El Sujeto Supremo

De un diálogo con Jean Klein

Jean Klein

Salvo el Sí Mismo, todo conocimiento es objetivo. Como consecuencia el Sí no es conocido más que de forma no dual. En este conocimiento, el Sí se revela como pura existencia, pura conciencia sin objeto y pura felicidad.

Vivimos en un mundo de objetos que cambian perpetuamente. Nuestro mismo psiquismo está en continuo cambio. Tenemos la impresión de un devenir universal porque hemos olvidado completamente que el Sí (el sujeto supremo) subyace al yo y al mundo, del que es el «motor inmóvil» y el Conocedor último. Sâdhana no es nada más que un retorno a la conciencia del Sí inmutable y bienaventurado, que es el fondo de las cosas y de nosotros mismos. La pérdida de la conciencia del Sí es descrita en la tradición del Vedânta como un proceso de identificación con los objetos. Es una especie de olvido, de fascinación, de atracción. El mito de Narciso ilustra perfectamente esta caída en el objeto, esta absorción «aparente» del Sí en las olas del samsâra. A partir de ese momento, el Sí se ha velado, el paraíso se ha perdido y un ego surge diciendo: «soy yo quien hace esto, soy yo quien sufre, soy yo quien piensa». A causa de esta identificación, lo impersonal deviene ilusoriamente personal. La búsqueda de la felicidad se vuelve entonces una búsqueda desesperada ya que el ego, habiendo perdido su conciencia del Sí, que es al mismo tiempo beatitud perfecta, busca la felicidad en los objetos finitos y efímeros. Tarde o temprano se verá obligado a reconocer la imposibilidad de encontrar la verdadera felicidad en los seres y las cosas, verificando el aserto de Schopenhauer para quien: «la vida es un combate llevado a cabo con la certeza de ser vencido».

Para salir de este marasmo, hay que hacer una llamada a la facultad de discriminación para distinguir lo real y lo irreal. En todas las acciones de la existencia tenemos el sentimiento de ser el agente. Este sentimiento es a la vez verdadero e ilusorio. Puedo decir que soy verdaderamente el agente de todos mis actos «en tanto que sujeto supremo, el Sí». El error comienza en el momento que quiero captarme como sujeto actuante. El verdadero sujeto activo, siendo el Sí inmutable, no puede ser captado por la mente. Sólo puede ser conocido más allá de la mente, no de forma objetiva. Por eso toda tentativa de captación intelectual del sujeto desemboca necesariamente en la ilusión del ego «cuerpo-mente», autor de los actos. Sin embargo este «cuerpo-mente” no es el verdadero agente. No es sino un instrumento de la manifestación del Sí, único sujeto y agente verdadero. El error del ego surge en el momento en el que olvida que la actividad del «cuerpo-mente» es sólo instrumental. El error egocéntrico consiste pues en una confusión entre instrumento y agente. Es en cierto modo el agente que se pierde en su instrumento.

La liberación se alcanza cuando comprendo que «yo» en tanto que «cuerpo-mente» no soy el sujeto-agente, que el verdadero sujeto-agente es el «Yo», el «Sí», Sujeto Puro. Reconsiderando esto tan frecuentemente como sea posible, me voy desenganchando poco a poco del yo, del ego (cuerpo-mente), simple instrumento; desprendimiento que permite al Sí despertarse en su propia naturaleza.

P.- Creo que hace falta que un ser haya sufrido, haya amado, haya tenido un cierto número de decepciones para que alcance la discriminación. Pienso que la emotividad debe preceder a la discriminación, ya que quien no ha amado o sufrido profundamente no puede, me parece, acceder a la discriminación, porque no siente la necesidad de interrogarse.

R.- Hay casi siempre en la mentalidad del occidental una tendencia a valorar el sufrimiento. Esta tendencia es una herencia del cristianismo y del romanticismo. Estamos habituados desde hace siglos a considerar el sufrimiento como expiatorio, purificador y ennoblecedor. El sufrimiento puede tener estas virtudes pero no le son inherentes. ¿Cuál es el valor exacto del sufrimiento?. Es el de una señal, el sufrimiento es una señal del error, de una mala dirección del deseo; no es un error, es la consecuencia y la señal del error y, en tanto que señal, es bueno en la medida exacta en la que es comprendido. Sufrir no sirve pues absolutamente para nada; lo que sirve es comprender de qué error nuestro sufrimiento es la señal. En este sentido y sólo en éste, podemos decir como Musset (1): «El hombre es un aprendiz, el dolor es su maestro». Pero no hay que creer que el dolor es nuestro único maestro.

Todos los acontecimientos son nuestros maestros en la exacta medida en la que comprendemos su significado. Para llegar a la discriminación, el sufrimiento no es necesariamente más útil que la alegría. Ambos nos guían en la medida en que somos capaces de comprenderlos.

P. ¿Qué es comprender las alegrías y sufrimientos de la vida?

R. Es comprender su mentira. Recordemos la frase de Kipling: “Si puedes reencontrar triunfo después del fracaso, y recibir a estos dos impostores de la misma manera…” ¿Qué significa la expresión «estos dos impostores»? El triunfo es lo que consolida el yo, el fracaso es lo que lo destruye. Ahora bien, el yo es un error. Es el error de la separación, de la ola que se cree distinta del océano. El triunfo es pues necesariamente mentiroso, porque todo triunfo no es más que un aplazamiento, ya que tarde o temprano la ola volverá a caer en el océano. Asimismo el fracaso es un mentiroso, porque la muerte de la ola no destruye nada. Una ola que retorna al océano no pierde una gota de su agua; sólo pierde el nombre y la forma, es decir sus limitaciones, aquello que es negativo en ella. Su realidad positiva (el agua) es imperecedera. Así pues, lo importante no es el placer o el dolor, el éxito o el fracaso, lo esencial es comprender que no son más que «accidentes». Para comprender esto, la condición más favorable es la calma, la paz, la serenidad.

P.- Los maestros espirituales condenan la violencia. ¿Pero hasta que punto podemos ser no violentos? ¿No hay casos en los que incluso el hombre espiritual puede recurrir a actos violentos?

R.- Todos los actos violentos emanan, en principio, de un estado egocéntrico. El hombre sin ego es pues por naturaleza no violento. Pero no hay que hacer de la no violencia una especie de tabú. Hay casos concretos en los que el uso de la fuerza, de la coacción, incluso violenta, se impone. En estos casos, el hombre sin ego utilizará la fuerza y actuará en apariencia como los violentos. Pero claro está no se tratará más que de una apariencia, puesto que su acto será completamente ajeno al deseo o al temor. Desde esta perspectiva Krishna aconseja a Árjuna combatir para cumplir con su deber de kshátriya (casta militar).

Es importante comprender que la auténtica no violencia, no tiene nada que ver con la cobardía, con la pasividad. De la misma manera que no basta con sufrir la fuerza para ser no violento, no es suficiente emplearla para ser calificado de violento. La pregunta precisa es ésta: “¿Podemos concebir un uso no violento de la fuerza?”. Respondo que sí, pero especificando que es muy difícil, muy raro, verdaderamente excepcional.

El hombre no egocéntrico, por su naturaleza, desactiva la violencia y emana a su entorno la paz que reina en él, pero puede ser llevado, muy excepcionalmente lo repito, a hacer uso de la fuerza con fines puros, es decir no egocéntricos. El hombre que ha realizado la Experiencia comprende que su prójimo es injusto porque su manera de ver las cosas es fragmentaria. Al mismo tiempo le ve como un elemento del Todo Uno. Por eso su propia visión global y unitiva le permite iluminarle y ayudarle a integrarse en la unidad.

P.- ¿Cuál es la diferencia esencial entre el estado de samâdhi y la Realización?

R.- A grandes rasgos, la diferencia podría ser formulada de la siguiente manera: hay un estado de conciencia del Sí, obtenido por una técnica de apaciguamiento de la mente. En este caso, el estado de conciencia del Sí constituye lo que se llama éxtasis o samâdhi. El inconveniente de éstos es que son estados que adquirimos y perdemos. Tan pronto cesa el condicionamiento que ha aquietado la mente, salimos del éxtasis y nos reencontramos en la situación que le precedía. Todo el mundo conoce la historia que le gustaba contar al Maharsi del famoso yogui que teniendo sed envía a su discípulo a llenar su cántaro en el Ganges. El yogui mientras espera a su discípulo se sumerge en un profundo samâdhi. Durante ese tiempo, el discípulo va a buscar agua, vuelve y se sienta esperando respetuosamente que su maestro le pida de beber. Pero el samâdhi se prolonga. El discípulo envejece y muere, dos generaciones pasan y el maestro al fin sale de su samâdhi. En cuanto retoma la conciencia de la manifestación el primer grito que lanza es “tengo sed”.

Este hombre había permanecido durante largos años en estado de conciencia del Sí, pero su estado estaba condicionado por una técnica voluntaria de parada de la mente. Ahora bien, toda técnica produce un condicionamiento, pero ninguna técnica producirá un condicionamiento definitivo, porque el estado absoluto nunca puede ser un producto. El samâdhi ha tenido pues que finalizar y el yogui se ha reencontrado en su condición anterior.

El estado de conciencia del Sí que constituye la Realización es algo diferente. Este estado no es tal, sino más exactamente un retorno a la situación original natural (sáhaja) . Este retorno no es obtenido por un condicionamiento, sino por la discriminación suprema entre lo Irreal y lo Real que tiene como consecuencia la Intuición unitiva de lo Real.

El discernimiento entre lo irreal y lo real aparece como la coronación del proceso de eliminación de lo irreal. Este proceso de eliminación se lleva a cabo de la siguiente manera: constatamos que vivimos en un mundo sin permanencia, que estamos sumergidos en el devenir, en lo temporal. Siendo el deseo profundo del yo la dicha perfecta, es decir permanente, la primera cosa que hacemos es buscar un objeto o una situación capaces de proporcionarla. Tarde o temprano constatamos nuestro fracaso. Este fracaso, si no desemboca en un desaliento nihilista, puede provocar un retorno sobre sí, que culmina en el descubrimiento de la permanencia, del Sí. Ir de lo irreal a lo real, es ir de lo no permanente a lo permanente, del devenir al ser, de los objetos al Sí. Esta experiencia de la permanencia obtenida por la discriminación, no nos saca de un estado para meternos en otro, nos vuelve a colocar en la perspectiva original. En esta perspectiva, lo que no tiene permanencia no es ni escamoteado, ni velado, sino visto en su verdad como expresión del Sí permanente. A este nivel toda oposición entre el Ser y el Devenir, lo Permanente y lo No Permanente, la Unidad del Sí y la multiplicidad de los objetos, cesa. Ya no hay separación, ni oscilación, ni conflicto, ni dualidad, estamos a la vez en el Ser y en el Devenir, en la Dicha permanente del Sí y en la vida de las cosas, en un estado de conciencia global, en una síntesis continua.

Este estado es el que el Maestro Eckhart simboliza con la imagen “de la bisagra que permanece inmóvil mientras que la puerta gira”.

Notas:

  1. Alfred Louis Charles de Musset, poeta francés (1810-1857). N. del E.
Fuente: Jean Klein. sea usted lo que es (Ediciones Vía Directa, 2008)
https://www.nodualidad.info/dialogos/el-sujeto-supremo.html

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