Un animal no se preocupa por el sentido de la vida. Solo por sus necedades básicas en el aquí y ahora. Pero los seres humanos tenemos mentes complicadas. Si no llegamos a comprender el error en nuestra forma de pensar, nuestra autoconciencia, que es nuestra mayor bendición, se convierte en sufrimiento.
Hasta cierto punto, todos encontramos la vida difícil, desconcertante y opresiva. Incluso cuando nos va bien por un tiempo, nos preocupa que probablemente lo que pueda pasar después.
Estamos atrapados en la contradicción de encontrar la vida como un rompecabezas bastante desconcertante, que nos causa mucha miseria, y al mismo tiempo somos vagamente conscientes de la naturaleza ilimitada y trascendente de la vida. Así que comenzamos a buscar una respuesta al rompecabezas.
Primero buscamos una solución fuera de nosotros mismos. Hay muchas personas en el mundo que sienten que, si tuvieran un auto más grande, una casa más bonita, mejores vacaciones, un jefe más comprensivo o una pareja más interesante, entonces su vida funcionaría. Todos pasamos por eso. Lentamente desgastamos la mayor parte de nuestros “si solo…”. “Si tan solo tuviera esto o aquello, entonces mi vida funcionaría”. Ninguno de nosotros está, hasta cierto punto, todavía libre del «si tan solo´…».
Luego cambiamos nuestra búsqueda a niveles más sutiles. Finalmente, al buscar la cosa fuera de nosotros mismos que esperamos que nos complete, recurrimos a una disciplina espiritual. Ahora tenemos un nuevo «si tan solo». “Si tan solo pudiera entender de qué se trata la realización, sería feliz”. “Si tan solo pudiera tener al menos un poco de experiencia de iluminación, sería feliz”.
Nuestra vida consiste en este personaje que busca un objeto fuera de sí mismo.
Creemos que hay un «yo» y una «cosa» ahí afuera que me está lastimando o complaciendo. Tendemos a pasar mucho tiempo tratando de evitar todo lo que nos duele o nos disgusta. Sin excepción, todos hacemos esto. Permanecemos separados de nuestra vida, mirándola, analizándola, juzgándola, con gran inquietud, miedo, dolor y ansiedad.
Todos tenemos maneras de encubrir estos sentires.
Comemos en exceso, bebemos en exceso, trabajamos en exceso; vemos demasiadas pantallas. Siempre estamos haciendo algo para encubrir nuestra ansiedad existencial básica. Y con los años, se pone peor.
Todos conocemos personas que se han contraído tanto en sus puntos de vista limitados que han perdido la flexibilidad, la alegría y el fluir de la vida. Tenemos que ver a través del espejismo de que hay un “yo” separado de “eso”.
Nuestra práctica es cerrar la brecha y vivenciar la Unicidad.
La iluminación no es algo que se logra. Toda tu vida has estado persiguiendo alguna meta. La iluminación consiste en abandonar todo eso. Podemos leer acerca de esto años y años y no hará nada por nosotros. Todos tenemos que vivenciarlo.
Entramos en una disciplina como la práctica del Zen para aprender a vivir de una manera sana. El zen es realista y muy práctico. Se trata de nuestra vida diaria. Se trata de trabajar mejor en la oficina, criar mejor a nuestros hijos y tener mejores relaciones. Tener una vida más sana y satisfactoria debe surgir de una práctica sana y equilibrada.
Se necesita coraje para sentarse bien y nada más.
Si lo hacemos con paciencia y perseverancia, gradualmente nuestra vida se asienta, se vuelve más equilibrada. Nuestras emociones no son tan dominantes. Mientras nos sentamos, encontramos que lo principal con lo que debemos trabajar es nuestra mente ocupada y caótica.
Estamos atrapados en un pensamiento frenético, y el objetivo de la práctica es comenzar a llevar ese pensamiento a la claridad y el equilibrio. Cuando la mente se vuelve clara y equilibrada y ya no está atrapada por los objetos, puede haber una apertura, y por un segundo podemos darnos cuenta de quiénes o qué somos realmente.
Nuestro trabajo para el resto de nuestra vida es abrirnos a esa inmensidad y expresarla.
Tener cada vez más contacto con esta realidad siempre trae compasión por los demás y cambia nuestra vida diaria. Vivimos de manera diferente, trabajamos de manera diferente, nos relacionamos con la gente de manera diferente. Toda nuestra vida se convierte en práctica, las veinticuatro horas del día.
La realidad última, no solo al sentarse en meditación, sino también en nuestras vidas, es la alegría. Por alegría no nos referimos a la felicidad; no son lo mismo La felicidad tiene un opuesto; la alegría no. Mientras busquemos la felicidad, vamos a tener infelicidad, porque siempre oscilamos de un polo al otro.
La alegría no es algo que tenemos que encontrar.
La alegría es lo que somos si no estamos preocupados por otra cosa.
No necesitamos ir en busca de alegría. Pero si no la sentimos y queremos intentar hacer algo, ese algo es… cambiar la percepción.
De cambiar la percepción se trata la vida. La mayor parte del tiempo, sin embargo, sustituimos la percepción por otra actividad: La evaluación CONTINUA de una mente que se centra en el ego: “¿Este próximo episodio de mi vida me traerá algo que me gusta o no? ¿Me va a doler o no? ¿Es agradable o desagradable? ¿Me hace importante o no importante? ¿Me da algo material? Es nuestra naturaleza evaluar de esta manera.
Hasta que sepamos que la alegría es exactamente lo que está sucediendo mientras permitimos a la mente todo tipo de evaluación, en lugar de permanecer en el presente, aquietadamente, no podemos experimentar el fluir de una vida alegre.
Cuando SOLO nos quedamos con la percepción en lugar de perdernos en la evaluación, la alegría puede ser la persona que no hizo el trabajo que le pedimos. Puede ser el interesante encuentro por teléfono con todas las personas a las que tenemos que llamar, sin importar lo que quieran. La alegría puede ser tener dolor de garganta; puede ser que te despidan; puede ser inesperadamente tener que trabajar horas extras. Puede ser tener un examen de matemáticas o tratar con la ex pareja que quiere más dinero. Por lo general, no pensamos que estas cosas son alegría.
También el sufrimiento es nuestro maestro, y hasta que podamos percibir y aceptar todo en la vida, no habrá alegría. Mientras nos sentamos, salen a la luz todos los dones ocultos: perseverancia, humildad, paciencia, compasión. Estas cosas suenan muy bien en los libros, pero no son tan atractivas cuando estamos dolidos.
Cuando aprendemos a estar (sentarnos, permanecer sin huir) con nuestra experiencia, sea la que sea, somos más conscientes de la alegría.
Cierto es que nos resulta difícil aceptar el dolor, la tristeza, la enfermedad, la vejez o la muerte, y es natural ansiar salud, bienestar, dicha…pero incorporando la visión completa de la realidad: todo esto existe junto, en armonía: la vida y la muerte, la felicidad y la tristeza, la salud y la enfermedad, la juventud y el envejecimiento.
A medida que expandimos nuestra percepción para incluir la plenitud de la vida, la experiencia es un regalo, toda esta experiencia es un regalo tremendo, una oportunidad para desarrollar la aceptación, darnos cuenta de la impermanencia, de lo que ES IMPERMANENTE…e ir más allá al encuentro de lo que sí es permanente, inalterable, eternamente: amor y dicha.
La alegría se encuentra al descubrir esta profunda visión más amplia, el propósito de los ciclos de la vida y el reconocimiento de lo INFINITO.
Entonces, el momento presente es sencillez, experiencia gozosa, y un lugar donde es seguro residir plenamente y simplemente ser, respirar y PERCIBIR.
Gracias. Gracias. Gracias
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