El instrumento que utiliza nuestra biología para mantenernos vivos y reproducirnos. Es un engaño, un cebo, una treta fascinante que nos guía como el dedo que sigue las líneas del libro de instrucciones que no tenemos.
El placer constituye la esencia del mecanismo mediante el que nuestra naturaleza nos motiva a realizar acciones que nos son necesarias para sobrevivir o reproducirnos, a falta de poder sentarse a explicárnoslo el día en que nacemos.
Así, cuando nuestro cuerpo necesita nutrientes y estamos hambrientos, comer nos provoca placer. Cuando tenemos frío el calor nos provoca placer. Cuando necesitamos dormir, nos entra sueño y acurrucarnos en la cama nos provoca placer. Además, nuestro sistema de recompensa (así se denomina el conjunto de estructuras cerebrales que asocia nuestras conductas con sensaciones placenteras) es capaz de priorizar, según el estado de nuestro organismo, lo que más necesitamos en cada momento. Por ejemplo, el sexo es placentero, y lo necesitamos para reproducirnos, pero no lo es tanto si nos estamos muriendo de frío.
El origen del placer (el origen de la vida)
El origen de la vida es una historia maravillosa que se inicia con moléculas que son capaces de hacer copias de sí mismas, utilizando materia de su entorno. Estas moléculas pasaron a organizarse en células, para conseguir más eficiencia a la hora de replicar su contenido esencial (sus genes). Hasta ahí la cosa funcionaba de forma bastante mecánica. Pero estas formas de vida “simples” continuaron evolucionando, perfeccionando sus mecanismos para ser más eficientes. Así las células se comenzaron a organizar en organismos más complejos.
Un organismo pluricelular (con más de una célula) es una forma de vida mucho más segura y eficiente para proteger y reproducir su material genético. Pero esa complejidad conlleva nuevas necesidades para mantenerse funcionante, vivo.
Pongamos por caso un organismo, a nuestros ojos, bastante simple, una almeja. No podemos decir que las almejas lleven una vida ajetreada, pero sí tienen algunas necesidades que cubrir. Necesitan nutrientes para crecer y reproducirse, necesitan un entorno acuoso, salino y templado. Y, por supuesto, defender su blando cuerpo de los abundantes depredadores que la rondan. Si sacamos una almeja del mar, y la introducimos en agua sin sal, veremos que cierra su concha para mantener, el máximo tiempo posible, su pequeño reducto salino. Tras un tiempo la volvemos a colocar en agua de mar. Observaremos que no pierde tiempo en abrir su coraza, moverse, burbujear y enseñarnos su gelatinosa lenguecilla en busca de alimento.
Ocurre que, incluso las almejas, tienen su pequeño sistema nervioso. Y si analizamos lo que ocurre en él, vemos que al detectar sal en el agua, ese sistema nervioso “intuye” la presencia de alimento, y prentende “motivar” a su cuerpo para buscar comida, y para eso libera dopamina. Es su sistema de recompensa, a la almeja “le gusta” la sal, y ese es el placer que la moviliza para buscar alimento. ¿Estoy diciendo que sienten placer las almejas? (los chistes fáciles, para otro blog, gracias ) No voy a entrar en discusiones filosóficas sobre como viven el placer las almejas (al menos no sin un par de gintonics), pero lo cierto es que se trata de un sistema de recompensa mucho más simple y reducido, pero de función muy similar al nuestro. De hecho comparte el mismo neurotransmisor, nuestra vieja amiga la dopamina.
Evolución del placer (Jugando con la dopamina)
A medida que los organismos, las especies, fueron evolucionando, fueron apareciendo nuevas necesidades y nuevos sistemas de recompensa. Todos hemos visto, algún apacible domingo por la tarde, cómo los felinos, por ejemplo, disfrutan jugando a pelearse. Es una visión entrañable que nos suele despertar cierto cariño, nos recuerdan a nuestros niños jugando. Se diría que andan matando el tiempo, a fin de cuentas ¿que más se puede hacer en la sabana? Pero en realidad, lo que están haciendo es perfeccionar sus reflejos y técnicas para matar algo bastante más nutritivo que el tiempo. Por ese motivo, el juego es algo tan común e imprescindible en los mamíferos y, por supuesto, también en los humanos.
A menudo se nos cae la baba viendo a un “peque” de 10 o 12 meses gateando hasta su juguete de colores vivos, manipularlo, lanzarlo, y volver a ir a por él. Juega, y es evidente que disfruta (si no te parece tan evidente, trata de quitárselo). Pero nuestro “peque” tampoco se entretiene matando el tiempo, muy lejos de eso, está realizando una de las tareas más serias que hará en su vida. Está grabando en su cerebro los programas sensoriomotores que le permitirán, en el futuro, moverse, cuidarse, trabajar y vivir como un adulto. Y nada de todo eso sería posible si, cada vez que alcanzase su camión de bomberos, una liberación inmediata de dopamina en su núcleo accumbens no le proporcionara placer.
Neurobiología del placer (O cómo nos engatusa el accumbens)
Para ver como funciona el placer hay que hacer un viaje propio de Jules Verne hacia las profundidades del encéfalo. Bien escondido en el centro del cerebro se halla un sistema complejo, formado por diferentes estructuras (núcleos de neuronas) que llamamos sistema límbico. Se origina en el mesencéfalo (el tronco del cerebro), en concreto en el área tegmental ventral (ATV) donde se halla un núcleo de neuronas que se dirigen hacia adelante, comunicándose directamente con el núcleo accumbens (localizado por delante del anterior), y con otras estructuras relacionadas con las emociones y la memoria (amígdala, hipocampos, y muchas otras). Cuando las neuronas del ATV reciben el aviso de que hay algo agradable ahí fuera, comienzan a disparar impulsos eléctricos que hacen descargar dopamina en el núcleo accumbens, y es entonces cuando se obra el milagro… sentimos placer. Las conexiones con la amígdala y el hipocampo, permiten que asociemos al placer proporcionado, por ejemplo por un beso, emociones positivas, y que recordemos que eso nos gustó, y que estaría bien que se repitiera. A nadie se le escapará que esto tiene que ver con la adicción a las drogas, con el juego… Pero de eso hablaremos más adelante. Así, de forma muy simple, y para tener una idea concreta de lo que ocurre ahí dentro, cuando nos gusta una comida, nos gusta porque el ATV nos inunda el accumbens de dopamina, y lo mismo ocurre cuando vemos a una persona atractiva, cuando leemos una buena novela, cuando escuchamos esa canción especial, cuando vemos actuar a Christian Bale o cuando nos tomamos un buen whisky.