Casi desde niños interiorizamos algunas dimensiones como binarias. Las personas son buenas o malas. El mundo es hermoso o feo. La vida es alegre o triste. Percibir lo que nos rodea desde ese prisma tan reduccionista nos niega la posibilidad de percibir todo ese sutil, pero fascinante caleidoscopio de estados intermedios que conforma la existencia.
Lo cierto es que puede haber cierta belleza en el dolor o felicidad en la imperfección, lo que de alguna manera complica la vida. El ser humano se siente mejor con las ideas simples que con aquellas que tienen curvas o matices. Este es un motivo por el que muchos adultos pueden llegar a echar de menos la idealizada seguridad de la infancia.
Sin embargo, tarde o temprano, tomamos conciencia de que el día a día está lleno de grietas. Descubrimos, por ejemplo, que los amores, como las amistades, no son eternos y que a menudo caducan antes de lo previsto. Nos damos cuenta también de que no todos los sueños se cumplen, que muchos deseos se quedan perdidos por el camino y que no todo esfuerzo termina siendo recompensado y mucho menos como esperamos.
Ahora bien, para lograr el bienestar psicológico no basta con asumir que la vida es imperfecta. Es necesario aprender a ser felices a pesar de cada tara y de cada astilla.
Nuestra cultura nos ha cegado durante mucho tiempo haciéndonos creer que la felicidad es dulzura y perfección y que todos podemos alcanzar ese estado.
El poder de lo agridulce, la nueva tendencia para transformar el dolor
Susan Cain, reconocida escritora y conferencista estadounidense, autora de El poder de los introvertidos (2012) ha publicado hace muy poco su último libro Agridulce (bittersweet) (2022). En este trabajo nos plantea algo interesante. Llevamos décadas enfatizando la necesidad de experimentar emociones de valencia positivas: alegría, euforia, diversión, entusiasmo…
Estos estados psicoemocionales son promocionados como autopistas directas a la felicidad y al bienestar. Es lo que anhelamos para sentirnos realizados, completos y dichosos. Así, y mientras se enfatizan esas dinámicas positivas, se infravalora a la tristeza, la melancolía, el anhelo o la decepción.
Susan Cain define el poder de lo agridulce como esa capacidad para apreciar y aceptar la imperfección del mundo que nos rodea. Porque, es muy complicado llegar a ser felices sin aceptar que estas son las reglas del juego -con independencia de que nos gustaría que fueran otras-. Por ejemplo, buena parte de nuestros artistas más reconocidos transmutaron su dolor en arte gracias a esas emociones menos luminosas.
¿Encuentras consuelo en un día lluvioso?
Los días lluviosos también tienen su lado amable, reconfortante y positivo. Son momentos que invitan al recogimiento y a la intimidad del hogar, también a esa necesitada introspección en la que tomar contacto con uno mismo y trazar nuevas metas. El poder de lo agridulce nos invita a discernir la belleza de esos instantes que para muchos son imperfectos.
Un tren que llega con retraso, una cita que se cancela, una tormenta que altera los planes de una tarde… Quienes se aferren a la perfección y a la necesidad de que todo salga bien en cada instante, están condenados al sufrimiento. En cambio, quienes aceptan esas grietas que de vez en cuando irrumpen en la cotidianidad podrán ver la luz que sale entre ellas, apreciar otras perspectivas y hasta aprender de esos momentos fallidos.
Imperfección y creatividad como forma de catarsis
Permitirse experimentar y apreciar lo agridulce es consecuencia de formar parte de un mundo casi siempre defectuoso, pero a la vez obstinadamente hermoso, explica Susan Cain. Porque el poder de lo agridulce nos enseña también una estrategia para responder al dolor: convertir en arte esa decepción, esa pena o ese desconsuelo.
Recordemos a Walter Whitman y la recomendación que nos daba en sus textos y poemas: “cada momento de luz y también de oscuridad son un milagro”. Pensemos en otro artesano de lo creativo, Leonard Cohen, y en cómo hizo de su melancolía un territorio de lo más fértil para su arte, para esa música que nos cautiva, precisamente, por abrazarnos con emociones poco festivas, pero siempre sanadoras y evocadoras.
“El lugar en el que sufres es el mismo espacio en el que te preocupas para poder actuar”.
-Susan Cain-
El poder de lo agridulce en una sociedad analfabeta de matices
Vivimos en una sociedad obstinada en convencernos de que la felicidad es éxito, conquista, logro, compañía, amor, perfección, suerte… Desde bien temprano interiorizamos que lo opuesto a la alegría es tristeza -un rostro redondo de sonrisa invertida-; esa expresión que nadie debe mostrar y que es mejor esquivar a toda costa.
En un mundo analfabeto a la hora de captar y apreciar los matices y el valor que hay en cada emoción, es necesario educar en el poder de lo agridulce. La tristeza, la melancolía o el anhelo son lienzos en los que podemos trazar nuevos significados vitales. Así, desde el color azul de la esperanza, hasta el negro de la depresión, hay toda una gama de tonalidades valiosas, útiles e inspiradoras.
Abramos perspectivas y entendamos que el dolor tiene muchas formas y que estas también nos completan como seres humanos. Solo quien se permite transitar por estos territorios un poco más grises alcanza aprendizajes que otros no pueden alcanzar.
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