Las evacuaciones por los sucesos de Fukushima rondan las cien mil personas, pero el efecto multiplicador de la radiación en todo el territorio japonés no tiene límites.
Muestras tomadas al azar en suelos de la capital japonesa contienen niveles de radiación que en Estados Unidos se considerarían como residuos radiactivos.
Mientras viajaba por Japón, el ingeniero nuclear Arnie Gundersen (Especialista en jefe consultor de Fairewinds Associates, ex nuclear ejecutivo de la industria de fisión y testigo opinante del accidente nuclear de Three Mile Island, Pensilvania), tomó muestras del suelo de Tokio en parques públicos, en parques infantiles, en jardines y azoteas de edificios, descubriendo que contenían niveles de radiación que en Estados Unidos se considerarían como residuos radiactivos.
Una de las últimas conferencias de la Autoridad Regulatoria Nuclear (NRC) en Washington, DC, produjo afirmaciones que ya habían sido denunciadas por el activismo antinuclear; se trata del coste beneficio de esta energía que jamás tuvo en cuenta evacuaciones masivas. El foro de la NRC admitió que el caso japonés de Fukushima, de haberse producido en los Estados Unidos, obligaría a desembolsar fácilmente un billón de dólares por gastos de evacuación. Estos valores son significativamente inferiores si los comparamos con el intento de frenar las ulteriores emisiones radiactivas. De todas maneras, la tierra contaminada sería inhabitable por centurias.
Este nivel de contaminación está siendo descubierto en todo Japón, pero Tokio es la ciudad más poblada del mundo, catorce mil personas por kilómetro cuadrado, casi dos veces más que Nueva York y se halla a menos de doscientos kilómetros del imparable foco radiactivo de Fukushima Daiichi, complejo nucleoeléctrico donde colapsaron varios reactores de fisión nuclear debido a la nada sorprendente combinación de terremoto y tsunami.
La Autoridad Regulatoria Nuclear de los Estados Unidos produjo varios informes en cada una de las conferencias sobre el caso japonés. El 13 de marzo del corriente expuso ante esa comisión el físico Arnie Gundersen, de Fairewinds, con datos escalofriantes: «No intenté buscar el punto más alto de radiación, dijo, sino que lo hice al azar; introduje en cinco bolsas de plástico muestras del suelo de Tokio, de una grieta de la acera, de un parque infantil previamente descontaminado, un poco de musgo de la banquina del camino, de la azotea de un edificio y al cruzar la calle en el centro judicial de la capital japonesa. Llevé las muestras a Estados Unidos -explicó el ingeniero nuclear Gundersen- y el laboratorio determinó que todas las muestras serían calificadas como residuos radiactivos en los Estados Unidos y enviadas a Texas para su gestión como desecho nuclear.»
Buenos Aires
Buenos Aires, en cambio, se halla a cien kilómetros del departamento de Zárate, en la Provincia de Buenos Aires. En esa localidad se construye una planta nuclear Atucha II, contigua al reactor Atucha I al que se le prolongará su vida productiva cuando debiera ser decomisado por haber caducado su vida útil. No conforme con esto e intentando generar más volumen energético para un modelo de país que tiene en la actividad extractiva transnacional a su mayor consumidor, la política del gobierno argentino prevé la construcción de una tercera planta en el mismo lugar. Recordemos y hagamos analogías, sólo cien kilómetros separan a Buenos Aires de Zárate-Lima, la mitad de la distancia existente entre Tokio y Fukushima, aunque no faltará quien diga que de este modo se transmite miedo a la población porteña, ocultando a la vez que se trata de una población no preparada para estos casos.
Fukushima ha vertido millones de toneladas de agua radiactiva al Pacífico, sus platas atómicas dañadas contenían más combustible nuclear que el reactor de Chernobyl, y despiden más escoria radiactiva de sus entrañas que el de la central ucraniana; en ambos casos los reactores fusionados tampoco se detienen. Mientras el síndrome de China pesa sobre las mentes de los técnicos, la nube letal continuará girando por milenios en la biosfera del planeta.
Para los especialistas de Fairewinds que trabajan con la Academia Nacional de Ciencias de la BEIR (Efectos biológicos de las radiaciones ionizantes), uno de cada cien jóvenes está en condiciones de desarrollar cáncer, por cada año, al estar expuesto a 20 milisieverts de radiación. Quiere decir que, si se quedan en la zona contaminada por cinco años, el cálculo es que cinco de cada cien jóvenes contraerán cáncer. Hay que aclarar que el informe BEIR sólo se refiere a cáncer en relación directa con la radiación; no están incluidos otros muchos efectos de la irradiación. Para estos investigadores, Fukushima podría dar como resultado un millón de casos de cáncer. Pero el drama social (y el de la salud) tiene otras ramificaciones, las autoridades japonesas suelen alterar las cifras de exposición radiactiva y al mismo tiempo admiten niveles lindantes con el genocidio. Japón parece inmolarse en silencio envuelto en el determinismo de un holocausto atómico al que considera someterse con paciencia oriental. ¿Está el gobierno de Japón, la empresa nucleoeléctrica Tepco y el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) protegiendo debidamente a los ciudadanos de la isla? Tal parece que no cuando alegan que se logró estabilizar Fukushima en tanto técnicos y especialistas de ese mismo país afirman lo contrario. En su exposición la agencia Fairewinds ratifica que «el equilibrio dinámico en comparación estática, las exposiciones a dosis consecutivas (acumulativas) de los niños japoneses y de los trabajadores nucleares, la contaminación por contacto de materiales radiactivos con los no contaminados y la difusión de la ceniza radiactiva a través de Japón, son sólo una pequeña parte de esta tragedia nuclear en curso».
La exposición del profesional Marco Kaltofen de la American Public Health Association probó que «las partículas calientes están contaminando el norte de Japón.» Dijo también que «los filtros de aires de los automóviles de Fukushima fueron testeados en su laboratorio de Massachusetts y son tan radiactivos que deben ser eliminados en enterramientos de residuos radiactivos de alta actividad en los Estados Unidos. Ni que hablar – agregó el investigador- de la contaminación que sufren los mecánicos que trabajan en los vehículos provenientes del departamento de Fukushima.»
Los reactores colapsados continúan emitiendo radiactividad al ambiente, pero además «el gobierno Japonés – en opinión de los especialistas citados anteriormente- no ha desarrollado un plan coherente para hacer frente a este continuo drama de la contaminación radiactiva a gran escala.» La quema de materiales radiactivos (objetos de la construcción, árboles, césped, paja de arroz, etc.) por parte del gobierno japonés ha empeorado la situación afectando con cesio radiactivo a zonas que se hallaban limpias; la contaminación radiactiva continúa propagándose por todo el Océano Pacífico hacia América del Norte, exacerbando aún más el drama y el aumento de costos astronómicos».
Sólo uno de los 54 reactores aún continúa funcionando en Japón. El reactor número 6 de la planta de Kashiwasaki-Kariwa fue parado el 26 de marzo. Japón prescinde de la energía nucleoeléctrica a un costo altísimo. A pocos días de la fusión de los reactores se detectó yodo radiactivo en el agua corriente de Tokio, niveles semejantes se observaron en la leche y en espinacas. Siete días después aparecieron partículas radiactivas en California cubriendo el océano Pacífico y más tarde yodo radiactivo en Finlandia. Un mes después apareció yodo y cesio en España y en otros países de Europa registrado por el Consejo de Seguridad Nacional. Luego, de repente, sobrevino el mutismo oficial, pero la realidad aparece diariamente en toda forma de vida sobre suelos del archipiélago japonés. Japón reconoce haber perdido por ahora trece mil kilómetros cuadrados de territorio, a manos de una radiación tan sutil como acumulativa. El cemento de Tokio ya no es el edén turístico del capitalismo hegemónico y transitarlo no seduce a nadie. El tsunami no pudo cubrir toda la isla pero la ceguera del consumismo energético primermundista hundió al Titanic de la tecnología cibernética moderna.