En un momento en el que en Europa vuelven a sonar sirenas de guerra, analizamos algunas reflexiones que sobre ella se han hecho a lo largo de la historia de la filosofía.
Por Irene Gómez-Olano
Son muchos los conceptos filosóficos o con recorrido filosófico que encontramos en torno a la reflexión bélica. También son muchos los autores, tanto antiguos como modernos, que han compartido sus pensamientos sobre el conflicto, el poder y la guerra.
En el siglo VI a. C., en China se publicaba El arte de la guerra de Sun Tzu, que abordaba una reflexión sobre la estrategia militar. Se trata de una obra que tuvo una gran influencia y no solo en el campo militar, sino también en otros campos, entendiendo que la estrategia para ganar un conflicto podía aplicarse a diferentes ámbitos de la vida donde este conflicto reina.
En la Grecia antigua, cuna de la filosofía occidental, Tucídides abría también una reflexión sobre la estrategia militar; la guerra era un elemento relacionado con la naturaleza tanto del ser humano como de las sociedades. Se trataba de una reflexión que hoy enmarcaríamos en el ámbito de las humanidades —concretamente en el de la historia— y con el que dialogó parte de la filosofía griega.
Veamos cinco de las reflexiones, los posicionamientos y los debates más importantes que se han hecho a lo largo de la historia de la filosofía sobre el tema de la guerra.
1 Somos proclives a la guerra por naturaleza
La primera reflexión en torno a la guerra que analizaremos tiene que ver con su carácter natural e inherente a la naturaleza del ser humano y de las sociedades que este genera.
Tucídides, historiador griego del siglo V a. C., estudió la guerra del Peloponeso, que se dio entre ciudades-Estado griegas en proceso de plena expansión. Tanto Atenas como Esparta amenazaban potencialmente el espacio y la capacidad de dominación de la otra. Para Tucídides este sería el origen de los conflictos bélicos, el aumento del poder de una de las partes, y es algo natural que sucede de tanto en tanto..
También en Grecia, Platón (387-347 a. C.) sistematizó la reflexión acerca de la guerra, dándole una dimensión filosófica. Distinguió entre dos tipos de conflicto: stasis y polemos. Stasis se refiere a una guerra interna por la que los ciudadanos pugnan entre sí, pero es polemos el término referido al conflicto bélico como solemos considerarlo. Es por esto que a la reflexión en torno a la guerra se la conoce también por el nombre de polemología.
Para Platón el estado natural de las ciudades era la guerra y, de hecho, la prueba era que estaban en guerra continuamente entre ellas. Esto es así porque, en un nivel inferior, son todos los hombres los que son enemigos del resto. El antagonismo sería la seña distintiva del ser humano, por encima de la concordia. Ese antagonismo se da en el seno del propio ser humano, que establece dentro de sí un conflicto continuo.
La polemología platónica no justifica cualquier tipo de guerra; más bien la considera un mal inevitable en algún grado. Rechaza las guerras en el interior de la ciudad, pero cree que hay que combatir al enemigo externo. En La república defendió que estos enemigos eran los bárbaros y debían ser combatidos por cualquier medio, pero entre griegos la relación debía ser amistosa, regulando la guerra y tratando de preservar todo lo posible la paz.
Esa paz, para Platón, no se limita a evitar el estado de guerra, sino que también hay que evitar la injerencia externa del bárbaro en el propio territorio, limitando el contacto con personas de otras culturas. Por eso defenderá la autonomía de cada territorio, basada en el mito de la supremacía de lo propio frente a lo ajeno. Además, cree que la guerra es una cuestión tan capital que el Estado, a través de una enseñanza doctrinal, debe educar a los ciudadanos para ella.
Retomando el debate sobre la naturaleza del ser humano, Thomas Hobbes (1588-1679) sostendrá que «el hombre es un lobo para el hombre» y que el estado natural del ser humano es el conflicto. Las sociedades vendrían a haber modelado ese instinto natural a la violencia del ser humano, pero sin haberlo apaciguado completamente. Esto es lo que denomina «contrato social», por el cual los seres humanos admiten un arbitraje en sus disputas en forma de derecho.
Para Friedrich Nietzsche (1844-1900) la guerra no es solo inevitable y natural, sino que es necesaria. Solo el estado de guerra, para el autor, permite que el ser humano dé salida a las pasiones del alma que una sociedad decadente ha tratado de apaciguar. La guerra es una vuelta al estado de naturaleza del ser humano en el que se transforma a mejor, destruyendo la persona que era anteriormente, y las sociedades también cambian.
Platón opinaba que las ciudades eran proclives a la guerra porque el conflicto es parte esencial de la naturaleza del ser humano. Para Aristóteles, lo que nos distingue es, precisamente, saber vivir en ausencia de conflicto. Esto llevó a dos teorías: la guerra como algo necesario que debe formar parte de la educación de los jóvenes y la guerra como forma de restaurar la paz
2 El ser humano es el único animal capaz de tener bondad
Una postura contraria a la que se ha defendido es que es la concordia, y no el conflicto, el signo distintivo de la especie humana. Contra la primera reflexión, algunos filósofos sostienen que la naturaleza del ser humano es bondadosa y que, de hecho, somos el único animal capaz de hacer valer la bondad y la justicia.
Aristóteles (384-322 a. C.), discípulo de Platón, opinaba, contra su maestro, que la naturaleza humana no lleva necesariamente al conflicto. El ser humano es, de hecho, el único animal capaz de apreciar la diferencia entre lo bueno y lo malo y lo justo y lo injusto, tal y como defiende en sus escritos recopilados bajo el nombre de Política.
Somos, más bien, el único animal capaz de evitar el conflicto. Para Aristóteles, es nuestra razón la que nos lleva a poder discernir lo que es mejor para nosotros, y el conflicto no lo es siempre. Además, somos un animal político (zoon politikon), que tiende por naturaleza a vivir en unión con otros creando sociedades.
Es por eso que podemos decir que Aristóteles rechaza la idea de que exista un contrato social por el que nos vinculamos libremente con una comunidad; nuestro estado natural es la existencia individualista. La existencia de lo social es una necesidad imperativa de nuestra naturaleza. Es en las ciudades donde el hombre puede realizarse como persona, a través del orden de la polis, y encontrar la felicidad (eudaimonía).
Sin embargo, el orden de la polis genera conflictos, porque se impone mediante acuerdos y normas. Los conflictos que se generen necesariamente tendrán un cierto grado de violencia, que puede limitarse políticamente, pero nunca suprimirse totalmente. Para Aristóteles, el propósito de la guerra es restaurar la paz, que en cualquier momento puede volver a quebrarse.
En relación con el planteamiento aristotélico, Jean-Jacques Rousseau (1712 – 1778) en disputa con Hobbes, mantenía que el ser humano es bondadoso por naturaleza, pero la sociedad tiene el potencial que corromperle. Frente a Aristóteles, considera que el ser humano se somete voluntariamente a ese contrato, y que el establecimiento de sociedades organizadas no forma parte de la naturaleza del ser humano, sino que es una convención.
Thomas Hobbes sostiene que «el hombre es un lobo para el hombre» y que el estado natural del ser humano es el conflicto
3 El debate de la guerra justa
La pregunta por la legitimación de la guerra la encontramos en la obra de Platón. Para el filósofo ateniense, la guerra podía ser legítima si su propósito es defender el orden de un Estado. Pero las guerras que tienen la codicia como motor son ilegítimas, aunque inevitables, pues la codicia forma parte de nuestra naturaleza.
Durante la Edad Media, la reflexión en torno a la guerra se actualizó a la luz de la doctrina cristiana. San Agustín de Hipona (396-430 d. C.) consideraba que la guerra es algo a evitar porque es malvada, pero defiende la existencia de una guerra justa, que sería aquella librada con causas justificadas. Es decir, el saqueo y ataque a otros estados no podría considerarse en ningún caso algo positivo, pero sí la defensa del Estado de una agresión o la reconducción de los herejes al buen camino de la fe.
San Agustín considera que la guerra debería ser el último de los recursos, y sostiene que en el más justo de los casos se trata de un «mal necesario». Además, la guerra justa debía ser declarada por una autoridad legítima, cuya legitimación tenía también que ver con la doctrina cristiana.
Nicolás Maquiavelo (1469-1527) contribuyó al debate sobre la guerra justa desde una preocupación filosófica, política y militar, pues era el secretario de la República de Florencia. Estudió las antiguas prácticas militares para obtener soluciones a los problemas que asolaban la región, que era continuamente sometida por los pueblos considerados «bárbaros». Tanto es así que escribió varias obras sobre la cuestión, una de ellas dedicada especialmente a la cuestión bélica: Del arte de la guerra.
La guerra, para Maquiavelo, no es justa ni injusta, y no cabe aplicarle leyes o reglas. La guerra y la fuerza están por encima de la justicia; se trata de un impulso natural del Estado. Es inevitable, necesaria y útil, porque la tendencia del ser humano es al conflicto y es necesario imponer el orden por la fuerza de las armas. La guerra debe ser la máxima prioridad para la autoridad política.
El uso de las armas no solo es legítimo en la guerra, según Maquiavelo. También lo es en el seno de una sociedad, porque las relaciones de mando internas requieren de una imposición por las armas. Sin embargo, también añade que las armas no son el primer recurso de los Estados, sino que estos tratan de garantizar la obediencia de sus ciudadanos a través de las leyes y la religión.
Para Kant, ningún ser humano debe ser sacrificado porque no somos medios para un fin. Por eso propone que la guerra debe evitarse a toda costa y no puede justificarse en términos morales, lo que le llevará a defender un proyecto de paz perpetua que explicamos en el siguiente punto.
Para San Agustín, la guerra podía ser justa si perseguía justos objetivos y era llevada a cabo por una autoridad competente. Para Maquiavelo, la guerra no era justa ni injusta, porque es un impulso natural del Estado y no es posible aplicar esas categorías
4 El proyecto de paz perpetua
El proyecto se remonta a la obra del abad de Saint Pierre (1658-743), un diplomático francés que se inspiró en el Tratado de Utrecht de 1713 para proponer un proyecto de paz universal en el que se fijaron numerosos filósofos como Rousseau, Leibniz y Kant.
Immanuel Kant (1724-1804) escribió un tratado de política en 1795 titulado Sobre la paz perpetua. Posiblemente conoció el concepto a través de la obra de Rousseau. Su objetivo era encontrar la forma de gobierno que garantizara la paz entre los estados. Ests eran algunas de las propuestas de Kant: los estados no debían ser cedidos o donados a particulares; los ejércitos permanentes debían ser eliminados y abogaba por la desaparición de la deuda nacional, pues esta generaba tensiones entre las naciones; además, apostaba por el republicanismo como forma de gobierno y la libertad de los estados federados dentro de cada nación.
Hegel (1770-1831) dialogó con esta idea y defendió que no pueden existir una paz perpetua ni un orden jurídico internacional. Entre los estados solo prima la voluntad particular frente al impulso de obtener la paz. Incluso un arbitraje entre naciones es problemático, porque en caso de conflicto los criterios para dirimirlo tendrán que ver con la voluntad particular de cada país. Además, para Hegel la guerra no deberá ser evitada, sino promovida, siendo la guerra la prueba de que un determinado pueblo debe dominar sobre otro.
Kant considera que es posible una paz perpetua y que debe ser promovida mediante la legislación. Para Hegel, sin embargo, siempre prima la voluntad particular entre las naciones y no es posible un arbitraje internacional satisfactorio
5 La cuestión del imperialismo y las guerras mundiales
La época contemporánea obliga a la filosofía a pensar la cuestión de la guerra con mayor ahínco. Durante el siglo XX vimos cómo la capacidad destructora del ser humano a través de la guerra es mayor que nunca antes en la historia. El filósofo Gunther Anders (1902-1992) consideraba que la experiencia de las dos guerras mundiales y el desarrollo de las armas nucleares eran motivo de sobra para evitar todo acto de guerra.
Maquiavelo ya había hablado de imperialismo en el sentido de una vocación del Estado por expandirse y dominar otros territorios. En sus escritos, Maquiavelo sostiene que la política imperial de un estado es incompatible con la de otros y por eso surge el conflicto. La finalidad de la guerra, en ese sentido, sería económica e imperial. Sin embargo, en su libro Del arte de la guerra se aparta de la postura imperial y sostiene que una nación solo va a la guerra por necesidad.
Sin embargo, el imperialismo en Maquiavelo era una característica atribuible a un Estado, mientras que el imperialismo descrito por el marxismo es una categoría histórica que se aplica al propio sistema capitalista. Vladimir Lenin (1870-1924) sostuvo que el capitalismo del momento estaba entrando en su fase imperialista. Cinco eran los rasgos fundamentales del imperialismo: la creación de monopolios que desempeñaban un papel decisivo en la economía de los países; la fusión del capital bancario con el industrial para crear el capital financiero; la exportación de capitales que adquiere una gran importancia y volumen; la formación de asociaciones internacionales monopolistas; y el reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes.
En la Primera Guerra Mundial, Rosa Luxemburgo (1871-1919) criticó duramente a la socialdemocracia alemana por aprobar los créditos de guerra en 1914. Consideraba que los socialdemócratas habían traicionado a la clase trabajadora de sus países y habían introducido al país en una guerra imperialista que enfrentaría a hermanos trabajadores de todos los países. Pronto se dedicó a hacer campaña contra la guerra, señalando su carácter reaccionario y abanderando el internacionalismo: la idea de que la revolución debía ser triunfante en todos los países y que los marxistas se debían solidaridad internacional.