No te pedí las estrellas…, y me las diste.
No te pedí el cielo…, y me regalaste las nubes, un rayo de sol y la mágica luz del arcoiris.
No te pedí el aire…, y el aire me diste, y me regalaste el viento…, caricias de brisas contenidas en dulces besos.
No te pedí el camino…, y el camino me entregaste y me diste mis pasos, la verde hierba, y las piedras…, los pies descalzos… y me echaste a andar.
No te pedí la risa…, y me sonreíste abiertamente como si me conocieras desde siempre, y desde siempre esperaras mi llegada.
No te pedí el llanto…, y me hiciste llorar, lloraste por mí en cada lágrima de rocío, y en la tormenta que rompió mi primavera…, lloré a raudales por ti y por cada momento que se escapaba en tu llanto y en el mío.
No te pedí la pena…, y me dejaste perderte en cada amigo, hermano, padre y madre que se fue de este mundo buscando el otro.
No te pedí amor…, y amor me diste a raudales, y amor te entregué en cada uno de los días y las noches que me vivieron y que me dejaron vivirte como un sueño despierto que anhela no despertar.
No te pedí la verdad…, y la verdad me diste escrita con preguntas y respuestas, y sueños disfrazados de certezas, y búsquedas camufladas de inquietudes…, y vivencias paridas como tesoros hechos a mi medida y a mi desmedida.
No te pedí saberlo todo, pero todo me lo dices con palabras y sin palabras, con la mágica argucia de la casualidad inexistente, con la luz que veo y la que no alcanzo, con la certeza de atravesar profundos desfiladeros, senderos de piedras puntiagudas y horizontes de cristal que solo se pueden ver desde las alturas…
No te pedí nada y todo me diste. No me pediste nada y todo te di. Porque al vivirme te he vivido y te has vivido en mi al vivirme. Porque en mí habitas y a ti pertenezco, y todo lo eres en todo momento.
Así te veo. Así te siento. Y te llamo por tu nombre: Vida.