¿Qué significa realmente deja que la vida fluya? Mejor aún, ¿qué es lo que no significa? No significa ser perezoso y no hacer lo que se supone que se está haciendo; no significa “gandulear”, ni tampoco ser insensible ante las desgracias ajenas con una actitud de: “¿Y qué? Así es la vida”. Lo que sí significa es, hablando en términos generales, acometer la rutina diaria con una actitud relajada, basada en la comprensión total básica de que nada puede suceder a menos que suceda según el propio destino, según la Voluntad de Dios, según la ley cósmica. En otras palabras, uno cumple con su rutina diaria, la que le corresponda a cada cual, tomando las decisiones con tanta responsabilidad como esté en su naturaleza hacerlo, esforzándose al máximo para poner en práctica las decisiones tomadas según las circunstancias. Una vez hecho lo que cada cual puede hacer, esta comprensión básica mitiga la preocupación y la ansiedad sobre lo que pueda suceder en el futuro.
Quizá sea aún más importante la comprensión básica de que nadie es un hacedor en ningún momento que, en palabras de Buda: “Los acontecimientos suceden, los actos se realizan, las consecuencias se producen, pero no hay un hacedor individual de ningún acto”, pues eso alivia la carga habitual de culpa y vergüenza que solemos tener por nuestras acciones “inmorales” o fracasadas, o de orgullo y arrogancia por los éxitos. También (y puede que más importante si cabe) sabremos que no hay razón para trasladar esa carga de odio y maldad hacia “el otro”, a quien, si no fuera así, consideraríamos la causa de nuestro daño o nuestra desgracia. La comprensión está basada en la aceptación total de que si somos dañados, lo somos porque, por alguna razón que se nos escapa, tenemos que ser dañados conforme a la ley cósmica omnímoda que se aplica a todo el universo, desde el átomo más pequeño hasta el mayor de los planetas o de los astros. En otras palabras, sería total y absolutamente estúpido odiar a quien ―cualquier organismo cuerpo-mente en particular― sólo ha sido el medio a través del cual sucedió el acto que nos hirió (una vez más) según la misma ley cósmica.
Deja que la vida fluya significa sencillamente:
- Aceptar lo que traiga cada momento como algo que era inevitable que sucediera,
- haciendo lo que creamos que debemos hacer en cada momento y
- sin agobiar innecesariamente nuestra mente con una carga de conceptualizaciones sobre lo que pueda suceder o no en un futuro incierto.
“Dejar que la vida fluya” es una opción que libera a la mente humana de su estrecha identificación con el ego abstracto como hacedor. El acto de hacer sucede, y esto no debería ser difícil de entender, porque no tenemos más remedio que admitir que “sabemos” cómo mover las manos, cómo tomar una decisión o cómo respirar, aunque nos sería muy difícil explicar con palabras cómo lo hacemos. Sabemos hacerlo simplemente porque lo hacemos, porque sucede. Comprender que la vida simplemente sucede es una extensión de este tipo de conocimiento, que nos proporciona una idea de nosotros mismos muy diferente de aquella a la que tradicionalmente estamos acostumbrados.
¿Sería posible sentirse anclado en la paz y la armonía mientras se afrontan las situaciones que se van sucediendo a cada momento, en el medio urbano de hoy día? En otras palabras, ¿sería siquiera posible vivir la propia vida con tranquilidad y en reposo, mientras se lucha con las situaciones de la vida tal y como se van produciendo en la superficie a cada momento? ¿Es una posibilidad factible o no es más que un sueño, una ilusión?
No resulta muy difícil imaginar una situación de la vida en la que surja momentáneamente una emoción fuerte, como la ira, y que no se prolongue en el tiempo horizontal como animosidad, furia, cólera o rabia. Tampoco hay necesidad de prolongar una preocupación momentánea hasta convertirla en ansiedad. No hay duda de que un suceso, cualquier acontecimiento, puede producir dolor en ese momento, ¿pero es necesario recrearse en él hasta convertirlo en un duelo?
Este tipo de aceptación de la emoción en el momento, sin prolongarla, no es un imposible. Ha sucedido en el pasado y sigue sucediendo ahora, aunque en ocasiones comparativamente más escasas. Da la impresión de que lo que se necesita es un cambio radical en el modo de pensar. Es sencillo comprender que lo que lleva la emoción momentánea a prolongarse en el tiempo es el hecho de que el ego reacciona ante la reacción natural del organismo cuerpo-mente. En otras palabras, la reacción biológica, natural, del organismo cuerpo-mente ante algo visto u oído, o ante algo que haya surgido en la mente, no está esencialmente al alcance del control de nadie, pues depende por completo de la programación particular del organismo cuerpo-mente (genes más condicionamiento). Esta reacción impersonal momentánea se convierte en algo personal que prolonga su duración cuando el ego reacciona a la reacción natural del organismo cuerpo-mente e identifica la reacción como propia: la ira, surgida de forma natural y espontánea en el organismo cuerpo-mente, se convierte en: estoy enojado; tal cosa y tal otra me irritan; le odio…
Así pues, queda claro que no hay implicación si el ego es capaz de mantenerse fuera de la emoción natural, siendo un simple testigo del surgimiento y la desaparición de la emoción, viéndola como algo que ha surgido en el organismo cuerpo-mente, no “en mí”. La implicación significa que uno se odia a sí mismo por lo que ha sucedido y, al mismo tiempo, también odia “al otro” por haber sido la causa de lo que sucedió. De esta manera, la vida, como una cadena de situaciones, se convierte en una adición constante a la carga de odio hacia uno mismo y hacia el “otro”. Y éste, y no otro, es el sufrimiento de la vida del que queremos librarnos. No se trata de lo que llamamos dolor ―físico, psicológico o económico―, que puede aparecer y desaparecer a cada momento. La ausencia de la carga de odio significa estar verdaderamente anclado en la paz y la armonía mientras se va afrontando la vida momento a momento, sin sentirse nunca incómodo con uno mismo, sin sentirse nunca incómodo con los demás.
Estar anclado en la paz y la armonía mientras uno se enfrenta a la vida a cada instante, significa permanecer en calma mientras la Energía Primaria hace su labor en el cuerpo, provocando movimientos físicos y mentales que son observados como algo que, sencillamente, sucede, y no como algo que está siendo “hecho” por uno mismo o por “el otro”. Esto es lo que queremos decir con las palabras: deja que la vida fluya.