UG Krishnamurti – El divino anarquista

Por Mariana Caplan Advaita Vision
(Este artículo fue escrito en 2002 para su publicación en internet, y se publica aquí
en honor a la vida y el fallecimiento de U.G. Krishnamurti, que dejó su cuerpo
el 22 de marzo de 2007, en Vallecrosia, Italia.)
U.G. Krishnamurti

Es el 21 de diciembre de 2001 en Bangalore, Karnataka, India. Justo la noche anterior me había encontrado con mi amiga Kirsti en el camino de tierra fuera del ashram de Ramana Maharshi en Tiruvannamalai, Tamil Nadu. Kirsti, originaria de Finlandia, había llegado a la India en un viaje de tres semanas hace veinticinco años, se convirtió en sadhu y desde entonces no ha vuelto a salir de la India.

―»Me acaban de avisar. ¿Adivina quién está en Bangalore?», preguntó.
―»No tengo ni idea».
―»Adivina», dijo ella. «Es el último anarquista».
―»¿Krishnamurti?» Bromeé. «Creía que estaba muerto».
―»El otro», dijo ella, «U.G. Seguro que has oído hablar de él».
―»Sólo por el nombre, en realidad».

Ella sonrió de una manera que me hizo sentir mucha curiosidad. «Te garantizo que nunca has conocido a nadie como él», reía ella. «Si quieres saber hasta dónde puede llegar una persona, quizá quieras comprobarlo».

Menos de doce horas después, estoy a bordo del autobús indio más barato y destartalado que jamás haya pisado, el motor tan descontrolado y las piezas tan desgastadas que el autobús vibraba continuamente durante las cinco horas de viaje. Me siento junto a mi amiga sadhu mientras llueve fuera, y a veces dentro del autobús, en ruta para visitar a U.G. Krishnamurti.

Kirsti desempaqueta sus pocas pertenencias en la casi inaceptable habitación de la posada que he alquilado para nosotras, mientras yo intento aclarar qué preguntas hacerle, en caso de que me concedan una entrevista para este artículo.

«Será mejor que traigamos Rescue Remedy (1), por si acaso consigues la entrevista hoy», dice Kirsti, sólo medio en broma.

Estoy aterrada, aunque no sé de qué.

Pronto me entero de que U.G. no tiene un hogar formal (donde localizarle). Solo es probable que lo encuentres si tienes la suerte de recibir un mensaje de alguien que conoce a alguien de que él está en alguna parte. E incluso entonces, debes encontrar la dirección poco clara dado que ningún conductor de rickshaw parece poder encontrar; entonces debes ver si él está realmente allí; y finalmente, si te recibirá o no.

Declarado por fanáticos y enemigos como un jivan mukti, un genio, un nihilista, U.G. no admitirá nada. “Soy solo un gran elefante, buscando un lugar para pasar mis últimos años”, me dijo, “solía sentir que el mundo entero era mi hogar; ahora no me siento cómodo en ningún lado”.

U.G. se arregla con lo que cabe en la pequeña maleta que lleva consigo por todo el mundo. Ya era un aclamado orador a los 19 años, un brahmán completamente educado, que dominaba el sánscrito y las escrituras, destinado a una grandeza espiritual e intelectual sin parangón, U.G. lo dejó todo. Desde entonces, ha estado «en el camino» durante más de 70 años, huyendo de posibles discípulos, de las organizaciones que surgían a su alrededor y de cualquier tipo de guruidad convencional. De todos los maestros espirituales que insisten en que no son maestros, justificando dharmicamente que «no hay nadie a quien enseñar», y «nada que enseñar», mientras que, a la vez, siguen recolectando importantes fondos y masas considerables de «no estudiantes», U.G. es el único individuo que he conocido que realmente se ajusta a lo que declara. No tiene estudiantes, ni organización, no ha dado conferencias formales en décadas, no recauda dinero y no tiene la menor intención de hacerlo. Aun así, es como si no pudiera evitar transmitir enseñanzas a través del ejemplo radical que él mismo representa.

A las 2:30 de la tarde, entramos en un pequeño salón de una casa de los suburbios de Bangalore y, aunque no tengo ni idea de su aspecto, el hombre de pelo blanco y pequeño tamaño que está sentado en el sofá es claramente el que hemos venido a ver. Lleva un chándal blanco. Su pelo plateado perfila una mandíbula claramente definida, unas mejillas bien afeitadas, unos ojos marrones profundos y una sonrisa brillante (al parecer, hace poco le han aparecido unos nuevos dientes blancos y brillantes). (2)

La primera tarde que paso con U.G. la dedico a escuchar, con asombro y deleite, cómo conversa y bromea, además de dirigirse con inquietante seriedad, a las diversas personas que han venido a verle. Algunos vienen para deleitarse con su compañía, otros para buscar respuestas a sus problemas espirituales y mundanos, y otros por pura curiosidad.

Esa noche, vuelvo a rehacer mis preguntas, pues él, esa tarde, ya ha socavado casi todas ellas.

Afortunadamente, los años que pasé con mi propio maestro espiritual americano de sabiduría loca baul Lee Lozowick (3), fue una preparación adecuada para este encuentro. Habiendo pasado una década con un maestro con reputación de mostrar comportamientos que desafían todas las concepciones occidentales comunes de la maestría espiritual, no me inmuto cuando U.G. me dice: «¡Tu inglés es terrible!». O: «Eres la peor entrevistadora que existe. ¡Estás llena de codicia! ¡Cada palabra que me dices, cada pregunta, es una expresión de tu codicia! ¡Lo que sea que quieras de mí, es codicia! ¡Te garantizo que nunca has tenido un pensamiento original en tu vida!»

Con U.G. Krishnamurti, no hay terreno que pisar ¡Ninguno! Ni un terreno ideológico, ni uno emocional, ni uno espiritual. La persona de U.G. es una bola de demolición de todas las tendencias hacia el materialismo espiritual, de Oriente y Occidente. Cada visión espiritual, concepto, maestro y posibilidad puede ser rápidamente cooptado por el ego para fortalecer su propia fortaleza, creando así un «ego espiritualizado» que es aún más difícil de socavar. Si tuviera que describir cómo lo vi «enseñando» a la gente, aunque él mismo seguramente negaría incluso haber hecho eso, sería un socavamiento completo de toda su búsqueda espiritual, así como de toda imaginación que tengan sobre lo que es «espiritual». No se trata de un socavamiento conceptual, sino real.

Por ejemplo, le pregunto:
―»U.G., ¿cómo. . . »
Me interrumpe al instante: «En el momento en que dices ‘cómo’ estás en un concepto, buscando otro que lo sustituya».
―»Pero ¿cómo voy a no hacer eso?»
―»¡No intentes no hacer nada!»
―»Pero. . .»
―»La idea misma de que necesitas ser algo diferente de lo que eres, la idea de que hay algo que puedes conseguir, ¡todo eso ha sido implantado en ti!»
―»¿Puedo deshacerme de ello?»
―»¡No! No puedes deshacerte de nada».
―»Pero ¿cómo puedo proceder en el camino espiritual?»
―»¡No hay camino espiritual! ¡No hay nada fuera de ti!»

Y luego:
―»Pero ¿qué puede aconsejar a los occidentales en el camino?»
―»¡Dejadlo todo! Olvídate del camino espiritual».
―»¿Pero con qué reemplazarlo?»
―»¡No lo reemplacen con nada!»

A continuación, U.G. golpea salvajemente la mesa con su puño con tanta fuerza que podría romper los huesos de un hombre fuerte, y mucho más los de un octogenario, gritando: «¡La única razón por la que esto duele a algunas personas es porque alguien os enseñó que esto era una mesa y que había algo llamado ‘dolor’!»

Y así transcurre la tarde, interrumpida por tentenpiés, debates políticos, productores de cine y políticos famosos que acuden a tomar esta extraña forma de «bendición», y observando el juego de U.G., mientras persigue verbalmente a algunos aspirantes a discípulos fuera de la sala, mientras despoja a otros de su base psicológica e ideológica. La risa que nos cala hasta los huesos es compartida por todos.

Y, sin embargo, mientras corta en pedacitos, sin reparos, los paradigmas filosóficos y espirituales de los pocos en la sala que son lo suficientemente atrevidos como para intentar confrontar con él, así como desmantela las personalidades de los interrogadores, manifiesta un inmenso respeto por la Fuerza Vital que impulsa a la humanidad. Los ignorantes y tontos que le rodean son su compañía, y él les sirve, sin recompensa, día tras día. Otros maestros están disponibles al azar, por invitación, mediante pago, reserva… Cuando U.G. está allí, sólo está allí, diez o quince horas al día, para responder a cualquiera que esté dispuesto a ponerse a su tiro.

A pesar de su insistencia en que no puede ofrecer nada a nadie, y que no tiene ningún interés en hacerlo, rápidamente se ve impulsado a alzar la voz con una fuerza desconocida para la mayoría de sus colegas de edad similar, y a gritar apasionadamente, por décima o vigésimo milésima vez en su vida, al individuo que tiene delante y que es incapaz de ver el fango de su sufrimiento autocreado: «¡Es muy difícil entender lo que estoy diciendo! Estás haciendo preguntas para las que ya tienes las respuestas. Si no tuvieras la respuesta, no podrías hacer la pregunta». Y después: «El hecho de que no haya sentido, ni significado, ni propósito en la vida es algo que no puedes aceptar».

U.G. Krishnamurti es un verdadero maestro del Vedanta-Advaita, aunque nunca se etiquetaría como tal. En la espiritualidad occidental, los maestros de la filosofía Vedanta-Advaita están surgiendo tan rápidamente como las amapolas de California en primavera. Cientos de aspirantes espirituales neófitos operan bajo la tutela de «maestros advaita», predicando las enseñanzas del Vedanta-Advaita, enseñándonos que el «yo-pensamiento» es el único problema, proporcionando tecnología para darnos pequeños atisbos de la realidad del no-yo. Sin embargo, esta visión esencial, crítica para socavar la falsa identificación con la personalidad egoica, no sólo debe ser vislumbrada, sino integrada en la totalidad del cuerpo, transformándola de tal manera que la realización se vuelva integrada y profunda. Desgraciadamente, para la mayoría de las personas, la comprensión se queda en el nivel de la mente, y la memoria, y así, cuando se transmite, carece de la calidad de profundidad necesaria para cambiar no sólo la actitud o la base de conocimiento de uno, sino la totalidad de su existencia.

La maestría de U.G. sobre esta comprensión esencial del Vedanta-Advaita es tal que él es un ejemplo vivo de esta transformación, más que alguien que expone sobre ella. La mente puede ser más fácilmente impresionada por alguien que afirma elegantemente, «No hay ningún ‘yo’ aquí, sólo está la conciencia misma», subrayado por un aire de conocimiento en los ojos, un halo de tranquilidad y quietud, un aura de austeridad. Sin embargo, puedo asegurar que nada de esto se percibe en la compañía de U.G.; él no estará mirando a sus ojos y diciéndole que usted ya es uno con todo lo que es, sin embargo, estará expresando la esencia de las enseñanzas del Advaita en todo momento. El silencio y la amplitud que describen los que han logrado realizar los principios Advaita pueden encontrarse en el vacío que hay detrás de sus palabras, el total desapego incluso a su propio punto de vista, su capacidad de hablar sin orgullo, sin rostro, sin aferrarse a nadie ni a nada.

También es un hereje absoluto, y por eso desagrada a mucha gente. En algún momento describe a Buda como «el mayor estafador que ha existido», y en otro nos dice que al único dios que admira es a Krishna, porque tenía ocho esposas y 16.000 concubinas, mientras que él mismo no podía ni siquiera con una esposa. Pero esto es sólo la superficie, y los que no perciben lo que hay debajo sólo ven sus conceptos y se pierden por completo al hombre. U.G. soportó décadas de sadhana espiritual que casi nadie vivo podría imaginar. Influido por las enseñanzas de los más grandes maestros espirituales del mundo, como Ramana Maharshi y J. Krishnamurti, U.G. conoce tan bien a los dioses que, durante su transformación, los arquetipos pasaron a través de él y se convirtió corporalmente en ellos, uno tras otro. Es un hombre que ha sufrido, rezado, ayunado, vivido como un indigente en las calles de Londres durante años, y soportado un proceso de transformación físicamente agonizante (al que se refiere como La Gran Catástrofe) de tal manera que insiste a todos los que les rodean que de ninguna manera quieren ser iluminados porque soportar tal proceso de transformación es casi insoportable. Su cinismo hacia la vida espiritual está respaldado por la sabiduría; su crítica, por el conocimiento puro; sus palabras y gestos siempre pretenden enseñar, aunque nunca lo admita.

U.G. es un hombre hermoso porque es un ejemplo vivo de verdadera espontaneidad. Su propio ser desafía todas las ideas de espiritualidad, iluminación, religión y cualquier otro tipo de convencionalismo. A menudo se le califica en los círculos espirituales de «grosero» e «insultante», de «arrogante», de «condescendiente» y de «blasfemo», y en relación con nuestra forma condicionada, cultural y psicológica de vivir, pensar y actuar, es todo eso. Es un insulto para la mente condicionada, pero un amante de la libertad sin adornos que hay en cada uno de nosotros. Si hay alguna idea con la que nos identificamos, incluso si esa «idea» es tan grandiosa como el budismo, la justicia, Krishna, Dios, o la vida espiritual, U.G. se asegura de lanzar un dardo a su mismo centro ¿Cuántos de nosotros estamos dispuestos a tolerar que se refieran a Jesucristo y a Buda como estafadores o a las mujeres como perras que arruinan a sus hijos?

Sin embargo, en este mismo momento el individuo presente en su compañía se enfrenta a dos opciones: 1) descartarlo como un cínico espiritual arrogante, justiciero y de corazón frío; o 2) profundizar en las enseñanzas que está señalando. U.G. está enseñando que la razón por la que sentimos que nos falta algo, o que necesitamos alguna iluminación imaginaria, es simplemente porque la religión organizada (ya sea el budismo o el cristianismo) nos ha enseñado eso; nos ha enseñado que nos falta algo. Cuando critica a las madres, se refiere a la construcción de una relación de «propiedad» entre padres e hijos que, en el momento del nacimiento, cuando el niño oye «yo soy tu madre», nos enseña por primera vez la creencia ilusoria de que estamos separados unos de otros, una construcción de creencias que trabajaremos para deshacer a lo largo de toda nuestra vida espiritual.

U.G. Krishnamurti no es mi maestro, y no gano nada con elevarlo o santificarlo. En cambio, como alguien cuyo trabajo se ha convertido en entrevistar a respetados maestros en todo el mundo, intentando tamizar a través de montones y montones de piedras preciosas espirituales en busca de los pocos diamantes existentes, deseo exponer al hombre de U.G. Krishnamurti por lo que es: una gema poco común entre los maestros, una de las más raras que he visto. Es un hombre sin rostro, sin vergüenza, sin orgullo. Un hombre verdaderamente libre; un hombre sin adornos.

Mariana Caplan

Mariana Caplan

Es doctora en Filosofía, Psicología, y Antropología; colaboradora habitual en radio y televisión, escritora y consejera. Nacida en Washington, ha estudiado y vivido en varias comunidades de Centroamérica, Estados Unidos, la India y Europa. Profesora universitaria, imparte clases en el Instituto de Estudios Integrales de California. Es autora de ¿Necesitas un guru? (Hara press), A mitad de camino y Con los ojos bien abiertos (Kairós), entre otros.

Más información

Notas:

  1. “Remedio Rescate” es una de las esencias florales de Bach. Es utilizado en situaciones puntuales o periódicas que implican estrés o shock emocional, como podría ser una entrevista de trabajo, o un examen.
  2. Parece referirse a un reciente uso de dentadura postiza o conjunto de implantes dentales.
  3. Lee Lozowick fue un maestro espiritual nacido en Estados Unidos, Se identificada con la tradición Baul de Bengala, que tiene diversos elementos de la “sabiduría loca” (una cosmovisión espiritual que representa pensar fuera de lo predecible, moverse contra la corriente).
Traducción de Benjamín Pérez Franco

FuenteAdvaita Vision

https://www.nodualidad.info/articulos/ug-krishnamurti-el-divino-anarquista.html

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