El fenómeno meteorológico conocido como Calle de los Vórtices de Kárman guarda una hermosura proporcional a su implacable capacidad destructiva.
Entre las múltiples lecciones que la naturaleza tiene para nosotros existen situaciones en las que, eludiendo cualquier precepto de su contraparte artificial, la cultura, da vida a una especie de sublime oxímoron, asociando dos pilares arquetípicos, fundamentales para nuestra noción de realidad: la destrucción y la belleza.
Si bien ambos conceptos son, culturalmente hablando, opuestos, lo cierto es que en un contexto natural, y admirándolos con objetividad estética, se presentan con frecuencia. Para confirmar esto basta observar la espectacular hermosura de fenómenos como los tornados o las erupciones volcánicas. Pero si tuviésemos que elegir la muestra más radical de esta combinación, es decir un fenómeno altamente destructivo y a la vez profundamente hermoso, tal vez el más prístino representante serían los Vórtices de Karman.
Corría la primera década del siglo XX cuando el investigador húngaro Theodore von Kárman dedicaba su lucidez científica a responder una intrigante pregunta: ¿por qué, súbitamente, los soportes de los puentes, las torres y otras estructuras están envueltos por misteriosas vibraciones? Dichas vibraciones comienzan a intensificarse hasta que, en ciertos casos, la estructura en cuestión se desvanece, consumando así su destrucción.
Entendiblemente el fenómeno, tomando en cuenta su implacable y enigmática naturaleza, ameritaba una pronta explicación. Fue entonces cuando este científico descubrió que las inquietantes vibraciones eran producto de la presencia de un patrón de vórtices, al cual se le nombró, en honor a su descubridor y con una inspiración poco común dentro del léxico científico: Calle de los Vórtices de Kárman.
Técnicamente, la Calle de los Vórtices de Karmán es un patrón cíclico de vórtices en movimiento espiral, como remolinos, que emergen de una fractura inestable entre el flujo de un fluido que radica en un cuerpo sumergido (dicho de forma más simple, resultan del bloqueo de un fluido, por parte de un cuerpo estático y bajo ciertas condiciones específicas).
En la actualidad la ingeniería ya contempla la presencia de estos vórtices, y de las fuerzas «indeseables» que estos detonan en torno a un cuerpo. Pero anteriormente, previo al descubrimiento de von Kárman, el fenómeno gozaba de una admirable eficacia para derribar estructuras. Y quizá la más famosa de sus víctimas fue la Planta de Energía de Ferrybridge, en Inglaterra. Ocurrió en 1965, una ola de vientos rápidos emprendió contra la planta y tres de sus ocho torres de ventilación, que se oponían al flujo de los vientos, fueron derrumbadas (los cuerpos cilíndricos son especialmente vulnerables a recibir estas vibraciones).
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Una vez introducida, con muy probable torpeza y poca ortodoxia científica, la faceta técnica de la Calle de los Vórtices de Kárman, podemos entonces proceder a sus otros rostros. Uno de los cuales trata sobre las reflexiones «libres» que podemos generar alrededor de este fenómeno, que van desde la convivencia arquetípica de belleza-destrucción hasta dilucidaciones sobre la tendencia universal al caos. Mientras que el segundo, mucho más concreto, apunta a la impecabilidad estética que este patrón «vortexiano» manifiesta.
Y comenzando con la primera hebra, aquella que se refiere al simbolismo y las reflexiones, podríamos divagar interminablemente, dilucidando metáforas o hasta proyecciones ontológicas. Pero en realidad lo que me interesa es aludir, por un lado, a la teoría del caos, concretamente a la entropía. Esta teoría se refiere a la tendencia natural del universo hacia el caos (un concepto que culturalmente equivale a desorden, pero que tal vez sugiere una organización tan perfecta que aún no podemos concebir). Y como un desdoblamiento de esta teoría, tenemos los procesos anti-entrópicos, es decir, aquellos fenómenos destructivos que atentan contra cualquier intento de organización artificial: incluyendo desde el tejido social hasta, evidentemente, todo tipo de edificaciones. Tomando en cuenta lo anterior, tal vez los vórtices de Kárman no son más que una manifestación palpable del deseo universal por retornar las cosas a su estado original, es decir a ese útero primigenio para el cual, nuestro concepto de «orden» no es más que un efímero estorbo.
Por otro lado no deja de ser interesante que este patrón tiene una serie de epicentros ramificados, como nodos, en forma de espiral. Esta figura tiene un papel bastante significativo dentro de la realidad humana, ya que no solo se proyecta en el diseño de nuestro propio ADN (microcosmos), también de línea nuestra galaxia (macrocosmos) y, en general, es un elemento milenariamente presente en diversas culturas – recordemos el caduceo de Mercurio, los símbolos tribales de África oriental o incluso a Quetzalcóatl, la serpiente emplumada de los Aztecas. De hecho, me da la impresión que siempre que hay un espiral involucrado, por alguna extraña razón, estamos frente a un fenómeno o evento que termina por probarse de especial relevancia para nuestra especie (aunque tal vez solo se trate de una paranoia geométrica por parte del autor).
Pero antes de terminar envolviéndonos en vórtices racionales, mejor procedamos al aspecto más disfrutable de este peculiar fenómeno meteorológico, su notable belleza. Para explicarla, tal vez pudiésemos remitirnos a conceptos como la geometría sagrada, la estética fractal o la perfección del movimiento, aunque en realidad lo más pertinente sería simplemente observar las imágenes.
La mejor manera de apreciar el encanto de este fenómeno es a través de vistas satelitales, las cuales nos permiten admirar, desde un lejano cenit, las caprichosas, pero a la vez, pulcras, figuras que emergen en esta especie de carretera etérea. Gracias a esta perspectiva comprobamos que este patrón de pulsos en espiral, imprime a su paso, ya sea en el aire o bajo el agua, una estela rítmicamente entrelazada o, dicho de manera abstracta, un altar dedicado a las fuerzas confrontadas (destrucción transmutada en geometría angelical). Vale la pena enfatizar que, más allá de su rebelde hermosura, si tomamos en cuenta su naturaleza implacable, entonces, por alguna extraña razón, se tornan aún más seductores.
En fin, espero que los procesos anti-entrópicos no atenten contra mi misión explícita de organizar información interesante sobre la Calle de los Vórtices de Kárman, para que al menos alguien pueda aprovechar este caótico recorrido, y si no al menos disfrutar de la intención original que tuve al emprender este artículo.
http://es.sott.net/articles/show/11856-Los-Vortices-Karman-el-ineludible-matrimonio-entre-la-belleza-y-la-destruccion
Más que interesante, es una explicación científica de la Inteligencia manifiesta de toda la Creación, aquí aplicada muy concretamente a la Naturaleza: La Naturaleza no tiene prisa, para ella no existe el Tiempo, pero Sí se sabe alterada y frente a eso proporciona sus propios recursos de defensa.
Y es que el Caos siempre promueve al Orden a la Ley Cósmica. Lo que para nosotros es destrucción, para los Órdenes naturales es el restablecimiento de su orden intelitente para los que fueron creados.
Nosotros, infantiloides totales hemos creado y nombrado a dioses protectores, virgencitas, ángeles, diablos y satanases. En realidad, quizás éstos no sean sino simplemente unos subórdenes de esas fuerzas, que como ventanas, puertas, pasillos o corredores lo traspasan todo y ponen en orden lo de Abajo con lo de Arriba y viceversa. Lo que de momento ignora el Hombre, en su arcaica estructura mental, es que para lograr la Armonía no tiene que recurrir a «dioses» ni sacrificios ni símolos protectores o símbolos destructores y con ellos sus artefactos más cercanos, lo que el Hombre ignora todavía respecto a esa Armonía es que hay un Orden o Ley Superior que rige para Todo. Es esa Inteligencia (para mí el Creador/a) lo que fluye en todos los elementos creados (todos están vivos), con lo cual para que todo ande como debiera y no hubiesen más agresiones ni de unos humanos contra otros ni por parte de Madre Naturaleza, se tiene que ir hacia la puerta principal que abre todas las vías: el Respeto, la no-intromisión, el Cuidado de la Madre hacia todo lo creado y hacer que nuestra semilla (convertida en planta con raíces, tronco y hojas) dé paso a la flor y posteriores semillas: esa debiera ser también nuestra secuencia natural en esta Vida y en otras: nacer, agradecer, crecer, dar y posterizar. Lo que ahora vivimos en estos tiempos no perdurará porque tal camino sólo lleva a la destrucción: Madre Naturaleza no conoce el tiempo, para ella son pequeñas porciones dentro de sus millones de años de existencia, pero en un momento determinado dejará entra el Caos que promueva a su auténtico Orden Cósmico.
El lo que ignoran los hombre, pero veo que las mujeres no lo ignoran ¿verdad ANA?
Saludos.
Lo siento pero procedo de otro Planeta, y cuando digo Hombre me refiero al Género Humano. Esto ya me sucedió con alguien pasado de rosca hace muchos años cuando me empecé a reír a mandíbula batiente en mitad de una clase donde se iba a comentar lo de un libro que se titulaba «El varón domado». Y es que el pobre profe no entendía lo que quise decir cuando dije «Hombre», con mayúsculas.
A mi buen entender me importó un rábano nacer mujer u hombre, siempre tuve muy CLARO mi concepto del Género Humano. Eso no impidió que mis relaciones fueran heterosexuales, claro. Y es más hoy te digo quesiquesi, que tengo muy claro que se nace con un sexo determinado, simplemente porque es cuestión de nuestra Madre Nauraleza, a fin de que podamos pro-crear-nos.
Y si se te ocurre algo mejor, no con respecto a mí, sino con alguna aportación positiva que nos abra las mentes, entonces, será grato leerlo.
Una belleza el articulo, por su contenido, por sus ventanas y puertas, y se agradece el lenguaje¡