Supervivencia en la Naturaleza 4º PARTE

El texto que leerá a continuación es una recopilación de extractos del libro ‘Supervivencia en la Naturaleza‘ de Lorenzo Mediano y Carlos Donoso del año 1983, se trata de información sumamente relevante y que personalmente, creo que toda persona que habita este planeta debería de conocer independientemente de que viva o no en medio de un entorno natural. Desgraciadamente, no he podido encontrar el libro en formato pdf, por lo que libro en mano y escaner activado procederé a redactar y escanear las imágenes que crea conveniente. Si desea publicar este artículo en su web o blog le agradecería que incluyera las fuentes al mismo, gracias y espero que disfrute la lectura.

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EL BOTE DE SUPERVIVENCIA

Teniendo como objetivo ser capaces de sobrevivir en la Naturaleza sin nada, son nuestras manos, nuestra mente y nuestro cuerpo los que nos proporcionan los alimentos, el refugio, las medicinas y las comodidades. La sensación de libertad que da el saber que no dependes de nada es difícilmente comunicable, además de ser utilísimos los conocimientos que con ello se adquieren. Sin embargo, algo que caracteriza al hacer las cosas sin ayuda es que cuestan bastante tiempo. Desde luego que se puede encender fuego con dos palos, pero si estamos en invierno seguramente tendremos que esperar al verano, cuando todo está bien seco. Es un ejemplo un poco extremo, pero aunque menos marcado ocurre algo parecido en casi todas las situaciones. En el capítulo del refugio vemos la forma de construir un vivac con hierbas, pero cuesta una o dos horas. Suponed que está lloviendo. ¿No sería más cómodo contar con un plástico?
Por eso. todo el que hace prácticas de supervivencia, tarde o temprano compone un botiquín de emergencias para tener lo que puede hacer falta con urgencia y no se puede improvisar rápidamente. Curiosamente, en un ejemplo de evolución convergente, aquellos que tienen similares experiencias poseen botiquines semejantes. Este conjunto de objetos es algo individual y que evoluciona con el tiempo y con las vivencias de cada cual. Por ejemplo, en el tiempo transcurrido desde que se realizó la foto hasta el momento de escribir esto ha habido un cambio sustancial debido a las experiencias vividas en distintos ecosistemas. Por eso, tanto este artículo como todo lo demás deben tomarse como sugerencias, como hipótesis sobre las que trabajar, no como algo cerrado e inmutable. Introducid en él lo que en una excursión o experiencia de supervivencia os haya faltado y os haya producido grandes molestias.
El peso de este equipo es de poco más de medio kilo y su volumen el de una lata mediana. Todo lo descrito está dentro de él, aunque parezca mentira, y meterlo en el interior es cuestión de paciencia y práctica-, ha de hacerse cuidadosamente y de forma que ocupe el menor espacio posible. Seguro que la primera vez os quedan bastantes cosas fuera. Probando varias veces veréis que cada vez que se vuelve a preparar caben más cosas.
Pero como su mismo nombre indica sólo es útil para emergencias. El equipo normal debe de ser suficiente para nuestras necesidades por una razón muy sencilla. Si lo tuviésemos que montar y desmontar cada vez que necesitásemos las cerillas o sacarnos una astilla será el cuento de nunca acabar. Por eso sólo es práctico cuando falta algo, se ha perdido la mochila, para llevarlo en el automóvil o para tenerlo enterrado en un punto de la comarca que habitemos por si hubiese un terremoto u otra catástrofe, como hacían los apaches.
El recipiente ha de ser metálico —no de cartón aluminizado— y así nos sirve también para cocinar. La tapa hermética, impidiendo que entre el agua al interior y para que vaciando todo en una bolsa de plástico nos sirva de cantimplora. Por la cara interior la tapa puede servir de espejo de señales. Rodeando todo el bote hay una gruesa tira de esparadrapo, que de paso evita cierto sonido metálico enervante cuando va en la mochila e impide que si lo llevamos fuera lance destellos que podrían confundirse con señales.
En la cara interna de la tapa lleva pegada una tira de papel diciendo en primer lugar la fecha de la última revisión de su interior, pues una vez al año como mínimo hemos de examinar los alimentos, la carga del mechero, etc. A continuación una lista de todo lo que llevamos dentro, que permitirá que lo emplee alguien que desconozca lo que contiene. Al lado de cada producto que se pueda estropear pondremos su fecha de caducidad, lo cual nos servirá para cambiarlo a tiempo.
Al lado de la tapa vemos unas pequeñas tijeras bien afiladas. Para cortar con precisión una tela o la piel de una herida.
Bajo la tijera, tiritas sin dividir. Una ampolla en el pie puede ser algo molestísimo. Desde luego que se puede improvisar algo con plantas, pero la eficacia y la sencillez de estos apósitos (además de ocupar poco) merecen un lugar en el botiquín. Es mejor recortarlas nosotros mismos para poder elegir el tamaño que más convenga. Pueden sustituirse por algo de esparadrapo, pero tal como están empaquetadas se mantienen del todo limpias.
En el extremo un plástico de vivac, (de un grosor suficiente) de 2 x 1,5 metros envuelto en fuerte cordel que servirá para hacer los tensores. ¿Cómo conseguir reducirlo a tan poco espacio? Extendido en el suelo se dobla por la mitad, se le quitan las arrugas y se le pasa una plancha tibia para sacar totalmente el aire. Se repite una y otra vez hasta que queda de tamaño conveniente. Entonces se enrolla y se comprime fuertemente con el cordel. Si no sale bien a la primera repetid el intento y si aún no sale, buscad un plástico un poco más fino. Así podemos llevar con nosotros una tienda de campaña. En estas condiciones el plástico resistirá cinco años sin deterioro.
Debajo, un billete de mil pesetas. No es ninguna tontería. Es utilísimo para tratar con humanos. Muchas cosas que necesitas en un apuro te las entregan sólo con darlo. Últimamente su valor como amuleto mágico ha descendido bastante y habrá que cambiarlo por otro de más poder.
Al lado suyo un preservativo. Es utilísimo por ser muy polifacético. Aparte de su uso tradicional, puede llevar más de un litro de agua, hincharse como flotador (teniendo cuidado de no rasgarlo con las uñas), guardar sin que se mojen las cerillas o lo que sea necesario, etc. Últimamente los venden lubricados con productos químicos, lo cual es una porquería y los inutiliza para trasportar agua. Lo idóneo es que sólo lleven vaselina. Ha de cambiarse a los dos o tres años.
A su lado vemos unas pildoritas. Las rojas son antibióticos, concretamente ampicilinas. Las blancas son un calmante muy fuerte: nolotil. No sé otro sistema para permitir que no muera alguien por ejemplo con quemaduras extensas o traumatizados con fracturas abiertas, cuando lo natural sería morir de dolor al entrar en shock. Proporcionar cobertura antibiótica durante dos días en los ejemplos anteriores puede ser la diferencia entre la vida y la muerte. Si tuviesen un entrenamiento mental lo superarían, pero esto es rarísimo.
Otras pastillitas (a vuestra discreción llevar o no) son las anfetaminas. Si estamos totalmente agotados y parar significa la muerte (por ejemplo nadando, en la nieve, teniendo que realizar un esfuerzo extraordinario como llevar a cuestas un herido grave durante treinta kilómetros) es un buen momento para tomar una. Momentáneamente vuelven las fuerzas, se suprime el sueño y todo se ve claro… hasta que seis u o ocho horas más tarde desaparece el efecto y nos desplomamos, a no ser que tomemos otra. Cuantas más tomemos, menor es la duración de su eficacia y más profundo el bajón subsiguiente. Sus efectos sobre cuerpo y mente son horribles. Solamente con una ya estaremos luego con dolor de cabeza y necesitando dormir muchísimo, totalmente agotados, pues no da fuerza sino que disimula la fatiga, aplazándola. No es broma tragar una cosa de esas y sólo se debe hacer para salvar la vida propia o de otro, y entonces son utilísimas. Aquellos que tengan un buen entrenamiento mental tal vez las consideren superfluas, pero incluso para ellos puede ir bien alguna vez. Lamentablemente, la sensación de momentáneo estímulo agrada a muchos drogadictos. lo cual hace que sea difícil conseguir una receta médica para comprarlas, ya que nadie cree que sean para una finalidad sensata. ¡Ah! cuidado con la fecha de caducidad de los medicamentos.
Encima de las pastillitas. para situaciones prolongadas donde la alimentación vegetal sea claramente insuficiente, un montón de anzuelos (al menos de dos tamaños distintos y adecuados a la región), al lado una serie de hilos de pesca (10 metros de cada tipo y 25 metros del grueso, para hacer 5-6 líneas de pesca). Y un circulito en el que hay 8 metros de alambre de acero (para tender doce lazos para conejos).
En el extremo, una caja de cerillas impermeabilizadas. Para fabricarlas se cogen cerillas que no sean de seguridad y se meten en la cera líquida de una vela ardiendo y cuidando que no se prendan. Se dejan secar y ya está (también se pueden pintar con laca de uñas). La prueba de que funcionan bien es meterlas cinco minutos en el agua. Deben arder una vez secadas ligeramente con un paño. Su caducidad es de dos años.
Como en la caja de cerillas sobra sitio, la rellenamos con imperdibles de distintos tamaños que son utilísimos: desde para sujetarnos provisionalmente unos pantalones que se caen por haber perdido el botón (un problema si hace mucho frío) hasta para cerrar una cremallera rota. Llevamos además hilo negro y una aguja de coser.
Debajo de esto vemos un sobre metalizado. No es papel de aluminio sino una manta de supervivencia. Está hecha de un material tratado especialmente, que abriga más que un saco de plumas. Una de sus caras aisla del frío y otra del calor. Es resistente y puede soportar un par de semanas de uso cuidadoso sin deteriorarse, y luego un par de meses a base de remiendos de cinta aislante. Evidentemente es un sustituto sólo de emergencia de un saco de dormir normal, muy útil si éste se ha mojado o perdido, o para resguardarnos del calor del sol. No es demasiado caro: hace dos años costaba cuatrocientas pesetas, y se puede encontrar buscando en tiendas especializadas en deporte de montaña. Sirve también una funda de colchón pequeño como sustituto del saco de dormir, aunque es menos versátil y cálida.
A su lado, de arriba abajo, vemos en primer lugar una pastilla de glucosa envuelta en papel de plata para que no se deshaga. Es interesante, no por el alimento que contiene, sino por si sufrimos un choque hipoglucémico con el ayuno. Si falta alguna comida se notan mareos, debilidad, etc. lo cual no tiene importancia: pero si nos sucede esto en un momento comprometido, en el que necesitamos todas nuestras fuerzas, entonces un poquito de glucosa puede ser la diferencia entre caer o pasar. El mismo efecto lo consigue un poco de miel, pero ocupa más espacio por necesitar un frasco. La misión del montoncito de almendras es idéntica a la de la glucosa. Ambas han de sustituirse a los dos años.
Más abajo, una cuerda de nylon de tres metros, comprobada su resistencia a nuestro peso. Tiene tantas cualidades que no se pueden enumerar. Un corcho (con un par de gomas elásticas) si no tenemos madera alguna servirá de tapón de la cantimplora si se rompe o pierde el suyo. Quemándolo un poco puede servirnos para marcar señales grandes sobre rocas, o para tiznar el cuerpo o protegerlo de los rayos solares si no tenemos ropas.

Finalmente, una linternita —la más pequeña que podáis encontrar-— para consultar el mapa, buscar algo que se nos haya caído de noche y cerciorarnos, en caso de duda, de si lo que hay delante es un matorral o un pozo. La pila ha de cambiarse cada año. A la izquierda de las almendras unos cuantos metros de alambre maleable y en su interior cinta aislante. El de acero es muy difícil de trabajar, y éste tiene los usos más impensados y variables, desde coser suelas de botas rotas hasta atar puntas de flecha. La cinta aislante nos sirve fundamentalmente para tapar los agujeros que se puedan originar en el plástico o en la manta metálica.
A su lado, una venda elástica con sus enganches dentados, que sirve tanto para una herida como para un tobillo torcido. Vemos también un mechero. El fuego es tan importante que merece la pena llevarlo duplicado. Tengamos en cuenta que un mechero equivale a dos mil cerillas. Revisemos su carga cada año. Si se moja la piedra (lo que no pasa si es electrónico) secándola con un trapo vuelve a encender.
La vela envuelta en papel de plata y esparadrapo (está entre el mechero y el billete) nos sirve para encender un fuego con madera mojada, impermeabilizar una camisa o aplicar la cera en una quemadura. Lo mejor es hacerla nosotros mismos con tiras de cera virgen enrolladas en torno a una mecha. Es importante que vaya bien envuelta o con el calor se dispersará por el bote.
Bajo ella, un recipiente con sal marina. La sal es fundamental en el desierto o en las alturas.
Al lado, papel de aluminio envolviendo a un papel normal, y debajo un lápiz. El papel de aluminio es tremendamente versátil; incluso podemos cocinar con él. El papel normal puede ser útil para prender un fuego, dejar escrita una nota si nos hemos perdido indicando hacia dónde pensamos ir, hacer testamento, etc.
Al lado, una bolsa de basura, de plástico. Nos cubrirá la mochila y/o el saco de dormir cuando llueva, podremos meter en ella ropas o cosas delicadas cuando vadeamos un río, para recolectar hierbas, frutos, etc.
En la navaja no debemos intentar economizar espacio. Es fundamental que sea suficientemente grande como para manejarla con comodidad. Sobre su lado abierto hay una pequeña brújula de malísima calidad pero que puede servir si la que usamos se avería. Las agujas de coser, imperdibles, etc. que llevemos podemos magnetizarlos frotándolos (siempre en la misma dirección) con un imán. Les damos un toque de pintura en el lado sur (que es el que indica luego el norte) y ya tenemos mil brújulas de emergencia. Una pequeña lima de metales para desmellar un filo, trabajar un hueso, etc.
En su lado cerrado vemos una pequeña pinza, útil para sacar astillas. Con esta pinza, la navaja afiladísima, las tijeras y los imperdibles, contamos con un mínimo equipo de cirugía de urgencia… pero hace falta saber emplearlo.
Al volverlo a meter todo después de hacer la foto sobró sitio, así que ahora también hay un pequeño mosquetón de escalada y un par de docenas de garbanzos. Éstos además de cocinados, se pueden comer crudos metiéndolos en la boca y ensalivándolos tranquilamente como un caramelo, eso calma la sensación de hambre… porque cada garbanzo cuesta más de dos horas.
Como es importante que el botiquín siempre esté lleno para que las cosas no bailen y produzcan un ruído molestísimo, puede añadirse un botecito con antídoto universal, ahora eliminado por el carbón vegetal —fácil de encontrar en el campo—; un par de clavos de escalada y un clavo fuerte de acero como punzón, etc.
Este bote cabe en los bolsillos de las mochilas normales. Para transportarlo aislado va bien una red que sirva a la vez de zurrón, hamaca y mochila.

ÚTILES
hechos sobre la marcha

CUERDAS

Son muchas las veces que estando en el campo tenemos que atar algo y no tenemos con qué o mejor dicho no sabemos con qué.
Una de las mejores correas es la corteza de castaño. Se saca en tiras largas más o menos estrechas según la necesidad (sale muy bien y muy entera), es muy flexible y bastante resistente. Va bien para injertar, como ligadura. En cestería artesanal se utiliza en lugar de la cuerda para sujetar los costados cuando se levantan. Si estas correas vegetales llevan tiempo cogidas y se nos han quedado algo secas, se deberán mojar antes de utilizarlas. A veces se usan las cortezas de sauce o de tilo silvestre. Si no tenemos a mano ninguno de ellos también se pueden improvisar unas ligaduras con la corteza de otros árboles, aunque son peores. Se utilizarán ramas lisas y jóvenes, se sacarán con cuidado; en invierno salen peor. La corteza de torvisco tampoco ata mal.
Con un manojo de juncos o con unas pajas de centeno mojadas se ata un fardo, una gavilla o lo que haga falta. Las ramas de un año de las mimbreras son muy flexibles y nos pueden ayudar a sujetar unos palos. En el País Vasco estas doradas ramitas son muy utilizadas para atar los parrales porque aprietan pero no ahogan y no dejan mella en los sarmientos.
Otra buena cuerda la constituyen los tallos del lino, del que existen varias especies, todas ellas con propiedades similares. Crece espontáneo por las cunetas y lugares incultos y antes era muy cultivado por sus aplicaciones para tejidos y por sus semillas por el aceite de linaza. Una cucharada de estas semillas en ayunas tras haberlas macerado toda la noche es, sin purgar, de los mejores remedios para el estreñimiento.
Las cuerdas y las sogas típicas son de esparto (Lygeum spartum). Los tallos de las ortigas y las fibras de las ramas de la retama o hiniesta (Sa-rothamnus scoparius) también se pueden atar.
Así pues, si tenemos que hacer un refugio con palos y ramas o tenemos que atar o sujetar cualquier cosa, con cualquiera de todas estas plantas, podemos improvisar fácilmente una ligadura.
Naturalmente, las cuerdas que podemos hacer no son comparables a las de la compra. Su apariencia es burda, son menos flexibles y su resistencia para un mismo grosor bastante menor. Desgraciadamente no tenemos por aquí lianas de treinta metros de largo, así que para aumentar su resistencia iremos empalmando los materiales unos con otros hasta obtener el grosor suficiente e incluso sostener el peso de un hombre sin problemas. El mejor método es la trenza. Hacemos un nudo en el extremo y comenzamos a trenzar por ahí (fig. 1). La fibra que queda abajo pasa siempre al centro y arriba (fig. 2). Trenzando y trenzando llegamos al final de las fibras. Para empalmar ver la fig. 3. Las uniones de las distintas tiras no deben coincidir en una misma zona sino que estarán distribuidas uniformemente a lo largo de la cuerda. La longitud será la que deseemos.

Para obtener las cortezas de las ramas jóvenes, una vez limpias de hojas se inicia una raja en la zona más gruesa y estirando de allí sale entera (por ejemplo en el cornejo) o bien, si se adhiere mucho a la madera, golpeándola entre dos piedras a todo lo largo (sauce, brezo, etc.).Para obtener las fibras de plantas algo duras (ortiga, malvavisco, clemátide, etc.) quitamos las hojas, las aplastamos entre dos piedras con cuidado y las mantenemos dentro de agua un día o dos. Las deshilachamos lo más que podamos a continuación. Si el atado no ha de durar mucho ni resistir gran esfuerzo no es necesario realizar este proceso y puede atarse directamente con el tallo. Los vegetales de por sí flexibles y que no se quiebran al doblarse (tallos y hojas de gramíneas, hojas de palmito, etc.) se trenzan directamente. Si las fibras que empleamos son poco flexibles —de juncos por ejemplo—, en ese caso las pasamos entre dos piedras apretadas. Para que pierda rigidez la cuerda, una vez terminada con su nudo correspondiente, se pasa sobre una rama y se frota con ella tirando alternativamente de los extremos.
Para más abundar en los materiales comúnmente empleados tenemos la corteza interior del olmo o del tilo, cáñamo, gayuba, Galeopsis tetrahit, Ampelodesma mauritanica, pita. etc. Cualquier vegetal algo fibroso y alargado nos puede servir si estamos en un apuro. Nuestro sentido común y la experiencia nos lo dirá.
Es posible obtener una cuerda haciendo tiras con una camisa, pantalón, sábana, manta, etc.. y para que tenga resistencia han de trenzarse. Un pantalón o camisa no ha de ofrecerse a alguien que por ejemplo haya caído a un pozo o esté en un paso difícil, pues ceden por las costuras. En vez de eso desgarradlo por las costuras y unid las piezas con un nudo plano (es probable que no haya tiempo para trenzar).

TEJIDO Y REDES

Como puede suponerse, tejer una manta a partir de hierbas es una labor pesadísima, especialmente al trenzar todos los metros de cuerda necesarios. Una red emplea menos material y puede servir para preparar una mochila o una hamaca (para pescar no sirve) También se pueden hacer cordeles, pero sobre todo proporcionan finos hilos la ortiga, lino, hiniesta, malvavisco, lúpulo; el Agave americana o pita los da unidos a una aguja.
Existen dos nudos para red: el plano y la vuelta de escota (verlos más adelante). Los profesionales sólo utilizan la vuelta de escota pero para nosotros, especialmente si trabajamos con materiales improvisados, el plano sirve muy bien y es más sencillo de emplear.
Para trabajar con este nudo tenderemos en alto un palo horizontal del ancho de la red. Vamos cortando tiras de cuerda de una longitud aproximadamente cuatro veces la deseada para la red, aunque esta medida es muy variable y depende del grosor de la cuerda y lo tupido que tejamos. En general procuraremos hacerlas lo más anchas posible, pues se emplea menos material y trabajo. Buscamos la mitad de cada trozo y lo colgamos del palo. El número de trozos y su separación dependerá del ancho que le deseemos dar al agujero de la red. Seguidamente se atan los cordeles de dos a dos con nudos planos y una vez hecho esto se atan otra vez pero ahora al otro que tengan al lado. Siguiendo con este proceso se hace toda la red. Si falta cuerda se puede añadir más con nudos planos también, pero procurando que no queden todos en la misma línea.

LA CESTERÍA

La cestería es de lo más útil; conocer sus principios equivale a poder improvisar muchísimas cosas: cestos para recolectar, mochilas, etc. Desde luego aquí vale también la advertencia indicada para el tejido, la cerámica, el curtido, el calzado y demás artes: son difíciles y dominarlas requiere años y maestros. Afortunadamente no hemos de vender nada y podemos descuidar la estética, pues los materiales inadecuados y las herramientas improvisadas no perdonan.

NUDOS PRINCIPALES

Los nudos no son una cosa de boy-scouts o de niños, y muy pocas personas conocen el ABC de tan prácticos útiles.
Bulín. Sirve para unir una cuerda a una rama o palo. Es muy seguro y se puede deshacer muy fácilmente dejando una gaza en la última vuelta y estirando del cabo libre cuando convenga. Es uno de los más empleados.
Ballestrinque. Otro de la amplia serie que sirve para sujetar una cuerda a un palo. Es muy rápido de hacer. A diferencia del bulin, se aprieta cuando se estira y por lo tanto tiene usos diferentes. Lo hacen en las películas los vaqueros del oeste cuando dejan el caballo.
Ballestrinque triple. Más seguro que el anterior, sirve para atar un palo cuando la tensión puede hacer que el nudo se corra para abajo. Se emplea mucho.
As de guía. Es algo difícil pero importantísimo; hay que saber hacerlo con los ojos cerrados. Tiene como característica dejar una gaza que no se aprieta jamás por mucho que se estire. Entre otras cosas lo empleamos para asegurarnos al atravesar un paso difícil, pues con otro nudo si cayésemos se reduciría la gaza y nos haría mucho daño.
Para atarnos nosotros seguimos el proceso de la figura. El cabo corto, en la derecha, pasa por encima, sigue sin soltarse por dentro subiendo junto al vientre, va hacia la derecha y luego, pasando por debajo del extremo largo, se suelta el cabo de la mano por primera vez desde que iniciamos el nudo y se vuelve a sujetar una vez ha pasado. A continuación la mano se escurre junto con el cabo hacia afuera y ya está hecho el nudo, debiendo ajustarse a continuación. Si en vez de ir los primeros o los últimos vamos en medio, el nudo es el mismo pero con la cuerda doble, siendo el seno el extremo corto con el que formamos el nudo. De practicar montañismo en serio y no como emergencia, existen otros nudos más complejos e incluso chalecos especiales, pero describirlos en detalle se sale de este texto.
Rizo o nudo plano. Este nudo famoso y sencillo de hacer se emplea para unir dos cuerdas del mismo grosor siempre y cuando no nos juguemos la vida si cede el nudo. Los cabos que van en el mismo sentido son paralelos y pasan por el mismo lado de la gaza. Se puede emplear para tejer redes sencillas.

Vuelta de escota. Si intentáis unir una cuerda gruesa a otra fina con un rizo, observaréis que al tirar fuerte se deshace en muchas ocasiones. Este nudo lo impide, y sirve también para tejer redes mucho mejores que las de nudo plano pero bastante más complicadas.
De pescador. Si tenéis que colgaros alguna vez de una cuerda a mucha altura, y a esa cuerda hubiese que hacerle un empalme, no es el plano el nudo adecuado, sino este otro mucho más seguro, que tiene la desventaja que una vez apretado es difícil de soltar. También si unís dos sedales de pesca con un plano se soltarán, pues patinan muchísimo. Para que sea indestructible haced una piña en los cabos.
En ocho. Cada vez que queramos una piña al final de un cabo para que no patine, haremos este nudo.
De anzuelo. Sirve para asegurar el final de una cuerda con otra más fina para que no se deshilache, para unir un sedal a un anzuelo (es uno de los pocos nudos que no se deshace en el agua) o unir un sedal fino a otro grueso en una línea de pesca.
Prusik. Si alguna vez necesitamos subir por una cuerda, sobre todo si está mojada, por ejemplo si hemos caído en un sitio y nos la echan para salir, daremos gracias al cielo por conocerlo. Con esta técnica podemos subir fabricándonos escaleras portátiles, aunque es menos eficaz que los puños metálicos especiales que venden para esto. Ha de hacerse siempre con una cuerda más fina que la guía. El nudo para hacer el aro es el plano. Antes de subir los probamos: si patinan les damos más vueltas, o si por el contrario no resbalan les quitamos una. Con un nudo para cada pie tenemos suficiente: apoyados en la gaza superior descargamos el peso del pie inferior. Con la mano libre subimos el nudo inferior. A continuación apoyamos el pie y levantamos el pie antes superior y subimos su nudo. Este nudo puede servir para tensores de cuerdas o lonas, pero no es el mejor.
Tensor general. Para tensar y apretar: es muy útil para las lonas o plásti­cos de vivac o para atar paquetes, bultos, fajos de leña, etc.

Tensor para tiendas. Una alternativa para la tienda o lona. Es muy sencillo pero con cuerdas que resbalan mucho no funciona.
Amarre redondo. Sirve para unir en paralelo dos palos o troncos. Se comienza con un ballestrinque sobre uno de ellos y al terminar se unen los dos cabos con un plano. Si es para una herramienta va bien hacer pequeñas muescas e incluso colocar algún tornillo si se dispone de él.
Amarre diagonal. Sirve para unir dos troncos cruzados si una fuerza los intenta separar. Se inicia y termina como el paralelo.
Amarre cuadrado. Para unir dos troncos cruzados si uno ha de sostener otro.
Mosquetón. Si deseamos que alguien que no sabe nadar no se suelte de la cuerda, que hemos tendido para vadear un río, por ejemplo, haremos un aro en torno a la cintura con un nudo as de guía y sus dos extremos unidos formando otro pequeño aro con un nudo plano y una gaza para soltarlo rápido. Este aro es el que pasa por la cuerda guía y sirve de mosquetón.
Técnicas con cuerdas que conviene conocer son el rappel con o sin lazo y la de asegurar a alguien que sube delante o detrás (esto no se puede aprender en un libro y ha de enseñar alguien que sepa). La técnica mínima de escalada libre (saber trepar chimeneas, cortados, etc.) es útil, ya que nunca se sabe cuándo va a hacer falta, por ejemplo si caemos a un pozo o si el único paso exige subir una zona difícil. No necesitamos ser especialistas sino tan sólo ser capaces de defendernos en un apuro.

MOCHILAS Y ALFORJAS IMPROVISADAS

Un problema bastante común en la Naturaleza es el conseguir transportar una cantidad importante de material, alimentos, ropas… sin tener las manos ocupadas.
Para pesos pequeños (por ejemplo frutos silvestres o plantas comestibles) va muy bien anudar las mangas de una camisa o jersey, o las perneras de un pantalón. Se rellenan con nuestro botín y se echan ambas por los hombros hacia delante y con la camisa detrás o bien una por delante y otra por detrás con el cuello apoyado en el hombro.
Para mayores bultos es mejor hacer un hato con una manta anudando entre sí sus extremos. Se puede llevar a la espalda pasando los hombros por dentro (estilo indio del Perú), uniéndole unas tiras de tela que sirven de tirantes de mochila (nunca cuerdas pues se clavan en el cuerpo), sujetándola con la frente (como los sherpas) o, si no pesa mucho, en un palo como el clásico vagabundo.
De no disponer de manta es posible tejer una red o coser un pequeño saco con tirantes a base de trozos de tela. También es factible, para transportar pesos o cajas, construir una parrilla con palos entrecruzados. Cuidaremos de colocar los horizontales en la parte que no toque la espalda para dañarnos lo menos posible. Los palos verticales han de estar bastante separados y limpios de salientes. Es una buena idea acolchar el conjunto con ropas. Lo que nunca haremos es caminar con las manos ocupadas al ser fatigoso, incómodo, e incluso peligroso. Lo único que podemos llevar, si lo deseamos, es un palo o piolet (este último sólo en la nieve) para conservar el equilibrio.

ROPAS PARA EL FRÍO

¿Cómo obtener el máximo provecho de la ropa que podemos llevar un momento dado para protegernos del frío?
El gorro. En la nieve o cuando el frío es muy intenso, las orejas corren peligro de congelarse, además de que por la cabeza se escapa mucho calor. Para evitarlo se puede improvisar un gorro con una camisa y colocando por debajo un jersey u otra ropa; los faldones pueden cubrir la cara sujetándolos con imperdibles si el viento es muy fuerte o como bufanda enrollados al cuello.
Calcetines. Si los que llevamos están mojados, sirve el vendaje triangular de pie explicado en Primeros Auxilios.
Guantes. Se pueden sustituir por unos calcetines o por el vendaje triangular de mano (para hacérselo uno mismo es necesaria cierta práctica).
Pantalón y camisa acolchados. Rellenar el pantalón y la camisa con hojas o hierbas secas, triplica su aislamiento. Para dormir se puede acolchar todo el cuerpo; para caminar rellenar sólo los pantalones hasta las rodillas (para que no se caiga metemos el pantalón en los calcetines, igual que las manos en otros. Si la ropa está mojada ello impide que entre en contacto con la piel, pero el picor es difícil de aguantar si no hace mucho frío.

IMPERMEABILIZACIÓN DE LAS PRENDAS

Si llueve, un buen jersey de lana calienta algo aunque esté mojado, pero lo mejor es desnudarse, meter todo en una bolsa de plástico y secarnos cuando escampe. ¡Es un buen momento para realizar marchas pues se baten marcas de velocidad! Sin embargo, a veces hace demasiado frío o la lluvia es muy persistente y nuestro entrenamiento no alcanza. En ese caso podemos untar la ropa con un poco de aceite o frotarla con cera o parafina ablandada un poco. Y para aumentar aún más la seguridad rellenarla con hierbas. Esto protege hasta cierto punto si llovizna, pero si llueve fuerte… Ante la lluvia fuerte no hay equipo que aguante seco más de unas horas, por eso siempre procuraremos tener una muda seca.

EL CALZADO ESTROPEADO

Se puede caminar descalzo perfectamente por caminos, prados, huertas y campos, pero en la mayoría de los montes existen muchos pinchos que atraviesan la piel más fuerte.
Si la suela se ha comenzado a desprender, intentaremos coserla con clavitos improvisados con alambre afilado; pero si no es posible por el tipo de calzado o no disponer de alambre, ataremos las dos partes con un cordel (que pase por entre el dibujo de la suela para que no se rompa al caminar); así reforzado resistirá más tiempo. Cuando se desprenda del todo, con unas tiras de tela clavadas con alambre a la suela y algo de imaginación, construiremos unas preciosas sandalias. Podemos preparar otras suelas con madera, cubierta de neumático, con Agave americana, o con tela mediante el ya mencionado vendaje triangular y colocando debajo del pie musgo o similares para acolchar y aislarlo si es necesario.
Por cierto que todos estos calzados suelen necesitar frecuentes reparaciones pero al menos nos sirven.
Unos calcetines viejos por encima de la bota sirven caso de llevar un calzado resbaladizo y tener que trepar por rocas húmedas.
¿Y las pieles de animales? Evidentemente si necesitamos un calzado ya, no vamos a esperar tres días. Para usar como calzado una piel de animal no es necesario curtirla como debe ser; basta simplemente quitarle la grasa con un raspador y dejarla secar al sol y tirante. Quedará dura y acartonada aunque dure poco tiempo.
La mejor suela natural —una opinión personal— es la de cuerdas de hierba, corteza, etc. trenzadas y cosidas entre sí en una espiral elíptica que adopte la forma de la planta del pie. Tampoco durarán muchos días, pero son cómodas y sobre todo se hacen en el momento, en cualquier lugar y con un mínimo de trabajo. Sobre esta suela se cose tela o tiras de cuerda de hierbas en la forma que mis nos guste.

EQUIPO PARA LA NIEVE

Si nos sorprende una gran nevada o si hemos perdido todo el equipo en un alud, una caída u otro accidente, podemos improvisar todo el material necesario.
Raquetas. No existe nada más fatigoso que caminar en la nieve hundiéndose, a veces hasta las rodillas o la cintura. Lo ideal son los esquís, pero como son dificilísimos de fabricar construiremos unas raquetas con una rama verde, limpia de ramas menores, doblada y atados sus extremos con un nudo de anzuelo. Luego damos vueltas a la cuerda en torno al palo dejando gazas y a continuación se va pasando de extremo a extremo uniendo las gazas en zig zag. Se tensa y se pasa la cuerda de arriba abajo. Ya hemos conseguido una superficie sobre la que flotar. Ahora preparamos una pequeña cavidad para la punta del pie y una cuerda para pasar por encima del talón y que no se salga, detalle importante para caminar cómodamente: el talón se ha de poder levantar siempre. La técnica para marchar con ella es muy parecida al esquí de fondo y además levantándolas ligeramente. Unos bastones de esquí ayudan mucho.
Bastones de esquiar. Imprescindibles para la nieve, nos evitan más de la mitad del esfuerzo. Ofrecen apoyo y equilibrio, y descargan de trabajo a las piernas. Son muy simples de construir: basta un palo fuerte terminado en una horquilla triple o cuádruple. Atamos entre sí las ramas de la horquilla por la punta con ballestrinques triples. Si la nieve es muy blanda tendremos que procurar que la horquilla sea cuádruple para poder trazar diagonales y que así no se hunda tanto. En el mango un nudo de anzuelo, y uniendo los dos cabos un rizo y así tener un lazo en el que meteremos la mano para no perderlos en una caída en pendiente.
Piolet. Es fundamental para caminar por laderas empinadas, es un seguro de vida. Su principal misión es servir de freno en las caídas clavándolo en la nieve. Mucha gente inexperta ha caído hasta rocas o precipicios por no llevarlo. Construirlo es sencillísimo: una rama fuerte de la que se bifurquen otras dos (ver figura). Se descorteza y sé le da algo de forma sin afilarla, pues no hace falta y sería peligroso de caer encima. En la bifurcación se ata con nudo de pescador otro aro como el del bastón, que impedirá que se salga de la mano pase lo que pase. La técnica del frenado consiste en clavarlo apoyándose el peso del cuerpo sobre la mano en que se lleva, y con la otra ayudando en el palo largo.

Gafas de nieve. Importantísimas para no quedarse ciegos, aunque esté nublado. Se pueden improvisar de muchas maneras: haciendo unas ranuras en una corteza o tira de madera; con una tela a la que se hacen agujeros, mejor en cruz; con ramas o hierbas; dejando poca abertura entre lo que nos tapa la cara y lo que cuelga de la frente (el mismo sistema del desierto). En todos los casos va bien como complemento —o como único recurso si no hay otra cosa— tiznarse completamente párpados y cuencas de las órbitas para que el sol no refleje en la piel.
Polainas. Se hacen con una bolsa de plástico desfondada y atada a ella dos cordeles con piedrecitas (como para hacer tensores en el plástico del vivac) a dos puntos opuestos de uno de los bordes. Esta cuerda impide que la polaina suba al rozar con la nieve, y se ata por la muesca anterior al talón de la bota. Otro cordel se ata en torno al tobillo de la bota para que la nieve no penetre por debajo. Finalmente, con una goma elástica se enrolla la parte superior del plástico sin apretar demasiado para no entorpecer la circulación o se congelará el pie; esta parte también se puede coser a los pantalones o a los calcetines. En vez de plástico sirve la corteza de abedul. Las polainas son útiles además cuando llueve o ha llovido mucho y toda la hierba está mojada.

HERRAMIENTAS DE CORTE

Careciendo de un buen cuchillo y buen hacha podemos improvisar sucedáneos más o menos afortunados, aunque siempre terriblemente inferiores en calidad a los de un buen acero. ¡Por algún motivo los pueblos que siguen en la edad de piedra se vuelven locos por hachas, cuchillos, cerillas, y anzuelos! Así es que no soñéis con partir de dos golpes un tronco ni nada parecido con un hacha de piedra. Viciados por los metales, los otros materiales nos servirán para salir de un apuro… y gracias.
La piedra mejor es el sílex, la más dura pero también la más difícil para darle una forma prevista. De no contar con ella, buscaremos una piedra aplanada de grano lo más fino posible y la golpearemos —al revés lo que pudiese parecer lógico— contra su parte delgada y perpendicularmente. Las lascas que suelta se pueden aprovechar para raspadores u otras herramientas, según su tamaño y forma. Tened paciencia y preparaos para desperdiciar montones de piedras. El trabajo de la piedra era todo un oficio y nosotros, pobres aprendices, nos conformaremos con que salga un filo. El que obtengamos primero suele ser cortante pero frágil y tendremos que romperlo para que quede más duro. Una vez obtenido el definitivo lo afilamos como un cuchillo.
Si hemos obtenido una forma aprovechable como hacha, la emplearemos agarrándola con la mano y golpeando fuerte pero con cuidado. Nos armaremos de paciencia, pues cualquier objetivo cuesta muchísimo tiempo. Para multiplicar la fuerza del golpe podemos colocarle un mango mediante un nudo diagonal combinado con otro cuadrado y con otra cuerda que la sujete por detrás para que no retroceda. El palo ha de aplanarse donde está la piedra para que ésta asiente bien. Se partirá fácilmente si le colocamos mango a no ser que empleemos sílex u otra piedra muy dura o que utilicemos el hacha para cortar ramas pequeñas. Otros instrumentos que podemos hacer con piedras son una navaja con filo del tamaño de una mano y algo rugoso para cortar hierba; una piedra redonda sobre otra algo hueca de natural para moler semillas, un raspador para quitar la grasa de las pieles a curtir, etc.
Con madera también se pueden hacer muchos instrumentos cortantes, salvo hachas, claro. La mejor y más dura es la de boj. También son fuertes las de acacia, encina, fresno, roble y olmo. Evidentemente, si contamos con navaja o hacha el trabajo avanza deprisa, de lo contrario tendremos que ir limándola con una piedra de grano grueso para darle forma y una de grano fino para afilarla. Para dar más fuerza al filo se pasa ligeramente por el fuego en todos los casos y se tiene al sol lo más posible.
Sus principales aplicaciones son: cuchillos grandes y pequeños, hoces (en este caso se le marcan ligeros dientes de sierra) y artes de caza.

PARA HACER FUEGO

Hacer fuego es quizá una de las cosas más importantes. Gracias a él podemos ablandar gran cantidad de alimentos vegetales que de otra forma serían incomibles. Su otra utilidad principal es la de proporcionar calor, lo cual es vital en ciertos lugares.
Frotando entre sí dos maderas, según métodos de antiguas tribus, uno se da cuenta de por qué guardaban la llama como algo sagrado. Las dos maderas han de estar sequísimas y hay que contar con una buena yesca y bastante resistencia muscular.
La forma más primitiva y difícil es con las manos, rotar un palo de madera dura y seca sobre otro tronco de madera muy seco y mejor si está medio quemado de una antigua hoguera. Previamente habremos practicado una pequeña hoya en una cara aplanada y dentro de esa hoya un agujero en el que encaje el palo. Hasta el agujero llega una pequeña hendidura para que penetre oxígeno, y en la hoya disponemos la yesca de forma que vaya cayendo al agujero.
Más evolucionado es el sistema del arco empleado por los indios americanos. La rotación es producida al mover el arco hacia delante y atrás. La fuerza hacia abajo se efectúa ligeramente con una piedra arenosa o una madera con un hoyo bien pulido que va bien aceitar.
El sistema más perfeccionado es atando dos troncos al palo que gira por su parte inferior. Es importante que el palo sea recto y los troncos queden equilibrados. Giramos lentamente el guía hasta que se enrollen las cuerdas de otro palo perpendicular a aquél. Tiramos de éste con fuerza hacia abajo haciendo rotar rápidamente todo el conjunto. Los troncos, con su inercia, hacen que siga girando, lo cual provoca un nuevo enrollamiento de las cuerdas (las manos aflojan ambas su presión sincronizadamente)… y volvemos a tirar. El ciclo continúa a gran velocidad.
Un sistema que emplean muchos pueblos primitivos es separar en dos una rama seca, con yesca en la hendidura. Se coloca en el suelo sosteniéndola con los pies, y con una cuerda se frota rápidamente. ¡La mayor dificultad consiste en que muchas veces es la cuerda la que se quema, rompiéndose y apagándose antes de la que podamos emplear!
Con yesca y golpeando con un hierro o cuchillo piedras como sílex, obsidiana, granito, cuarcita, etc. también hace falta poseer cualidades excepcionales.
Dejando de lado estos sistemas folklóricos, pero de resultados inseguros, podemos prender fuego improvisadamente enfocando sobre la yesca una lente obtenida de una cámara de fotografiar, unos prismáticos o con dos cristales de reloj unidos y con agua dentro.

¿Qué es una yesca? Un material muy inflamable que puede estar compuesto por plantas específicas como el hongo yesquero (Fomes fomentarías), el cardo yesquero (Echinops rubro), corteza de abedul, hojas de pino, médula de férula (esas umbelíferas gigantes), esa especie de algodón de los entrenudos de las cañas o del fruto del chopo, o simplemente hojas o hierbas muy secas o astillas de madera resinosa seca. Aprovechando artículos civilizados, fibra sintética tostada, gasolina, alcohol, papel, etc. Difícilmente encenderemos un fuego sin alguna de ellas aun contando con cerillas; para conseguir hacer fuego con los sistemas antes expuestos sería preciso tener una yesca muy buena, y de hecho el comercio de yesca era importante antiguamente. Pero mucho más importante es saber encender bien un fuego. Es preciso amontonar primeramente hojas o hierba seca, yesca, etc. Encima de ello una pirámide de finísimas ramas secas, encima otra de palitos de grosor menor que el de un dedo meñique, encima cuatro o cinco palos más gruesos. Siempre teniendo mucho cuidado de que no se asfixie por falta de aire. A mano, ramitas finas y gruesas para ir alimentándolo. La cerilla ha de colocarse, lógicamente, en la parte inferior y con el viento detrás de uno para que el fuego se propague hacia el centro. Al añadir madera cuidaremos de hacerlo poco a poco para no ahogarlo. Una vez han prendido los troncos gruesos y hay un poco de brasa, ya no existe peligro de que se apague. Para que arda bien hemos de procurar que penetre el oxígeno por debajo, para lo cual los troncos han de ser algo levantados del suelo. Para cocinar es mejor esperar un poco a que haya suficiente brasa y hacerlo sobre ella, o al menos como para permitir que se mantenga un fuego flojo sin riesgo de que se apague.
Para conservar un fuego de un día para otro sin tener que cuidarlo —técnica importante para economizar fósforos— hacemos un agujero y prendemos allí la hoguera. Antes de acostarnos avivamos el fuego, echamos unos troncos gruesos y esperamos que comiencen a arder. Entonces se entierran con las brasas echando por encima una capa de ceniza y otra de tierra. Durará más de veinticuatro horas. Para volver a prenderlo se desentierran, se amontona encima yesca y ramitas, y se sopla.
Para prender una hoguera en un día de lluvia hay que hacer un pequeño techado con hierbas, ramas, cortezas, etc. o bien buscar un sitio protegido; la encenderemos luego, y mientras tanto guardaremos allí el material que encontremos. Luego buscamos yescas todo lo secas que sea posible entre matorrales, en oquedades naturales, etc; si no las encontramos siempre podemos cortar la parte exterior de un tronco muerto hasta llegar a una zona que no esté húmeda y sacar de allí astillas. La corteza de abedul prenderá aunque esté algo húmeda (¡pero no descortecéis los árboles porque sí!). Ponemos esto a resguardo y recogemos a continuación palitos finos y un poco más gruesos. Como es difícil encontrar troncos secos para que ardan mejor, los descortezamos y suprimimos las partes más empapadas, luego les damos por todas sus caras una serie de tajos con el hacha levantando gruesas astillas hasta que parezca un puerco espín. Una vez esté todo preparado, en el centro de la zona protegida por el cubierto hacemos un agujero y colocamos una vela de pie. Amontonamos encima de ella y sin ahogarla la yesca y los palos como para una hoguera normal. Se prende fuego a la vela y la sacamos en el momento que se afiance el fuego. Este fuego ha de alimentarse con mimo exquisito; no es técnica fácil y conviene no aguardar a estar en un apuro para practicarla. Sin una vela (por eso se lleva en el botiquín de supervivencia) es dificilísimo prender un fuego con todo mojado. La podríamos substituir por tres o cuatro palitos de madera resinosa machacados hasta que liberen sus fibras y luego retorciéndolas entre sí, claro que hay que prepararlos antes de que llueva pues mojados no sirven.
Si prendemos alguna vez una hoguera en la nieve nos encontraremos con la desagradable sorpresa de que se va hundiendo en un charco de agua hasta apagarse. Para impedirlo amontonaremos bajo ella abundantes ramas verdes que la aislen.
Una hoguera ha de tener siempre en torno suyo un círculo de piedras que impida que se esparzan las brasas, y un metro de tierra limpia después, especialmente en verano. Siempre tiene que haber una persona de guardia junto a él, ha de ser pequeña y no ha de soltar chispas. También han de estar cortadas y preparadas dos grandes ramas con hojas para apagar un incendio de iniciarse. Para dominarlo no se golpea verticalmente sino de lado, llevando así las partes prendidas hacia lo que esté quemado. Al irnos, la hoguera ha de quedar cuidadosamente apagada y fría a base de agua y con piedras encima. Enterrarla sólo no es suficiente ya que pueden prenderse raíces y provocarse un incendio, a veces al cabo de días.

DE LA COCINA Y FRESQUERA

Para cocinar son mejores las brasas y los fuegos pequeños. Normalmente improvisaremos un trípode con tres piedras gruesas cuidando no asfixiar el fuego y colocaremos allí el cazo. Si la olla tiene un asa que permita ser colgada, podemos improvisar con tres palos con horquillas una estructura elevada como la de un tipi indio. Si el campamento es estable se hace una zanja alargada de forma que la olla pueda apoyar en los dos bordes. De esta forma el calor se aprovecha más y se gasta menos leña; además así no hay peligro de que la cazuela vuelque.
Algo que parece una tontería y es de lo más difícil de substituir es un bote para cocinar, pues muchos vegetales son poco asimilables sin cocción debido a sus altos contenidos de celulosa. Si se puede encontrar una lata vieja, asunto solucionado. De lo contrario, con un poco de papel de plata haremos un cacito para colocarlo sobre una piedra plana, y no directamente sobre el fuego. A lo desesperado se puede cocinar sobre una piedra algo ahuecada horizontalmente colocada encima del fuego, friendo los vegetales en vez de hervirlos, cuidando que no se peguen. No es que salgan maravillas, pero en fin… (también este método sirve para hacer pan).
¿Y hacer un cacharro de barro? El proceso es bastante complicado y con gran facilidad, como premio a nuestro trabajo, recogeremos un montoncito de pedazos inservibles. Por lo tanto, no nos extenderemos sobre ello aquí.

Para evitar que los víveres almacenados se estropeen por el calor o las moscas, podemos construir una fresquera. Basta colgar una repisa con dos cuerdas de una rama de un árbol sombrío. A las cuerdas unimos palos, y sobre ellos colocamos ramas con las hojas como en el vivac con arbustos. Ha de ser muy espeso para que no pase ni una mosca (nunca mejor dicho). En una de las caras triangulares se deja una puerta hecha de la misma manera. Si tenemos que guardar muchas cosas es una buena idea hacer esta despensa con varios pisos.
Si cerca hay un riachuelo podemos introducir en él la fruta, botes impermeables, etc. cambiándolas cuidadosamente con piedras. Si no hemos tenido tiempo de construir la despensa, dormiremos con la comida junto a nosotros. Si hemos de ausentarnos del campamento la meteremos en una bolsa o mochila y los colgaremos de un árbol para evitar que perros, zorros, ratas, etc. la devoren.

ILUMINACIÓN

En la vida campestre hay que acostarse con el sol y levantarse con él. Así se resuelve el problema de la necesidad de luz y damos un horario más natural a nuestro cuerpo. Así se hacía no hace muchos años en el pueblo, cuando la gente se iba a costar con las gallinas y se levantaba con el sol. No hay crisis energética, sino crisis de utilización de la energía.
En la vida al aire libre, desde luego, desechamos esos cacharros del “camping-gas’” y si por un determinado motivo hay que improvisar algo de luz, aparte del fuego se puede montar en un momento un candil de aceite del sencillo tipo de los que se utilizan para alumbrar a los santos: se echa en una taza o cualquier recipiente aceite y luego sal o tierra hasta formar una masa lo suficientemente densa como para que no se hunda la mecha. Ésta se puede hacer como antiguamente con el tallo de una planta que precisamente llaman candilera (Phlomis herbaventi), con las hojas retorcidas del gordolobo, o con un trozo de tela retorcido. Se puede sujetar en un redondelito de corcho para que flote y así no es necesario echar sal. Si bien esta luz no sirve para iluminar un campo de fútbol, es cierto que consume muy poco y una taza dura asombrosamente toda una noche. Como combustible podemos utilizar el aceite de las semillas de ciertas plantas silvestres: acebuchinas, hayucos, bellotas, etc. También están las antiguas antorchas hechas de astillas grandes del corazón resinoso y seco de un pino o un abeto.
Con media luna y sobre todo con luna llena se ve mucho, casi parece de día. Algunas de estas páginas están escritas sin más luz que la de la luna; es sólo cuestión de acostumbrar un poco los ojos. Y es que la luna… es la linterna de los animales del bosque, la luz de los gautxoris (“pájaros nocturnos”) que volamos en sueños en la noche, y el reflejo de la sonrisa de los noctámbulos enamorados.

Supervivencia en la Naturaleza

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