La emergencia de una nueva forma de organización del trabajo, que algunos como Fany Lederlin han definido como “neo trabajo”, al ser contemporáneo al “neoliberalismo”, y por los valores que le caracterizan –“independencia”, subcontratación y teletrabajo- amenazan actualmente el vínculo social necesario para construir un mundo al servicio de finalidades propiamente humanas. Así lo establecían la declaración de la Constitución de la Organización Internacional del Trabajo -OIT- en 1919, y la Declaración de Filadelfia de la misma organización, en 1944, la primera que fija la voluntad de crear un orden internacional que estuviera fundado sobre el derecho y la justicia, y no sobre la fuerza. Aspiración que no ha logrado evitar que ese orden, como ahora sucede, esté al servicio de la “lógica espontánea del mercado” y del “capitalismo de vigilancia”.
Pese a los avances realizados durante los llamados “treinta gloriosos” –entre 1945 y 1975- especialmente en los países más industrializados y occidentales, las conquistas se han deteriorado profundamente en éstos y no se han establecido suficientemente en la mayoría del resto del mundo. La economía surgida de la globalización neoliberal se caracteriza por la competencia entre los trabajadores a través del “dumping social”: muchas empresas deslocalizan su actividad allá donde el trabajo es más barato, menos regulado, con menos cotizaciones sociales y normas impositivas. Y, en sus países de origen, se precariza el denominado “mercado de trabajo” para competir en un mercado global huérfano de regulación.
De tal forma que, actualmente en el mundo, seis de cada diez trabajadores están empleados en la economía informal, en la que no existe el tiempo de trabajo legalmente establecido, ni la remuneración se fija en la negociación colectiva, ni hay protección social universal. Y el trabajo infantil atañe a uno de cada diez menores de edad, al tiempo que cada año en el mundo mueren 2.400.000 trabajadores por accidentes o enfermedades profesionales. Sin contar los que mueren por esa causa en la economía informal, además del exponencial aumento de las enfermedades mentales en el trabajo. A su vez, aunque en algunos informes de la OIT se indica que en el 90% de los países existe un salario mínimo, la misma OIT señala que, en la práctica, solo el 20% de los trabajadores que deberían tener derecho a un salario mínimo, lo cobran efectivamente, debido a múltiples derogaciones. Una prueba del abismo que muchas veces existe entre el derecho escrito y la efectividad del derecho. Y también de la actualidad, resaltada por la pandemia, de la Declaración de Filadelfia que señala que “Toda situación de pobreza, en cualquier sitio que esté radicada, representa una amenaza para la prosperidad de todos”.
De acuerdo con una reciente encuesta de la Confederación Europea de Sindicatos (CES), 50 millones de trabajadores en la UE son trabajadores digitales, entre ellos 12 millones vinculados a plataformas, como Uber, Amazon o Deliveroo. Este nuevo tipo de organización del trabajo, también denominada “uberización del trabajo”, es común actualmente en el mundo y producto de la denominada cuarta revolución industrial del capitalismo. La primera, surgida a mediados del siglo XVIII, dio nacimiento a las manufacturas y a la condición obrera; la segunda supuso, en el siglo XIX, la división del trabajo en grandes industrias y, posteriormente, en los comienzos del siglo XX con el “taylorismo” y el “fordismo”, a la estandarización del trabajo y de la vida de los trabajadores; la tercera implicó, tras la segunda guerra mundial y hasta finales de los años 60 del siglo pasado, la aparición de nuevas tecnologías, como la informática y la robótica, en una sociedad denominada de “consumo de masas”.
Sobrevenida al principio del siglo actual, la cuarta, la “revolución informática”, se va consolidando impulsada por tres elementos convergentes: una innovación tecnológica exponencial -digitalización y desarrollo de la inteligencia artificial-; un nuevo modelo de creación de valor (el denominado “capitalismo de plataformas”), basado en la explotación de datos y la mediación entre distintos actores; y, en tercer lugar, por la difusión de una nueva teoría de la gestión empresarial en red, en la que los conceptos fundamentales son el rendimiento, la autonomía y la adaptación.
Ciertamente, esta no es la primera vez que el trabajo se transforma como consecuencia del surgimiento de nuevas tecnologías que condicionan las formas de producción. Sin embargo, la revolución actual se distingue por la rapidez (Uber se creó en 2009) con la que las nuevas tecnologías digitales modifican tanto la producción de bienes y servicios como la relación entre productores y consumidores. Y, por supuesto, la relación entre el hombre y las máquinas.
Esta cuarta revolución del trabajo afecta a varias cuestiones fundamentales que requieren reflexiones y debates cruciales para el futuro del trabajo, y, en consecuencia, de la vida en sociedad y de la democracia: como decíamos hace 40 años, “para que la democracia no se pare a la puerta de la fábrica”.
Sin voluntad de exhaustividad, señalaré algunos de los elementos que, a mi entender, forman parte del debate sobre el futuro del trabajo.
1.- El sentido del trabajo. A pesar que hace más de cien años la OIT ya estableció que “el trabajo no es una mercancía” y a pesar de que el derecho del trabajo y el de la seguridad social lograron hacer más aceptables las relaciones laborales, el lenguaje sigue expresando al trabajo asalariado, “capital humano”, como algo que se compra y se vende. Pero contrariamente a las profecías milenaristas del fin del trabajo de Jeremy Rifkin se ha mostrado más certera la opinión de Alain Supiot: el trabajo no desaparecerá porque es un componente esencial de la condición humana. No sólo para proveerse de necesidades vitales, sino porque, fundamentalmente, es inseparable de su naturaleza el deseo de cambiar y transformar el mundo que habita. De ahí que la demanda de satisfacción y realización en el trabajo, del “trabajo bien hecho”, siga aumentando. Ejemplo de ello son las denominadas “gran desbandada” o “gran dimisión” de trabajadores en varias partes del mundo, un fenómeno acrecentado actualmente por la generalización de la educación y la globalización de las desigualdades.
2.- La atomización del trabajo y de la solidaridad colectiva. Ésta se debe a la creciente individualización de las relaciones del trabajo, tanto porque han crecido los trabajos individuales de cuidadores, porteros, camioneros, etc.; como por los trabajos digitales, especialmente en plataformas, el trabajo autónomo y falsamente autónomo y los “trabajadores del clic” en trabajos subcontratados a través del teletrabajo. Igualmente, es debido, a partir de los años 80, a las nuevas teorías de gestión empresarial que han fomentado la concurrencia entre trabajadores. No sólo cambiando las fronteras del trabajo asalariado, sino igualmente creando diferencias y competiciones dentro del trabajo asalariado. Por último, se han extendiendo tales prácticas empresariales a los servicios públicos (como argumenta Sophie Bernard en su reciente libro “Le nouvel esprit du salariat”) mediante la personalización de la retribución salarial y el debilitamiento de la negociación colectiva y de los sindicatos.
3.- La importancia de la formación permanente. El desarrollo y adaptación de la formación profesional es una de las exigencias de las nuevas tecnologías. Según informes de la OCDE y de la Comisión Europea, un 42% de las empresas utilizan al menos una tecnología vinculada a la inteligencia artificial. En Francia, el 48% de las empresas consideran que la adopción de la IA está frenada por las dificultades de contratación de personal competente. Por otra parte, en los países de la OCDE, el 32% de los actuales empleos pueden ser transformados radicalmente por la IA, y el 14% pueden desaparecer en los próximos veinte años. Es también interesante saber cuáles son los empleos más y menos demandados en el mundo de acuerdo con previsiones en el período 2020-2025 (Catherine Quignon, Le Monde). Los más: analista de datos; especialista de IA y en aprendizaje automático; especialista en grandes datos; especialista en mercadotecnia digital; especialista en automatización de procesos. Los menos: operador de introducción de datos; secretaria administrativa; contable; auditor; obrero fabril.
4.- Los impactos de la transición ecológica sobre el trabajo. La transición ecológica para poder llevarse a cabo tendrá que ir vinculada a la cuestión social. Al menos por tres razones. La primera, porque implica cambios profundos en los sectores productivos en razón de las exigencias del cambio climático. La segunda, por la necesidad de modificar en gran medida las formas de producción del sector agrícola que ocupa en gran parte del mundo un alto porcentaje de mano de obra (940 millones de trabajadores, el 28,3% de la mano de obra mundial, en 2018). Y, la tercera, porque el desafío ecológico implica luchar por un mundo viable social, existencial y ecológicamente. Lo que requiere –contrariamente a lo que implican algunas interpretaciones de las nuevas tecnologías y nuestras formas de trabajo basadas en la individualización y la independencia– la vuelta a lo común, a la interdependencia.
5.- La regulación de las nuevas formas de trabajo. En varios países –como Estados Unidos, Reino Unido, España, Francia, Suiza…- los jueces han sentenciado que las condiciones de trabajo de los trabajadores de plataformas respondían a los componentes del trabajo asalariado. En varios de esos países se han elaborado leyes adaptando el régimen de los trabajadores de plataformas a las particularidades del trabajo asalariado. Con algunas diferencias entre ellos como, por ejemplo, los trabajadores autónomos económicamente dependientes en España e Italia, o los auto emprendedores en Francia. El año pasado se han anunciado iniciativas de la Comisión Europea y del Parlamento Europeo sobre “Mejora de las condiciones laborales de los trabajadores de plataformas”. Que está, tras las consultas, en fase de elaboración legislativa, lo que es una buena noticia. Aunque, a tenor de las experiencias en algunos países como en Estados Unidos la capacidad de las empresas de plataformas para evitar dichas regulaciones es muy potente. Así, UBER y otras plataformas han realizado grandes campañas para, por ejemplo, ganar en referéndum en California la no regulación laboral en las plataformas; en otros Estados de EEUU, su tarea de lobby ha conseguido que los propios trabajadores voten que no se apruebe la constitución del sindicato en la empresa afectada. Además, se están planteando, en Francia por ejemplo, regulaciones alternativas al derecho del trabajo, como la propuesta de un “derecho de actividad profesional”, el refuerzo de la negociación colectiva y de las condiciones de trabajo, como se recoge en el libro “Travail et changements technologiques” de G.Cette y Jacques Barthélémy. Propuesta en la que algunos ven la finalidad de un desmantelamiento del derecho del trabajo.
Ciertamente, esta uberización del trabajo supone también un desafío –atomización, individualización, globalización, cadenas de valor, reducción de las relaciones colectivas entre trabajadores…- para la acción sindical. Pero es algo que lo dejo para otra entrega.
Dos conclusiones finales. Como en anteriores revoluciones del sistema productivo, la lucha es para que las máquinas y las tecnologías estén al servicio de las personas y no al revés. Y, segunda, el futuro no está escrito, todo dependerá de lo que hagamos. Por lo que, en palabras de Alain Supiot, “el diseñar un mundo en el que podamos vivir juntos es la tarea”.
Lecturas relacionadas:
Alain Supiot: L’esprit de Philadelphie: la justice sociale face au marché total”; Le travail au XXI siècle; La gouvernance par les nombres. Dominique Méda, Michel Wieviorka, y otros: Travailler au XXI siècle: les salaries en quête de reconnaissance”. Fany Lederlin: “Une critique écologique du travail”. Bernard Thibault: “La troisième guerre mundial est sociale”. Alberto Riesco-Sanz (ED.) “Fronteras del trabajo asalariado”. Antonio A. Casilli: “En attendant les robots”. Bruno Trentin: “La cité du travail: la gauche et la crise du fordisme”.