Los científicos expertos en el campo piden que se realicen estudios sobre el impacto que los vertidos radiactivos de Fukushima tienen sobre la vida marina.
Hay un error muy común en la mente de la gente que es creer que los océanos y la atmósfera son infinitos. Pueden ser extensos, pero su volumen no es muy grande. Basta eliminar la atmósfera y los océanos de un modelo de la Tierra para ver la obviedad. Sin embargo, cuando se habla de cambio climático o de contaminación se asume que son infinitos y que se puede arrojar todo lo que nos dé la gana y que ahí se “diluirá”.
Recientemente, asumiendo que el Pacífico es muy grande, desde la planta de Fukushima se ha arrojado agua contaminada con radioisótopos en lo que constituye el mayor vertido radiactivo al océano. Sin embargo, los científicos ya piden estudios que investiguen el impacto de este vertido sobre la vida marina. Aunque la dilución es tal que probablemente no dañe a la vida marina en el corto plazo, los isótopos radiactivos pueden acumularse en la cadena alimenticia y aumentar la mortalidad de peces y mamíferos marinos.
Según Ken Buesseler, del Woods Hole Oceanographic Institution en Massachusetts, no se tienen todavía suficientes datos para saber qué está pasando, así que cualquier cosa que pueda hacerse en términos de seguimiento o vigilancia será bienvenido.
Los niveles de radiactividad llegaron a 10.000 veces más de lo normal a finales de Marzo. Se han encontrado isótopos como el yodo-131 (con una vida media de 8 días) o el cesio-137 (con una vida media de 30 años) en muestras de agua cercanas a la famosa central o incluso a 30 km de ella. Estos radiosótopos son de corta vida (con una vida media de 8 días y 30 años respectivamente) , pero junto a ellos probablemente también hay otros de larga vida. La cantidad total de radisótopos vertidos al océano, tanto accidental como premeditadamente, se desconoce y los vertidos probablemente continúen en el futuro inmediato.
Los científicos del instituto Nacional de Ciencias Radiológicas de Japón ya están diseñando estudios destinados a vigilar la acumulación de radionucleótidos en músculos, órganos, huevos y huesos de los organismos marinos. Además ya planean un modelo sobre el comportamiento a largo plazo de los radioisótopos en el ambiente marino. Recordemos, por ejemplo, que el estroncio-90 tiene una vida media de 29 años y que emula al calcio, por lo que se acumula en huesos, conchas marinas, coral, caparazones, etc.
Un equipo dirigido por Dominique Boust, director del Instituto de Radioprotección y Seguridad Nuclear en Francia, está ya prediciendo lo niveles de contaminación en los organismos marinos y sedimentos usando estimaciones de las cantidades de radioisótoso vertidas desde Fukushima y las proporciones medidas de esos isótopos en las aguas marinas. Calculan que hay unos 50 radioisótopos que en total producen 10000 becquerelios por litro a 300 metros de Fukushima. Antes del accidente se medían 0,003 becquerelios por litro en esas mismas aguas. Sugieren que los sedimentos de la región producen ahora entre 10.000 y 10 millones de becquerelios por kilogramo y que los peces pueden llevar consigo entre 10.000 y 100.000 becquerelios por kilo. Las algas, especialmente propensas a acumular yodo, pueden emitir 100 millones de becquerelios por kilo. Los límites legales en Japón para el pescado es de 500 Bq/kg de cesio-137 y de 2000 Bq/kg para el yodo-131. El becquerelio equivale a una desintegración nuclear por segundo.
Naturalmente la dosis disminuye con la distancia a la central. Según Thomas Hinton, del laboratorio de Radiología, Ecotoxicología y Modelado Ambiental en Francia, incluso si no hay más fugas habrá una baja dosis de radiación persistente durante años en los alrededores de la central. Cree que el estudio a largo plazo de este impacto se haga internacionalmente.
Ward Whicker, de Colorado State University, está de acuerdo en que la campaña sea en todo el mundo. Según él se requerirá un gran esfuerzo en la toma de muestras y habrá que medir la presencia de radioisótopos en el agua, sedimentos, plancton, moluscos, crustáceos, algas y peces. Aunque, según este investigador, será difícil detectar efectos genéticos sobre la vida marina. Las criaturas afectadas probablemente se dispersen por el océano o mueran más rápidamente.
Según Bruno Fievet, radio-ecólogo en el IRNS francés, lo ideal es estudiar determinadas especies como las algas marrones, que absorben grandes cantidades de yodo y que pueden ser un buen indicador de la presencia de radioactividad en otros organismos.
Pero los estudios en los alrededores de la central no parecen sencillos de realizar debido a consideraciones éticas. Ulf Riebesell, del Instituto para la Vida Marina en Kiel (Alemania), dice que cualquier estudio será bienvenido aunque añade: “Pero ciertamente no pediré a mis estudiantes que hagan un trabajo de campo en Japón con la actual crisis en progreso.”
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