No solo el amor debemos tener para dar, sino todo aquello que podemos ofrecer a los demás, comenzamos por tenerlo en nuestro interior. Quererse a uno mismo es ser capaz de amar a los demás. El amor empieza por uno mismo.
Muchos han intentado definir al amor, lo cierto es que cada persona tiene su propio concepto. Alejandro Jodorowsky nos dice que el amor es lo que se da sin exigencias de regreso. Es la manifestación de lo sublime, la belleza pura e invisible, lo que nos embellece. El sexólogo Francisco Delfín lo define como la capacidad de dar lo mejor de uno mismo a otro individuo.
Para poder regalar “eso” que nos hace ser especiales, debemos amarnos antes a nosotros mismos. Es un fuerte trabajo que puede llevar muchos años, pero si nos animamos a iniciar una exploración en nuestro propio interior, estaríamos dando el primer paso hacia el bienestar emocional.
El amor a uno mismo comienza cuando reconocemos nuestras fortalezas y debilidades, cuando las aceptamos e intentamos mejorar ¿parece difícil? vale la pena internarlo y no dejarlo de lado por complicado que parezca. Hay que reconocer a nuestro fantasma interior, pues somos la única persona con la que conviviremos toda la vida; además, nos ayudará a enfrentar con valor todas las dificultades que se nos presenten en la vida.
A continuación una bella lectura que te hará reflexionar sobre el amor propio y la autoestima y te ayudarán a reconciliarte contigo mismo, superarte y ser más feliz con lo que tienes. Tómate un momento para apreciar lo increíble que eres.
El Rey y la Mendiga
Cuentan que había una vez un rey muy apuesto que estaba buscando esposa. Por su palacio pasaron todas las mujeres mas hermosas del reino y de otros mas lejanos; muchas le ofrecían además de su belleza y encantos muchas riquezas, pero ninguna lo satisfacía tanto como para convertirse en su reina.
Cierto día llego una mendiga al palacio de este rey y con mucha lucha consiguió una audiencia.
-«No tengo nada material que ofrecerte, solo puedo darte el gran amor que siento por ti» le dijo al rey,-«pero puedo hacer algo para demostrarte ese amor».
Esto despertó la curiosidad del rey, quien le pidió que le dijera que era eso que podía hacer.
-«Pasaré 100 días en tu balcón, sin comer ni beber nada, expuesta a la lluvia, al sereno, al sol y al frio de la noche. Si puedo soportar estos 100 días, entonces me convertirás en tu esposa».
El rey, sorprendido más que conmovido, aceptó el reto y le dijo:
-«Acepto. Si una mujer puede hacer todo esto por mi, es digna de ser mi esposa».
Dicho esto, la mujer empezó su sacrificio.
Comenzaron a pasar los días y la mujer valientemente soportaba las peores tempestades. Muchas veces sentía que desfallecía del hambre y el frío, pero la alentaba imaginarse finalmente al lado de su gran amor. De vez en cuando el rey asomaba la cara desde la comodidad de su habitación para verla y le hacia señas de aliento con el pulgar.
Así fue pasando el tiempo, 20 días, 50 días, la gente del reino estaba feliz, pues pensaban que por fin tendrían una reina. 90 días y el rey continuaba asomando su cabeza de vez en cuando para ver los progresos de la mujer.
-«Esta mujer es increíble» pensaba para sí mismo y volvía a darle aliento con señas.
Al fin llego el día 99 y todo el pueblo empezó a reunirse en las afueras del palacio para ver el momento en que aquella mendiga se convertiría en esposa del rey. Fueron contando las horas, a las 12 de la noche de ese día tendrían reina. La pobre mujer estaba muy desmejorada, había enflaquecido mucho y contraído enfermedades.
Entonces sucedió. A las 11:00 de la noche de aquel día 99, faltando apenas una hora para que llegara el día 100, la valiente mujer se rindió y decidió retirarse de aquel palacio. Dio una triste mirada al sorprendido rey y sin decir ni media palabra se marchó.
La gente estaba conmocionada. Nadie podía entender por qué aquella valiente mujer se había rendido faltando tan solo 1 hora para ver sus sueños convertidos en realidad. Había soportado tanto.
Al llegar a su casa, su padre se había enterado ya de lo ocurrido y le pregunto:
-«¿Por qué te rendiste a tan solo instantes de ser la reina?», y ante su asombro ella respondió:
-«Estuve 99 días y 23 horas en su balcón, soportando todo tipo de calamidades y no fue capaz de liberarme de ese sacrificio. Me veía padecer y solo me alentaba a continuar, sin mostrar siquiera un poco de piedad ante mi sufrimiento. Espere todo este tiempo un atisbo de bondad y consideración que nunca llegaron. Entonces entendí que una persona tan egoísta, desconsiderada y ciega, que solo piensa en sí misma, no merece mi amor.
Moraleja
Cuando ames a alguien y sientas que para mantener a esa persona a tu lado tienes que sufrir, sacrificar tu esencia y hasta rogar, aunque te duela, retírate. Y no tanto porque las cosas se tornen difíciles, sino porque quien no te valore, quien no puede establecer un compromiso como tú, una entrega similar, simplemente no te merece.
En la vida existen dos tipos de personas: Los que viven hablando de las virtudes y los que se limitan a tenerlas.
«Amarse a sí mismo es entender que no necesitas ser perfecto para ser grandioso».