- Es previsible que el pulso entre los uniformados y los ciudadanos que ocupan la plaza Tahrir prosiga durante algún tiempo.
- Debe aplaudirse que la primera decisión de Mursi haya sido abandonar la Hermandad y anunciar que gobernará para todos los egipcios.
El mundo mirará con lupa las decisiones del islamista Mursi, que deberá desempeñar el cargo con el corsé impuesto por los generales
A Hosni Mubarak y Mohamed Mursi les separan 17 meses de incertidumbre y cerca de un millar de muertos registrados durante las primeras semanas de las revueltas. Pero la gran diferencia entre ambos es que el primero ejerció el poder como un auténtico faraón durante tres décadas con el apoyo del ejército y el segundo, aunque está a punto de convertirse en el primer presidente democrático de Egipto, no cuenta con el respaldo de la institución más poderosa del país. Es más, previendo lo que podía ocurrir, la Junta Militar que gobierna el país de manera interina dio marcha atrás y anunció recientemente que no traspasaría sus competencias en materia militar y de defensa.
Es previsible, por tanto, que el pulso entre los uniformados y los ciudadanos que ocupan la plaza Tahrir prosiga durante algún tiempo. Los islamistas cuestionan abiertamente la decisión de la Junta Militar de disolver la Cámara baja del Parlamento que tanto costó elegir y en la que contaban con una clara mayoría. Y también ponen en duda la legalidad del Tribunal Constitucional que tomó esa decisión y cuyos magistrados proceden de la época de Mubarak.
La incertidumbre puede continuar durante semanas o meses
Mursi tiene por delante aún algunas semanas de tensión que pueden convertirse en meses si al final deben repetirse las elecciones legislativas. El proceso anterior, realizado entre noviembre y enero, constó de tres fases en las que participaron algo más de la mitad de los 50 millones de electores egipcios y el resultado fue claramente favorable a los islamistas. Entre moderados y radicales, los partidos musulmanes obtuvieron el 65 por ciento de los sufragios y es muy difícil que acepten unos resultados muy diferentes cuando lo que está en juego es la futura Constitución del país.
Deberá garantizar los derechos de todos
Mohamed Mursi, como muchos Hermanos Musulmanes, conoció las cárceles del régimen por militar en un movimiento que ha permanecido en la clandestinidad la mayor parte de sus ocho décadas de historia. Por eso debe aplaudirse que su primera decisión haya sido abandonar la Hermandad y anunciar que gobernará para todos los egipcios.
Entre ellos hay 800.000 cristianos coptos que forman la minoría más importante del país y que en las últimas décadas han sufrido una auténtica persecución orquestada precisamente por quienes apoyan al nuevo presidente. Los siete millones y medio de votos que obtuvieron los salafistas en las elecciones legislativas demuestran que una parte importante de la población egipcia apuesta por un mayor protagonismo de la religión en la vida diaria. Pero también hay una parte del país acostumbrada a un tipo de vida laica y ciertas libertades que sirven, además, para atraer al turismo, una fuente de riqueza fundamental para Egipto.Tarea importante del presidente será templar los ánimos para evitar cualquier tentación del ejército de actuar contra los radicales.
El ejército como asignatura pendiente
En los próximos meses tendrá que despejarse otra duda importante, si el ejército está dispuesto a retirarse a los cuarteles rápidamente o si pretende vigilar de cerca la actuación de los nuevos gobernantes. Después de décadas de dictadura Egipto adolece de instituciones sólidas y creíbles, pero los militares no podrán estar eternamente por encima de la sociedad civil que ha demostrado su fuerza en las calles de El Cairo.
Tarea de los militares será, en todo caso, garantizar el mantenimiento de los acuerdos de paz con Israel que han servido para mantener cierta estabilidad en la región durante las tres últimas décadas. Estados Unidos hará todo lo posible para que sea así y tiene en su mano la posibilidad de suspender una importante ayuda militar.
Casi un año y medio después del inicio de las revueltas Egipto cierra el ciclo revolucionario e inicia el camino hacia una normalización democrática que debe servir, además, como modelo a seguir por todos los países tocados por la llamada “Primavera árabe”.
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