«La Puerta del Inframundo existe», o eso es lo que pensaron los excursionistas de alrededor de los años 90 cuando, al llegar a una zona campestre de la región de Yakutsk, Siberia, vieron un enorme cráter en el suelo con una estructura geológica prácticamente desconocida (sólo se han encontrado un puñado de agujeros similares en la Tierra, casi todos en Siberia) para el ojo humano y del que provenían una serie de ruidos extraños.
¿Cómo se explica un fenómeno de la naturaleza tan particular? La responsabilidad es nuestra, para variar. La tala de árboles de la zona que se había practicado desde los años 60 provocó primero un hundimiento progresivo de tierras, y después una disolución del permafrost. La grieta mide ya un kilómetro de largo y tiene una profundidad de cien metros. Por ese motivo, aunque su nombre técnico es el Cráter de Batagaika, los lugareños se refieren popularmente a ella como La Puerta del Inframundo.
Lo malo viene ahora: una investigación de la Universidad de Sussex, en Gran Bretaña, muestra cómo la grieta está creciendo a una velocidad de vértigo. Al descongelarse el permafrost (elemento que en esta casa nos fascina), cada año se hace sistemáticamente diez metros más profunda. Si ese verano ha sido especialmente caluroso el boquete puede aumentar hasta 30 metros. Y sí: en Siberia, como en el resto del planeta, los veranos se están haciendo cada vez más y más calurosos.
Vale, pero, ¿qué más da que esto ocurra? Es decir, queda bastante tiempo antes de que ese boquete llegue al centro de la tierra o, efectivamente, a la entrada del hogar de Satán. Si el permafrost se descongela del todo podría llegar a liberar una gran cantidad de gases de efecto invernadero. Según estimaciones de los autores del estudio, puede haber almacenada una cantidad de gas equivalente a la que actualmente hay en la atmósfera.
Mientras danzamos al filo del desastre medioambiental que supondría ese deshielo completo, los arqueólogos y científicos de la región están muy contentos, ya que el hundimiento está exhumando sedimentos con restos prehistóricos no vistos hasta ahora y también nuevas informaciones sobre cómo era el medioambiente siberiano en aquellos tiempos.
Por ejemplo, ahora sabemos que el suelo tiene 200.000 años de antigüedad y que por ahí pasaban bisontes, mamuts, caballos, alces y renos hace 4.400 años, en un momento en el que hacía una temperatura más cálida que la actual. Mucho están aprendiendo los científicos gracias a las claras capas que se crean entre sedimentos de la historia climática del planeta, como que hace 125.000, en pleno período interglaciar, las temperaturas fluctuaron rápida y contundentemente durante unos miles de años.
Es una paradoja: justo en uno de los sitios alterados por el hombre donde mejor se perciben los efectos devastadores del cambio climático que estamos causando… es donde con más precisión estamos aprendiendo cómo han funcionado las temperaturas de la tierra.
Nadie sabe dar con una solución de ingeniería para poner fin a estos cráteres en desarrollo, pero cada año que pasa los autóctonos están más asustados. Muchos creen realmente que se están abriendo las puertas del infierno. A estas alturas del hoyo, el único remedio será que la humanidad eche un pulso con la naturaleza e intente dominarla gracias a su inteligencia y su tecnología.
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