Zen. El Camino Abrupto hacia el Descubrimiento de la Realidad
Introducción
Paralelamente a la tónica dominante en el presente de estudiar los problemas
humanos desde el punto de vista social, colectivo o grupal cada vez se hace
sentir también de un modo más fuerte, como reiteradamente lo afirman los
psicólogos, psiquiatras y psicólogos, la necesidad de encontrar la forma de
reafirmar y consolidar el valor del individuo frente al grupo, de hallar la
manera de que viva su realidad personal de un modo más pleno y directo para
que su integración social no sea causa de perjuicio ni para sí mismo ni para
la sociedad.
En efecto, frente a su progresiva dependencia y condicionamiento social, el
hombre de hoy necesita salvaguardar sus valores personales reiterando aún
más que antes su fortaleza e independencia interior. Necesita para ello
poderse apoyar en algo real, sólido y estable, pero que esté al mismo tiempo
emancipado de nuevos reglamentos y convenciones externas, y que le dé plena
garantía de autenticidad. Porque cuanto más consciente se hace el hombre de
su estrecha e inevitable ligazón externa e interna con el engranaje social,
más urgente se convierte su necesidad de buscar una nueva dimensión de sí
mismo que esté libre de todo condicionamiento externo, para salvar esa
conciencia de individuo libre y le evite caer en la sensación de ser tan
sólo una máquina más dentro del complejo económico, político y social en el
que su vida se desenvuelve. […]
El caso es que hay muchas personas que viven muy descontentas tanto de sí
mismas como de la sociedad que les rodea. Y este descontento no es fruto de
problemas personales o de una incapacidad de adaptación al medio ambiente,
sino de una aspiración sincera a vivir algo fundamental, real y definitivo
–más allá de doctrinas y filosofías– que no saben como satisfacer porque
no logran verlo en ninguna parte. […]
En un libro dedicado al Zen, The World of Zen, N. W. Ross a la pregunta que
se formula de por qué tanta gente se interesa hoy día por el Zen, contesta:
«La respuesta reside en los caracteres de base que hacen del Zen un modo de
vida y que sumariamente podrían resumirse así: el Zen, aunque esté
considerado por sus adeptos como una religión, no tiene textos sagrados
cuyos términos tengan fuerza de ley, ni reglas fijas, ni dogmas rígidos; no
se refiere a ningún salvador, a ningún Ser divino de cuya gracia o mediación
dependa nuestra final salvación. La ausencia de los caracteres comunes a
todos los demás sistemas religiosos da al Zen cierto aire de libertad, al
cual son sensibles muchos de nuestros contemporáneos. Además, el objetivo
manifiesto del Zen –que es el de procurar un alto grado de conocimiento de
sí mismo y, como consecuencia, gran paz interior– ha despertado la atención
de ciertos psicólogos de Occidente, tales como C. Jung, Eric Fromm y Karen
Horney. Se ha podido evocar también como relacionados con el Zen los nombres
de Kierkegaard, de Heisenberg, de Martín Buber, de Kafka, de Jaspers, de
Korzybsky, de Sartre, de Kerouac. Cuando el filósofo existencialista alemán
Martín Heidegger tuvo conocimiento de ciertos textos Zen, declaró haber
descubierto en ellos las mismas ideas que él por su parte había
desarrollado.»
Numerosos libros han aparecido y siguen apareciendo sobre el tema, entre los
que sin duda merecen lugar preeminente por su autoridad y documentación los
del Profesor Daisetz Teitaro Suzuky.
Tratando de entender el Zen
Lo primero que nos dicen los maestros del Zen, cuando queremos interrogarles
es: «No esperes en absoluto entender lo que es el Zen; es imposible». Y si
se les replica que algún modo habrá de acercarse a él, empiezan a utilizar
paradojas que llevan de uno a otro desconcierto.
No obstante, buscando lo que se esconde detrás de esta primera visión
abrupta, podemos entresacar una serie de consecuencias que nos aproximan el
Zen. […]
El budismo sostiene que la causa de los problemas que nos aquejan, y de la
distorsión interior que nos impide alcanzar el satori es la ignorancia que
padece nuestra mente. La mente se detiene en los medios y olvida el objeto
primordial, alejándose de la percepción directa de nuestra propia realidad.
[…] Todas las operaciones de la mente son, por definición, transitorias,
fenoménicas, vienen y se van, se diluyen en el tiempo. Lo único real es lo
que está detrás de todo fenómeno. Si buscamos algo sólido donde asirnos,
donde cogernos, es porque la experiencia de la vida diaria nos ha
acostumbrado a depender de las ideas e intentamos hallar la realidad en las
ideas. Ahora bien, la realidad, nuestra naturaleza esencial, no es ninguna
idea, como no es ningún sentimiento, ni nada de lo que va y viene.
Por lo tanto, nos vienen a decir los maestros de Yoga, si queremos llegar a
descubrir esta realidad que hay detrás de las formas, no tenemos más remedio
que prescindir temporalmente pero por completo de nuestro razonamiento, de
nuestro sistema lógico de las ideas. […] Lo que hay que superar en el
proceso de investigación de la realidad esencial es el pensamiento; lo que
ha de subsistir en todo momento, en cambio, es la atención lo más lúcida y
amplia posible. Sólo así tenemos la oportunidad de desvanecer nuestra
ignorancia. […]
Estamos tan acostumbrados a manejar las realidades de nuestro mundo gracias
a las ideas que de ellas podemos obtener, que nos parece que todo
conocimiento posible lo hemos de adquirir sólo y exclusivamente mediante las
ideas pertinentes. En otras palabras, hemos llegado a la íntima convicción
de que únicamente con nuestras ideas y juicios podemos conocer la realidad.
El Zen nos afirma que es precisamente este hábito nuestro de apoyarnos
exclusivamente en las ideas lo que nos impide percibir la realidad que está
detrás de ellas y que, en definitiva, es la única Realidad. Nos agarramos a
cada representación mental creyendo que es ella misma realidad, cuando no es
más que una forma de la Realidad. Por lo tanto, en la medida en que sigamos
con esta adhesión a cualquier forma mental particular –por abstracta y
elevada que ésta pueda parecer– seguiremos estando incapacitados para
percibir nuestra Realidad esencial. Y lo mismo que decimos respecto a las
ideas puede decirse de todos nuestros fenómenos psíquicos personales:
sensaciones, emociones, sentimientos.
Fijémonos en la mayoría de las cosas que nos proporcionan alegría o pena
durante el día y veremos que, en efecto, casi siempre nuestras alegrías y
nuestras penas dependen de lo que nos dicen o de las cosas que nosotros
pensamos que ocurren. En una palabra: que siempre se deben a
representaciones de la mente, a ideas. Nos dicen algo que va a favor de
nuestros deseos, y automáticamente nos sentimos más tranquilos, más felices,
más seguros, como si fuéramos más nosotros mismos. Nos dicen algo que va en
contra de nuestros deseos o que aumenta nuestros temores y, automáticamente
también, nos sentimos inquietos, tristes, irritados. Por qué nos ocurre
esto? Porque no vivimos directamente en nuestra realidad, sino que estamos
siempre cogidos, agarrados a una idea básica que tenemos de nosotros mismos.
A medida que hemos ido creciendo, se ha formado en nosotros una imagen
mental, una representación de nosotros mismos: «yo soy fulano de tal, y
tengo estas cualidades, y estos defectos; determinado tipo de gente me
acepta, me admira y me considera importante, otras personas me son
hostiles». Así hemos ido construyendo una imagen de nosotros mismos con toda
una serie de datos a favor y otros en contra. Al mismo tiempo, mientras
íbamos ampliando esta imagen mental o yo-idea, la íbamos también proyectando
en el futuro, forjándonos así un ideal de nosotros mismos que esperábamos
realizar algún día: es el yo-idealizado, sueño dorado de nuestro «yo» que
hemos compuesto reuniendo en él las cosas que no tenemos y ansiando tener en
ese futuro que jamás llega.
Así, resulta que, cuando actuamos en el mundo, lo hacemos en función del
yo-idea; siempre que pensamos, diríamos, de un modo razonable, es partiendo
de esta idea básica de nosotros mismos que está en la raíz misma de todos
nuestros razonamientos. Por eso, en el fondo, aunque nos parezca a veces que
estamos buscando la verdad, con muchísima frecuencia lo que estamos buscando
es algo o alguien que nos confirme y ratifique en esta buena idea que
tenemos de nosotros mismos y que además la amplíe, es decir, que de algún
modo nos prometa que llegaremos a realizar en el futuro el ideal que nos
hemos forjado. Y cuando pensamos en este ideal, al que damos el nombre de
yo-idealizado, se presente bajo las apariencias que quiera –espiritualidad,
inteligencia, poder, riqueza, etc.–, nos sentimos confortados y seguros.
Pero es una seguridad falsa. Puede ser muy buena en un order relativo e
incluso podemos aceptarla porque la necesitamos para vivir diariamente. Pero
lo que no podemos hacer en absoluto es confundirla con el auténtico
descubrimiento central, con la verdadera naturaleza de nosotros mismos.
Porque así no seremos nunca libres, es decir, no seremos jamás nosotros
mismos del todo, ya que estaremos siempre sujetos, pendientes, debajo de la
idea que «yo» tengo de «mí», y, por lo tanto, debajo de aquellas personas o
situaciones que van a favor de nuestra idea y de las que van en contra.
Nuestra vida, querámoslo o no, seamos o no conscientes de ello, será una
vida de dependencia total.
Y esto es lo que nos ocurre constantemente. Tenemos miedo de encontrarnos
con determinadas personas, miedo a decir algunas cosas para no despertar
oposición. Pero por qué? No sólo porque vemos en la oposición nuestro
perjuicio social o el de otros, sino porque entonces nos sentimos
desvalidos, más pobres, como si fuéramos menos y se viniera más abajo
nuestro yo. Y se debe tan sólo a que nos vivimos únicamente en función de la
idea de nosotros mismos, que guardamos bien escondida dentro, en lugar de
vivirnos directamente en función de nuestro eje espiritual interior, que
está detrás de todas las ideas. Todo juego de ideas es un juego de ilusión
comparado con la realidad. De este error básico se originan todos nuestros
problemas. Por lo tanto nuestra atención ha de ampliarse y profundizar hasta
que sea capaz de percibir lo que hay más allá de todo fenómeno, hasta que se
pueda abrir a la fuente interior de donde surge todo impulso, todo
sentimiento, toda idea y todo conocimiento.
El Zen no niega que las ideas y raciocinios sean útiles y excelentes para
otros fines, pero afirma que nunca nos pueden conducir a la realidad. La
mejor de las ideas, dicen los maestros, es como un dedo que está señalando a
la luna: por mucho que miremos el dedo, nunca descubriremos la luna. Hemos
de dejar de mirar el dedo y dar un salto en el vacío para poder descubrir
qué hay más allá del dedo. Las ideas son símbolos, dedos que señalan,
indicadores, pero nunca son la realidad. Esa realidad es la naturaleza de
Buda, nuestro propio ser. Las ideas pueden señalar, apuntar hacia ella, pero
si no salimos de las ideas, nunca llegaremos a la realidad.
http://www.oshogulaab.com/BLAY/TEXTOS/BLAY-ZEN1.htm
Querido maestroviejo, más de este autor, gracias, gracias, gracias. Un abrazo.