Los crackers son malos pero los hackers son buenos y además están cerca de la ética cristiana. Esta podría ser la síntesis de un curioso artículo publicado en el último número de Civiltà Catolica. Esta revista quincenal de los jesuitas, que pasa un control previo por parte de la Secretaría de Estado del Vaticano, suele estar al tanto de la actualidad y en temas de informática cuenta con un grupo de especialistas únicos en el mundo.
Filosofía de vida
«En general -reflexiona el jesuita-, el término hacker se asocia a personas expertas en conseguir entrar en portales protegidos y sabotearlos, e incluso son considerados como verdaderos criminales informáticos». Sin embargo, ser hacker, afirma el autor, «es como una filosofía de vida de actitud existencial lúdica y comprometida, que empuja a la creatividad y a la condición de oponerse a modelos de control, de competición y de propiedad privada».
El autor añade: «Intuimos, pues, que hablando de los hackers no nos encontramos frente a problemas de orden penal, sino frente a una visión del trabajo humano, de la conciencia y de la vida, lo que plantea interrogantes y desafíos muy actuales». El término hacker, sigue Spadaro, puede ampliarse a «personas que viven de manera creativa muchos aspectos de su vida».
Por esta razón el autor del artículo considera que en el código genético de un hacker hay «una vida feliz», la intuición de que el ser humano «está llamado a otra vida, a una realización plena y completa de la propia humanidad». La conclusión es que «entre la fe [católica] y la ética del hacker puede haber muchas sintonías». Una de ellas, según el pensador, es que el hacker es una especie de profeta moderno en el mundo actual «dedicado a la lógica del beneficio», al que recuerda que «el corazón humano desea un mundo en el que reine el amor y en el que los dones sean compartidos».
Entender lo trascendente
A juicio de Spadaro las comunidades hacker y católica tienen «mucho que intercambiar». Nada que ver tienen los hackers con los crackers, a los que el ensayista considera simples «piratas informáticos». El artículo parece concluir que si el católico es capaz de confrontarse con el «código abierto» del hacker, puede ayudarle a comprender el código abierto de lo trascendente, Dios. Dios -dice Spadaro- no necesitaba crear el mundo, sino que quiso crearlo, como hace el hacker en sus acciones gratuitas.