El secreto de Adaline es una película de ciencia-ficción que narra la historia de una mujer nacida en 1908 que se queda atrapada en una tormenta de nieve y muere congelada. Por fortuna, un rayo cae sobre ella y la revive. Este milagroso accidente altera su ADN y, como consecuencia, Adaline deja de envejecer. Por lo tanto ella sigue conservándose joven mientras las personas que la rodean envejecen. Pero este sorprendente hecho levanta rumores sobre ella, por lo que se ve obligada a irse de su ciudad. Debido a esta extraña situación, Adaline se aparta de la sociedad, por lo que la inmortalidad, en lugar de ser una bendición, pasa a ser una maldición para ella. Al cabo de un cierto tiempo la atropella un coche y muere a consecuencia del accidente. Pero una vez en una ambulancia, la descarga eléctrica del desfibrilador, además de revivirla, invierte los efectos genéticos del anterior rayo, y Adaline se vuelve normal, de lo que se alegra. No obstante, aunque Adaline terminó rechazando disfrutar de la inmortalidad, la ciencia actual está haciendo grandes avances en la comprensión del proceso de envejecimiento. Los científicos dedicados a los viajes espaciales están interesados en esta investigación, ya que las enormes distancias en el espacio implican que para viajar a otra estrella una nave puede tardar muchísimos años en completar su viaje. Al respecto, el astrónomo británico Sir Martin Rees, profesor de Cosmología y Astrofísica de la Universidad de Cambridge, dice lo siguiente: «Los eones que se tardaría en atravesar la galaxia no intimidan a los seres inmortales«. El proceso de viajar y asentar colonias en planetas lejanos puede requerir varias generaciones. Supongamos que se ha descubierto un planeta similar a la Tierra, con una atmósfera de oxígeno, agua líquida, un núcleo rocoso y un tamaño parecido al de la Tierra. Pero este planeta está a cien años luz de la Tierra. Esto significa que una nave con propulsión de fusión nuclear o de antimateria, aún no disponible, necesitaría doscientos años de viaje. Pero hay otros diversos problemas que habría que afrontar para poder realizar ese viaje. Sin embargo, existe una posibilidad de eliminar muchos de estos problemas recurriendo a la animación suspendida. En la película 2001: una odisea del espacio, una tripulación de astronautas se mantiene congelada en cápsulas mientras su gigantesca nave se dirige a Júpiter. Pero ¿es esto posible? En el caso de los seres humanos, los científicos han experimentado con tipos de anticongelantes químicos para un proceso que llaman vitrificación, que consiste en utilizar una combinación de sustancias químicas para que el punto de congelación descienda, de manera que no se formen cristales de hielo. Pero, con frecuencia, la vitrificación tiene efectos secundarios adversos. No obstante, los científicos confían en que en el futuro se puedan resolver estas cuestiones técnicas.
Otra idea para colonizar la galaxia consistiría en enviar al espacio embriones con nuestro ADN que pudiesen ser activados algún día en algún planeta lejano. También se podría enviar el propio código del ADN con la finalidad de utilizarlo más adelante para clonar nuevos seres humanos. La principal ventaja sería que, en lugar de utilizar grandes astronaves con ambientes artificiales adaptados a los seres humanos, solo habría que transportar ADN. De hecho escritores de ciencia ficción ya han imaginado que esto ocurrió hace millones de años, cuando tal vez extraterrestres esparcieron su ADN por nuestro sector de la galaxia, posibilitando el origen de la humanidad. Y tal vez esto es lo que se hizo cuando se relata que Noé metió en el Arca a distintas especies de animales y plantas. Sin embargo, la tecnología todavía no está lo bastante avanzada para crear clones humanos, aunque se podría lograr en el futuro. Pero lo más importante es que, al revivir clones humanos, se podrían generar criaturas genéticamente idénticas a nosotros, pero que no tendrían nuestros recuerdos ni nuestra personalidad. Actualmente la capacidad de trasplantar la memoria y la personalidad de un ser humano a otro se encuentra fuera de nuestras posibilidades. Vemos que la búsqueda de la vida eterna es uno de los temas más antiguos de toda la literatura humana. La humanidad ha estado siempre obsesionada con la idea de la inmortalidad. En 1900, la esperanza de vida oficial en Estados Unidos era de 49 años. Pero dos revoluciones alargaron significativamente esta esperanza de vida. En primer lugar, los saneamientos mejoraron, por lo que el agua limpia y la eliminación de residuos contribuyeron a eliminar algunas de las peores epidemias, aumentando la esperanza de vida en unos 15 años. La siguiente revolución se produjo en la medicina. Después de la Segunda Guerra Mundial, antiguas enfermedades como tuberculosis, viruela, sarampión, poliomielitis, tos ferina, etc., fueron casi erradicadas mediante el uso de antibióticos y vacunas, con lo que se añadieron otros diez años a nuestra esperanza de vida. Y actualmente, ¿puede la ciencia moderna aumentar la esperanza de vida a un nivel casi ilimitado? Es una aspiración antigua, pero que ahora ha atraído la atención de algunas de las personas más ricas del planeta.
En efecto, muchos multimillonarios del sector tecnológico están obsesionados con prolongar la vida humana, muy probablemente la de ellos mismos. Entre ellos está Jeff Bezos, antiguo CEO de Amazon y hombre más rico del mundo, que está invirtiendo en distintas compañías que se han propuesto ese objetivo. La última se llama Altos Labs y entre su equipo destacan un premio Nobel y dos de los biólogos españoles más reconocidos internacionalmente. Altos Labs tiene como objetivo la reprogramación biológica, una forma de rejuvenecer las células del cuerpo que algunos científicos creen que podría usarse para retrasar el reloj biológico de organismos enteros y prolongar así la vida humana. La empresa está constituida en Estados Unidos y en el Reino Unido y tiene como objetivo crear varios institutos en distintos lugares. Según afirma el Technology Review del MIT, Altos Labs está atrayendo a un gran número de científicos, ofreciéndoles sueldos estratosféricos, participación en la empresa y la promesa de que podrán dedicarse a su investigación sin restricciones. Entre esos prestigiosos investigadores están los españoles Juan Carlos Izpisúa Belmonte, biólogo español del Instituto Salk, en California, y Manuel Serrano, del Instituto de Investigación Biomédica de Barcelona. Manuel Serrano fue uno de los primeros científicos en modificar genéticamente ratones para que produjeran los factores Yamanaka. Sus estudios llevaron a la conclusión de que se puede revertir el tiempo en un animal vivo. Según Serrano: «Se introducen los factores y ellos hacen la magia. Es muy sencillo experimentalmente, aunque no se entienda«. Pero el método ahora no es seguro y requiere de más investigación. Devolver las células en ratones a su estado embrionario provocó que todas desarrollaran tumores cancerígenos. Y Serrano añade: «Para mí, los factores de Yamanaka no son viables para su uso en clínica. Implican la introducción de genes, algunos de los cuales son oncogénicos. Esto es difícil de pasar por el filtro de las agencias reguladoras«. Según cuenta la revista del MIT, Altos Labs también va a trabajar en un biomarcador de envejecimiento que sirva para medir el efecto de cualquier tipo de tratamiento de longevidad y antienvejecimiento que se desarrollen en el futuro. En los últimos tiempos los científicos han desvelado algunos de los más oscuros secretos del proceso de envejecimiento. Tras siglos de intentos fallidos, ahora contamos con unas cuantas teorías fiables que parecen prometedoras. Tienen que ver básicamente con la restricción calórica, la telomerasa y los genes de la edad.
Pero, de momento, solo la restricción calórica ha demostrado que puede prolongar la vida de los animales, incluso duplicando su duración. Consiste en reducir drásticamente la ingesta de calorías en la dieta de los animales. Por término medio, los animales que ingieren un 30% menos de calorías viven un 30% más. Esto se ha demostrado en levaduras, gusanos, insectos, ratones, perros, gatos y primates. De hecho, es el único método universalmente aceptado por los científicos para alterar la duración de la vida de todos los animales con los que se ha ensayado hasta ahora. Al dar a los animales menos comida se desencadena una respuesta biológica, por lo que viven más tiempo. Pero un problema de la restricción calórica es que estos animales quedan aletargados. Además, la mayoría de los seres humanos se negaría a ingerir un 30% menos de calorías de manera voluntaria. Recientemente se ha aislado un prometedor compuesto químico llamado resveratrol y que se encuentra en el vino tinto. Este compuesto ayuda a activar la molécula de la sirtuina, que retarda el proceso de oxidación, uno de los principales factores del envejecimiento. Otra causa del envejecimiento podría estar vinculada a la telomerasa, que ayuda a regular nuestro reloj biológico. Cada vez que una célula se divide, los extremos de los cromosomas, llamados telómeros, se acortan. Con el tiempo, después de unas cincuenta o más divisiones celulares, los telómeros se han acortado tanto que desaparecen. Ello causa que el cromosoma empiece a deshacerse, haciendo que la célula entre en un estado de envejecimiento y deje de funcionar correctamente. Por lo tanto, vemos que hay un límite en el número de veces que una célula se puede dividir llamado «límite de Hayflick», en honor del doctor Leonard Hayflick, profesor de anatomía en la Facultad de medicina de la UCSF y profesor de microbiología médica en la Facultad de medicina de la Universidad de Stanford. El doctor Leonard Hayflick se percató que este límite biológico es fundamental para el proceso de envejecimiento, pero opina que sus consecuencias todavía se están estudiando. Y dado que el envejecimiento es un proceso bioquímico complejo todavía no podemos alterar ese límite en los seres humanos. Elizabeth Blackburn, bioquímica australiana, descubridora de la telomerasa y ganadora del premio Nobel, dice: «Todo indica, incluida la genética, que existe alguna causalidad entre los telómeros y las cosas feas que ocurren al envejecer. El acortamiento de los telómeros parece estar en el origen de los riesgos de enfermedades que te matan […] enfermedades cardiacas, diabetes, cáncer, incluso el alzheimer».
Durante los últimos tiempos diversos investigadores han estado experimentando con la telomerasa, la enzima descubierta por Elizabeth Blackburn y sus colaboradores, que impide el acortamiento de los telómeros, lo que es equivalente supuestamente a «parar el reloj del envejecimiento». Cuando se bañan en telomerasa, las células de la piel pueden dividirse de forma indefinida, mucho más allá del límite de Hayflick. El doctor Michael D. West, que experimentó con telomerasa, asegura que puede «inmortalizar» una célula de la piel en el laboratorio, de manera que viva para siempre. En sus experimentos el doctor West ha conseguido que las células epiteliales se puedan dividir cientos de veces. Pero la telomerasa debe utilizarse con precaución, ya que las células cancerosas también son inmortales gracias a la telomerasa. De hecho, uno de los signos distintivos de las células cancerosas con respecto a las normales es que son inmortales y pueden reproducirse sin límites, creando de esta manera los tumores cancerígenos. Dicho con otras palabras, el cáncer puede ser una consecuencia indeseada de la telomerasa. Sin embargo, otra posibilidad para anular el envejecimiento es la manipulación génica, ya que es evidente que el envejecimiento está influido por nuestros genes. El tiempo de vida de distintas especies animales es muy variada, desde determinadas mariposas, que solo viven unos pocos días, hasta el tiburón de Groenlandia que vive por término medio 272 años. Vemos pues que la esperanza de vida varía mucho en diferentes especies con distintas características genéticas. Por esta razón, si el envejecimiento está parcialmente gobernado por los genes, la solución parece estar en aislar los genes que controlan el envejecimiento. Se sabe que los «motores» de una célula son las mitocondrias, en donde se oxidan los azúcares para extraer energía. Un detallado análisis del ADN mitocondrial indica que allí es donde se concentran los signos del envejecimiento. Tal vez en un futuro próximo los científicos puedan utilizar los mecanismos de reparación de las propias células para invertir la acumulación de errores en las mitocondrias y, de esta manera, prolongar la vida útil de las células.
El doctor Thomas Perls, de la Universidad de Boston, experto en epidemiología y genética del envejecimiento, analizó los genes de diversas personas centenarias para averiguar si algunas de ellas estaban genéticamente programadas para vivir durante más tiempo. Identificó 281 marcadores génicos que parecían retardar el proceso de envejecimiento y, por lo tanto, hacían a estos centenarios menos vulnerables a las enfermedades. Poco a poco se va revelando el mecanismo génico del envejecimiento. Las investigaciones indican que, al parecer, hacerse viejo es el resultado de la acumulación de errores en nuestro ADN y en nuestras células, por lo que tal vez pronto podamos detener e incluso invertir este deterioro celular. Así pues, es indiscutible que nuestros genes desempeñan un importante papel en la duración de nuestras vidas. Lo que hay que hacer es identificar los genes que participan en este proceso y modificarlos. Uno de los mitos más antiguos acerca del envejecimiento es que se puede llegar a la juventud eterna bebiendo la sangre de los jóvenes, tal como leemos en las leyendas sobre vampiros, como si se pudiera transferir la juventud de una persona a otra. Sorprendentemente, investigaciones actuales indican que podría haber algo de verdad en este mito. En 1956, el bioquímico, nutricionista y gerontólogo estadounidense Clive M. McKay, de la Universidad Cornell, cosió los vasos sanguíneos de dos ratas, una vieja y decrépita y la otra joven y vigorosa. Para su gran sorpresa descubrió que la rata vieja empezaba a parecer más joven, mientras que la joven envejecía. Algún tiempo más tarde, en 2014, Amy Wagers, profesora de células madre y biología regenerativa en la Universidad de Harvard, volvió a examinar el experimento de Clive M. McKay, observando el mismo efecto en los ratones. Posteriormente aisló una proteína llamada GDF11, que parece influir en este proceso. Pero sigue sin estar claro si la proteína GDF11 será eficaz en la lucha contra el envejecimiento. Actualmente está naciendo la biogerontología, una nueva disciplina que pretende descubrir el secreto del proceso de envejecimiento. En los últimos tiempos ha habido una explosión de actividad en este campo, y se están analizando multitud de genes, proteínas, procesos y sustancias químicas muy prometedores. En la actualidad, la búsqueda de la fuente de la juventud está interesando a los mejores científicos del mundo, que ya pueden prolongar la vida de algunos animales, pero está por verse si eso se puede trasladar a los seres humanos. Puede que con el tiempo se encuentre una manera de retardar e incluso detener el envejecimiento, utilizando una combinación de varios de estos métodos. Gerald Sussman, catedrático de Ingeniería Eléctrica del Instituto Tecnológico de Massachusetts, dice las siguientes sorprendentes palabras: «No creo que sea aún el momento, pero está cerca. Por desgracia, temo que la mía es la última generación que morirá».
Vemos pues, que a través de la historia, los seres humanos hemos tenido siempre el deseo de alargar la vida. Esa ansia humana ha creado el concepto de inmortalidad y constituye la principal razón de ser de las distintas religiones. La Epopeya de Gilgamesh, escrita entre los siglos XXV y XXII a. C., es muchísimo más antigua que la Ilíada y la Odisea. Cuenta las hazañas de un rey, Gilgamesh, de Uruk, una ciudad sumeria que quizá dio nombre al actual Irak. Su argumento se divide en doce tablillas, que podemos considerar capítulos de una misma historia. Gilgamesh, aterrorizado por la perspectiva de enfrentarse al mismo destino que Enkidu, su amigo muerto, decide ir en busca de Utnapishtim, equivalente al Noé bíblico, el hombre que sobrevivió al diluvio y que ahora era inmortal. Tras contarle la historia del diluvio, Utnapishtim le cuenta a Gilgamesh cómo puede lograr la inmortalidad. Se sabe que uno de los requisitos es permanecer despierto durante siete días con sus noches. Gilgamesh no lo consigue y la inmortalidad se le escapa. Cuando todo parece perdido, la esposa de Utnapishtim le pide que ayude a Gilgamesh y que al menos le revele el secreto que le permitirá recuperar la juventud. Utnapishtim cede finalmente a sus ruegos y cuenta a Gilgamesh que existe una planta en lo más profundo del océano (tal vez un tipo de alga) que devuelve la juventud perdida. Gilgamesh se sumerge en el océano y regresa con la planta. En vez de disfrutar él solo de la planta de la juventud, Gilgamesh demuestra que ya no es el rey cruel y egoísta que era antes de conocer a Enkidu y decide llevarla a Uruk, se supone que para que los ancianos del consejo también recuperen la juventud: En el camino se detiene junto a una poza de agua fresca y dormita un momento. Es entonces cuando una serpiente sale del agua y le roba la planta de la juventud. Gilgamesh, desesperado, regresa a Uruk. El poema acaba como empezó, describiendo la grandeza de la ciudad de Uruk construida por el rey Gilgamesh. Este antigu relato reserva la muerte para su héroe, aunque al menos le queda el consuelo de ser más sabio. Actualmente crece cada vez más el número de laboratorios donde se investigan las causas del envejecimiento, así como los demógrafos discuten si la esperanza de vida seguirá aumentando, y además los grandes inversores se lanzan a buscar fármacos y terapias que prolonguen nuestras (o mejor sus) vidas. ¿De verdad todas estas empresas y personas creen que podremos vivir más y mejor?
Christian Bär, biólogo y genetista en la Universidad de Leicester, en el Reino Unido, quería explorar una enzima que convertía en inmortales las células tumorales. Bär quería explorar la posibilidad de bloquearlas como estrategia para combatir el cáncer. El cáncer esta provocado por células que han perdido la capacidad de morirse y proliferan anárquicas, no respondiendo al autocontrol. Eliminar la inmortalidad de las células cancerígenas bloqueando la enzima que aportaba tal habilidad parecía una táctica adecuada. Por otro lado tenemos a María Blasco, una bióloga molecular española especializada en el estudio de los telómeros y la telomerasa, que dirige en España el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO). Cuando Christian Bär se enteró de los resultados del grupo de Maria Blasco en el CNIO, dio un nuevo enfoque a sus investigaciones. En efecto, la enzima que interesaba a Christian Bär se llama telomerasa y en el grupo de Maria Blasco se trabajaba con ella. La telomerasa es una enzima formada por un complejo proteína-ácido ribonucleico con actividad polimerasa que está presente en células de la línea germinal, en tejidos fetales y en ciertas células madre poco diferenciadas, que replica el ADN en los extremos de los cromosomas eucarióticos y permite el alargamiento de los telómeros. También se encuentra presente en organismos eucariotas unicelulares. La telomerasa es reprimida en las células somáticas maduras después del nacimiento, produciéndose un acortamiento del telómero después de cada división celular. Además de bloquear la telomerasa como forma de combatir el cáncer, también se promovía su expresión. Y al hacerlo se observaba que los ratones vivían más tiempo, además con energía, con salud y sin cáncer. Ello implicaba que la telomerasa posibilitaba rejuvenecer a los ratones y prolongar su vida en buenas condiciones. Era sorprendente observar como una enzima clave para que las células se conviertan en cancerígenas podía asimismo funcionar como fuente de eterna juventud para el organismo de ratones. Tal vez la planta de la juventud de Gilgamesh contuviese telomerasa. De hecho tenemos el caso del astrágalo, una planta procedente del norte de China que se recolecta a partir de los cuatro o siete años. Lo que la convierte en maravillosa es su raíz, porque activa la telomerasa. Una enzima que protege, repara y alarga la longitud de los telómeros cortos, pero también impidiendo que los largos no se acorten, retrasando el envejecimiento celular.
Christian Bär ha utilizado la telomerasa para tratar el infarto de miocardio en ratones, una de las principales causas de muerte en nuestro mundo desarrollado. Según Christian Bär: «Con este trabajo queríamos saber si se puede tratar el infarto haciendo que las células del tejido cardíaco tengan telomerasa. No ha sido nada fácil. Primero, tratamos a los ratones con telomerasa. Después, provocamos un infarto a los animales, algo bastante complicado porque el corazón de los ratones es más pequeño que un guisante y late unas quinientas veces por segundo. La técnica que trabaja con nuestro grupo, Rosa Serrano, conseguía con una destreza asombrosa ligar la arteria coronaria de los ratones para cortar el flujo sanguíneo y provocarles así el infarto. Operaba a seis ratones al día. Y lo hicimos en más de un centenar». Lo que es evidente es que la telomerasa rejuvenece el tejido cardíaco de los ratones y, como consecuencia, la supervivencia de los ratones tras el infarto aumenta en un significativo 17%. En un artículo publicado en diciembre de 2014 en Nature Communications, Christian Bär y otros colaboradores, dicen lo siguiente: «Hemos descubierto que tras un infarto de miocardio los corazones que expresan telomerasa muestran menos dilatación cardíaca, mejor función ventricular y cicatrices más pequeñas debidas al infarto […]. Nuestro trabajo sugiere que la activación de la telomerasa podría ser una estrategia terapéutica para prevenir el fallo cardíaco tras el infarto de miocardio». Este nuevo trabajo muestra que la telomerasa, de cuya capacidad rejuvenecedora ya había indicios, serviría específicamente para tratar el infarto. Christian Bär está dedicado a la investigación de los procesos que intervienen en el envejecimiento humano, así como la manera de combatirlos. Y enfermedades como el cáncer, las cardiovasculares y otras relacionadas con la edad tienen que ver con el envejecimiento. Si el envejecimiento se puede tratar con telomerasa, se supone que también las enfermedades relacionadas con el envejecimiento podrían ser tratadas con telomerasa. En relativamente poco tiempo, el envejecimiento ha empezado a ser visto como un fenómeno sobre el que se puede actuar. Muchos investigadores ya comienzan a pensar en el envejecimiento como en una enfermedad especialmente poderosa, porque de ella derivan muchas otras.
Cuentan las antiguas escrituras que hubo una época en que la inmortalidad estaba al alcance de la humanidad. Era una edad de oro, en la que se dice que los primeros humanos, Adán y Eva, vivían con su Creador en el Jardín del Edén. Se cuenta que el dios Yahvé hizo crecer toda clase de árboles hermosos de ver y con frutos buenos de comer, entre los que se distinguían el Árbol de la Vida, en medio del jardín, y el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal. Un río nacía en el Edén y, después de regar el jardín, se dividía formando cuatro brazos: El primero se llamaba Fison; el segundo río se llamaba Geon; el tercer río se llamaba Tigris; y el cuarto río era el Eufrates. Adán y Eva tenían permiso para comer los frutos de todos los árboles, con excepción del fruto del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal. Cuando, tentados por la serpiente, desobedecieron la orden, Yahvé se quedó preocupado por el tema de la inmortalidad. Y Yahvé dijo: “Si el hombre ya es como uno de nosotros (notar el uso del plural), versado en el bien y en el mal, que ahora él no extienda la mano y coseche también del Árbol de la Vida, y coma y viva para siempre”. Y Yahvé los expulsó del Jardín del Edén y colocó, delante del Jardín, unos querubines con una espada flameante para guardar el camino del Árbol de la Vida. De esta manera el hombre fue expulsado del lugar en donde podía gozar de la vida eterna. Y, aunque expulsado del Edén, jamás cesó de recordar, ansiar e intentar alcanzar la perdida inmortalidad. ¿Qué tipo de planta o fruto tenía el Árbol de la Vida? ¿Contenía tal vez telomerasa? Desde la expulsión del paraíso, los héroes mitológicos no han cesado de viajar hasta los confines de la Tierra en su búsqueda de la inmortalidad. A algunos pocos elegidos les fue permitido encontrarla; otros simplemente afirmaron haberla conseguido por casualidad. Y con el transcurrir de los tiempos, la búsqueda del paraíso fue algo que quedó como un anhelo en el subconsciente de cada persona. Sin embargo, durante la época del “descubrimiento” de América, esta búsqueda se convirtió en una campaña oficial organizada por reinos poderosos.
Según la Historia oficial, el Nuevo Mundo fue descubierto cuando los exploradores buscaban una nueva ruta marítima para llegar a la India en búsqueda de riquezas. Eso es verdad, pero sólo parcialmente, puesto que lo que Fernando e Isabel, los reyes de España en aquella época, realmente buscaban era la Fuente de la Eterna Juventud, una fuente de poderes mágicos, que se decía brotaba de un pozo del paraíso, y cuyas aguas rejuvenecían a los viejos y mantenían a las personas eternamente jóvenes. Cuando Cristóbal Colón y sus hombres desembarcaron en las llamadas «Indias Occidentales«, su objetivo no era solo la explotación de las nuevas tierras, sino también la búsqueda de la legendaria Fuente de la Eterna Juventud, cuyas aguas «hacían a los viejos nuevamente jóvenes«. ¿Contenía esta agua telomerasa? Los españoles interrogaron y torturaron a los nativos capturados para que les revelaran la secreta localización de la mítica fuente. Y quién más destacó en esas investigaciones fue Juan Ponce de León. La Historia nos explica que Juan Ponce de León fue el conquistador español de Puerto Rico y descubridor de Florida. De ascendencia noble, fue paje en la corte de Fernando el Católico y combatió en la conquista del reino de Granada. Se duda si su primer viaje a América lo hizo con Cristóbal Colón en 1493, o con Ovando en 1502. En todo caso, colaboró con éste en la conquista de isla de La Española y recibió de él el encargo de conquistar la cercana isla de San Juan Bautista o Borinquén (Puerto Rico) en 1508. A pesar de la oposición de Diego Colón, gracias a su buena relación con el rey Fernando consiguió ser nombrado gobernador en 1510. La isla se sometió sin dificultad, merced a la conversión del cacique Agüeybaná; Ponce de León pudo dedicarse a la fundación de ciudades y a la explotación de oro. Pero, tras la muerte del cacique, los amerindios se sublevaron contra la dominación española y el régimen de encomiendas durante el que se les había sometido a trabajos forzados. Tras una dura lucha, Ponce de León se impuso a los nativos y tomó sangrientas represalias. Más tarde descubrió una zona al norte a la que llamó La Florida, ya que fue descubierta el día de Domingo de Resurrección, llamado en España «Pascua Florida», por caer siempre al principio de la primavera. Se pasó el resto de su vida buscando la fuente de la eterna juventud, que según una leyenda se encontraba en ese lugar.
En 1511, Ponce de León asistió al interrogatorio de algunos indios prisioneros. Al describir la isla que habitaban, los nativos hablaron de sus perlas y otras riquezas, y enaltecieron las maravillosas virtudes de sus aguas. Contaron que existía una fuente donde un isleño «gravemente oprimido por la vejez» fue a beber. Después de hacerlo «él recuperó su fuerza varonil y practicaba todos los desempeños viriles, habiendo nuevamente tomado una esposa y generado hijos«. Oyendo este relato con creciente entusiasmo, Ponce de León, que tenía más de 50 años, se convenció de que los indios describían la mítica fuente de las aguas rejuvenecedoras. La observación de los nativos, relacionando el agua de la fuente con temas vinculados con relaciones sexuales y amorosas, le pareció la parte más notable del relato, pues en la corte de España, así como en toda Europa, abundaban los cuadros pintados por los mejores artistas, en que se mostraban escenas de amor o alegorías sexuales, y en los que se incluía una fuente en el escenario. Unos de los más famosos cuadros es “el Amor Sagrado y el Amor Profano”, de Ticiano, en el que se insinúa que las aguas de una fuente hacían posibles «todos los desempeños viriles» en un estado de eterna juventud. El informe de Ponce de León al rey Fernando aparece en los registros mantenidos por el historiador oficial de la corte, Pietro Martire di Anghiera, de origen italiano. Relata, en su obra Décadas del Nuevo Mundo, que los indios procedentes de las islas Lucaias (Bahamas), revelaron que «hay una isla donde existe una fuente perenne de agua corriente de tal excelsa virtud que ingerida, quien sabe si acompañada de alguna dieta, hace a los viejos nuevamente jóvenes«. Hay otras obras, como la Fuente de la Juventud de Ponce de León: Historia de un Mito Geográfico, de Leonardo Olschki, en que se explica que “la Fuente de la Juventud era la más popular y característica expresión de las emociones y expectativas que agitaron a los conquistadores del Nuevo Mundo«.
Parece seguro que el rey Fernando era uno de los que esperaban ansiosamente la confirmación del hallazgo de la fuente maravillosa. Por esta razón, cuando llegó la carta de Ponce de León, el rey no perdió tiempo y concedió de inmediato a Ponce, a 23 de febrero de 1512, una autorización real especial para la organización de una expedición desde la isla de Española en dirección al Norte. Las autoridades españolas en el continente americano recibieron la orden de auxiliar a Ponce de León y darle las mejores embarcaciones y marineros, con los cuales tal vez descubriría sin tardanza la isla de Bimini, en la parte más occidental de las Bahamas, relacionada con la legendaria Atlántida. El rey dejó bien explícita su instrucción: «Después de que hayas alcanzado la isla y que sepas lo que existe en ella, tú me mandarás un informe«. En marzo de 1513, Ponce de León partió hacia el norte con el objetivo de encontrar la isla de Bimini. La razón oficial del viaje era que se trataba de una expedición para «buscar oro y otros metales«. Pero la verdadera razón era encontrar la Fuente de la Eterna Juventud. Sin embargo, no encontraron sólo una isla, sino centenares de ellas: las Bahamas. Al desembarcar en una tras otra, los marineros recibieron instrucciones de que no buscaran oro, sino una fuente de agua. Se probaron aguas de distintos riachuelos sin aparentes efectos. Y el Domingo de Pascua fue avistado un largo litoral al que Ponce de León llamó la isla de Florida. Navegaron a lo largo de la costa y desembarcaron en distintos lugares, explorando las florestas y bebiendo el agua de innumerables fuentes. Sin embargo, ninguna de ellas produjo el anhelado milagro. No obstante, el fracaso de la misión no consiguió desacreditar la convicción de que existía dicha fuente en el Nuevo Mundo. Sólo se necesitaba descubrirla y para ello fueron interrogados más nativos. Y se observó que algunos aparentaban mucha menos edad de la que realmente afirmaban que tenían, mientras que otros repitieron leyendas que confirmaban la existencia de la fuente milagrosa. En los Mitos de la Creación de la América Primitiva, de J. Curtin, se relata que cuando Olelbis, «aquel que está sentado en lo alto«, estaba a punto de crear la humanidad, mandó dos emisarios a la Tierra para que construyeran una escalera que conectara el Cielo y la Tierra. A medio camino deberían instalar un lugar para el reposo, en donde habría una laguna con la más pura agua potable. Y en la cima de la escalera se crearían dos fuentes, una para beber y la otra para bañarse. Olelbis era el dios de la creación en la mitología Wintun, que es el nombre dado generalmente a un grupo de las tribus americanas nativas que vivieron en el norte de California. Incluía las tribus Wintu, Nomlaki y Patwin. Y su ubicación estaba localizada entre el lago Shasta hasta la Bahía de San Francisco, a lo largo del lado occidental del Río de Sacramento.
Cada uno de estas tribus hablaba uno de los conocidos como idiomas de Wintun. Y J. Curtin sigue explicando que Olelbis dijo: «Cuando un hombre o una mujer envejezcan, déjenlo subir a esa cumbre, beber y bañarse. Con eso, su juventud será restaurada«. Era tan fuerte la convicción de que existía dicha fuente en algún lugar de aquellas islas que, un año después de la expedición de Ponce de León, Pietro Martire escribió (según se indica en su segunda Década) al papa León X informándole de que: “a una distancia de 325 leguas de La Española, dicen, existe una isla llamada Boyuca, de hecho Ananeo, que, según aquellos que exploraron su interior, posee una fuente extraordinaria, cuyas aguas rejuvenecen a los viejos. Que Su Santidad no piense que eso esté siendo dicho liviana o irreflexivamente, pues ese hecho es considerado verdadero en la corte, y de una manera tan formal, que todos, aún aquellos cuya sabiduría o fortuna los distinguen de las personas comunes, lo aceptan como verdad”. Ponce de León dedujo, después de varias investigaciones, que debería buscarse una fuente conectada a algún río, posiblemente a través de un túnel subterráneo. Entonces, si la fuente estaba en una isla, su manantial probablemente provendría de un río en Florida. En 1521, la Corona española ordenó a Ponce de León que organizara urna nueva expedición, esta vez concentrando la búsqueda en Florida. No existen dudas sobre el verdadero propósito de esa misión, ya que el historiador español Antonio de Herrera y Tordesillas afirmó, en su Historia General de las Indias, que: «Ponce de León salió en búsqueda de aquella fuente sagrada, tan afamada entre los indios, y del río cuyas aguas rejuvenecían a los viejos«. El objetivo de la expedición era descubrir la fuente en la isla de Bimini y el río en la Florida, donde, según afirmaban los indios, «los viejos que en él se bañaban se hacían jóvenes de nuevo«. Pero, desgraciadamente, Ponce de León encontró la muerte en lugar a la eterna juventud al ser alcanzado por una flecha de los indios caraibes. De esta manera finalizó oficialmente la búsqueda organizada, bajo el patrocinio real. Pero, ¿fue inútil esta búsqueda? Los reyes Fernando e Isabel, Ponce de León y todos los que navegaron y murieron buscando la Fuente de la Eterna Juventud, ¿eran sólo unos ingenuos que creían en cuentos de hadas? Todos ellos entendían que las Sagradas Escrituras, así como leyendas y relatos de exploradores, indicaban que realmente existía un lugar cuya agua (o tal vez el néctar de unos frutos, o la telomerasa) podía otorgar la inmortalidad, manteniendo a las personas eternamente jóvenes.
El ambicioso objetivo de Christian Bär consistía en una solución común, un único tratamiento preventivo capaz de eliminar el cáncer, la diabetes, la osteoporosis, las enfermedades cardiovasculares y las neurodegenerativas, incluyendo el alzhéimer. Christian Bär quería atacar el cáncer y se encontró con una estrategia para combatir el cáncer y también muchas otras enfermedades; una estrategia prometedora en la investigación para tratar el envejecimiento. La telomerasa se descubrió en 1985 y desde entonces los avances en su estudio han sido rápidos y en paralelo con la investigación en el envejecimiento. En medio siglo, los hallazgos en biología han revolucionado lo que se sabía sobre cuestiones tales como por qué nos parecemos a nuestros padres, o qué son realmente muchas de las enfermedades que padecemos. En 1953, James D. Watson y Francis Crick descubrieron la estructura de la molécula de la vida, el ácido desoxiribonucleico, o ADN. A mediados de la década de 1960 se descifró el código por el que las piezas que componen la molécula de ADN, las llamadas bases, se traducen en piezas de proteínas, los aminoácidos. Y en la década de 1990 se empezó a secuenciar genomas de distintas especies, en especial los genomas humano y del ratón, completados a principios del siglo XXI. Actualmente ya se ha descifrado la información del ADN de miles de especies y se ha aprendido incluso a modificar dicha información, con técnicas como la de CRISPR, “Clustered Regularly Interspaced Short Palindromic Repeats” (repeticiones palindrómicas cortas, agrupadas y regularmente interespaciadas), o sea, fragmentos de ADN repetitivos que las bacterias usan para defenderse de los virus invasores.. El CRISPR permite a los investigadores cortar y pegar secuencias de ADN. Primero, los científicos componen un conjunto de letras genéticas o “ARN guía” que, igual que los fragmentos originales del código viral, reconoce un tramo específico del ADN entre los millones de letras A, T, G y C del genoma. Luego, introducen en la célula diana esta secuencia guía junto con una enzima similar a Cas9, que reconocen el texto correspondiente y lo abren. Los científicos usan este mecanismo para borrar, mutar, insertar o reparar secuencias genómicas de ADN en células, animales y seres humanos. Los biólogos del siglo XXI están comprendiendo y llegando a hacer posible el control de las órdenes que dirigen la construcción y el funcionamiento de los seres vivos en el núcleo celular, a unas escalas tan pequeñas como las millonésimas de milímetro.
Y entre las decenas de miles de proteínas que integran el cuerpo humano encontramos la telomerasa, cuyas sorprendentes funciones en todo el engranaje del cuerpo humano se han ido desvelando a lo largo de treinta años. Parece que la clave está en que la telomerasa interfiere con una especie de reloj biológico que marca el envejecimiento de cada célula. Cada vez que las células se dividen deben duplicar su material genético, el ADN, que es empaquetado en los cromosomas. Pero el propio modo de funcionamiento del mecanismo de duplicación impide que el extremo de cada cromosoma sea copiado hasta el final y, por ello, en cada división el extremo del cromosoma se acorta. Lo que se acorta realmente es una estructura de ADN y proteínas llamada telómero, un tipo de capuchón protector que forma el extremo de cada cromosoma. Cuantas más divisiones celulares, más se acorta el telómero y, por lo tanto, más envejece la célula. El acortamiento de los telómeros nos cuenta el número de veces que se ha dividido la célula así como su edad. Lo que hace la telomerasa es ir en contra de este proceso de acortamiento del telomero. La telomerasa es la enzima que hace que vuelva a crecer el ADN de los telómeros, como el botón de stop del cronómetro. De ahí proviene su poder regenerador y por ello su relación con el proceso de envejecimiento no sólo de la célula, sino, posiblemente, según Maria Blasco, de todo el organismo. Vemos pues que la telomerasa representa un freno para el envejecimiento. Pero lo que sucede es que nuestro cuerpo no está generando constantemente telomerasa. En la mayoría de las células del organismo adulto el gen de la telomerasa no se activa y, como resultado, la telomerasa no se produce. Por eso las personas de más edad tienen normalmente los telómeros más cortos que las personas jóvenes, ya que sus células se han dividido más veces y, además, apenas tienen telomerasa que permita alargar los telómeros. Según Christian Bär: «Podemos medir los telómeros. Y podemos ver que los telómeros de las células del tejido cardíaco de los ratones con telomerasa son más largos, como los de una célula más joven, que se ha dividido menos. Por eso no tenemos duda alguna de que la telomerasa está haciendo bien su trabajo». Se sabe que un infarto de miocardio se produce cuando se obstruye una arteria coronaria y parte del tejido cardíaco muere por falta del necesario riego sanguíneo. Christian Bär, junto con Maria Blasco, querían conseguir que las células del corazón expresaran telomerasa antes del infarto, de forma que, una vez acontecido el infarto, se pudiese regenerar y recuperar el área necrótica. Normalmente, cuando se produce un infarto, el organismo intenta reparar la herida mediante una cicatriz formada por un tipo determinado de células, llamadas fibroblastos, que no se contraen y que, por ello, no pueden cumplir adecuadamente la función cardíaca. En realidad es como un parche, pero el cuerpo actúa de esta manera porque el tejido cardíaco adulto no se regenera, especialmente con el envejecimiento. Al promover la regeneración de las células contráctiles del músculo cardíaco mediante la telomerasa, el parche mediante fibroblastos ya no hace falta y el corazón puede seguir latiendo correctamente.
Pero, ¿a qué se debe que la telomerasa favorezca la regeneración? Todo indica que al reparar los telómeros, la telomerasa consigue evitar que haya telómeros muy cortos en la célula. Se sabe que los telómeros muy cortos provocan daños importantes, que implican que la célula o bien deje de dividirse o bien opte por la apoptosis, que es una forma de muerte celular programada, o «suicidio celular«, que es diferente de la necrosis, en la cual las células mueren debido a lesiones. Tanto si la célula deja de dividirse como si se suicida, el tejido pierde su capacidad regenerativa. En un tejido joven, que está constituido por células con telómeros largos, si se ve afectado por un infarto la regeneración es mucho más fácil que en un tejido de células viejas. Los biólogos saben que el corazón de un ratón sí tiene la capacidad de regenerarse por completo, pero sólo hasta poco tiempo después de su nacimiento. Maria Blasco ha constatado que en esos primeros días de vida del ratón, en que se produce regeneración cardíaca, se genera mucha telomerasa en las células. Pero una vez transcurrida esa corta etapa comienza el proceso de acortamiento progresivo de los telómeros, porque el cuerpo ya deja de producir telomerasa en la mayor parte de sus células. Maria Blasco está convencida de que uno de los efectos del paso del tiempo en cualquier organismo es el acortamiento de los telómeros. Su tesis y la de otros investigadores es que con los daños acumulados a lo largo de los años, entre ellos el desgaste de los telómeros, los tejidos pierden su capacidad regenerativa. Pero este proceso de desgaste puede combatirse provocando que las células expresen telomerasa. María Blasco opina que: «Para mí no hay duda de que el acortamiento de los telómeros es uno de los mecanismos básicos del envejecimiento. Y este resultado es el primero que respalda la hipótesis de que curando el envejecimiento se curan también sus enfermedades; ésta es la primera vez que se trata una enfermedad de la edad con una estrategia dirigida a un proceso de la edad misma. Ahora que lo hemos hecho con el infarto, lo haremos también con el alzhéimer y con las demás. Lo que estamos tratando es el envejecimiento. Igual que la única manera de acabar con las enfermedades infecciosas ha sido identificar y matar los gérmenes, la única manera de tratar eficientemente las enfermedades que matan a nuestra sociedad será acabar con su germen, que no es otro que el proceso de envejecimiento». Si esta estrategia da resultado, según María Blasco: «Estaremos ayudando a prevenir y tratar eficazmente enfermedades asociadas a la edad, y ése es el objetivo principal de nuestra investigación: entender y curar enfermedades. Es un objetivo para ahora mismo, porque cada vez vivimos más, y tenemos que conseguir que esos años sean años de vida».
Y aquí volvemos a hacer referencia a antiguos relatos sobre el tema de la búsqueda de la eterna juventud. Hijo de la reina Olimpia y (supuestamente) de su marido, el rey Filipo II, Alejandro el Grande tuvo como maestro a Aristóteles, que le enseñó todo lo que necesitaba conocer de la antigua sabiduría. Después de una serie de disputas conyugales, Olimpia huyó de la corte con su hijo. Más tarde llegó la reconciliación, pero al cabo de poco tiempo Filipo fue asesinado y ello llevó a la coronación de Alejandro a sus 20 años de edad. A pesar de su corta existencia, ya que murió a los 33 años, Alejandro el Grande tuvo una vida llena de conquistas y aventuras, así como una firme voluntad por alcanzar los llamados Confines de la Tierra y desvelar los misterios divinos. Las primeras expediciones militares del joven rey le llevaron hasta Delfos, sede del famoso oráculo, donde escuchó una profecía presagiándole la fama, pero una corta vida. Sin dejarse afectar por esta profecía, Alejandro partió, tal como harían los españoles 1.800 años más tarde. en busca del Agua de la Vida y de la Eterna Juventud. Para conseguirlo dirigió sus pasos hacia el Este, que era de donde habían venido los dioses, tales como Zeus, que salió de Tiro, atravesó el Mediterráneo a nado y llegó a la isla de Creta; Afrodita, que también llegó a la isla desde el mar; Poseidón, que vino desde Asia Menor, trayendo consigo el caballo; o Atenea, que trajo a Grecia el olivo originario de Asia occidental. Y según los historiadores griegos, que habían influido mucho en Alejandro, las Aguas de la Eterna Juventud se hallaban en Asia. Entre las obras que había leído figuraba la que se refería a la historia de Cambises, el hijo del rey Ciro de Persia, que atravesó Siria, Palestina y el desierto de Sinaí para atacar Egipto. Y después de derrotar a los egipcios, Cambises los trató con gran crueldad y profanó el templo del dios Amón. A continuación se dirigió hacia el Sur y atacó a los etíopes. Al describir esos eventos, el famosos historiador Herodoto escribió, un siglo antes de Alejandro: “Los espías de Cambises partieron para Etiopía bajo el pretexto de que llevan presentes para el rey, pero su verdadera misión era anotar todo lo que veían y que especialmente observaran si existía en aquel país aquello que es llamado como la Mesa del Sol«. Los emisarios persas interrogaron al rey etíope sobre la longevidad de su pueblo. Y confirmando los rumores:”El rey los llevó a una fuente donde, después de que se lavaron, notaron que andaban con la piel blanda y lustrosa, como si hubieran tomado un baño de óleo. Y de la fuente emanaba un perfume como de violetas”. Cuando regresaron, los emisarios le dijeron a Cambises que el agua era tan tenue que nada conseguía flotar en ella, ni madera u otras substancias ligeras; en ella todo se hundía. Y Herodoto concluyó: “Si el relato sobre esa fuente es verdadero, entonces sería el uso del agua que de ella vierte que los hace (a los etíopes) tan longevos”.
La leyenda de la Fuente de la Eterna Juventud en Etiopía y la profanación del templo de Amón por parte de Cambises influyeron mucho en las aventuras de Alejandro. La importancia de la profanación del templo de Amón estaba relacionada con los crecientes rumores de que el joven rey no era hijo de Filipo, sino fruto de una unión entre su madre, Olimpia, y el dios egipcio Amón. Las tensas relaciones entre Filipo y Olimpia contribuían a reforzar esta sospecha. Y según los relatos en las obras de Calístenes, un faraón egipcio llamado Nectanebo por los griegos, visitó la corte de Filipo. Se dice que era un mago y adivino, y que secretamente sedujo a la reina Olimpia. Y se dice que fue el dios Amón que la visitó disfrazado de Nectanebo. Por esta razón ella habría dado a luz un semidios, hijo del dios cuyo templo Cambises había profanado. Después de derrotar a los persas en Asia Menor, Alejandro se dirigió hacia Egipto. Esperando fuerte oposición de los gobernantes persas en Egipto, se sorprendió al verlo caer en sus manos sin resistencia. Entendió que era un buen presagio y, sin perder tiempo, Alejandro se dirigió a la sede del oráculo de Amón. Según las leyendas, el mismo dios Amón confirmó su parentesco con el joven rey. Al saberlo, los sacerdotes egipcios honraron a Alejandro como su faraón. A partir de entonces en las monedas de su reino se le presentó como Zeus-Amón, ostentando un tocado con dos cuernos. En su calidad de semidios, Alejandro pasó a considerar su deseo de escapar del destino de los mortales como un derecho. Posteriormente Alejandro dirigió sus pasos hacia Karnak, centro religioso del dios Amón. Desde el 3.000 a.C., Karnak era un gran centro religioso, con templos, santuarios y monumentos dedicados a Amón. Una de las más impresionantes edificaciones era el templo mandado construir por la reina Hatshepsut, que vivió unos mil años antes de la época de Alejandro. Esta soberana se decía que era hija de Amón, habiendo nacido de una reina a la que el dios visitó escondido también bajo un disfraz. No se sabe que ocurrió en Karnak, pero en vez de conducir sus tropas en dirección al centro del Imperio Persa, Alejandro escogió una pequeña escolta para que lo acompañaran en una expedición hacia el sur. Todo el mundo creyó que el rey iba a efectuar un viaje de recreo, buscando los placeres del amor. Y los historiadores de la época intentaron explicar su extraño viaje describiendo a la mujer que se suponía era su objeto del deseo. Una mujer «cuya belleza ningún hombre vivo conseguiría elogiar de manera suficiente«. Se llamaba Candace y era la reina de un país al sur de Egipto, el actual Sudán. Al igual que la historia de Salomón y la reina de Saba, esta vez fue el rey el que viajó hacia la tierra de la reina. Pero en realidad el principal objetivo de Alejandro no era la búsqueda del amor, sino conocer el secreto de la inmortalidad.
Después de una agradable estancia, la reina Candace quiso hacerle un presente de despedida y reveló a Alejandro el secreto de la localización de una «maravillosa caverna donde los dioses se congregan«. Siguiendo sus indicaciones, Alejandro encontró el lugar sagrado: “Él entró con algunos pocos soldados y vio una niebla azulada. Los techos brillaban como iluminados por estrellas. Las formas externas de los dioses estaban físicamente manifestadas; una multitud los servía en silencio. De inicio, él (Alejandro) se quedó sorprendido y asustado, pero permaneció allí para ver lo que acontecía, pues avistó algunas figuras reclinadas cuyos ojos brillaron como rayos de luz”. La visión de las enigmáticas figuras reclinadas contuvo Alejandro, ya que no sabía si eran dioses o mortales deificados. Entonces una voz, procedente de una de las figuras, le hizo estremecer: «Saludos, Alejandro, ¿sabes quién soy?”. Alejandro, asustado, respondió: «No, mi señor«. Y la voz añadió: «Soy Sesonchusis, el rey conquistador del mundo, que se unió a las filas de los dioses«. Se supone que Sesonchusis era el Faraón Senusert, también conocido como Sesostris I, que reinó en el Siglo XX a.C. Sorprendentemente, Alejandro había encontrado a la persona que buscaba. Pero a pesar de que Alejandro estaba muy sorprendido, los habitantes de la caverna no parecían impresionados. Era como si hubiesen esperado su llegada. Entonces Alejandro fue invitado a entrar para conocer al «Creador y Supervisor de todo el Universo«. Entró y «vio una niebla brillante como fuego y, sentado en un trono, el dios que una vez había visto siendo adorado por los hombres de Rokôtide, el Señor Serapis«. Serapis, para los egipcios User-Hep, era una deidad sincrética greco-egipcia a la que el faraón Ptolomeo I declaró patrón de Alejandría y dios oficial de Egipto y Grecia, con el propósito de vincular culturalmente a los dos pueblos. Según un texto de Tácito, Sarapis fue el dios de la cercana población de Racotis (Rokôtide) antes de que formara parte de Alejandría. Alejandro potenció el culto de Amón, pero éste gozaba de escaso afecto entre muchos egipcios, pues era el dios de Kush y de los tebanos, que eran antagonistas del Delta del Nilo. Por otra parte, Osiris, Isis y Horus eran venerados y populares en todas partes. Y mientras Ptah, el artesano, dios de la gran capital nativa de Egipto, no resultaba atractivo, el buey Apis, considerado una encarnación de Ptah, había relegado al propio Ptah.
La más antigua mención de Sarapis se encuentra en la narración de la muerte de Alejandro. Según ella, Sarapis tenía un templo en Babilonia y era de tal importancia que sólo lo nombra a él al ser consultado el rey agonizante. Por otra parte, el principal dios de Babilonia era Zeus Belus (Baal Marduk), que podría haber sido asimilado a Serapis en esta ocasión. Sin embargo, se sabe que el dios sumerio Ea (Enki) también era llamado Sarapsi, el dios del océano profundo, del aprendizaje y de la magia, y tenía un templo en la ciudad. Independientemente de si el nombre egipcio de Sarapis proviene realmente del Sarapsi babilónico, la importancia que éste tuvo en los últimos días de Alejandro podría haber determinado la elección del dios egipcio Osiris-Apis para aportar el nombre y las principales características al dios de Alejandría. Alejandro aprovechó la oportunidad para hablar del asunto de su longevidad: «Señor, ¿cuántos años viviré?” No hubo respuesta y Sesonchusis intentó consolar a Alejandro, pues el silencio del dios era suficientemente elocuente. Sesonchusis le contó que, a pesar de haberse unido a las filas de los dioses, «no tuve tanta suerte como tú, ya que nadie se acuerda de mi nombre aunque haya conquistado el mundo entero y subyugado tantos pueblos. Pero tú poseerás gran fama y tendrás un nombre inmortal aún después de la muerte«. Y terminó confortando a Alejandro con las siguientes palabras: «vivirás al morir, y así no morirás«, queriendo decir que sería inmortalizado en la Historia. Alejandro abandonó las cavernas deprimido y continuó su viaje para buscar consejos de otros sabios en busca de la consecución de su objetivo de escapar al destino de un mortal y de poder seguir los pasos de otros que, antes que él, habían tenido éxito al unirse a los dioses inmortales. Entre aquellos que Alejandro buscaba, y que finalmente encontró, estaba Enoc, el patriarca bíblico de los tiempos anteriores al Diluvio y bisabuelo de Noé. El encuentro se produjo en un lugar montañoso «donde está situado el Paraíso, la Tierra de los Vivos«, el lugar «en donde viven los santos«. En lo alto de una montaña vio una estructura brillante, de la que se elevaba hacia el cielo una inmensa escalera construida con 2.500 losas de oro.
En una enorme caverna, Alejandro encontró estatuas de oro, cada una en su propio nicho, un altar de oro y dos inmensos recipientes de oro, de unos 20 metros de altura. “Sobre un diván próximo se veía la forma reclinada de un hombre envuelto en una colcha bordada con oro y piedras preciosas y, por encima de él, estaban las ramas de una vid hecha de oro, cuyos racimos de uva estaban formados por joyas”. Allí había un hombre, que se identificó como Enoc, y que le dijo: «No sondees los misterios de Dios«. Atendiendo al aviso, Alejandro se marchó para juntarse con sus tropas, pero no antes de recibir como presente de despedida un racimo de uvas que, milagrosamente, alimentó a todo su ejército. En otra versión de la misma historia, Alejandro encontró a dos personajes: El patriarca Enoc y el profeta Elías, que, según las tradiciones bíblicas, jamás murieron. Este acontecimiento ocurrió cuando el rey atravesaba un desierto. Súbitamente su caballo y él fueron tomados por un «espíritu» (¿??) que los transportó a un centelleante tabernáculo (caseta o santuario), donde Alejandro vio a dos hombres. Sus rostros brillaban, sus dientes eran más blancos que leche y sus ojos tenían el fulgor de la estrella matutina. Tenían «gran estatura y buena apariencia«. Después de identificarse, le dijeron que «Dios los escondió de la muerte«. También le explicaron que aquel lugar era la «Ciudad del Granero de la Vida«, de donde brotaba la «cristalina Agua de la Vida«. Pero, antes de que Alejandro descubriera más o consiguiera beber el agua, un «carro de fuego» lo arrebató de allí y se encontró de nuevo entre sus tropas. Según la tradición musulmana, mil años después, también el profeta Mahoma fue llevado hacia el cielo montado en su caballo blanco. ¿Debemos considerar el episodio de la caverna de los dioses y otras de las historias sobre Alejandro como pura ficción o estarían basados en hechos históricos? ¿Existió realmente una reina Candace, una ciudad real llamada Shamar o un conquistador como Sesonchusis? Hasta muy recientemente esos nombres eran prácticamente desconocidos para los arqueólogos e historiadores. No se sabía si habían formado parte de la realeza egipcia o de una mítica región de África. Los jeroglíficos, en un principio indescifrables, sólo confirmaban la existencia de enigmas que tal vez no pudiesen ser desvelados. Y los relatos de la Antigüedad, transmitidos por griegos y romanos, se convirtieron en oscuras leyendas.
Actualmente vemos como la gerontología y la geriatría se están planteando con enfoques poco tradicionales. Muchos de estos investigadores del envejecimiento proceden de la biología molecular, y su aproximación consiste en buscar en las células el equivalente bioquímico de la pérdida de vigor vital. La revista médica The Lancet publicaba en 2013 que «la proporción de europeos de sesenta y cinco años o más ya superó a la de personas de menos de quince años en 2008». Ello lleva a pronosticar que en 2060 habrá al menos dos europeos mayores de sesenta y cinco años por cada niño de menos de quince. Y hasta el 2060 la población de ochenta o más años aún se incrementará más, llegando a triplicarse. Identificar a aquellas personas en riesgo de volverse dependientes debido al envejecimiento sería de gran ayuda para tratar de evitarlo. Para Maria Blasco, a la prolongación de la vida se llega cuando la salud mejora, como un favorable efecto secundario. Según dice Maria Blasco: «Nuestra prioridad es mejorar la salud. Pero es que al mejorar la salud resulta que vivimos más tiempo ¡y mejor! Es lo que vemos que ocurre en los ratones». Pero para otros investigadores vivir más es el primer objetivo. La aparición de la longevidad en el área del envejecimiento ha enlazado dos objetivos aparentemente distantes, como son acabar la vida en buenas condiciones y vivir más tiempo. Pero la idea de envejecer bien es menos atractiva para los medios de comunicación que el viejo sueño de la eterna juventud. De hecho, la posibilidad de prolongar la vida se ha convertido en muy atractiva para científicos brillantes. Lo que impulsó la investigación sobre el envejecimiento no fue el deseo de mejorar la salud de los ancianos, sino una serie de sorprendentes descubrimientos en relación a la longevidad. Esos descubrimientos mostraron que la duración de la vida de cada especie es maleable y se puede cambiar, lo que atrajo a este área a biólogos moleculares. Entonces la posibilidad de alargar la vida humana se convirtió en un objetivo factible, y la investigación sobre el envejecimiento empezó a compartir objetivos con la industria del antiaging, un movimiento social dedicado a eliminar o revertir el envejecimiento, o reducir sus efectos. Los inesperados descubrimientos tuvieron como protagonista a un gusano, el Caenorhabditis elegans o C. elegans. La biología empezó el proceso de deconstrucción del C. elegans a mediados de la década de 1960, después de que el biólogo sudafricano Sydney Brenner, galardonado con el Premio Nobel de Medicina de 2002, propusiera usarlo como organismo modelo por sus muchas propiedades.
Las razones por las qué Brenner decidió establecer el gusano como organismo modelo lo explicó en la conferencia del Nobel que ganó. Brenner pensó que para entender cómo las órdenes genéticas (el genotipo) se traducen en el animal que vemos (el fenotipo) era necesario poder estudiar un organismo mucho más simple que un mamífero, pero a la vez con cierta complejidad. Y Brenner añadía: «Necesitábamos un animal pequeño que también presentara un sistema nervioso con un número pequeño de células. Tras un poco de búsqueda me decidí finalmente por el pequeño gusano C. elegans». Como el gusano es transparente, permite ver como sus células se dividen y especializan, o sea, van configurándose con cada división hasta llegar a ser el tipo de célula que corresponde al tejido específico que deben construir. Eso ha facilitado el que los investigadores que estudian cómo se construye el organismo a partir de un embrión, observen la genealogía y precisa función de todas y cada una de las 959 células que integran el gusano adulto. Además, como el ciclo vital del C. elegans es bastante rápido, no hay que esperar años ni meses a que los gusanos envejezcan, o a poder estudiar en varias generaciones las consecuencias de cada pequeño cambio en los genes, debidos a cada mutación. El investigador Manuel J. Muñoz, en su laboratorio en la Universidad Pablo de Olavide, en Sevilla, se dedicó a buscar mutantes longevos de C. elegans. Encontró unos cincuenta, muchos de los cuales duplicaban el tiempo de vida de los otros gusanos. Uno de sus gusanos longevos lo es debido a una mutación cuyo efecto, en principio, podría inducirse con un fármaco ya aprobado para otros fines. 1983 fue el año en que Michael Klass, entonces un investigador posdoctoral en la Universidad de Colorado (Estados Unidos), intrigado por el proceso de envejecimiento humano, encontró ocho mutantes de gusanos C. elegans que vivían mucho más de lo habitual. No era la primera vez que se conseguía alargar la vida de animales de laboratorio. Ya en la década de 1930 se había descubierto que reduciendo drásticamente la cantidad de calorías que comían se podía prolongar la vida de ratones hasta en un 40 %. Nadie sabía explicar la relación entre dieta extrema y longevidad, pero existía. Klass ideó una estrategia para buscar gusanos mutantes longevos, es decir, cuyo secreto para vivir más tiempo estuviese en los genes, no en una dieta. Sin embargo, Klass interpretó que la mayor longevidad se debía a factores no directamente relacionados con la regulación de la longitud de la vida, sino precisamente a que comían menos. En realidad, no ayudó a Klass en su investigación el que todos sus colegas creyeran imposible la existencia de genes únicos capaces de regular la longevidad.
Thomas Johnson, de la misma universidad que Michael Klass, en una conferencia en 2005,. dijo: «La teoría evolutiva impedía la existencia de un único gen con un efecto potente en el envejecimiento. La teoría dice que es imposible que estos genes existan porque el envejecimiento es el resultado del efecto combinado de cientos, si no miles de genes diferentes». Klass legó sus gusanos mutantes a Johnson, que siguió adelante con la investigación, a pesar de que era un área de poco prestigio en aquella época. Finalmente, Johnson descubrió que el gen responsable de la larga vida de los gusanos mutantes de Klass era efectivamente sólo uno, y que además su acción no tenía que ver con la restricción calórica. El gen en cuestión fue bautizado como age-1. El hallazgo se publicó en 1988 y según Johnson: «La demostración de que una única mutación podía generar un fenotipo de vida larga fue muy controvertida, pero demostrar que podíamos mapear el age-1 y que se segregaba como un único gen ayudó a convencer a muchos de este sorprendente hecho». Sin embargo, en 1993 Cynthia Kenyon, en la Universidad de California, además de descubrir otro mutante de C. elegans que vivía más del doble de lo habitual, explicó la ruta molecular en que se basaba este fenómeno. Kenyon, en la revista Nature, dijo: «Nuestros descubrimientos hacen pensar en la posibilidad de que la longevidad observada […] sea consecuencia de un mecanismo regulador de la duración de la vida […] y proporcionan vías para entender cómo extenderla». Los gusanos superlongevos eran la prueba viviente de que el tiempo de vida de las especies era móvil y podía cambiarse. Y con ese nuevo paradigma la investigación en envejecimiento se aceleró. En 2005 Cynthia Kenyon escribía en la prestigiosa revista Cell: «El envejecimiento es un proceso fundamental y fascinante que muestra una gran variedad en la naturaleza. Una rata vive tres años, y una ardilla veinticinco. Hay animales que mueren justo tras aparearse, mientras que algunos peces y tortugas parecen no envejecer en absoluto. La diversidad del envejecimiento se da incluso en un mismo individuo. Las neuronas de un C. elegans viejo y decrépito apenas muestran indicios de estar envejeciendo, y las células germinales son inmortales. A pesar de esta diversidad, durante muchos años se ha creído que el envejecimiento era un proceso impulsado sólo por la entropía. Sin embargo, ahora sabemos que el envejecimiento, al igual que muchos otros procesos biológicos, está sujeto a vías de regulación que se han conservado durante la evolución. En el laboratorio hemos visto que cambiar unos pocos genes en estas vías puede bastar para extender mucho la vida de los animales, haciéndoles envejecer más despacio. Algunos de estos animales son realmente asombrosos: en términos humanos, parece que tienen cuarenta años cuando en realidad van por los ochenta o más».
Los nuevos hallazgos supusieron una revolución, llegando la primera oleada de compañías biotecnológicas implicadas en la búsqueda de la longevidad. En 1986, Thomas Johnson declaraba en un reportaje de la cadena de televisión estadounidense NBC: «Es bastante llamativo que un único gen pueda tener un efecto tan profundo [sobre la longevidad]. Entendiendo lo que está mal, o lo que hace este gen, podremos entender qué es lo que limita la vida humana». En 2005 la propia Kenyon escribía: «Quizá no sea posible ralentizar el ritmo del envejecimiento en humanos. Pero ¿por qué hemos tardado tanto en intentar hacerlo? Tal vez porque no hay primates muy longevos a los que podamos emular. Es improbable que hubiéramos inventado los aviones si no hubiéramos visto volar a los pájaros. Ahora la genética nos proporciona nuevos modelos en que inspirarnos». Han pasado ya más de dos décadas desde los descubrimientos iniciales de la nueva biología del envejecimiento. Pero los intentos de trasladar la investigación en envejecimiento, a partir del descubrimiento de genes, a los seres humanos de momento han fracasado. Pero podríamos tomar como ejemplo lo ocurrido con la secuenciación del genoma humano. El análisis de la información en el genoma se ha revelado más complejo de lo esperado. Se ha descubierto que la información está codificada en más de un nivel; que el ADN considerado inútil, o basura, es en realidad crucial; que un mismo gen puede ordenar la síntesis de varias proteínas, etc… Pero con los años también se ha demostrado que, efectivamente, la secuenciación del genoma humano ya está generando aplicaciones biomédicas valiosas. Maria Blasco opina que ocurrirá lo mismo con la investigación en envejecimiento, ya que pone como ejemplo la terapia con telomerasa de los ratones infartados, que permitirá mejorar el tratamiento de enfermedades relacionadas con el envejecimiento en pocos años. De hecho, en la segunda década del siglo XXI están surgiendo compañías dedicadas a combatir el envejecimiento. En 2013 Google creó California Life Company (Calico) para «diseñar intervenciones que hagan posible una vida más larga y saludable». Y la prueba de que Google va en serio, es que Calico ha fichado a Cynthia Kenyon para liderar su grupo de científicos.
Vemos que el impulso de la ciencia del envejecimiento y la longevidad ha tenido un interesante efecto secundario. Pero, ¿qué es exactamente el envejecimiento? El investigador portugués Bruno Bernardes de Jesus, bajo la dirección de Maria Blasco, había puesto a punto una terapia para tratar no una enfermedad, sino el envejecimiento en sí mismo. Para ello utilizaba la telomerasa para alargar la vida de ratones sanos, retrasando asimismo su envejecimiento. Además se trataba de una terapia génica, un tratamiento que actúa alterando los genes y que se convertía en la primera terapia génica antienvejecimiento. Se aplicaba en ratones adultos de un año y de dos años, que a nivel de seres humanos sería como tratar a personas de cuarenta y de más de sesenta años, y hacerles superar la centena de años manteniendo su salud. La terapia consistía en introducir en el ADN de los ratones el gen de la telomerasa, de forma que las células tuvieran de nuevo la enzima. En un organismo sano, el gen de la telomerasa trabaja casi exclusivamente antes del nacimiento, en que se tienen telómeros intactos y listos para una larga vida. Pero, poco después del nacimiento, en la mayor parte de las células del cuerpo, el gen de la telomerasa se inactiva y deja de producir la enzima. No obstante, esta inactividad del gen de la telomerasa actúa como un freno a la división descontrolada de estas células. Tenemos que tener en cuenta que las células tumorales, que se dividen sin parar y por tanto son inmortales, sí tienen telomerasa. Ello implica que la inactivación del gen de la telomerasa en la mayoría de las células sanas de un organismo adulto es uno de los mecanismos anticáncer que tenemos. Por esta razón, hacer que las células de un adulto expresen telomerasa no es cualquier cosa. Al respecto, Maria Blasco opina: «No es que vayamos a aplicar esta misma terapia ahora, claro, pero sí, en teoría esta terapia sí sería susceptible de ser aplicada a humanos. No hemos observado efectos secundarios». En EMBO Molecular Medicine leemos: «Los organismos adultos acumulan daños en el ADN, resultado del acortamiento de los telómeros; este trabajo muestra que una terapia génica basada en la producción de telomerasa es capaz de reparar o retrasar este tipo de daño». Aunque no decían que la terapia fuera aplicable a seres humanos, sí que el experimento «demuestra que es posible desarrollar una terapia génica antienvejecimiento con telomerasa sin aumentar por ello la incidencia de cáncer».
El principal argumento a favor de la terapia génica se basa en un virus que desaparece del cuerpo una vez hecho el trabajo. Los virus tienen genes, pero les falta la maquinaria necesaria para traducir estos genes en proteínas y, por eso, su estrategia vital consiste en parasitar las células y hacer que los mecanismos celulares produzcan sus proteínas virales. La terapia génica se aprovecha de que el virus haga que las células trabajen para él, sintetizando las proteínas virales. Los investigadores introducen entre los genes del virus el que les interesa que tenga la célula, que es el gen de la telomerasa. Pero en el tipo de terapia génica usada por Bernardes de Jesus el virus con el gen de la telomerasa infecta a las células y les hace producir telomerasa, pero sólo durante unas pocas divisiones celulares. Después, el virus desaparece de las células, así como la telomerasa, que es exactamente lo que se busca. Según Maria Blasco: «Los virus que usamos son muy seguros, derivados de otros no patógenos para humanos y que además no pueden replicarse. Son virus que no se integran en el genoma de la célula. Eso hace que se vayan diluyendo conforme las células se multiplican, que es justo lo que queremos porque nos permite alargar los telómeros sólo durante unas rondas de duplicación celular. Es lo suficiente para rejuvenecer los telómeros, pero evita la inmortalidad de las células y el riesgo de cáncer. De hecho, nuestra terapia génica es más limpia que cualquier fármaco de los que se han descrito que activan la telomerasa. Esos compuestos activan telomerasa muy débilmente y de manera indirecta, es decir, alterando otros muchos genes, incluso algunos que se han relacionado con el cáncer. Nosotros queríamos aumentar la telomerasa de una manera más purista: poniendo directamente el gen. Y vemos que ha funcionado». Los investigadores habían escogido ratones de mediana edad porque es a partir de entonces cuando los animales empiezan a desarrollar enfermedades y a morir. Además, los telómeros de los ratones empiezan a alcanzar longitudes peligrosamente cortas a partir del año de vida. En cuanto a los ratones ya muy viejos, se habían incluido para ver si la telomerasa también podía ser beneficiosa en el caso de envejecimiento avanzado. Se vio que la telomerasa los benefició a todos. Los animales tratados al cumplir el año vivieron de media un 24 % más, y los de dos años, un 13 % más, y además con buena salud, en que las enfermedades asociadas a la edad, como la osteoporosis y la resistencia a la insulina, aparecieron más tarde de lo habitual.
En realidad el envejecimiento no se considera una enfermedad por parte de las agencias regulatorias de los medicamentos, como la Food and Drug Administration (FDA) de Estados Unidos, y por tanto no se puede ensayar un fármaco que tenga la indicación «contra el envejecimiento». Pero sí se puede usar la terapia contra enfermedades asociadas al envejecimiento, y es lo que se está haciendo, por ejemplo, con el trabajo sobre el infarto. Ya se ha empezado a investigar la terapia génica con telomerasa en enfermedades como la fibrosis pulmonar y la anemia aplásica, que se sabe que están relacionadas con la longitud de los telómeros, así como también en dolencias neurodegenerativas como el alzhéimer, directamente vinculadas con el envejecimiento. El hecho es que el acortamiento de los telómeros es un mecanismo fundamental del envejecimiento así como de las enfermedades asociadas a la edad. Lo importante es establecer la relación entre la búsqueda de la longevidad y del envejecimiento saludable. Según Maria Blasco: «El cáncer y el envejecimiento me interesaron desde el principio de mi carrera. Pero realmente lo que me llamó la atención inicialmente, lo que me hizo dedicarme a esto, fue el problema científico de aumentar la longevidad como un fin en sí mismo. Por eso hicimos los ratones transgénicos de telomerasa. Sólo cuando lo conseguimos, y estudiamos esos ratones y por qué vivían más, nos dimos cuenta de otro fenómeno quizá más importante, y es que conseguíamos alargar la juventud biológica de los animales. Hacíamos pruebas y veíamos que los ratones cronológicamente viejos eran como los jóvenes, veíamos que retrasábamos todas las enfermedades. Más tarde llegó la idea de que esto, además, nos daba las claves no ya para alargar la juventud y la vida (que también), sino para tratar las enfermedades del envejecimiento. Entender el envejecimiento nos puede ayudar a tratar enfermedades que aún se nos escapan, como el infarto o el alzhéimer. El envejecimiento es el germen de todas esas enfermedades. Igual que para erradicar una enfermedad infecciosa hay que eliminar los gérmenes, también para acabar con el cáncer o con la muerte por infarto hay que acabar con el envejecimiento celular. Ésa ha sido mi particular odisea mental».
¿Por qué tenemos que morirnos? Y, ¿hasta cuándo puede vivir un ser humano? En realidad podríamos preguntarnos por qué nos tenemos que morir, en lugar de preguntarnos por qué envejecemos. Por qué envejecemos es una cuestión bastante compleja, mientras que la razón por la que nos morimos parece bastante obvia, excepto para los que antiguamente denominamos dioses. Antiguas leyendas hablan de un lugar secreto, una fuente secreta, un fruto o planta secreta que salvaría a sus descubridores de la muerte. Y estas historias eran comunes entre los celtas. Corrían historias sobre la diosa Idunn, que vivía junto a un riachuelo sagrado y guardaba manzanas mágicas en un baúl. Idunn (cuyo significado curiosamente es «siempre joven«) es una de las Ásynjur (diosas) de la mitología nórdica. Idunn sólo aparece en la Edda poética, compilada en el siglo XIII a partir de antiguas fuentes tradicionales, y en la Edda prosaica, escrita en el mismo siglo por Snorri Sturluson. En ambas fuentes se la describe como la esposa del dios escáldico Bragi, y en la Edda poética se le da también el rol de guardiana de las manzanas que proporcionan a los dioses la eterna juventud. Varias teorías rodean su figura, y uno de los montes del planeta Venus, Idunn Mons, fue nombrado así en su honor. Cuando los dioses envejecían, iban a buscarla para comer las frutas y hacerse nuevamente jóvenes. Por esta razón a estas manzanas se las llamaba el «elixir de los dioses«. ¿Son estas historias un eco de la leyenda de Hércules y sus doce trabajos? Una sacerdotisa del dios Apolo, le dijo al héroe: «Cuando tú los completes, te harás uno de los inmortales«. El penúltimo trabajo de Hércules consistía en coger y traer las divinas manzanas de oro del Jardín de las Hespérides. En la mitología griega las Hespérides eran las ninfas que cuidaban un maravilloso jardín en un lejano rincón del occidente, situado según diversas fuentes cerca de la cordillera del Atlas, en Marruecos, o en una distante isla del borde del océano. Y dice la mitología que al casarse Hera, Zeus le dio unas manzanos con frutos de oro que fueron plantados en el Jardín de las Hespérides bajo la protección del dragón Ladón. Pero la Discordia se valió de una de esas manzanas para separar a los dioses. En la mitología griega, una ninfa es un miembro de un gran grupo mitológico de espíritus femeninos de la naturaleza, a veces unidos a un lugar u orografía particular. Las ninfas solían acompañar a varios dioses y diosas, y eran con frecuencia el objetivo de sátiros lujuriosos. Las ninfas son las personificaciones de las actividades creativas y alentadoras de la naturaleza. El hogar de las ninfas está en las montañas y arboledas, en los manantiales y ríos, en los valles y las frías grutas. Con frecuencia son el séquito de divinidades superiores: de Artemisa, la cazadora, de Apolo, de Dioniso, de Pan o de Hermes.
Cerca de la ciudad de Tánger hay una colina que domina la bahía con sus seiscientos metros de altura y que lleva el nombre de Charf. Al este de la colina, una pequeña prominencia lleva el nombre de Tanya-Balya, «Tánger la Vieja». Cuentan las leyendas que, en tiempos remotos, en la cima del Charf estaba la tumba de Anteo, el gigante, enterrado en el mismo lugar en que Hércules lo estranguló entre sus brazos. Y dicen también las leyendas que Anteo fundó una ciudad que llevaba el nombre de su mujer, Tingis, hija de Atlas, donde se levantaría Tánger la Vieja, Tanya-Balya. Al oeste de Tánger, a algunos kilómetros, sobre la costa atlántica, un promontorio rocoso lleva el nombre de «Grutas de Hércules». Y refiere también la leyenda que cuando vino Hércules, en los tiempos mitológicos, desde su lejana Argólida, a medir sus fuerzas con el gigante Anteo, hizo de aquellas grutas su morada antes y después del combate. Los relatos de este combate legendario nos dicen que: “Habiéndose enfrentado los dos adversarios, el campeón de los griegos y el gigante, el griego fue el más fuerte y derribó al gigante; pero cuando Anteo tocó el suelo, como era «hijo de la Tierra», recobró nuevas fuerzas al contacto con ésta y reanudó el combate. Tres veces fue derribado Anteo, y otras tantas la tierra volvió a darle nuevos arrestos, que le permitieron proseguir la pelea. Entonces Hércules lo separó de la tierra y, levantándolo en vilo, lo estranguló entre sus brazos”. Según los relatos mitológicos, este combate se habría originado porque Anteo le cerraba a Hércules el paso al «Jardín de las Hespérides», adonde se le encargó que fuera a robar las manzanas de oro. Las Hespérides, como Tingis, eran hijas de Atlas y poseían, en el extremo occidental, un jardín en que los árboles producían manzanas de oro. Ahora bien, la tradición sitúa el «Jardín de las Hespérides» cerca de la antigua Lixus, en el lugar ocupado actualmente por la pequeña ciudad de Larache, que denomina a su parque municipal Jardín de las Hespérides. Hércules robó las «manzanas de oro», y al volver de realizar aquella proeza, la onceava en la serie de sus trabajos y la última en la Tierra, separó el promontorio de Calpe del de Abila, aislando Europa de África y dando origen al estrecho de Gibraltar. Esto es lo que nos relata la leyenda, que se ajusta asombrosamente a los nombres y a la topografía, aun cuando se supone que es una leyenda griega, en un tiempo en que se supone que los griegos no habían estado en este lugar de Occidente. Los griegos y los romanos nos legaron muchas otras leyendas sobre hombres inmortales. Apolo ungió el cuerpo de Sarpédon, el primero de los hijos que tuvo el dios Zeus con la humana Europa, y vivió varias generaciones. Afrodita regaló a Faon, el barquero que llevó a la diosa en su barca, sin saberlo y sin pedir nada a cambio, con una poción mágica. Al ungirse con ella, Faon se transformó en un bello joven «que despertó amor en el corazón de todas las mujeres de Lesbos«.
Resulta que responder a por qué envejecemos también conduce a por qué morimos. Como ejemplo tenemos El fin del envejecimiento (2001), de Tom Kirkwood, biólogo investigador en la Universidad de Newcastle (Reino Unido) y autor de una de las más aceptadas teorías evolutivas sobre el envejecimiento, llamada «del soma desechable». La clave, viene a decir Kirkwood, está en nuestra capacidad para hacer frente a agresiones a nuestro cuerpo. Conscientes o no, estamos en constante lucha contra un sinfín de amenazas. Algunas son externas, como el clima, la radiación, la falta de nutrientes o los predadores; otras, internas, como los inevitables fallos que se producen por azar en el funcionamiento de nuestra propia maquinaria molecular, ya que, por ejemplo, cada vez que una célula se replica se pueden introducir errores en el proceso de duplicación del ADN y, por eso, el funcionamiento de la célula incluye toda una serie de métodos que reparan o son redundantes. Kirkwood afirmaba que: «Cada segundo que están ustedes escuchándome fallan millones de cosas. Tenemos una armada de mecanismos de mantenimiento que evitan que ese daño se acumule, pero ese mantenimiento es muy exigente. La razón por la que envejecemos y morimos es que mantener lo hecho es muy complicado». George C. Williams, biólogo evolutivo y promotor en la década de 1960 de la idea de que la evolución actúa en el nivel de los genes, presuponía que mantener debía ser mucho más fácil que construir. Pero todo indica que no es así. Esta teoría posteriormente fue llamada «del gen egoísta», por el libro del mismo nombre del biólogo evolucionista Richard Dawkins. Nuestras células necesitan auto reparar errores continuamente. Pero, incluso si lo consiguen, quedan todos los inputs externos, tales como la comida, el agua, los patógenos, el frío o calor extremos, etc… La supervivencia implica ser capaz de gestionar todos estos factores externos. Pero, además, nuestro ambiente varía por la meteorología, por terremotos, inundaciones, erupciones volcánicas o factores cósmicos, como los meteoritos. La estrategia que ha encontrado la vida para perpetuarse es la reproducción. La reproducción hace posible el cambio, y el cambio aumenta las probabilidades de adaptación en un entorno variable. La Vida es un sistema programado para perpetuarse, ya sea en forma de bacteria o de ser humano. Y desde ese punto de vista, la vida en la Tierra se ha demostrado inmortal, porque desde el primer organismo ha logrado establecer una cadena de divisiones que no se ha roto nunca.
En realidad la vida ha establecido innumerables cadenas, en que todas las que conducen a todos y cada uno de los seres vivos que habitamos en este momento la Tierra, jamás se han roto. Es la línea germinal, las células encargadas de pasar el material genético a la siguiente generación, que llevan dividiéndose y pasando de progenitores a sus hijos desde el inicio de los tiempos de la vida. Pero es evidente que la inmortalidad individual puede generar una insostenible superpoblación de la Tierra, afectando a los recursos, los alimentos y la energía del planeta. Todo ello puede contribuir a acelerar el éxodo masivo fuera de la Tierra. Como en el caso de Adaline, mencionado al inicio del artículo, la gente puede percatarse que la inmortalidad en realidad sea una maldición. De hecho, la posible superpoblación es una de las razones por las que se está proponiendo viajar a otros planetas habitables. Pero muchos demógrafos predicen que la población mundial empezará a estabilizarse a finales del siglo XXI, ya que los estudios realizados en numerosos países han detectado que la tasa de natalidad disminuye drásticamente a medida que un país se desarrolla. Algunos analistas han argumentado que el problema de los alimentos es en realidad un problema de energía. Si disponemos de suficiente energía, podremos aumentar la producción de alimentos para adaptarlas a la demanda. Lester Brown, uno de los principales activistas ambientales del mundo y fundador del famoso Instituto Worldwatch, dice que lo que le preocupa es saber si tenemos suficientes alimentos para dar de comer a la población mundial cuando todos sean consumidores de clase media. No obstante, tiene la esperanza de que los países subdesarrollados que se desarrollen no sigan el camino de Occidente y adopten estrictas medidas ambientales para conservar los recursos. Vemos pues que los avances para retardar el proceso de envejecimiento pueden tener un profundo impacto favoreciendo los viajes a otros planetas. Y dada la rapidez con que estamos avanzando en el proceso de encontrar las claves del envejecimiento, este futuro puede llegar antes de lo que creemos.
Pero, además de la inmortalidad biológica, existe la llamada «inmortalidad digital», que plantea muchas preguntas. A largo plazo, la inmortalidad digital puede ser el método más eficiente para explorar el espacio, ya que en lugar de nuestros cuerpos biológicos podríamos enviar nuestras conciencias digitales al espacio. Sabemos que la gran mayoría de nuestros antepasados vivió y murió sin dejar ninguna prueba de su existencia, aparte de su descendencia biológica. Pero en la actualidad dejamos una extensa huella digital, que permite saber las transacciones de nuestra tarjeta de crédito, los países que uno visita, la comida que nos gusta, la ropa que llevamos, etc…. Además, tenemos las redes sociales, como WhatsApp o Facebook, los comentarios en foros, los correos electrónicos, los vídeos, las fotos, etc. Con toda esta información es posible crear una imagen holográfica que hable y actúe como uno mismo, con las mismas características y recuerdos. Podremos hablar con una proyección holográfica que tendrá nuestros gestos faciales, movimientos corporales e inflexiones de voz. El registro digital tendrá acceso a nuestros datos biográficos, nuestros escritos y nuestras opiniones sobre asuntos políticos, religiosos y personales. Será en todos los aspectos como hablar con la propia persona, aunque dicha persona muerta no sea consciente de ello. Sería una forma de inmortalidad digital, pero solo útil para quienes continuaran vivos. Pero realmente será una máquina o simulación la que almacenará nuestros gestos y detalles biográficos. No obstante, la conciencia del Yo, ¿puede reducirse a información? De hecho se está investigando para ser capaces de reproducir un cerebro, neurona a neurona, de modo que queden registrados todos los recuerdos y sentimientos. En efecto, tenemos el proyecto Conectoma Humano, que pretende digitalizar todo el cerebro de una persona. Tal como dijo Daniel Hillis, cofundador de Thinking Machines, «Me gusta mi cuerpo tanto como a cualquiera, pero si puedo llegar a los doscientos años con un cuerpo de silicio, me apunto». Hoy en día existen dos programas diferentes para digitalizar el cerebro humano. El primero es el proyecto Cerebro Humano, en el que un equipo suizo está intentando crear un programa informático capaz de simular todos los aspectos básicos del cerebro, utilizando transistores en lugar de neuronas. Hasta ahora han conseguido simular el «proceso de pensamiento» de un ratón durante varios minutos. El objetivo del proyecto es crear un ordenador capaz de hablar racionalmente como un ser humano normal. La computación cuántica ayudará en este proceso. El director del proyecto, Henry Markram, ha dicho: «Si lo hacemos bien, debería hablar, tener inteligencia y comportarse más o menos como un ser humano».
Vemos que este enfoque digital pretende reproducir la inteligencia del cerebro mediante una vasta red de transistores y una enorme potencia de computación, que será más viable con la computación cuántica. Pero existe otro proyecto, en Estados Unidos, que se propone trazar un mapa de las rutas neuronales del cerebro. Este proyecto se llama Iniciativa BRAIN (Investigación del Cerebro mediante Neurotecnologías Innovadoras Avanzadas). Su objetivo es desentrañar la estructura neuronal del cerebro, célula a célula, y cartografiar las rutas de cada una de sus neuronas. Dado que el cerebro humano contiene unos cien mil millones de neuronas, y que cada neurona está conectada con otras diez mil, a primera vista parece prácticamente imposible trazar un mapa de todas las rutas. Pero los ordenadores, especialmente la computación cuántica en un futuro inmediato, y los robots pueden reducir drásticamente el tiempo y esfuerzo necesarios para completar esta enorme tarea. Para lograrlo, se secciona el cerebro en miles de capas y se utilizan microscopios para reconstruir las conexiones entre todas las neuronas. Hace poco tiempo se ha conocido un sistema mucho más rápido, propuesto por científicos de la Universidad de Stanford, que utilizan una técnica llamada optogenética. Esta técnica consiste en aislar una proteína llamada opsina, que interviene en la visión. Cuando se hace brillar una luz sobre el gen correspondiente a una neurona, la neurona en cuestión se dispara. Por medio de la ingeniería genética se puede implantar el gen de la opsina en las neuronas que se quieren estudiar. Dirigiendo una luz hacia una sección del cerebro de un ratón que se utilice para la prueba, el investigador puede hacer que se activen las neuronas relacionadas con una cierta actividad muscular, y el ratón ejecuta esa actividad, como correr por su jaula. De este modo se pueden observar las rutas neuronales exactas empleadas a fin de poder controlar cierto tipo de conductas. Este ambicioso proyecto puede ayudar a desentrañar el secreto de las enfermedades mentales, uno de los trastornos humanos más significativos. Aun con estas nuevas y revolucionarias técnicas, todavía necesitaremos varias décadas para que los científicos puedan trazar un mapa detallado del cerebro humano. Pero cuando esto se logre por fin, tal vez a finales del siglo XXI, ¿querrá decir que podremos cargar una conciencia en un ordenador y enviarla al espacio?
Cuando nosotros muramos, si nuestras conexiones cerebrales siguen existiendo digitalmente, ¿seremos de algún modo inmortales? Si podemos digitalizar nuestra mente, introduciendo todos los circuitos neuronales y los recuerdos del cerebro, y posteriormente descargándolos en un superordenador, ¿funcionará como un cerebro de verdad? En este caso, ¿podremos distinguirlo de un cerebro humano? Algunos creen que posiblemente sería un destino peor que la muerte, ya que estaríamos encerrados en una máquina. En un episodio de la tantas veces mencionada serie de Star Trek aparecía una civilización muy avanzada en la cual las conciencias puras estaban encerradas en esferas brillantes. Millones de años atrás, estos seres habían renunciado a sus cuerpos físicos, y desde entonces habían vivido dentro de aquellas esferas. Como consecuencia se habían vuelto inmortales, pero uno de ellos lamentaba no tener un cuerpo para poder sentir sensaciones y pasiones verdaderas, para lo que necesitaban tomar posesión del cuerpo de algún otro. De todos modos, aunque nos pueda parecer poco atractivo «vivir» dentro de un ordenador, tal vez puedan experimentarse todas las sensaciones de un ser humano vivo, controlando un robot que funcionase como un avatar de uno mismo. Al igual que en la película Avatar, podría tenerse la sensación de estar viviendo en un cuerpo real, incluso dotado de superpoderes. Todo lo que el robot viese y sintiese se transmitiría al procesador y se incorporaría a nuestra conciencia. Así pues, controlar un robot-avatar desde el ordenador sería equivalente a estar realmente «dentro» del avatar. Nuestro avatar sobrehumano sería capaz de soportar temperaturas y condiciones extremas en determinados planetas. Hans Moravec, investigador en robótica en la Carnegie Mellon University, ha imaginado un modo más revolucionario de cargar la mente en un ordenador, extrayendo neuronas, una por una, de un cerebro y creando un duplicado de todas ellas, mediante transistores, dentro del robot. Estas neuronas transistorizadas se conectarían con el cerebro mediante un cable. Al final, todo el cerebro y sus neuronas serían reemplazadas por transistores. Cuando los cien mil millones de neuronas hubiesen sido duplicadas, se cortaría la conexión entre el cerebro natural y el cerebro artificial. La conciencia residirá ahora en un robot. Pero, ¿será esto verdaderamente mi Yo? Para muchos científicos, si un robot puede reproducir toda nuestra conducta hasta el último detalle, con todos nuestros recuerdos y hábitos, dirían que, a todos los efectos, sería tu Yo. Pero, si pensamos que somos más que un cuerpo físico, dudo que esto pueda llegar a ser factible.
Las distancias entre las estrellas son tan grandes que, con la tecnología actual, se tardarían varias vidas en llegar al planeta más próximo fuera del Sistema Solar. Por esta razón, la prolongación de la vida y la búsqueda de la inmortalidad pueden desempeñar un importantísimo papel en la exploración de nuestro universo. Pero, nos podemos preguntar: ¿hasta dónde se debe prolongar la duración de nuestra vida biológica? Dados los rápidos avances de la conexión cerebro-ordenador y de la ingeniería genética, será posible crear cuerpos mejorados, con nuevas capacidades y habilidades. Algún día podremos entrar en la era del poshumanismo como la mejor manera de explorar el universo. En la película Iron Man, el magnate Tony Stark viste una sofisticada armadura informatizada, armada con misiles, balas, lanzallamas y explosivos, que transforma a un frágil ser humano en un poderoso superhéroe. Pero la verdadera magia está dentro de la armadura, llena de avanzada tecnología informática que es controlada mediante una conexión directa con el cerebro de Tony Stark, que puede salir volando como un cohete o disparar su arsenal a la velocidad del pensamiento. Por fantástico que parezca Iron Man, actualmente ya es posible construir una versión de su armadura. Algún día, quizás próximo, quizá debamos alterar y mejorar nuestros cuerpos por medio de la cibernética, e incluso modificar nuestra dotación genética para sobrevivir en ambientes planetarios hostiles. El transhumanismo puede convertirse en una parte esencial de nuestra existencia. Además, a medida que los robots, junto a la Inteligencia Artificial, nos sobrepasen en inteligencia, puede que tengamos que fusionarnos con ellos o resignarnos a ser sustituidos por ellos.
Fuentes:
- Blasco Maria A. y Salomone Mónica G. – Morir joven a los 140
- Blasco Maria A. – Envejecimiento
- Blasco Maria A. – Superar el cáncer
- Mishio Kaku – El Futuro de la Humanidad
- Aubrey de Grey – El fin del envejecimiento
- Tom Kirkwood – El fin del envejecimiento
- Elizabeth Somer – La guia antiedad: como poner freno el envejecimiento
- Inmaculada de la Serna de Pedro – La vejez desconocida: una mirada desde la biologia a la cultura
- Bär C, Povedano JM, Serrano R, Benitez-Buelga C, Popkes M, Formentini I, Bobadilla M, Bosch F, Blasco MA. – Telomerase gene therapy rescues telomere length, bone marrow aplasia, and survival in mice with aplastic anemia.
- Bär C, Blasco MA. – Telomeres and telomerase as therapeutic targets to prevent and treat age-related diseases.