Joan-Ramon Laporte es catedrático en farmacología y se ha pasado su vida estudiando las adversidades de los medicamentos por un mal uso de estos y poniéndolo en conocimiento de la población. Denuncia el silencio alrededor de la industria farmacéutica, la poca transparencia que hay detrás de los protocolos y las guías clínicas. Entiende que «el progreso y la ciencia si son secretos no son progreso ni son ciencia»
«Me acuerdo de un libro que leí hace un poco más de un año de David Healy, profesor de psiquiatría y farmacología del país de galas . En el explica que había conocido dos tipos de médicos con la muerte de sus padres: los que querían intervenir mucho sobre la enfermedad, porque se olvidaban del conjunto de la persona; y los médicos que veían una persona, no una enfermedad, y tenían actitudes muy diferentes. Creo que era su padre, a quien le convencieron de operar un cáncer de colon. Tenía 86 años y muchas otras cosas por la edad y murió de las complicaciones postoperatorias. No era necesario operar un cáncer de colon con esta edad».
Joan-Ramon Laporte valora así que sí hay una medicina que mira las personas pero que «por influencia de la industria farmacéutica pero también de la industria diagnóstica, cada vez se miran más los indicadores y menos las personas».
Laporte es catedrático de farmacología y ha sido jefe de farmacología del Hospital Universitario Vall d’Hebron y director del Instituto Catalán de Farmacología. Su experiencia, como él mismo explica, se ha desarrollado alrededor del descubrimiento y la evaluación de los efectos indeseados de los medicamentos, estudios de utilización y auditoría de los medicamentos, la elaboración de protocolos e informes de evaluación de nuevos medicamentos y protocolos de investigación. Explica que, cuando comenzó a dar clases se dio cuenta de que en el libro madre de farmacología, llamado Goodman & Gilman, hablaba de unos medicamentos que, al compararlos con los 20 más consumidos en Catalunya, sólo salía uno. «Viviamos en un mundo totalmente diferente y pensé qué podíamos hacer para tomar medicamentos realmente útiles: así empezó mi activismo por la vigilancia de los efectos adversos y para consumir medicamentos necesarios». Este activismo se ha traducido entre otros en crear una ficha de cada uno de los artículos que ha leído desde que terminó la carrera. Con la aparición de Internet tuvo que digitalizar 26.000 fichas. Ahora, tal vez lleva más de 90.000 y estan todos recogidos en una web de la Fundació Institut Català de Farmacologia. «Leo tanto que no lo recuerdo pero el ordenador sí: yo soy lo que pienso y él es mi memoria, y además de acceso público».
La extensa lectura y los trabajos que él mismo ha realizado lo llevan a declarar que los medicamentos sin duda son un progreso pero que están siendo mal utilizados. En el año 1985, en España, cada ciudadano recibía en promedio 10 prescripciones por año, los jóvenes no recibían casi ninguna y los viejos recibían más. En 2011 llegó a 19,8 y ahora hemos vuelto a llegar a 19,8. Compartiendo estos datos, Joan-Ramon Laporte hace ver que en este periodo la exposición de la población española a los medicamentos se ha duplicado y, por tanto, esto causa el doble de yatrogenia o, incluso, más del doble, ya que cuanto más medicamentos, más interacciones farmacológicas. Denuncia en este sentido que entre los indicadores de calidad asistencial de los médicos se tiene en cuenta que medicamentos prescriben pero no la cantidad: » hay mucha gente que toma un medicamento pero luego nadie se cuida de decirle que pare». «La gente debe preguntar al médico cuál es el objetivo, si terapéutico o preventivo o de qué tipo, por cuanto tiempo, y si puede interactuar de manera desfavorable con los medicamentos que ya está tomando», aconseja Laporte.
Las cifras medias de consumo de medicamentos en España hacen que de cada 100 euros que se destinan a sanidad, 29,6 vayan a pagar la factura farmacéutica. Laporte apunta que los estudios que se han hecho aquí en Catalunya dicen que «al menos un 50% de los medicamentos prescritos en el sistema de salud son innecesarios y en algunos casos contraindicados, son más perjudiciales que beneficiosos. Por ejemplo antidepresivos en niños».
Volviendo pues a qué tipo de medicina se está desarrollando, Laporte asegura que, ésta, cada vez «mira más indicadores y menos personas: miran el colesterol, miran la densidad mineral ósea pero no el conjunto de la persona. Hay una exageración de las enfermedades y de los factores de riesgo». Para explicar esto pone como ejemplo que se trate la densidad mineral ósea, «que no es más que una variable escasamente predictiva del riesgo de factura de fémur y que conlleva el uso de medicamentos, en vez de promover medidas para reducir los factores de riesgo de caída».
Justifica que se mira el colesterol o la presión arterial en vez del riesgo cardiovascular o la densidad mineral ósea en vez del riesgo de fractura porque así se beneficia a las empresas que comercializan con las pruebas diagnósticas y también a las empresas que venden los medicamentos que supuestamente corrigen los factores de riesgo
Otro elemento que Laporte destaca sobre cómo está cambiando la medicina es la medicalización del malestar. Como ya explicaba el psiquiatra Alberto Lobo Ortiz en una entrevista para este diario, «la hiperindividualización de esta sociedad neoliberal transforma el sufrimiento en enfermedad y lo medicaliza». En la misma línea, Laporte apunta que «la tristeza viene etiquetada como depresión y en consecuencia es tratada con medicamentos. La menopausia viene tratada como enfermedad y por lo tanto con medicamentos… independientemente de que puedan tratarse síntomas como los sofocos, se hace de la menopausia una patología general «. En su opinión, esto hace que las percepciones sociales también hayan cambiado o algunos procesos las hayan hecho cambiar. «Hay mucha gente que piensa que los medicamentos son mágicos: que si estás triste, tomas un medicamento y dejas de estarlo o que si tienes el colesterol alto tomas una estatina ya no tendrás un infarto. Toda esta medicalización hace que la gente busque en el sistema sanitario respuestas a problemas que el médico de cabecera debe entender y debe compartir y debe conocer porque no son puramente problemas de diagnóstico tecnológico».
Laporte también opina que la percepción de que cualquier problema encontrará la solución en un medicamento pasa también con pruebas diagnostica: «¿cuanta gente tiene dolor de espalda durante muchos meses, le hacen una resonancia y se cura? La resonancia era diagnóstica, no terapéutica «.
No responsabiliza a los pacientes sobre estas dinámicas sino que apunta a una cuestión de mal gobierno del sistema de salud que pretende que los médicos mejoren su práctica a base de aplicación de protocolos y de guías de práctica clínica que, añade , están inspiradas en gran parte por laboratorios farmacéuticos y en muchos casos las financian. Después, explica «se miden los indicadores de calidad asistencial por las cosas que dicen las guías de práctica clínica pero estas por la inspiración de los laboratorios por un lado y después porque son guías de enfermedades aisladas, hacen que los pacientes reciban muchos más medicamentos de los que necesitan o que pueden tolerar».
Lo ejemplifica con una persona con diabetes que haya hecho un infarto de miocardio y tenga una insuficiencia cardíaca. » Por protocolos tomará uno o dos medicamentos para la diabetes, un antiagregante plaquetario o dos, una estatina, un bloqueador… Quizás le aumentan la dosis de uno de los medicamentos y también le pondrán un diurético. Además, este paciente que tiene una insuficiencia cardíaca, que tiene menos capacidad física desde el infarto, se le ve que se mueve poco y además se le considera deprimido porque se ha puesto triste… naturalmente porque se ha puesto enfermo y antes no lo estaba pero ante ello le dan un antidepresivo. Y como toma tantos medicamentos le dan también un omeprazol para proteger el estómago aunque sea de forma injustificada».
Casos como éste hacen que en Catalunya tengamos entre 7 y 800.000 personas que toman simultáneamente cinco medicamentos a cargo del CatSalut más los que tomen por otras vías. Y tenemos unas 100.000 personas que toman más de 10 medicamentos al día. Laporte indica que esto está generando una patología causada por medicamentos y añade, citando a otros autores, que los medicamentos son una causa muy importante de muerte: de hecho, hay voces que dicen que es la tercera causa de muerte aunque no se pueda cuantificar. «Tú clasificas las causas de muerte como directas, según el aparato o sistema afectado, o indirectas, que serían el tabaco o los medicamentos. Como los medicamentos pueden producir cáncer, la muerte vendría cuantificada como cáncer. No quiero decir que no debemos tomar medicamentos pero sí tenemos que reducir el número que tomamos y sobre todo la polimedicalización de las personas mayores».
Laporte también tiene tiempo para hablar sobre patentes y sobre los intereses de la industria farmacéutica. Ve como una manipulación del pensamiento médico que la Agencia Europea del Medicamento, que en su opinión sirve más a intereses que a la ciudadanía, cuando aprueba un medicamento todo el mundo corre a prescribirlo cuando este simplemente cumplía los requisitos legales para darle la luz verde de comercialización. Laporte defiende que estos medicamentos que se aprueban y se determinan como eficaces no tienen porque ser mejores que otros que ya existían. Critica de hecho que el 50% de los ensayos clínicos en el mundo no han sido publicados: “es obligatorio que por ley si empiezas un ensayo lo registres pero en muchos estados después no es obligatorio publicarlo. La legislación acostumbra a definir la eficacia como superioridad al placebo en uno o dos ensayos clínicos. Ahora, la ley no dice que especifiques si el ensayo se ha hecho 8 veces antes de conseguirlo. Ahora ya no vale la excusa de que no te lo han aceptado en ninguna revista porque colgarlos en internet es gratis”.
No hacerlo, para Laporte, “es una manipulación de la información y de la ciencia. A la vez es una grave falta ética porque cuando un investigador hace un ensayo clínico y le pide a alguien que participe implícitamente o explicita le dice que esto es para el progreso científico. Pero el progreso y la ciencia si son secretos no son progreso ni son ciencia. Las personas que participan tienen derecho a que los resultados se publiquen”.