Una colaboración de lalunagatuna
“Desde siempre, una fuerza divina pareció atraer al hombre. Son seducidos por cantos del cielo, quienes logran franquear los obstáculos y la fatiga y llegan al santuario. Esos cantos son el eco de las plegarias y la música de los órganos.”
Regine Pernoud. En “Un Viaje al País del Arcángel”.
Hoy les propongo transportarnos a un sitio mágico, alguna vez bautizado como “La Maravilla Occidental”. Una de las obras arquitectónicas más prestigiosas de la Edad Media y uno de los centros más importantes de la espiritualidad y peregrinación cristiana. Me refiero al Monte Saint Michel.
Medio millón de personas visita anualmente este santuario. Una majestuosa abadía construida sobre la cima de un monte, hace más de 1000 años, en honor al Arcángel San Miguel.
¿Quién era o quién es este Arcángel? Las sagradas escrituras cristianas lo describen con una enorme espada en su mano. Él es el Guardián del Paraíso, el Angel vencedor que derrota a las fuerzas del mal y vela por las almas de los hombres cuando les llega su hora.
Vamos a ubicarnos primero geográficamente dentro del Mapamundi. Estamos en el norte de Francia. Más concretamente en Normandía. Es otoño. Una región llena de verde, que en esta época del año adquiere esos tintes rojizos y anaranjados y tiene costas en el Canal de la Mancha.
Nuestra última parada antes de llegar fue en una especie de hotel que parecía un Palacio, circundado por grandes rejas, a orillas del mar. Estacionamos el auto en la entrada y caminamos por un sendero hasta llegar a un mirador: un balcón sobre el mar desde donde tuvimos la primer aparición… a la distancia, solitario y majestuoso, cubierto de nubes, se vislumbraba la figura del Monte. Una isla rocosa coronada por la Abadía. Uno de los cuadros más misteriosos y encantados que tuve frente a mí en toda mi vida.
Volvimos a subirnos al auto y tomamos la Gran Vía, que es la ruta que une el continente con la isla del Monte Saint Michel.
El descubrimiento…
Lo que a lo lejos divisábamos como una gran montaña entre tinieblas, ahora se presenta frente a nosotros con toda nitidez. Una isla de 900 metros de circunferencia y 80 de alto. n monte verde y rocoso, coronado por la Iglesia de la Abadía. Una construcción sobrehumana. Bloque a bloque, traídos de distintas regiones, uno encima del otro, acomodándose a las dificultades que presentaba un terreno tan rocoso.
A los pies del monte, una pintoresca ciudad medieval, llena de vida y de color, alberga a una insólita y muy reducida población, que como antaño, vive de la venta y comercialización de velas y souvenirs. De allí parten los senderos para ascender hacia la Abadía, son laberintos, sumamente empinados, que parecen serpentear hacia el infinito. Senderos por los que van y vienen multitudes, hablando en todos los idiomas posibles, la mayoría sujetando bolsitas con los souvenirs que compraron por el camino. Y entre las multitudes, caminan juntos turistas, peregrinos y periodistas, como nosotros.
El ascenso es verdaderamente agotador. Por más expectativas que uno lleve consigo, el cuerpo se cansa. Es la altura, el mar de gente, el poco oxígeno que nos va quedando… Por el camino van quedando algunos peregrinos, extenuados, sentados sobre una roca, juntando aire… Uno los ve y piensa: “debería ayudar a esta señora a subir pero si apenas puedo con mi propio cuerpo…” Y cuando uno siente que casi llegó, se descubre una enorme escalinata que también hay que sortear pero que esta vez sí, conduce directamente a la Iglesia de la Abadía.
Entramos. Una nave románica, simple, austera. Y un coro gótico, tan luminoso… ¡Qué escalofrío recorrió nuestros cuerpos! ¡Qué presencia tan fuerte la del pasado y de qué manera absolutamente involuntaria se nos coló por los poros y nos erizó la piel! Nos rodeaban muros de granito de más de 1.000 años de historia. Perdimos la noción del tiempo.
El Claustro…
Fue construido por los monjes benedictinos a principios del Siglo XIII. Qué paz tan misteriosa… tan fría y húmeda… pero cuánta paz se respiraba. Daba miedo romper el silencio con el sonido de nuestros pasos. Nadie pronunciaba una palabra. Si afinábamos el oído, podíamos escuchar plegarias… Los monjes que habitan la Abadía, continúan viviendo como lo hacían los de antaño, dedicados a la oración y a la meditación.
Recluidos entre esos muros, a 80 metros de altura, entre el cielo y la tierra, rezando por la humanidad entera. Un favor que nos hacen de corazón, creamos o no en ellos.
El Monte Saint Michel y su historia:
Hace miles de años, un bosque enorme llamado Scissy, fue situado como límite entre Normandía y Bretaña. En su centro, había un monte rocoso, similar a un monte de tierra para un entierro por eso lo llamaron el “Monte Tombe”, el Monte Tumba. Hacia el Siglo IV, la región fue cristianizada y desde entonces, el bosque de Scissy y sus montes atrae a los hombres que buscan la purificación espiritual. Muy pronto se convirtió en un lugar de ermitaños. Seres que convivían exclusivamente con su soledad y su espíritu.
Cada tanto, visitaba a estos ermitaños y se unía en sus plegarias y en el descanso, San Auberto, entonces, el obispo de Avranches, ciudad que había sido denominada sede episcopal, muy cerca del Monte. Un buen día, cuenta la leyenda, San Auberto recibió un mensaje del cielo. Era el año 708. En un sueño, se le apareció el Arcángel San Miguel y le pidió que erigiera en su honor un santuario sobre el Monte Tumba. Para dejar una señal tangible a la humanidad entera, el Arcángel toco la frente del obispo con la punta de su dedo, dejando una marca que los siglos no han podido borrar. Aun hoy, “dicen”, porque yo no lo vi, que se puede ver el orificio del cráneo del obispo que se conserva en la iglesia Saint-Gervais en Avranches.
Por el año 709, un cataclismo de mar invadió el bosque Scissy, separando los montes del continente. El Monte Saint Michel fue circundado por una bahía de arena movediza al suscitarse la repentina crecida de las aguas. Este fenómeno persiste hoy en día, casi como por capricho de la naturaleza o de Dios por mantener su santuario al resguardo de los hombres. Si ustedes lo visitaron alguna vez, sabrán que hay horarios puntuales en los que se puede cruzar y volver para que no los pesque la marea creciente. Pero por aquellos años, muchas fueron las vidas de peregrinos que se cobró la marea y las arenas movedizas.
Es que esa imagen, sería tan irresistible para los peregrinos de entonces como para nosotros ese día.
Hoy, las mareas no llegan hasta los muros de la Abadía. El hombre logró que un millón de metros cúbicos de arena sedimenten cada año la bahía.
¿Misterios o milagros?
La escritora francesa Regine Pernoud, rescata en su libro titulado “Un viaje hacia el país del Arcángel”, varios registros que se encuentran en poder de los monjes de Monte Saint Michel, y que datan de principios del Siglo XIV. Estos registros revelan que tan solo en el año 1318, eran más de 16.000 los peregrinos que visitaban el Monte.
Claro que por aquellos años, al Monte Saint Michel lo envolvían misterios de todo tipo… Hacía tiempo ya que los pobladores hablaban de los milagros que hacía el Arcángel, ayudando a los peregrinos a sortear las dificultades y los peligros que implicaba acceder al Monte.
Esos mismos registros del año 1318 revelan que una docena de peregrinos murió en las arenas movedizas de la bahía, otros 18 se ahogaron con la marea creciente y trece más, una vez que llegaron al santuario, murieron sofocados por las multitudes.
Hay un milagro que se ha contado de generación en generación… Una mujer se acercaba casi agonizando por los dolores de parto. Buscaba desesperadamente un refugio de paz en el Monte para dar a luz. En el camino, las aguas de la bahía crecieron y quienes observaban la escena desde la abadía la dieron por muerta. Cuando bajaron las aguas, vieron venir caminando por la arena, a la misma mujer, con su niño recién nacido en brazos.
Otras leyendas ya son más tenebrosas. Muchas personas dijeron tener visiones extrañas durante la noche. Seres de fuego volando sobre el Monte… o la propia Abadía, ardiendo en llamas. Habían llegado a la conclusión de que era el propio Arcángel, que con sus ángeles, libraba batallas en el cielo contra el Mal.
Pero ninguno de estos misterios detuvo jamás el mar de peregrinos. De hecho en el año 1329, el número se duplicó. Había más que buenas razones para pedirle al Arcángel protección: el entonces rey, Carlos VI, había perdido la razón. Dicen que el propio rey acudía al monte para recuperar su salud mental.
Hay crónicas que revelan que en el Siglo XIV, un alto porcentaje de peregrinos, correspondía a niños de tan solo ocho, 10 y 12 años. Niños que abandonaban a sus padres y sus hogares, se agrupaban y marchaban en procesión hacia el Monte Saint Michel.
“Hubo un combate en el cielo”, dice el Apocalipsis. “El arcángel Miguel y sus ángeles lucharon contra el Monstruo y lo expulsaron del cielo…”
Cuenta la historia que el Arcángel San Miguel intercedió en varias ocasiones entre la voluntad de Dios y los hombres y casi siempre pareció indicar su predilección por los lugares altos. Unos 200 años antes de la supuesta aparición frente al obispo Auberto en Francia, habría intervenido de la misma forma en Italia, sobre la costa del Adriático, en el Monte Gargan, ordenándole al obispo de Siponto que le consagrara una Iglesia. Esa iglesia existe todavía.
Por el mundo son varios los santuarios construidos en su nombre y las fechas que lo conmemoran.
Se dice que se le apareció al Emperador Constantino quien ordenó la construcción de un templo, el Michaelion. El 9 de junio era una de las tantas fechas en que celebraban al Arcángel en Constantinopla. Parece que los enfermos pasaban esa noche en la iglesia, esperando milagros.
Los cristianos de Egipto han depositado la mayor fuente de vida que para ellos es el Río Nilo, bajo la protección de San Miguel. El 12 de junio de cada año, cuando el Nilo comienza a subir, se toman el día libre para festejar y honrar al Arcángel para que “bendiga el crecimiento del Nilo”.
Los Caballeros del Monte Saint Michel
Los Siglos XIV y XV, estuvieron signados por interminables guerras entre Francia e Inglaterra y se disputaban sin cesar el estratégico Monte Saint Michel.
Hasta que en el año 1425, el Rey de Francia decidió nombrar a un Capitán que debería reunir un grupo de caballeros con el fin de defender al Monte. Este capitán se llamó Louis D’Estouteville y sus 119 hombres pasaron a la historia como los legendarios caballeros de Saint Michel.
Las páginas de la historia del Monte, dedicadas a combates son finalmente, páginas de gloria. Una gloria inexplicable, a menos que aceptemos que la escribieron los hombres con la inspiración del Arcángel.
http://www.espectador.com/principal/mapamundi/saint_michel.htm