La primavera altera hasta la actividad de los meteoritos. Los científicos no han sido capaces aún de dar con la explicación de que en esta estación del año, los avistamientos desde la Tierra de bolas de fuego se incrementen hasta en un 30%, a pesar de que saben de este fenómeno desde hace más de 30 años. El científico de la Oficina de Meteoritos de la NASA Bill Cooke ve clave la observación de estas bolas para descubrir su origen, aunque, señala, «podría requerir varios años de recolectar datos hasta una cantidad suficiente»
«La primavera es la temporada de las bolas de fuego», según Bill Cooke, científico de la Oficina de Meteoritos de la NASA, ya que, «por razones que aún no se conocen plenamente, la tasa de meteoritos brillantes, conocidos como bolas de fuego, aumenta considerablemente» durante la estación.
A lo largo del año, si alguien permanece toda la noche observando el espacio podrá ver alrededor de diez bolas de fuego, siempre fugaces. Se trata de meteoritos con un alto brillo que supera incluso al del planeta Venus. El bombardeo corre paralelamente al avance de la Tierra por zonas del espacio en las que hay concentraciones significativas de rocas y objetos siderales menores.
Hasta ahí, nada extraño. Pero resulta que las bolas de fuego son más abundantes durante la primavera. La tasa, por noche, se incrementa misteriosamente hasta un 30%. «Sabemos de este fenómeno desde hace más de 30 años», dice Cooke «y no son sólo las bolas de fuego las que se ven afectadas, sino también las caídas de meteoritos que alcanzan el suelo».
Los investigadores nunca han logrado encontrar una explicación satisfactoria para la cantidad adicional de bolas de fuego propia de la primavera. Cuanto más analizan la cuestión, más extraña se vuelve.
En términos generales y para los impactos de grandes objetos, la estadística indica que una vez cada unos pocos cientos de años la Tierra es alcanzada por un objeto de unos 70 metros de diámetro; cada diez mil años, por un objeto de unos 200 metros, y cada millón de años se produce el impacto de un cuerpo de más de dos kilómetros de diámetro. Por último, cada cien millones de años tiene lugar una catástrofe como la que sucedió en el límite Cretácico-Terciario, cuando se produjo el choque de un cuerpo de unos diez kilómetros de diámetro contra nuestro planeta.
En el caso de las bolas de fuego, mucho más pequeñas y muchísimo más frecuentes, para explicar el incremento de primavera hay que considerar que existe un punto en el firmamento que se conoce como el ápice de la órbita de la Tierra. Marca la dirección en la que se desplaza el planeta. A medida que la Tierra gira en torno al Sol, el ápice describe un círculo en el cielo y realiza una vuelta completa cada año. Del ápice se supone que provienen los meteoritos de origen aleatorio.
Cada otoño, el ápice alcanza su punto más elevado en el cielo nocturno. Durante ese tiempo, se observa una abundante cantidad de meteoritos esporádicos de brillo común; en algunas ocasiones, varias decenas por noche. Es la temporada de «los meteoritos esporádicos», explica Cooke, «entonces, ¿por qué las bolas de fuego esporádicas son más comunes en primavera? Ese es el misterio».
Peter Brown, investigador de la Universidad canadiense de Ontario, cree que «puede existir una variación propia en la población de meteoritos a lo largo de la órbita de la Tierra, con una cantidad máxima de escombros grandes que producen bolas de fuego en el entorno de la primavera. Probablemente, no sabremos la respuesta hasta que aprendamos más sobre las órbitas».
Para resolver el misterio, Cooke está instalando una red de cámaras fotográficas inteligentes destinadas a detectar meteoritos alrededor de Estados Unidos. Se trata de fotografiar las bolas de fuego y de triangular sus órbitas. Para eso se están buscando sitios adecuados donde instalar las cámaras y, asimismo, se está animando a los profesores de Estados Unidos a participar con sus alumnos en las detecciones. Las observaciones en red de las bolas de fuego de primavera podrían ser la clave para descubrir su verdadero origen. De todos modos, la caza efectiva «podría requerir varios años de recolectar datos hasta una cantidad suficiente», indica Cooke.
En todo caso, hay que distinguir entre las observaciones de meteoritos cruzando la atmósfera en la noche y el hallazgo de esas piedras en el suelo. Se calcula que alrededor de 500 meteoritos mayores de medio kilogramo caen sobre la Tierra cada año, aunque solamente 4 de ellos son encontrados en el suelo. El último observado y, al tiempo, recogido en España se produjo en Reliegos, León, el 28 de diciembre de 1947.