que tomó medidas. En primer lugar retiraron todos los botes que se habían enviado a las farmacias y publicitaron un rescate de 100.000 dólares a quien tuviera pistas del autor de los crímenes. Pero no sirvió de nada.
La siguiente medida fue cambiar el envase de las píldoras de paracetamol por otro más difícil de manipular. Por un lado, cambiaron el típico frasco por una caja con triple sellado, pegada y cerrada con un sello de aluminio. En el interior se encontraba ya el frasco, que contenía un anillo de plástico que debía romperse para poder acceder a su contenido. Así, los consumidores podrían saber si había sido manipulado. Pero eso no fue todo, también comenzaron a incluir en muchos de sus fármacos el uso del blíster de pastillas que tan extendido está hoy en día. Al ir estas individualmente en cada una de sus burbujas, no solo están protegidas de roturas. Si alguien intentara inyectar algo en ellas desde fuera, la burbuja quedaría chafada y podría detectarse lo ocurrido.
Cabe destacar que el blíster no es un invento de J&J. De hecho, se cree que los primeros envases de este tipo para uso farmacológico fueron los que se usaron en Alemania en los años 60, para la comercialización de píldoras anticonceptivas. No obstante, apenas se utilizaba todavía.
Pronto este formato se extendió por todo Estados Unidos y también por el resto del mundo. No se encontró al criminal, pero los asesinatos cesaron, pues ya no tenía forma de proceder sin que se detectara la fechoría. Ahora, la próxima vez que abras una caja de medicamentos sellada o un blíster de pastillas, recuerda que detrás de su uso hay una escalofriante historia.
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