La paradoja de la serpiente es un planteamiento bastante popular. Frente a este se han pronunciado muchos filósofos, religiosos y también algunos físicos. Hace referencia a otro concepto que también ha sido trabajado por varios intelectuales: el eterno retorno.
En la Grecia Antigua se planteó la paradoja de la serpiente a través de un dibujo al que se le conoce como “ouroboros”. Este representa a un animal que se engulle a sí mismo. En concreto, se trata de una serpiente que muerde su cola y comienza a tragarla.
A partir de esa figura se plantea esta paradoja que se expresa de la siguiente manera: “si una serpiente empieza a comerse su cola y acaba comiéndose absolutamente todo su cuerpo, ¿dónde estaría la serpiente, si está dentro de su estómago, que a su vez está dentro de ella?”.
“Este proceso de la regeneración es al mismo tiempo un símbolo de la inmortalidad, puesto que el ouróboros se mata a sí mismo y se trae a la vida, se fertiliza y se da a luz. Él simboliza el que procede del choque de contrarios, y, por lo tanto, constituye el secreto de la materia prima que proviene indiscutiblemente de la misma raíz del inconsciente del hombre”.
-Carl Jung-
La relación entre lo finito y lo infinito
La paradoja de la serpiente, representada en el ouroboros, hace referencia a esa relación tensa entre lo finito y lo infinito. También a lo cíclico de la existencia y de todo lo existente. Desafía el concepto del tiempo lineal, en el que se avanza hacia adelante, dejando todo atrás.
La figura del ouroboros es una metáfora del encuentro entre el principio y el fin, en un mismo punto. Desde esa perspectiva, no existe en realidad un comienzo y un final, sino una eterna repetición de ciclos en los que todo vuelve a su origen. Por tanto, el tiempo no sería lineal, de manera que podría darse la paradoja de avanzar hacia atrás, de progresar volviendo al principio.
A la vez, esto remite al concepto de “infinito”. Este se define como lo que no tiene fin. Se puede entender como aquello que es tan extenso y numeroso que resulta imposible de acotar. Sin embargo, desde la paradoja de la serpiente se entiende más bien como lo que no tiene principio ni fin, tal y como se grafica en el ouroboros, ya que comienzo y final son realidades que siempre terminan encontrándose.
La paradoja de la serpiente y el infinito
El tiempo como ciclo, representado en la paradoja de la serpiente, también sugiere una realidad: cada instante del presente es devorado por el futuro. Es la serpiente mordiendo su propia cola y devorándose a sí misma. Queda ilustrado en la propia vida humana: nace de la nada y vuelve a ella con la muerte.
La misma forma como medimos el tiempo representa esta realidad. Las saetas del reloj parten de un punto y hacen un recorrido circular hasta volver a ese mismo lugar, solo para iniciar un recorrido similar eternamente. Lo mismo pasa con cada semana, cada mes y cada año. Que se cambie un número de un año a otro es solo un elemento cultural, pero, en esencia, son ciclos infinitos.
Un aspecto muy interesante de todo esto es que, si bien el ouroboros fue un símbolo griego, que luego se hizo universal, también existe una versión del mismo en la cultura azteca. La diferencia está en que se trata de una serpiente emplumada, pero el concepto es exactamente igual. Sin duda, una coincidencia curiosa.
El eterno retorno
La mayoría de las cosmologías orientales se basan en ese principio del transcurrir cíclico de la realidad. En Occidente, Nietzsche postuló el principio del “eterno retorno”, el cual se hizo popular, pero que encontró poca continuidad en el pensamiento de otros filósofos. Tal principio se puede plantear de dos maneras: una casi matemática y otra ontológica.
Desde el punto de vista matemático, vendría a ser algo así como lo siguiente: el tiempo es infinito, pero la materia y la energía del universo es finita. Si esto es así, el modo de combinarse de esa materia y de esa energía es finito. Por lo tanto, en ese infinito del tiempo, varias veces se repetirá la misma combinación.
En otras palabras: lo que ha sido, volverá a ser. Las moléculas que componen mi cuerpo, en algún momento, volverán a combinarse de la misma manera y producirán otro ser igual a mí.
Desde el punto de vista ontológico, el eterno retorno viene a ser una reafirmación de la fugacidad de la vida: avanzamos hacia nuestra propia nada. Jung, por su parte, habla de “regeneración”, el proceso de matarse a sí mismo, en sentido figurado, para darse vida. Señala que esto es la raíz misma de los procesos inconscientes.
Para finalizar, hay que decir que la física no ha sido ajena al tema de la paradoja de la serpiente y el eterno retorno. Dos físicos, Turok y Steindhart, piensan que existe una explicación alternativa al origen del universo y que esta es cíclica. En su hipótesis, la llamada “energía oscura” es la clave de todo y genera ciclos interminables que comienzan con un “bang” y llegan allí mismo. Quizás así es.
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