Amor después del amor (una reflexión sobre el amor como sostén de la vida)

Amor después del amor (una reflexión sobre el amor como sostén de la vida)

El llamado «Día el Amor y la Amistad” llega y, con él, una corriente a la cual es difícil sustraerse de alusiones a ambos fenómenos: el del amor, que muy comúnmente se asocia de inmediato y casi sólo con el amor de pareja, y el de la amistad, al que suele considerársele aparte y, en el marco de la efeméride de San Valentín, como una especie de sucedáneo y a veces hasta de consuelo para aquellos que este mes o ese día en particular la pasarán “solos” –o dicho de otro modo: sin pareja con quién celebrar.

Dicha oposición es, por supuesto, superficial y por ello mismo equívoca y se podría decir que hasta falsa. Por principio de cuentas, porque la idea de amor, aun cuando parezca ocupada casi por completo por la fórmula “amor de pareja”, es en realidad mucho más rica, amplia, compleja y también más contradictoria que ello (aunque eventualmente clara a su manera, cuando se entiende su verdadera naturaleza).

Por citar una de las referencias ineludibles en este tema, recordemos que en El banquetePlatón identifica al amor (tratado ahí como eros, al mismo tiempo divinidad y elemento de la existencia humana) con una especie de energía impetuosa e imperecedera que recorre y sostiene todas las obras de la vida. En este sentido, en el diálogo platónico se plantea una oposición mítica y ancestral entre Eros, el Amor, y Ananké, la Necesidad, pues fue sólo hasta la llegada de aquel que los seres que poblamos este mundo comenzamos a actuar movidos por el amor y no únicamente por la necesidad o la obligación de hacer las cosas.

Dicho entendimiento del amor recorre buena parte del pensamiento occidental, al menos hasta Sigmund Freud, quien igualmente desarrolló una noción de éste que trasciende las relaciones de pareja. De alguna manera, en el psicoanálisis el amor es cercano a ese erotismo platónico, pues se le considera también como una energía de vida que sostiene las acciones creativas, productivas, de determinación y fortaleza del yo. El amor está así ligado íntimamente con el deseo, pues podría mirársele como la fuerza que nos impulsa a actuar en pos de aquello que queremos, de nuevo, en un sentido amplio, desde objetos de deseo concretos (como una pareja o un bien material), hasta nociones más abstractas y sin embargo decididamente humanas como afecto, intimidad, reconocimiento, respeto y otras afines.

De ahí que la idea de amor sea, desde la perspectiva psicoanalítica, también más compleja o, para caracterizarla con otro adjetivo, menos ingenua, pues si se parte del hecho de que el amor está relacionado con el deseo, esto implica que también tiene puntos de contacto con la angustia y con la inhibición, una triada casi atávica que acompaña al ser humano buena parte de su vida.

Sin embargo, más allá de las palabras tremebundas y los grandes conceptos, se puede decir que para el psicoanálisis el amor viene acompañado necesariamente de dificultad. Lo cual sin duda no será sorpresivo para nadie. Amar tiene su propia dificultad, por más que ciertos discursos nos intenten convencer de lo contrario, y es precisamente a partir del reconocimiento de dicha dificultad, y del trabajo que pueda realizarse tomándola como punto de partida, que el amor se convierte en una fuerza activa para el sujeto y no sólo en una demanda pasiva.

Si esto es así, si hay amor (o puede haberlo) en actividades tan aparentemente disímiles como el trabajo que realizamos a diario, un encuentro sexual, cocinar para unos amigos, criar a un hijo o cuidar de nuestro cuerpo, ¿por qué limitarlo únicamente al amor de pareja –por otro lado, tan devaluado en los tiempos que vivimos? Por supuesto que en las relaciones de pareja también hay amor (o puede haberlo), eso es indudable, pero no menos cierto es que, si ampliamos un poco la perspectiva, esta es apenas una de las muchas manifestaciones que puede adquirir. Amar a una persona en el marco de una relación de pareja es tan importante en la vida como amar lo que hacemos a diario, amar a los amigos con quienes navegamos los meandros de la vida, amar la rutina que nos da estabilidad o la mascota que nos brinda la oportunidad de apreciar de otra manera la existencia. Amar el camino y el proceso un poco más que la meta y el resultado atisbado. Amar, amar, amar.

¿Para qué si no estamos en este mundo?

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