La locura budista

La entrevista ya había acabado y la periodista había recogido sus cosas
cuando Tulku Lama Lobsang le sonrió con una mirada de complicidad
y dijo:
«Las personas budistas por fuera parecemos normales
pero por dentro estamos locas».

Para ella, ése era el titular de la entrevista.
Actúas dentro de la normalidad que el escenario donde te mueves requiere,
pero cómo vives lo que vives
es cosa tuya.

No lo anotó en la libreta, ya guardada.
Para la publicación decidió mantenerse fiel a la entrevista propiamente dicha
y eligió otras palabras del lama:
«Hay que aprender a sentirse a gusto en la incertidumbre».
Era una llamada de atención a la tendencia, convertida en necesidad (especialmente en Occidente),
a tener siempre una respuesta para cualquier pregunta, cualquier duda, cualquier situación,
de forma que cuando no la tienes te la inventas,
aunque solo sea para poder dormir en paz y seguir adelante con tu vida.
El lama invitaba a la humildad de aceptar que no sabes cuando no sabes
y seguir respirando en paz, seguir viviendo
cómodamente en el no-saber.
Con paciencia.
La respuesta casi siempre está en el tiempo.

Pero ella se había quedado con esa mirada del lama,
los ojos aún más achinados todavía, por la sonrisa:
«Las personas budistas por fuera parecemos personas normales
pero por dentro estamos locas».

Te levantas por la mañana y quizás tengas que ir a cumplir tu horario de trabajo remunerado;
despertar a tu hija y llevarla a la escuela
y cruzarte con otras madres, intercambiar información con las maestras.
Y luego te vas al bar habitual del barrio y pides un café
y quizás te pones a escribir o lees el diario.
Y vas a la oficina y realizas tus funciones
y de camino a casa pasas por el mercado y llenas la despensa para la semana.
Todo «normal».
Cómo vives cada gesto, cada situación, cada conflicto si surgiera,
es cosa tuya.
Es cosa de cada cual.

Quizás la persona con la que te cruzas
está viviendo los 11 yogas del Alto Yoga Tantra (por poner un ejemplo),
cuando come, cuando se va a dormir, cuando se despierta,
cuando trabaja, cuando se relaciona.
Y «la purificación de los seres migratorios» (ese yoga)
ya ha tenido lugar.

Nadie sabe lo que está pasando en la experiencia de la otra persona.
Yo, por si acaso, la venero igual.
Lo mismo en su dolor
como en la alegría.

El sentido de la «renuncia» budista no se refiere a abandonar las funciones que te has asignado en un momento dado de tu vida.
Que las abandones o no es absolutamente irrelevante,
ni bueno ni malo en sí mismo.
Cuando te planteas la práctica de la renuncia,
si eres una madre, pongamos por caso,
puedes optar por seguir siendo una madre cuidadora
o bien abandonar para irte a un monasterio o a una cueva.
Absolutamente irrelevante.
Lo que importa es por qué (la motivación)
y cómo lo haces, tu actitud.
Si tienes un trabajo como fuente de ingresos, puedes dejarlo
o seguir con él.
Absolutamente irrelevante para tu práctica de la renuncia.
Tener pareja o no,
irrelevante.

El sentido de la renuncia es mucho más profundo.
Renuncias a una manera de vivir,
en la hipnosis del ego separado, que produce tanto sufrimiento.
Renuncias al samsara.
Renuncias al culto al engaño y los dioses que produce.

Es cierto que desde la práctica de la renuncia
con el paso del tiempo ves que ciertas cosas van cambiando en tu vida,
las anotaciones en tu agenda cambian
y a veces se reducen.
Pero lo que hagas o dejes de hacer no es importante en sí mismo
sino la manera como lo afrontas:
desde el engaño, el apego y el egocentrismo
o bien como parte de tu guión kármico, que resuelves desde el Yo grande
y consciente (el Buda despierto que llevas dentro)
y poco egocentrado.

http://reflexionesdeunaestudiantebudista.blogspot.com/2021/07/la-locura-budista.html

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