Después de que los insurgentes libios y la OTAN lograron derrocar al régimen del coronel Muammar Gaddafi y asesinarlo, no queda enemigo al que enfrentarse en Libia, pero las tropas sin oficio militar en su mayoría se resisten a deponer las armas, mientras la sociedad está atrapada en sus luchas internas.
El jefe del Consejo Revolucionario de Trípoli, Abdullah Naker, advirtió que no será fácil construir un nuevo país: “Actualmente el rebelde y su arma son uno. Va a ser muy difícil desarmar a nuestra gente. No vamos a dejar que nos roben esta revolución. No vamos a permitir que aparezcan otros Gaddafis”.
Ante la ausencia de un Ejército nacional organizado, las milicias han aprovechado el caos para imponer su ley en el nuevo proceso político libio: despliegan puntos de control en distintas urbes y se encargan de la seguridad ciudadana, pero además vigilan puntos estratégicos como las plantas petrolíferas o las fronteras.
La milicia de Zintan es la que tiene en estos momentos la mayor autoridad entre las distintas brigadas libias. En sus manos está el control del Aeropuerto Internacional de Trípoli y además, tienen retenido a Saif Al Islam. «El país necesita recuperar la estabilidad para que depongamos las armas», sostiene el jefe de Zintan, Mujtar Al Ajdar, que lucha desde marzo contra las fuerzas gaddafistas.
El problema es que no hay una mano central y Libia se ha convertido en un rompecabezas de guerrillas con intereses muy diversos. La guerrilla de Misurata, por ejemplo, fue la más asediada y golpeada por el ejército gaddafista y ahora busca algo más que el reconocimiento a su resistencia. Por su parte, los insurgentes de Bengasi aseguran que su lucha fue la chispa que generó la revolución y demandan más protagonismo. Y como ellos, un número indeterminado de milicias, que junto con las tribus, buscan más influencia en el poder.
Actualmente Libia tiene formalmente un nuevo gobierno que intenta aumentar su autoridad y limar las asperezas entre las distintas guerrilas. Sin embargo, el Consejo Nacional de Transición está más que cuestionado, pues designaron un Ejecutivo sin haber sido elegido y sus representantes han sufrido varios intentos de atentados. Precisamente esas autoridades asumen que es un periodo difícil, pero afirman que el país saldrá adelante.
“En poco tiempo anunciaremos un sistema para estructurar el Ejército y restableceremos a la policía y los guardias fronterizos en no más de 100 días”, aseguró Abdel Jalil, presidente del nuevo gobierno libio.
No obstante, el vacío militar y de justicia está dejando un saldo de desaparecidos entre los que pelearon del lado del ex líder libio. Varias organizaciones de derechos humanos están pidiendo soluciones para que termine la impunidad.
Pero la preocupación reina no solo entre aquellos que apoyaron a las tropas gaddafistas, sino también entre los propios ciudadanos que apoyaron a los rebeldes pero ahora creen que es el momento de dejar las armas y crear un Ejército único.
El 20 de agosto pasado muchos libios celebraron la toma de Trípoli por los rebeldes. Pero unos meses más tarde esos cánticos se han convertido en gritos de protesta. Parte de la población comienza a perder la paciencia con los guerrilleros.
“Los últimos tres meses desde la liberación de Trípoli vemos armas y oímos disparos por todos lados y lo único que demandamos hoy es que todas las milicias se integren en un Ejército nacional o se marchen de la ciudad”, dice el libio Ibrahim Jimani, que expresa una opinión bastante difundida en la sociedad local.
Las rencillas entre las tribus, milicias y gobierno son parte de este periodo lleno de incertidumbres en el país, muy alejado de las expectativas de los que hicieron la revolución. Pero según los especialistas este es solo la punta del iceberg de las luchas internas que existen en la nueva Libia.