La siniestra cara oculta de la globalización

La cara oculta de la Luna es el hemisferio de la Luna no observable desde la Tierra. Eso ocurre debido a que la Luna tarda en rotar sobre sí misma lo mismo que su movimiento de traslación alrededor de la Tierra. Este hemisferio estuvo oculto a la vista humana hasta que la sonda automática soviética Luna 3 lo fotografió por primera vez el día 7 de octubre de 1959. Como la Luna tarda el mismo Imagen 20tiempo en dar una vuelta sobre sí misma que en torno a la Tierra, presenta siempre la misma cara. Esto se debe a que la Tierra, por un efecto llamado gradiente gravitatorio, ha frenado completamente a la Luna. La mayoría de los satélites regulares presentan este fenómeno respecto a sus planetas. Según informaciones no confirmadas, en la cara oculta de la Luna se habrían encontrado ruinas de una antigua civilización extraterrestre. Por otro lado, el Premio Nobel de Economía, Joseph E. Stiglitz, nos explica que entre las ventajas de la globalización se cuentan la disminución de una situación de aislamiento experimentada por numerosos países en vías de desarrollo; la posibilidad real de un intercambio entre éstos y otros países desarrollados en un mercado internacional. La globalización ha permitido crecer a numerosos países mucho más rápidamente que en otras épocas; ha brindado a un mayor número de personas el acceso a un grado de conocimientos que sólo hace un siglo no era alcanzable ni por los más ricos del planeta. A todo ello ha colaborado, sin duda, el acceso a las fuentes de información, entre ellas, la más poderosa, Internet. Los ejemplos en ese sentido son múltiples, desde las posibilidades de interconectar políticas activas para mejorar las condiciones de países sometidos a peligros reales, como las minas anti- personas, o aquellas campañas destinadas a condonar las deudas de países demasiado pobres. En la parte negativa, no cabe duda de que la globalización ha favorecido una mayor diferencia entre los países ricos y los que se encuentran en vías de desarrollo; el número de pobres ha aumentado de forma dramática a escala global, mientras que los ricos lo son cada vez más. En África, los proyectos de desarrollo han chocado contra políticas mal orientadas que han precipitado en la miseria a un número creciente de población, mientras que las elites dirigentes acumulan mayores índices de riqueza.

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La historia la escriben los vencedores“. Sin embargo, en pocas ocasiones se tiene una exacta idea de hasta qué niveles de profundidad esto puede llegar a ser verdad. Existe otra frase que también forma parte del refranero popular: “la realidad supera a la ficción“. Si estamos de acuerdo en que ambas aseveraciones generalmente son correctas, no cabe más remedio que comenzar a pensar que la historia es sólo lo que se habría deseado que hubiera ocurrido. O sea, algo alejado de lo que realmente sucedió. Muchas veces les resulta necesario a los vencedores interpretar de forma cambiada los hechos, silenciar espinosas cuestiones ocurridas o, incluso, generar de la nada la historia. No sé si habéis visto  la película “Una mente maravillosa“, protagonizada por Russell Crowe. La historia narra la vida del matemático John Nash, quien en 1994 obtuvo el Premio Nóbel de Economía por sus descubrimientos acerca de la denominada “Teoría de los Juegos“. En la película, el protagonista asevera que descubrió que Adam Smith —el padre de la economía —no tenía razón, cuando en el año 1776 en su obra “La riqueza de las naciones” esbozó su tesis principal y base fundamental de toda la teoría económica moderna. Según esta teoría el máximo nivel de bienestar social se genera cuando cada individuo persigue su bienestar individual, y nada más que ello. Pero es necesario remarcar que Nash descubre que una sociedad maximiza su nivel de bienestar cuando cada uno de sus individuos acciona en favor de su propio bienestar, pero sin perder de vista también el de los demás integrantes del grupo. Demuestra cómo un comportamiento puramente individualista puede producir en una sociedad una especie de “ley de la selva“, en la que todos los miembros terminan obteniendo menor bienestar del que podrían. Con estas premisas, Nash profundiza los descubrimientos de la Teoría de los Juegos, descubierta en la década del 30 por Von Neumann y Morgestern, generando la posibilidad de mercados con múltiples niveles de equilibrio según la actitud que tengan los diferentes jugadores, según haya o no una autoridad externa al juego, según sea el juego cooperativo o no cooperativo entre los diferentes jugadores. De esta manera, Nash ayuda a generar todo un aparato teórico que describe la realidad en forma más acertada que la teoría económica clásica de Adam Smith.

Walter Graziano nació en 1960 en la Argentina. Se graduó como economista en la Universidad de Buenos Aires. Hasta 1988 fue funcionario del Banco Central de su país y recibió becas de estudio del gobierno italiano y del Fondo Monetario Internacional para estudiar en Nápoles y Washington DC. Desde 1988 colaboró con medios gráficos y audiovisuales argentinos en forma simultánea a su profesión de consultor económico. En 1990 publicó Historia de dos hiperinflaciones y, en 2001, Las siete plagas de la Argentina, libro que preanunció la debacle económica y política de su país. Desde 2001 Graziano se encuentra abocado a los temas de esta obra, sus antecedentes históricos y cuestiones colaterales.  También escribió un interesante libro, titulado “Hitler gano la guerra“, en que me he basado para escribir este artículo.El libro se ocupa de la situación actual de la estructura de poder mundial que lidera Estados Unidos. Los ex presidentes Bush y su familia se convierten en el eje de la investigación de Graziano. Desde la importancia que Bush padre tuvo para la CIA, hasta el peso del oligopolio petrolero en las decisiones políticas, los Bush son personajes nefastamente recurrentes en esta historia. El sujeto central de este libro es la “elite angloamericana”, y se muestra como el establishment norteamericano proviene de las oligarquías inglesas que conquistaron esa tierra siglos atrás.

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En las facultades de Económicas de muchos países se sigue enseñando que Adam Smith (1723 – 1790), economista y filósofo escocés, no sólo es el padre de la economía, sino que además estaba en lo correcto con su hipótesis acerca del individualismo. De ello resulta que se contamina a la teoría económica con una visión ideológica, lo que instituye en ella todo lo contrario de lo que debería ser una ciencia. Muchos de los profesores que día a día enseñan economía a sus alumnos ni siquiera han sido informados de que, hace más de medio siglo, alguien descubrió que el individualismo, lejos de conducir al mejor bienestar de una sociedad, puede producir un grado menor de bienestar general e individual que el que se podría conseguir por otros métodos más cooperativos. Podría presuponerse que todos tendrían que frenar los desarrollos de las teorías que vienen sosteniendo para ponerse a repensar las bases fundamentales de la teoría económica. Ésta sería la lógica, sobre todo si se tiene en cuenta que, en lo relativo a la economía, las conclusiones de una teoría, y los consejos que a raíz de ella puedan dar los economistas, y las medidas que finalmente encaran los gobiernos y las empresas, de hecho alteran la riqueza, el trabajo y la vida diaria de millones y millones de personas. Los efectos sobre la humanidad pueden ser mayores que en otras ciencias. Cuando se hacen recomendaciones económicas, se está tocando directa o indirectamente el destino de millones de personas, lo que debería imponer la prudencia, no sólo en quienes elaboran las políticas económicas sino también en quienes opinan y aconsejan. Por lo tanto, el descubrimiento de Nash acerca de la falsedad de la teoría de Adam Smith debería haber puesto en estado de alerta y en emergencia a la comunidad de los economistas en el planeta entero. Ello, por supuesto, no ocurrió, en buena medida debido a que sólo un reducido núcleo de profesionales de la economía se enteró, a inicios de 1950, de la verdadera profundidad de los descubrimientos de Nash. Habría que preguntarse, por ejemplo, si la propia globalización hubiera sido posible, en su actual dimensión, en el caso de que los descubrimientos de Nash hubieran tenido la repercusión que merecían, si los medios de comunicación los hubieran difundido y si muchos de los economistas considerados más prestigiosos del mundo, muchas veces financiados por universidades norteamericanas que deben su existencia a grandes empresas del sector privado, no los hubieran dejado olvidados.

En forma prácticamente simultánea a los descubrimientos de Nash, dos economistas, Lipsey y Lancaster, descubrieron el denominado “Teorema del Segundo Mejor“. Lo que Lipsey y Lancaster descubrieron es que es posible que un país funcione mejor con una mayor cantidad de restricciones e interferencias estatales, que sin ellas. O sea que bien podría ser necesaria una muy intensa actividad estatal en la economía para que todo funcione mejor. Lo que se pensaba hasta ese momento era que lo mejor para un país era la menor cantidad de restricciones posibles al funcionamiento de plena libertad económica. Pues bien, Lipsey y Lancaster derrumbaron hace más de medio siglo ese preconcepto. Como consecuencia directa de ello, reaparecen en el centro de la escena temas como aranceles a la importación de bienes, subsidios a la exportación y a determinados sectores sociales, impuestos diferenciales, restricciones al movimiento de capitales, regulaciones financieras, etcétera. Al igual que lo ocurrido con la Teoría de los Juegos, el Teorema del Segundo Mejor apenas se explica a los economistas en universidades públicas y privadas.  Un caso típico es el de la ex Unión Soviética. Gorbachov en su momento decidió desregular, privatizar y abrir la economía eliminando rápidamente la mayor cantidad de barreras posibles a la libre competencia. No le fue bien. Lejos de progresar rápidamente, la economía rusa cayó en una de las peores crisis de su historia. Si se hubieran aplicado los postulados de Lipsey y Lancaster, se habría tenido más cautela y muy probablemente las cosas no habrían salido tan mal. Sin embargo, esto es lo que precisamente se ha venido haciendo cada vez con más intensidad, sobre todo desde la década de 1990, cuando, al ritmo de la globalización, se han encontrado recetas que se han enseñado como universales, como verdades reveladas, que todo país debe aplicar. Se impuso una ideología falsa con la que muchos gobiernos, en muchos casos sin saberlo, toman decisiones económicas. Mientras estas teorías de Nash, Lipsey y Lancaster no recibían atención,  en los medios de comunicación tenían una gran difusión las teorías desarrolladas en la Universidad de Chicago. Milton Friedman, también premio Nobel en Economía, comienza a desarrollar en la década de 1950 la denominada “Escuela Monetarista“. Friedman y sus seguidores llegan a la conclusión de que la actividad del Estado en la economía debe reducirse a una sola premisa básica: emitir dinero al mismo ritmo en que la economía está creciendo. La lógica intrínseca de este razonamiento es que el dinero sirve como lubricante de la economía real. Por lo tanto, si una economía en forma natural crece muy rápidamente, necesita que el Banco Central de dicho país genere más medios de pago que si está estancada. Toda otra política económica estatal es desaconsejada por Friedman.

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La Escuela Monetarista tuvo un enorme grado de difusión en todo el mundo, aun cuando los bancos centrales de los principales países desarrollados jamás aplicaron los consejos de Friedman, con la sola excepción de Margaret Thatcher, que, tras un breve período de aplicación de unos cuantos meses de las políticas monetaristas en Inglaterra, necesitó ganar una guerra de las Malvinas para recuperar la popularidad perdida por los desastrosos resultados, que habían elevado el desempleo en Inglaterra a niveles pocas veces vistos del 14%, sin siquiera acabar con la inflación. Fue el único y muy breve caso de aplicación de las recetas de esta escuela en países desarrollados. Cabe aclarar que hay generalmente dos clases de gente para las cuales las fórmulas de Friedman han resultado de una atracción poco menos que irresistible: teóricos en economía y grandes empresarios. Pero ambos, por motivos bien diferentes. Para muchos economistas teóricos, la atracción que producían las teorías de Friedman provenían de la sencillez de su recomendación: “Emita moneda al ritmo que usted crece“. Milton Friedman parecía proporcionar una ley de aplicación universal al campo económico. Pero no todos quienes fueron atraídos por las teorías de Friedman lo hacían por esos motivos: una buena parte del establishment veía en la generación y en la aplicación de este tipo de teorías la posibilidad de derrumbar un gran número de trabas y regulaciones estatales en muchos países, pudiendo así ensanchar su base de negocios a zonas del planeta que permanecían ajenas a su actividad. Esto explica el alto perfil que alcanzaron las teorías monetaristas, a pesar de estar fundadas en los incorrectos supuestos de Adam Smith antes mencionados, y su presencia constante en los medios de comunicación, muchas veces propiedad de ese mismo establishment. Desde 1960, la Escuela Monetarista y su hija directa, la Escuela de Expectativas Racionales, de Robert Lucas, han ocupado el centro de la escena en universidades, centros de estudio y medios de comunicación. La Escuela de Expectativas Racionales reduce aún más el papel para el Estado de lo que ya lo había hecho la Escuela Monetarista. Un país, según Lucas, no debe hacer nada más allá de cerrar su presupuesto sin déficit. Si el desempleo es de dos dígitos, no debe hacer nada. Si la gente literalmente se muere de hambre, no debe hacer nada. Un buen ministro, para esa escuela, debe dejar en “piloto automático” a la economía de un país, y sólo debe preocuparse de que el gasto público esté íntegramente financiado con recaudación de impuestos. ¿Les suena?

La hipótesis fundamental de Robert Lucas es que el ser humano posee perfecta racionalidad y toma sus decisiones económicas sobre la base de ella. Esta hipótesis psicológica fue duramente criticada, pero Lucas y sus seguidores se escudaron en el razonamiento de que no hacía falta que cada uno de los operadores económicos fuera perfectamente racional, sino que sólo era necesario que el promedio de los operadores económicos se comportara con perfecta racionalidad para que sus teorías fueran válidas. Para Lucas, todas las sociedades del mundo, en todo momento del tiempo, toman sus decisiones económicas con perfecta racionalidad. Las decisiones de consumo, ahorro, inversión se hacen, según Lucas, sabiendo perfectamente bien qué es lo que el gobierno está haciendo en materia económica. Por lo tanto, para Lucas y su gente, cualquier iniciativa estatal para cambiar el rumbo natural con el que una economía se mueve no sólo es inútil sino contraproducente. Es así que Lucas y su gente llegaron a la conclusión de que lo mejor que puede hacer todo gobierno del mundo en cualquier momento, en materia económica, es no realizar nada que no sea mantener el equilibrio fiscal. Es difícil entender cómo puede ser que estas ideas hayan acaparado la atención de economistas y de los medios de comunicación de la manera que lo hicieron. Cualquier economista que no perteneciera a esta corriente y que abjurara de ella era visto poco menos que como un dinosaurio. Nadie se preguntaba cómo puede ser que la teoría económica de todo el planeta estuviera en manos de un ingeniero, como Lucas,  puesto a esbozar teorías psicológicas. Sin el sello de Chicago, las teorías de Lucas probablemente hubieran causado hilaridad y hubieran mandado al ingeniero a construir puentes o edificios, en vez de intentar explicar cómo funciona la economía mundial y la psiquis promedio de toda sociedad. Para Lucas, entonces, si los gobiernos no se meten con la economía, ésta logra muy fácilmente el pleno empleo. Todo es cuestión de que los gobernantes levanten todo tipo de restricciones a la competencia perfecta y cuiden que no haya déficit fiscal. Nada más que eso, y en forma mágica, se llega al pleno empleo. Lucas nos quiere hacer creer que la tasa de crecimiento demográfico en cualquier país iguala, en poco tiempo, la tasa de generación de empleo. Que es lo mismo que decir que la gente opta por reproducirse al mismo ritmo en que se ponen avisos clasificados en búsqueda de obreros y empleados en los diarios. Sin embargo, habría una forma de pensar que Lucas podía tener algo de razón. Ello se da si pensamos la existencia humana con un criterio malthusiano.

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Thomas Robert Malthus, ensayista inglés del siglo XIX, pensaba que mientras las poblaciones humanas se multiplican en forma geométrica, mientras que los medios de subsistencia, como los alimentos, lo hacen sólo aritméticamente. Por lo tanto, la sobrepoblación era, para Malthus, el peor peligro que acechaba al planeta. De esta manera, las guerras, las hambrunas o las epidemias eran “sanos” métodos de corregir el fantasma de la sobrepoblación. El tiempo no dio la razón a Malthus, ya que la población mundial ha crecido increíblemente en los últimos dos siglos. A pesar de ello, el establishment norteamericano es un ferviente creyente de las ideas malthusianas. Baste con señalar que el obsequio que el presidente George Bush le hizo al ex presidente argentino Kirchner en su visita a Washington DC no fue otro que la principal obra de Malthus, llamada Un ensayo sobre el principio de la población, del año 1798. El corolario de la teoría de Lucas es entonces que en forma universal la tasa de crecimiento demográfico iguala la tasa de generación de empleo. Si se posee una filosofía malthusiana, es por supuesto mucho más fácil creer en la Escuela de las Expectativas Racionales. Pero, ¿por qué el establishment, norteamericana, es creyente de Malthus, aun cuando la realidad demostró que no estaba en lo correcto? Porque estiman que es sólo una cuestión de tiempo, hasta que Malthus esté en lo correcto. Como la energía del planeta está basada en recursos no renovables, lo que buena parte del establishment anglonorteamericano cree es que, a medida que el petróleo se agote, Malthus irá teniendo razón. Si no hay energía disponible para transportar los alimentos o para producirlos, una buena parte de la población podría estar destinada a desaparecer. Todo sería cuestión de determinar quienes, y para ello, la élite de negocios norteamericana usa la teoría de otro inglés famoso: Charles Darwin. Darwin fue el creador de la Teoría de la Selección Natural. Esta teoría predica que las especies más aptas, que mejor se amoldan al medio, sobreviven y se reproducen, y las menos aptas perecen y se extinguen. Aplicar una combinación de las principales tesis de Malthus y Darwin a las sociedades implica adoptar una posición racista, en forma sistemática. Pensar en reemplazar la tecnología del petróleo por otra, desde el punto de vista económico, presenta más de un riesgo, ya que un eventual reemplazante barato del petróleo podría poner en un riesgo elevado la salud financiera de las enormes empresas petrolíferas y, por lo tanto, de los mercados financieros en su conjunto. Por otro lado, un reemplazante del petróleo barato y abundante podría sacar de la pobreza a millones de personas.

Lo curioso del caso es que generalmente se enseña en las universidades de todo el mundo que la Escuela Monetarista surgió como una respuesta a las altas tasas de inflación que los elevados déficit presupuestarios causaban en vastas partes del planeta. Sin embargo, en las decadas de 1950-60, en Estados Unidos prácticamente no había inflación y en la gran mayoría de los países desarrollados las tasas de inflación eran relativamente bajas. Queda por ahora en una nebulosa la verdadera causa de estas teorías, precursoras en la realidad de la globalización. Es evidente, entonces, que ha habido poderosos intereses detras de las teorías de la denominada Escuela de Chicago, que han constituido la base para lo que hoy es la globalización. ¿Qué intereses están atrás de la Universidad de Chicago? Pues bien, fue fundada por el magnate petrolero John D. Rockefeller I, creador además del mayor monopolio petrolífero del mundo: la Standard Oil. Esa universidad ha sido siempre un baluarte de la industria petrolera. Pero la industria petrolera no sólo fundó la Universidad de Chicago sino que controla, en forma directa o indirecta a las universidades de Harvard, New York, Columbia y Stanford, y además está presente en otras muchas universidades. Es usual que muchos de los directivos de estas universidades alternen tareas en empresas petroleras o en instituciones financieras muy relacionadas con dicho sector. Sin embargo, hay recursos renovables y otros no renovables. Precisamente el petróleo es un recurso no renovable, por lo que su mercado es de características especiales. La cantidad de petróleo que hay en la Tierra es finita y limitada. Más aún si se tiene en cuenta que, al tratarse de la principal fuente de energía utilizada hoy en el planeta, una eventual brusca escasez no podría ser subsanada mediante el uso de otras fuentes de energía, al menos en forma rápida. Por lo tanto, los efectos de lo que ocurre en el mercado petrolero pueden trasladarse con fenomenal rapidez a todos los otros mercados. Pero los defectos de la Escuela de Chicago no se reducen a desconocer aparentemente este hecho y a negar los descubrimientos de Nash, Lipsey y Lancaster. Quienes intentaron ejercer un verdadero oligopolio en el estratégico mercado de la energía fomentaron la creación y difusión de teorías económicas basadas en la libre competencia, la ausencia de regulaciones estatales, el paraíso del consumidor y la competencia constante de una enorme gama de productores que sólo tienen, en teoría, una ganancia exigua que realizar.

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El petróleo se entiende que es un tema para especialistas, demasiado técnico y con aristas muy económicas. Una cosa de la que no tomamos adecuada conciencia es que la vida entera podría ser analizada desde un punto de vista de la transformación de la energía. Cuando comemos, o nos vestimos, o desarrollamos cualquier actividad diaria, no estamos haciendo otra cosa que procesar energía. O sea, el componente energético, en forma de hidrocarburos, es un factor muy relevante dentro del costo total del producto. Si a su vez tenemos en cuenta que los salarios abonados por el trabajo se gastan también en consumo de energía, debemos concluir que la energía mueve al mundo. La vida es imposible sin energía; la vida urbana se transformaría rápidamente en caótica si hubiera un corte brusco de los flujos energéticos. Pero al hablar de energía no nos referimos a un mercado corriente, fácilmente sustituible por otro, sino que hablamos de supervivencia. Queda claro, entonces, que no da lo mismo que las fuentes energéticas estén basadas en recursos renovables o no renovables. Los recursos no renovables están destinados a agotarse y, si no dan lugar con el paso del tiempo a otro tipo de recursos que los suplanten, puede comenzar un proceso de lucha por la supervivencia. La inteligencia del hombre ha sido capaz de generar asombros científicos incomparables, como la posible manipulación del genoma humano, o podernos comunicar en forma instantánea con alguien en otra parte del planeta. A pesar de todo este enorme progreso, la energía con la cual nos movemos, y movemos todos los bienes, es básicamente la misma que se usaba hace un siglo y medio. Es un recurso no renovable, escaso, contaminante y que ha ocasionado terribles guerras, varias de ellas recientes. ¿No ha sido el hombre capaz de crear un sustituto? No hay planes gubernamentales importantes para fomentar que el petróleo sea reemplazado por un recurso energético renovable. No es nada improbable que los enormes intereses que hay detrás del oligopolio mundial petrolero hayan provocado el silenciamiento de otras posibles fuentes de energía. Cuando hablamos de monopolio u oligopolio mundial petrolero debemos referirnos ineludiblemente a las empresas derivadas de la antigua Standard Oil, compañía creada luego de la guerra civil norteamericana por John D. Rockefeller I.

Rockefeller, en muy poco tiempo, se transformó en un monopolista de la industria petrolera norteamericana. Llegó a concentrar en sus manos el 95% de la exploración, explotación, distribución y venta minorista de gasolina en EE.UU. Siempre pensó que el negocio petrolero debía estar integrado en forma vertical, o sea, una misma firma debe controlar todas las etapas de producción, sin reparar en los medios para obtener el control. Se trataba de una casta monopolista. Si bien Adam Smith había comenzado a idear la tesis del individualismo como base de la competencia perfecta, quienes detentaban el poder económico en Estados Unidos a fines del siglo XIX constituían en realidad una verdadera corporación. Tan corporativo y concentrado era el poder económico que en 1890 el gobierno norteamericano se vio en la obligación de dictar la llamada “Ley Sherman“, legislación antitrust, que tardó 21 años en ser aplicada para el caso del petróleo. Pero los propios bancos, relacionados desde fines del siglo XIX con el clan Rockefeller, facilitaron que la desmonopolización haya sido sólo un intento vano, ya que hay un monopolio en las sombras. Este proceso se agudiza cuando comienza a proliferar una inmensa gama de fondos de pensión e inversión, en los que la población norteamericana coloca sus ahorros y los fondos para su jubilación. Estas entidades, muy relacionadas con los bancos, han invertido ingentes cantidades de fondos en comprar aún más acciones de estas empresas. Como estos fondos de inversión y pensión en muchos casos son propiedad de los bancos de la élite norteamericana, o están relacionados con ellos, ésta ha encontrado una “pócima mágica” no sólo para seguir controlando lo que antes eran monopolios dirigidos de manera unipersonal sino para ejercer su dominio sobre muchos otros sectores a los que no hubiera podido acceder si no se hubiera dado esta singular forma de estructura financiera que existe aún hoy en WallStreet. Poseyendo el 5 o 10% de una empresa, y administrando otra parte, aun cuando no sea de fondos propios sino con los ahorros de la gente invertidos en bancos y fondos de pensión e inversión, se puede controlar totalmente un mercado tan estratégico como el energético.

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Pero el caso del clan Rockefeller no es único. Durante buena parte del siglo XX, el monopolio petrolero anglonorteamericano fue rebautizado como “The Seven Sisters” (Las Siete Hermanas). Pero el proceso de gran concentración del capital vivido en la década de 1990 ha hecho que se dejaran de guardar las apariencias y las empresas petroleras volvieran a fusionarse. De seguir a este ritmo, ya poco faltaría para volver a la primitiva Standard Oil. En efecto, la familia Rockefeller controla los conglomerados petrolíferas Exxon Mobil, Chevron Gulf Texaco y Amoco British Petroleum. Desde hace tiempo, la misma familia también controla al Citibank, el Chase Manhattan Bank, e influye decisivamente en el Bank of America. En realidad, una pequeña élite influye decisivamente en las políticas de las mega empresas de esos sectores. Ello ocurre más visiblemente en los negocios de banca y finanzas, petróleo y energía, laboratorios y salud, educación y universidades. Todas estas ramas de la producción están relacionadas entre sí a través de los clanes elitistas controlantes de los sectores en bloque. No se trata de un esquema cerrado en sí mismo sino con derivados a otros sectores de la actividad como, por ejemplo, la industria de armamentos. Debe tenerse en cuenta que en el oligopolio mundial energético también tiene una vital influencia la empresa Royal Dutch Shell, en parte propiedad de las coronas británica y holandesa, y financiada en buena medida por la familia Rothschild, antigua financista europea de varias coronas reales, sobre todo a la hora de financiar guerras. Se caracterizaba por auxiliar financieramente, a la vez, a los dos bandos. Esta misma familia también es la prestamista original de los Rockefeller y de todo el desarrollo petrolífero, ferroviario y bancario en Estados Unidos, a través de las familias Morgan (banca y ferrocarriles), Harriman (ferrocarriles y altas finanzas) y Rockefeller (petróleo y banca).  Aunque existen algunas otras grandes empresas en el mercado petrolífero mundial, generalmente se trata de compañías estatales de países sin petróleo. En el caso de varios países árabes, el petróleo ha quedado en manos de un monopolio árabe norteamericano (Arameo), cuyo control comparte el clan Rockefeller. Arabia Saudita posee más de un quinto de las reservas mundiales de petróleo que quedan en el planeta. La decisión de ir a Irak e invadirlo contra viento y marea es una decisión estratégica con miras a estar donde está el petróleo, a manejarlo y extraerlo como si fuera propio, y a no depender de la buena voluntad de empresas estatales y líderes nacionales. En suma, a la necesidad de conservar el poder que otorga el tener como propias las escasas fuentes de energía no renovables que hoy resultan fundamentales para la supervivencia humana.

Controlar la energía es tener el poder. Si el más importante recurso energético es escaso y no renovable, como el petróleo y el gas, quienes manejen ese bien tienen el poder. Si las principales fuentes de energía se basaran en recursos renovables, ningún minúsculo grupo podría tener el poder, porque las decisiones humanas de consumo podrían independizarse mucho más de la necesidad de trabajar. O sea, la necesidad de trabajar para vivir en el mundo contemporáneo se debe, en muy buena medida, a que al ser el petróleo un bien escaso, y por lo tanto oneroso, hace mucho más costosos los bienes que consumimos usualmente.Hacia el 2002, quedaban reservas de petróleo compatibles con el consumo actual mundial para 35 años. Es necesario mencionar que ya prácticamente todo el planeta ha sido explorado, quedando algunas dudas aún sobre el potencial que podrían tener un sector de la costa de Groenlandia, el Congo y la cuenca del Níger.  El 70% de todas las reservas mundiales de petróleo se encuentra concentrado en el Golfo Pérsico; Arabia Saudita, Irak, Kuwait, Emiratos Árabes Unidos e Irán. En el plazo de una década, más del 80% del petróleo mundial estaría en esa región. Otro 10% del petróleo mundial también se encuentra en países musulmanes como Libia, Nigeria e Indonesia. Hoy, el 80% de petróleo del mundo está en manos musulmanas, y ese porcentaje tiende a subir con el paso del tiempo. Entonces puede comenzar a quedar un poco más claro el porqué de la frecuente propaganda contra países de origen musulmán, dado que el intento de basar la energía del planeta en un recurso escaso, que se encontrara sobre todo en el subsuelo estadounidense, naufragó a medida que se iban secando los pozos petrolíferos de Texas, y se iban descubriendo cada vez más yacimientos gigantescos en países árabes. A pesar de que estas cifras indican una realidad energética preocupante, el gobierno de George W. Bush mostró una gran lentitud en el estudio de tecnologías masivas qué reemplacen al petróleo. En las próximas décadas, el petróleo estará tan concentrado en tan pocas manos, y tan escaso resultará en Estados Unidos, que ello puede ayudar a explicar la verdadera naturaleza de las guerras que hemos visto en el siglo XXI. La decisión hasta el momento ha sido no sólo ir tras el petróleo, sino también seguir férreamente con la tecnología de ese combustible. Pero ocurre que el petróleo no es como el agua o el aire, ni como el dinero. No se puede extraer al ritmo que se desea ni se encuentra en forma uniforme ni es siempre de la misma calidad.  Por otro lado, hay que tener en cuenta que el petróleo no va a empezar a faltar desde el año en que teóricamente se extinga (alrededor del 2035 – 2040), sino desde cuando se alcance lo que se denomina “techo mundial de producción“.

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El “techo mundial de producción” es la máxima cantidad posible de petróleo que se puede producir en un año y depende de las características geológicas de los pozos, del tipo de crudo o de la tecnología extractiva que se use. Hoy el planeta ha ingresado en la última parte de la curva ascendente del ciclo de producción del petróleo. Al “techo mundial de producción” aún no se ha llegado. Cuánto falta para alcanzarlo es un dato clave para la economía del mundo entero. A partir del momento en que se toque el “techo de producción” mundial, se va a evidenciar una serie consecutiva de bruscas escaseces de petróleo. El mundo habrá alcanzado su máximo ritmo de producción mundial, a partir de cuyo momento, año tras año, habrá cada vez menos petróleo disponible De esta manera, el planeta se encuentra frente a una disyuntiva que debe solucionarse por una importante reducción en la tasa de crecimiento demográfica a escala global; por una muy profunda recesión a escala global que produzca una reducción apreciable en el nivel de vida de la población global como promedio (que es lo que está pasando en Europa); o por el abandono gradual pero acelerado de la tecnología del petróleo. En términos económicos, esa serie de crisis internacionales se verificaría mediante subidas bruscas e imprevistas en la cotización del petróleo y/o con la aparición de nuevas guerras, que sólo alguien muy ingenuo puede creer que casualmente se sitúen cerca de donde existen grandes yacimientos de hidrocarburos, o en las zonas de su paso. Para dar una idea de la magnitud del problema frente al cual estamos, es necesario mencionar que hoy en día más de 85% de toda la energía mundial proviene de hidrocarburos fósiles. Sólo 7% tiene su origen en la energía hidroeléctrica, y en porcentajes menores aún las demás fuentes. Esto implica que no va a ser posible reemplazar los hidrocarburos fósiles con fuentes energéticas hoy existentes, sino que se deberá generar una tecnología alternativa. Lo importante es determinar cuál será el año en el que se produzca el “techo mundial de producción“. A partir de ese momento, despertaremos del largo sueño que hemos venido viviendo y nos daremos cuenta de que la energía es un bien mucho más escaso de lo que nos ha indicado el espejismo de la abundancia. Una buena cantidad de brutales episodios hoy incomprensibles para muchos adquirirá su verdadera perspectiva si no comienza a acelerarse el cambio tecnológico, cosa que va precisamente en dirección opuesta a los intereses del oligopolio petrolero mundial. Si se encuentra un recurso energético renovable y barato para reemplazar al petróleo, los enormes poderes petrolíferos se enfrentarían a una extinción muy acelerada.

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¿Por qué el gobierno norteamericano no aconseja a su poblador ahorrar el máximo posible de petróleo? Tras la invasión al segundo país con más reservas de petróleo del mundo: Irak, y con el planeta ya muy cerca de su límite de capacidad productiva de petróleo, ninguna voz del gobierno norteamericano se alza para aconsejar el ahorro de energía. Mucho más llamativo resulta esto si se tiene en cuenta que la últimos gobiernos estadounidense han sido prácticamente copados por la industria petrolera. El presidente George W. Bush dirigió o formó varias empresas: Arbusto Energy, Bush Energy, Spectrum 7, Harken. Su padre fue cofundador de la polémica empresa Zapata Oil, luego dividida en Zapata Oil y Zapata Offshore. Condoleezza Rice, anterior jefa del National Security Council (NSC), también proviene de la industria petrolera, más específicamente de Chevron. El caso del vicepresidente y ex ministro de Defensa del padre de Bush, Dick Cheney, es todavía más llamativo. Durante la década de 1990 dirigió la empresa Halliburton, principal proveedora mundial de insumos al sector petrolero. Hizo jugosos negocios vendiendo abundante material por miles de millones de dólares a Saddam Hussein para que éste se preparara en su afán de triplicar la oferta de crudo iraquí. El problema que luego se suscitó es que Saddam Hussein decidió excluir a las empresas norteamericanas y británicas del proceso de concesión de los pozos iraquíes, basando su estrategia en contratar sobre todo petroleras estatales de Europa continental. Si Saddam hubiese logrado ese objetivo, dado que el petróleo se está agotando en Estados Unidos y en Inglaterra en forma simultánea, la declinación en el volumen de negocios de las petroleras anglosajonas las hubiera condenado a un brutal achique, por lo que habría un mayor dominio del mercado por parte de las empresas estatales de petróleo. De todas formas, no puede pensarse que el establishment petrolero norteamericano haya sido tomado por sorpresa por la estrategia de Saddam Hussein, dado que la invasión a Irak comenzó a planearse a más tardar en 1997, a través de un reducido núcleo de intelectuales y hombres de acción del Pentágono, entre los cuales se encuentran Paul Wolfowitz, Richard Perle y otros, junto a Francis Fukuyama. El thinktank se llama “Project for the New American Century“. Ese núcleo de gente, que representa el ala más fanática del pensamiento conservador norteamericano, es en realidad una especie de desprendimiento del omnipresente pero siempre misterioso y secreto Council on Foreign Relations (CFR), para algunos el verdadero gobierno en las sombras en Estados Unidos. Esto hace pensar que el establishment petrolero norteamericano le vendía material petrolero a Saddam con objeto de que se fuera construyendo infraestructura a fin de aumentar la producción, al mismo tiempo que planificaba su futuro derrocamiento. Cabe recordar que mientras esto ocurría, los medios de comunicación difundían la noticia de que el jefe de inspectores de armas, en aquel entonces en Irak, Scott Ritter, declaraba que el régimen de Hussein no sólo no tenía armas de destrucción masiva sino que no estaba siquiera en condiciones de generarlas.

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No sólo las guerras en el Golfo Pérsico han sido inducidas por motivos energéticos. La historia política y económica del mundo de los últimos cincuenta años gira en torno a este tema. Los años de “vacas gordas” para las petroleras y “vacas flacas” para la gente fueron generando un problema: los países árabes se fueron enriqueciendo de una manera que algunos en Occidente comenzaban a considerar peligrosa. Los petrodólares empezaban a inundar los mercados financieros. Arabia Saudita se daba el lujo de ser el segundo mayor accionista del Fondo Monetario Internacional, y el Islam amenazaba con transformarse en un polo propio de poder.  Todas las crisis energéticas de las cuales el mundo fue testigo se resolvieron de una única manera: aumentando la producción de combustibles fósiles. Esto es lo que ya no será posible desde algún momento de los próximos diez años, cuando se alcance el “techo mundial de producción”. El gobierno estadounidense no puede desconocer, entonces, la crítica situación del mercado energético, que lo ha llevado incluso a invadir países en forma acelerada. Si sus intenciones son altruistas, no se entiende por qué no existe ya una campaña para el ahorro de combustible hasta encontrar un sustituto del petróleo, sí es que éste no existe ya. La energía es, entonces, el principal limitante a la globalización que, por otra parte, el propio establishment norteamericano propugna como remedio para todos los males sociales y económicos del planeta. Los problemas van a ser muy serios. China, que viene creciendo notablemente, incorporando mensualmente millones y millones de trabajadores a su oferta laboral merced a las exportaciones que viene realizando a Occidente, muy probablemente encontrará que no le resultará posible mejorar la calidad de vida de sus habitantes con el ahorro que significa el trabajo acumulado de centenas de millones de chinos, quienes durante años produjeron y vendieron al exterior privándose de consumir.

La masa de ahorro acumulado en el Banco Central chino, que supera los US$ 350 mil millones, y que sigue creciendo, no podrá destinarse a mejorar la calidad de vida de los habitantes de esa nación porque la restricción energética que se nos viene en forma acelerada comenzará a operar como un serio limitante a la tasa de crecimiento global en poco tiempo. Una elevación importante del nivel de vida de la población china es sólo una quimera si se continúa con la tecnología del petróleo. Se calcula que, si el gobierno chino decidiera brindar a sus habitantes un nivel de vida similar al del americano promedio, el consumo de petróleo mundial aumentaría 50% de un año a otro, con lo que la crisis se produciría ya. En cuanto a Europa, lejos de pensar en la posibilidad de reducir tasas de desempleo, en algunos casos superiores a 10%, debería conformarse, en el mejor de los casos, con mantener estos niveles y crecer lo que se pueda, sí es que se puede. Frente a este panorama, esa actitud invasiva hacia los países que tienen petróleo, y a la vez despreocupada de reducir los niveles de consumo excesivo, por parte del gobierno norteamericano, puede abrir todo tipo de dudas acerca de qué intenciones hay detrás. Es posible que la élite banquera petrolera intente, a fin de continuar con la tecnología energética que le permite concentrar el poder, resolver el problema induciendo una baja en el consumo de energía per cápita. Ello se lograría, en el caso de países del tercer Mundo, con cada crisis económica o financiera que sobreviene en alguno de sus miembros más importantes. incluso esta baja en el consumo per cápita de energía sería aún mas pronunciada si incluso vastas áreas del Primer Mundo (como Europa) las padecieran, a fin de acomodar la demanda de petróleo al declinante período productivo del mismo que en breve sobrevendría en el planeta. Si se lo mira desde esta perspectiva, los supuestos “errores” de apreciación del Fondo Monetario Internacional, que contribuyeron a que se gesten y perduren muchas de las crisis de los últimos años, en realidad no fueron tales, sino que han sido funcionales a esta necesidad de reducir el consumo de energía per cápita.

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Todos sabemos qué es lo que ocurrió el 11 de septiembre de 2001. ¿Sabemos realmente qué es lo que ocurrió? Ese día las Torres Gemelas cayeron, el Pentágono sufrió un ataque y más de 2.000 personas murieron. En esos episodios, el gobierno de George W. Bush acusó a Osama Bin Laden y su red Al Qaeda de ser los autores de esos atentados. Pocos días después, varios ciudadanos norteamericanos recibieron sobres de correo con bacilos de ántrax. Cinco de ellos murieron. Los ataques adquirieron, entonces, otra dimensión. Con todo este marco, Bush logró aprobar fácilmente en el Congreso la denominada “U.S. Patriot Act“, que suspende una variada gama de garantías constitucionales. Bin Laden negó en una primera instancia ser el autor de los atentados. Posteriormente Bush lanzó sus campañas bélicas contra Afganistán e Irak. La historia oficial la conocemos todos. Lo cierto es que hay una gran cantidad de piezas que no encajan. A la luz de los episodios acontecidos y, sobre todo, dado el ocultamiento de los datos energéticos, vale la pena revisar lo ocurrido el 11 de septiembre de 2001, sobre todo si se tiene en cuenta que Afganistán es un país de paso de importantes gasoductos, y que Irak figura segundo en el ranking de reservas petrolíferas mundiales con cerca de 110 billones de barriles de reservas comprobadas, cifra que casi sextuplica el total de reservas que quedarían en Estados Unidos, con las de Alaska incluidas. Veamos algunos de los cabos sueltos de los atentados. La velocidad de crucero de un Boeing es de cerca de 900 km/h. Para dar en un blanco de sólo cinco pisos, como lo es el Pentágono, o de un ancho reducido, como el de las Torres Gemelas, es necesario contar con pilotos profesionales de vasta experiencia. De otra manera, la posibilidad de errar en los blancos en centenas de metros es muy alta. Los tres aviones dieron en el blanco. Sin embargo, los pilotos Mohamed Atta, Marwanal AlShehhi y Hani Hanjour no podían volar siquiera avionetas. En el caso particular de Hanjour, la academia de aeronavegación donde tomó el curso señaló que era incapaz de volar un Cessna 172. A pesar de ello, los terroristas se hicieron con el mando de Boeings 757 y 767, muchísimo más sofisticados. Las informaciones de prensa daban cuenta de que en los alrededores del aeropuerto de Logan, en Boston, apareció una copia del Corán junto a un manual para el manejo de Boeings, el mismo día en que los aviones fueron presuntamente secuestrados. También se informó que los terroristas habían tomado clases de manejo de pequeños aviones en el estado de la Florida, gobernado por el hermano de George W. Bush, y que habrían interrumpido los cursos antes de aprender a aterrizar.  La historia oficial también da cuenta que 19 ciudadanos de nacionalidad mayoritariamente saudí subieron a los cuatro aviones dispuestos a inmolarse utilizando como única arma los cortapapeles y cuchillos de plástico que les fueron servidos en las meriendas. Con esas armas, redujeron a toda la tripulación, tomaron el mando de las naves y las estrellaron en el blanco, produciendo un máximo efecto destructivo.

Durante mucho tiempo, no existió ninguna grabación sobre el ataque al Pentágono. Sin embargo, por ser un objetivo militar, se especulaba con la existencia de gran cantidad de cámaras en los alrededores del mismo. Presionado por la aparición de los libros La terrible impostura y Pentagate, de Thierry Meyssan, el gobierno norteamericano finalmente difundió una breve filmación a la que se le cortaron los cuadros en los que se hubiera podido ver qué clase de objeto impacta contra el Pentágono. En suma, se ve sólo el Pentágono antes del ataque y cuando su pared externa estalla.  El objeto que impactó contra el Pentágono lo hizo de forma horizontal. Si hubiera sido el vuelo 77 de American Airlines, habría requerido un giro de 270″ y un descenso de 7.000 pies volando a 500 millas por hora. Para poder aproximarse al Pentágono de manera horizontal, a fin de maximizar el daño que se produce al edificio, hubiera sido necesario un vuelo rasante, esquivando líneas de alta tensión abundantes en la zona. La distancia entre los dos polos eléctricos de dichas líneas es menor al ancho de un Boeing. No sólo se hubiera necesitado un piloto profesional, sino uno militar.  La lista de muertos del Pentágono proporcionada por la CNN revela que las áreas atacadas fueron las de Presupuesto y Comunicaciones.  Para derrumbar las Torres Gemelas con el impacto de aviones, hubiera sido necesario derretir la estructura interna de acero, tal como la explicación oficial sugería. El acero tiene sus primeros problemas en su estructura cuando alcanza los 550° C. El combustible de aviones no supera los 360° C cuando se enciende. Si se hace memoria, se recordará que la torre sur fue golpeada a las 9:03 am, 18 minutos después de que algo impactara en la torre norte. Sin embargo, la torre sur se derrumba primero. El golpe en la torre norte dio casi exactamente en el centro. En cambio, el impacto en la otra dio en un ángulo, por lo que se presume que el daño que sufrió la estructura interna del edificio fue mucho menor. Una gran cantidad de combustible del avión que impactó en la torre sur se consumió inmediatamente en la explosión que fue vista, por lo que no se explica que la estructura haya colapsado primero.  El tipo de derrumbe que sufrieron ambas torres sólo es usual en demoliciones controladas. No se explica cómo los pisos superiores a los impactos de los aviones no cayeron en bloque, o en forma fragmentada. En los registros fílmicos, esos pisos superiores se desvanecieron. El testimonio de bomberos y sobrevivientes que escucharon detonaciones en pisos inferiores al lugar del impacto de los aviones fue rápidamente suprimido de los medios de comunicación.

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La empresa que llegó primero al lugar de los hechos es Controlled Demolition Inc,. la misma que llegó primero en el atentado de Oklahoma cuando, según la explicación oficial, Tímothy McVeigh, un ermitaño solitario, juntó gran cantidad de explosivos, los colocó cuidadosamente en el Murrah Building, lo detonó y escapó a pie, produciendo la muerte de centenas de personas.  Controlled Demolition Inc. vendió inmediatamente a pequeñas empresas chatarreras los restos de acero de las estructuras de las Torres Gemelas, que a su vez exportaron esos restos con suma rapidez a China y Corea, lo que impidió realizar peritajes forenses que hubieran podido detectar explosivos, restos de los aviones y el estado real de la estructura interna de las torres. El tipo de demolición (limpia) de ambas torres, que afecta sólo una muy reducida parte, es común en procesos de demolición controlada, y altamente infrecuente en aquellas producidas por impactos como los de los aviones. En estos últimos casos, si eventualmente cayeran los edificios, lo harían de forma asimétrica e irregular, cosa que no sucedió. Ni siquiera quedó en pie una parte de la estructura metálica interna de los edificios, lo que hubiera sido esperable, si la versión oficial fuese cierta. Las Torres Gemelas fueron diseñadas para que soportaran el impacto de aviones Boeing 757 y 767, como los que se habrían estrellado. El presidente George W. Bush, el 4 de diciembre de 2001, a la pregunta de “¿Cómo se sintió usted cuando escuchó las noticias sobre el ataque?“, dijo lo siguiente: “No podría usted creer en el estado en que estaba cuando escuché acerca del ataque terrorista. Yo estaba en Florida. Y mi jefe de Gabinete, Andy Card —en realidad, yo estaba en un aula hablando acerca de un programa de lectura que funciona bien. Yo estaba sentado fuera del aula esperando entrar y vi un avión golpear la torre—, la TV estaba obviamente encendida. Y yo solía volar, yo mismo, y dije: ‘Bueno, qué pésimo piloto’. Pensé: ”Debe haber sido un horrible accidente”. Pero estaba sorprendido, y no tuve mucho tiempo para pensar sobre el tema. Y estaba sentado en la clase, y Andy Card, mi jefe de Gabinete, quien está sentado aquí conmigo, entró y dijo: ‘Un segundo avión golpeó la torre. América es atacada’“. Hasta dos veces el presidente Bush se refirió al primer ataque a las torres. Sin embargo, ninguna cadena pública ni privada de televisión transmitió en directo el primer atentado. ¿Cómo hizo Bush para ver el primer impacto contra las torres? Hasta dos años más tarde, sólo habría un registro fílmico del primer impacto. En dicho registro, hecho por dos hermanos franceses que estaban casualmente filmando un documental sobre los bomberos en el bajo Manhattan, sólo se ve al avión un segundo y medio antes de impactar en las torres. Obviamente, ningún canal de TV abierta ni de cable estaba transmitiendo en directo el impacto contra la primera torre. Si lo vio, significa que le trasmitieron el atentado por circuito cerrado de televisión, y que sólo ingresó a la escuela donde lo esperaban una vez que estuvo seguro de que la operación había sido exitosa. Que en aquella escuela en Miami el presidente Bush estaba con la cabeza en otro lado lo explica el material fotográfico, que muestra cómo leía un libro escolar al revés.

En los días previos a los atentados, sobre todo entre el 6 y el 7 de septiembre, hubo una gran e inusual actividad en WallStreet, con opciones de venta de acciones de American Airlines y United Airlines. En el caso de American Airlines, se negociaron nada menos que 4.744 contratos de venta contra los alrededor de 300 usuales por día. Se dijo que iba a haber una investigación al respecto, lo que hubiera llevado fácilmente a detectar quién sabía que se iban a realizar los atentados. Las operaciones financieras habían sido realizadas en el Deutsche Bank/ABBrown. Nunca se reveló quién fue el que compró esas opciones de venta. Lo que sí se sabe es que hasta 1998 el Deutsche Bank/ABBrown era dirigido por A.B. “Buzzy” Krongard, desde esa fecha director ejecutivo de la CÍA.  La tesis oficial dice que uno de los cuatro aviones presuntamente secuestrados se estrelló en las cercanías de Pittsburgh, al arrebatar los pasajeros el control de la nave a los terroristas. Sin embargo, restos de la nave fueron encontrados al otro día a ocho millas del lugar del impacto, por lo que no cabe más que pensar que en realidad este vuelo estalló en el aire. Como hemos explicado, para que las torres se cayeran era necesario que la estructura interna de acero se derritiera. Sin embargo, visualmente se observa cómo los incendios producidos por los impactos se apagan lentamente, por lo que la temperatura debía estar reduciéndose en el momento de las demoliciones. Thierry Meyssan, enLa terrible impostura y en su sitio oficial de Internet Réseau Voltaire, demuestra cómo, en el caso del Pentágono, el tamaño del Boeing que supuestamente impactó contra el mismo  no entra en el hueco producido. En las fotos tomadas en el área del Pentágono, una vez  producido el desastre, no aparecen rastros del fuselaje del avión, de cuerpos ni de equipaje alguno. La CÍA respondió a Meyssan que la ausencia de rastros de fuselaje se debió a que el aluminio del mismo se consumió íntegramente en el impacto. Meyssan preguntó a la CÍA cómo es que los familiares de los muertos en el Pentágono recibieron urnas con las cenizas de los fallecidos, identificados por las huellas dactilares, si las temperaturas habían derretido al aluminio. No obtuvo respuesta.  Meyssan también comenta en La terrible impostura que varios de los supuestos 17 terroristas inmolados en el ataque están vivos, en Arabia Saudita. La explicación oficial acerca del derrumbe de las torres establecía que el mismo fue posible porque las vigas que ligaban la estructura interna con la externa eran extraordinariamente finas y fueron debilitadas hasta colapsar por el impacto de los aviones y el calor de los incendios. Pero hay evidencia fotográfica de que dentro de las torres había fuertes y sólidas conexiones entre la pared externa y el núcleo central.  Aunque las ediciones periodísticas de material fílmico del 11 de septiembre no suelen mostrar imágenes completas de las torres anteriores a su caída, varios telespectadores recuerdan haber visto en la transmisión original explosiones cerca de la planta baja.

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La velocidad del derrumbe de las torres puede calcularse en seis pisos por segundo. Esa velocidad es sólo compatible con un total colapso de la estructura central de las mismas. Un colapso de esas características requeriría explosiones en niveles significativamente más bajos de los niveles en los que impactaron los aviones. Si sólo los aviones hubieran producido el derrumbe, la demolición resultante habría sido de piso en piso, a una velocidad máxima de un piso por segundo, lo que hubiera hecho demorar la caída de cada una de las torres en más de un minuto. Los sismógrafos de la Universidad de Columbia, ubicados 21 millas al norte del World Trade Center, grabaron una extraña actividad sísmica el 11 de septiembre de 2001 que aún no ha sido explicada. Mientras que los impactos de los aviones causan mínimos temblores de tierra, las agujas de los sismógrafos registraron significativos movimientos antes de cada derrumbe. Dichos movimientos sísmicos serían compatibles con detonaciones o explosiones de gran poder cercanos a la planta baja de ambas torres. La cepa con la que se produjo el ataque de ántrax es científicamente denominada Ames. Su producción se realiza únicamente en Estados Unidos. En una serie de notas aparecidas en el New York Times, el periodista Nicholas Kristof descubre que el mayor sospechoso de los envíos del ántrax es un científico que trabaja para el gobierno de George W. Bush, llamado Steven Hatfill, quien habría colaborado con dos regímenes racistas, Sudáfrica y Rhodesia, país este último donde hubo una epidemia de ántrax afectando a 10.000 granjeros negros entre 1978 y 1980. La Federación de Científicos Americanos, por medio de la doctora Bárbara Kosenberg, expresó también que el FBI sabía que el autor de los ataques era un norteamericano con una evidente conexión con el programa de biodefensa, pero no lo detenía. El 16 de mayo de 2002 un gran escándalo se desata en EE.UU. La corresponsal de la cadena ABC en la Casa Blanca, Ann Compton, quien al momento de los atentados se encontraba junto a George W. Bush en Florida cubriendo la visita del presidente a la escuela, declaró que Bush estaba al tanto de los atentados antes de que éstos se produjeran. La prensa la comenzó a presionar entonces para que dijera cómo lo sabía. Compton solo atinó a decir: “Lo leí en sus ojos“. Los familiares de Bin Laden que residían en EE.UU. fueron evacuados hacia Arabia Saudita sólo 48 horas tras los atentados. No fueron interrogados por los servicios de inteligencia norteamericanos acerca del paradero ni las actividades de Osama. Al mismo tiempo, en menos de 24 horas, y casi sin los peritajes suficientes, los medios masivos de comunicación ya aseguraban de manera concluyente que el autor de los atentados era la red Al Qaeda de Bin Laden.

Extrañamente, las Torres Gemelas, que habían sido construidas por iniciativa de los hermanos Rockefeller, fueron alquiladas por 99 años en unos 3 mil millones de dólares, sólo siete semanas antes de los atentados, por un empresario. Su nombre, Larry Silverstein, que poseía . el club nocturno “Runway 69” en Queens. Su cabaret se vio ligado a escándalos por tráfico de heroína de Laos, lavado de dinero y corrupción a la policía de Nueva York. ¿Cómo un empresario de estas características pudo acceder al alquiler por 99 años de las Torres Gemelas siete semanas antes de su colapso?  Estos son algunos de los muchos cabos sueltos de la versión oficial del ataque terrorista que sufrieran los Estados Unidos. A raíz de éstos no sólo la administración de Bush comenzó a tener un pretexto para invadir países estratégicamente esenciales desde el punto de vista energético. También pudo aprobar en el Congreso una legislación que suspende en Estados Unidos garantías constitucionales esenciales, como la “U.S. Patriot Act“, aprobada por el Senado norteamericano el 24 de octubre de 2001. El gobierno de Bush también aprobó la Executive Order 13.233, que autoriza a un presidente o ex presidente norteamericano a mantener en secreto información confidencial. Incluso, sí el presidente en cuestión fallece, su familia puede optar por seguir manteniendo el secreto. En septiembre de 2002, la Casa Blanca lanza un documento denominado “The National Security Strategy of the United States of America“, por el cual reemplaza la denominada “doctrina de la seguridad nacional” por la “doctrina del ataque preventivo“. Por medio de esta legislación, el gobierno de Bush se reserva el derecho de atacar preventivamente cualquier nación del mundo que considere sospechosa de albergar intenciones terroristas.  Como hemos visto, muchos cabos sueltos han quedado de lo ocurrido el 11 de septiembre de 2001. Sin embargo, de algo no caben dudas: la administración Bush-Cheney ha podido utilizarlo para invadir terceros países y para ejercer un mucho mayor control interno de su población. Pero, ¿quién era Osama Bin Laden?  Los primeros problemas graves entre Osama Bin Laden y Estados Unidos datan de 1990, cuando tras una estrecha colaboración con la CÍA para vencer al régimen soviético en Afganistán, Osama, según la versión oficial, rompe con George Bush padre, al oponerse a que sean los norteamericanos quienes desalojen a Saddam Hussein de Kuwait. Osama, según fuentes oficiales, deseaba generar una coalición panárabe para deponer a Saddam Hussein. De allí que resulte doblemente ridículo suponer una posterior colaboración entre Saddam Hussein y Osama Bin Laden. Cuando Bush padre, luego de la guerra, decide dejar las tropas norteamericanas que habían ganado la guerra en territorio saudí, rompiendo su palabra de evacuarlas apenas concluyera el conflicto, las relaciones con Osama empeoran. No ocurre lo mismo con los vínculos entre el clan Bin Laden y el gobierno de Bush padre, dado que al clan Bin Laden, primer emporio de la construcción en Arabia Saudita, se le adjudican las obras para edificar las bases norteamericanas en aquel país.

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La primera confrontación grave con Osama ocurrió en 1992, cuando Estados Unidos desembarcó en Somalia bajo la bandera de la ONU. En esa invasión antiguos combatientes afganos participaron de una operación en la que murieron 18 soldados norteamericanos. Estados Unidos culpó a Osama Bin Laden. El gobierno saudí le retiró la ciudadanía y Osama se refugió en Sudán, donde realizó inversiones de gran envergadura. Posteriormente, Sudán expulsó a Osama Bin Laden al ser acusado de fomentar un complot para matar al presidente egipcio Hosni Mubarak, lo que implicó su retorno a Afganistán. En junio de 1996 fue acusado de instigar un atentado contra una base militar en Arabia Saudita, en el que murieron 19 soldados norteamericanos. En agosto de 1998 se produjeron dos explosiones simultáneas en las embajadas norteamericanas en Kenia y Tanzania, que causaron casi 300 muertos y 4.500 heridos. El gobierno de Clinton acusó de estos atentados a Bin Laden, quien con su red Al Qaeda tenía base en Afganistán al amparo del régimen fundamentalista talibán de ese país. Al respecto, vale la pena citar a Peter Bergen, quien en su obra Guerra Santa S.A. nos sugiere mucho sobre el propio origen del régimen talibán. Muestra claramente cómo el movimiento terrorista de Bin Laden no sólo fue sostenido por Paquistán y su servicio secreto, sino que su propio inicio hubiera sido imposible sin la ayuda de este país, principal aliado de EE.UU. en la zona. Según nios cuenta Peter Bergen: “Los partidos islámicos paquistaníes, y la poderosa agencia de espionaje del Estado, Inter Service Intelligence (ISO), desempeñaron un papel decisivo en el ascenso al poder de los talibanes… De hecho todo empezó con un grupo de estudiantes religiosos afganos que, aparentemente salidos de la nada, tomaron la ciudad meridional de Kandahar en 1994… En 1999 un funcionario estadounidense destinado a Paquistán me sorprendió con la noticia de que diez mil de los treinta mil soldados talibanes procedían de Paquistán. Un asombroso 30% largo”. Lo cierto es que, a pesar de que, para sobrevivir, Afganistán necesita de la ayuda de Pakistan, el mayor socio histórico de EE.UU. en la zona, en mayo de 2001, poco antes de la caída de las Torres Gemelas, Donald Rumsfeld, secretario de Defensa de Bush, dijo a la prensa que Bin Laden no sólo poseía armas bacteriológicas y químicas sino que estaba a punto de ensamblar una bomba atómica. La persecución a escala mundial contra Osama Bin Laden se produce luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001.

Un punto que debería llamar la atención es el nombre que Bin Laden eligió para su grupo terrorista: Al Qaeda. Se supone que los sectores árabes fundamentalistas escogen nombres con alegorías religiosas para bautizar a esos grupos. Sin embargo, un supuesto terrorista mundial a gran escala, se supone que es unos de los más fanáticos integristas del mundo. Pero Bin Laden eligió el nombre de Al Qaeda. ¿Qué significa Al Qaeda? Al Qaeda significa sólo “base de datos“. Se trataba de la base de datos que Bin Laden iba construyendo con los fanáticos musulmanes que se acercaban a Afganistán para combatir a la Unión Soviética a inicios de la década de 1980. Según los franceses Jean Charles Brisard y Guillaume Dasquié, en su obra The forbidden truth, los grupos petroleros norteamericanos estaban muy preocupados porque Moscú y Pequín multiplicaban acuerdos para construir gasoductos que podrían monopolizar el transporte del gas de Asia Central. En el verano del año 2000, había empezado a funcionar un oleoducto ruso que pasaba a través del mar Caspio mientras que su competidor, un oleoducto norteamericano que desembocaría en Turquía, seguía siendo sólo un proyecto. Para Brisard y Dasquié, si la situación seguía así, pronto los campos de petróleo y de gas de Kazajstán, Turkmenistán y Uzbekistán, que pertenecerían a compañías norteamericanas, estarían conectados exclusivamente a oleoductos y gasoductos controlados por Rusia y China. Las negociaciones con los talibanes habían sido hechas en un principio por una ex funcionaría de la CÍA: Christina Rocca. En su obra, Brisard y Dasquié narran, además, una muy curiosa situación acaecida mientras Estados Unidos supuestamente deseaba extraditar a Bin Laden. Concretamente mencionan que en julio de 1999 Clinton recibió oficialmente al primer ministro paquistaní Sharif, en Washington. En esa reunión el primer ministro paquistaní aceptó pedirle al jefe de su servicio secreto (ISI) que viajara a Afganistán para tratar de convencer a los talibanes de que extraditaran a Osama Bin Laden. El 12 de octubre de 1999, justo cuando se iba a resolver el cierre de los campos de entrenamiento de terroristas en la frontera entre Afganistán y Paquistán, y la posible entrega de Bin Laden, el general Musharaf da un golpe de Estado en Paquistán, derroca a Sharif, y los esfuerzos para entregar a Bin Laden y acabar con los campos de entrenamiento de terroristas quedan en la nada. Se trata de un dato más que sugestivo, dado que Paquistán sigue siendo aún hoy un aliado incondicional de Estados Unidos. El servicio secreto paquistaní (ISI) es uno de los mejores socios que posee la CÍA. Cabe preguntarse si los norteamericanos y su central de inteligencia deseaban capturar verdaderamente a Bin Laden. Estados Unidos tenía la alternativa de sacar el gas a través de los puertos turcos, como bien señalaron Brisard y Dasquié. Pero no había comenzado a construir el gasoducto. Víctor Ducrot, en su libro Bush y Bin Laden S.A., dice que si bien un oleoducto a través de Turquía no sólo era factible sino que hubiera evitado guerras e invasiones, las petroleras anglo norteamericanas no desean por el momento sobrecargar la salida de petróleo a través de países de Medio Oriente. Por lo tanto, si la opción era hacerlo a través de India y Paquistán, Afganistán se convertía en una pieza vital.

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Pero difícilmente Estados Unidos e Inglaterra se hubiesen embarcado en una campaña bélica para controlar Afganistán, sólo para tener una zona de paso alternativa para el 1,5% del petróleo mundial y el 4% del gas mundial. Evidentemente, hay algo más. En primer lugar, puede pensarse que el negocio de producción y tráfico de armas depende, para florecer, de que haya guerras. Si hay guerras, aumenta el consumo e inversión en armas. El negocio de armamentos está casi monopolizado a través de unas pocas empresas norteamericanas e inglesas, tales como Northrop Grumman, Lockheed Martin, Raytheon, Dyncorp, United Technologies, General Dynamics y Boeing McDonnell Douglas. Dichas empresas suelen ser dirigidas por los mismos directivos y ex directivos del Pentágono, electos por los presidentes norteamericanos y financiados masivamente por el oligopolio banquero petrolero de los clanes Rockefeller, Rothschild, Morgan, Harriman, etc. La cada vez más escasa prensa independiente norteamericana suele llamar a este proceso mediante el cual altos funcionarios del Pentágono y de la CÍA alternan cargos ejecutivos en bancos, petroleras y empresas de armamentos: “the revolving door” (o sea,”puerta giratoria“). Este factor adquirió características escandalosas cuando el número dos del Pentágono, Richard Perle, debió renunciar al comprobarse que estaba en negocios personales con empresas de armamentos, inmediatamente antes de la campaña en Irak. Pero el negocio de armas, si bien voluminoso y muy lucrativo, tampoco alcanzaría a explicar que se lleven a cabo una guerra y un gasto militar permanente financiados a través de los bolsillos de los trabajadores norteamericanos, en una zona en la que casi no hay petróleo, y si bien hay gas natural, tampoco es extraordinariamente abundante. Menos aún, si hay posibilidades de sacar el gas vía Turquía. Podemos comenzar a tener una idea más clara de qué hay otros factores en juego que puedan explicar la campaña en Afganistán y el golpe de Estado en Paquistán.  En su libro Dreaming war. Blood for oil and the Cheney-Bush junta, el escritor e historiador Gore Vidal señala que el matutino paquistaní The News, un día antes del atentado del 11 de septiembre, mencionaba que el jefe del servicio secreto paquistaní (ISI), Mamoud Ahmed, llevaba ya una semana en Washington, levantando especulaciones debido a las misteriosas reuniones que tenía en el Pentágono y el National Security Council. Vidal también señala que The Times of India posteriormente informa acerca de la renuncia de Mamoud Ahmed debido a que India mostró sus evidentes lazos con uno de los terroristas que volaron el World Trade Center. Incluso, ese matutino informa que las autoridades norteamericanas pidieron su remoción luego de confirmar que Ahmed hizo una transferencia bancaria de 100 mil dólares al terrorista Mohamed Atta, para que realizara los atentados. De ser correcta la información proporcionada en el libro de Vidal, los atentados los habría financiado el jefe de la agencia de espionaje paquistaní, el mayor colaborador de la CÍA en la región, quien, por si eso fuera poco, estaba en Washington en el preciso momento en que se cometieron, en conversaciones secretas. Si esto es cierto, la información que proporcionan Brisard y Dasquié adquiere otra dimensión: las autoridades norteamericanas decían que querían encontrar y extraditar a Osama Bin Laden. Pero ¿era esto realmente cierto?

Thierry Meyssan señala en La terrible impostura que Osama Bin Laden, pocos meses antes de los atentados, viajó a Dubai para hacerse atender una afección renal, y que incluso fue visitado por un miembro de la CÍA. Por lo tanto, ¿deseaba realmente Estados Unidos extraditar a Bin Laden?  Para encontrar una respuesta a estos interrogantes, podemos referirnos al libro War and globalization, de Michel Chossudovsky. La estrecha relación entre la CÍA y el ISI paquistaní, cuya cabeza habría financiado los atentados, venía del año 1979, cuando ambas centrales conjuntamente lanzaron una campaña para transformar la Jihad afgana contra la Unión Soviética en una guerra global de todos los Estados musulmanes contra Moscú. Interrogado el ex asesor de seguridad del presidente Carter, Zbigniew Brzezinski, acerca de la mayor operación de la CÍA de toda la historia, lanzada en 1979, sobre si no habría que lamentar la incentivación norteamericana al fundamentalismo islámico, respondió: “¿Qué es más importante para la historia del mundo? ¿Los talibanes o el colapso del imperio soviético? ¿Unos musulmanes enojados o la liberación de Europa Central y el fin de la Guerra Fría?”. Chossudovsky revela que la CÍA financiaba secretamente la Jihad islámica a través del ISI. Más aún, la relación entre la CÍA y el ISI se había fortalecido cuando el general Zia Ul Haq dio un golpe de Estado en Paquistán hacia fines de los años ’70. De acuerdo con Chossudovsky, Paquistán era más agresivamente antisoviético que los propios Estados Unidos. Poco antes de que la Unión Soviética invadiera militarmente a Afganistán en 1980, Zia Ul Haq envió al jefe del ISI a desestabilizar los Estados soviéticos de Asia Central. La CÍA era más cauta que los paquistaníes. Ambos Estados, Paquistán y Estados Unidos, tomaron una postura engañosa sobre Afganistán, demandando públicamente un acuerdo, mientras privadamente creían que la escalada militar era la mejor metodología para debilitar a los soviéticos. Se trata de la misma que emplearon respecto de Bin Laden: buscarlo, pero nunca encontrarlo. A la luz de todo esto: ¿cómo puede ser entonces que la financiación de los atentados a las Torres Gemelas las haya realizado el jefe del ISI?  Chossudovsky proporciona al respecto información reveladora. Según la DEA (Drug Enforcement Agency), en el año 2000 Afganistán producía más de 70% de la cosecha de opio mundial, con el cual se elabora la heroína. En dicho año, el gobierno talibán prohibió el cultivo de opio, por lo que la producción mundial colapso en 70%. En el año 2002, una vez que Estados Unidos derrocó al gobierno talibán y colocó en su lugar a Hamid Karzai, la producción afgana de opio volvió a aumentar a entre 45.000 y 65.000 hectáreas cultivadas. El narcotráfico mueve por año unos 500 mil millones de dólares. Se calcula que el negocio de la droga en Afganistán puede llegar a ser fuente hasta de unos 200 mil millones de dólares anuales.

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En un artículo titulado “Osama Bin Laden, un guerrero de la CÍA“, el 23 de septiembre de 2001, Chossudovsky dice lo siguiente: “La historia del comercio de drogas en Asia Central está estrechamente relacionada con las operaciones encubiertas de la CÍA. Antes de la guerra soviético-afgana, la producción de opio en Afganistán y Paquistán estaba dirigida a los pequeños mercados regionales. No había una producción regional de heroína. Al respecto, el estudio de McCoy confirma que en los años de la operación de la CÍA, las tierras fronterizas entre Afganistán y Paquistán se volvieron el productor número uno del mundo, proveyendo 60% de la demanda estadounidense. En Paquistán, la población adicta a la heroína ascendió de casi cero en 1979 a 1,2 millones en 1985. Un incremento más acelerado que en cualquier otra nación. Los activos de la CÍA controlaban este comercio de heroína. En cuanto a los guerrilleros mujaidines tomaban el territorio en Afganistán, ordenaban a los campesinos plantar opio, como un impuesto revolucionario. Cruzando la frontera, en Paquistán los líderes afganos y los cárteles locales bajo la protección de la inteligencia paquistaní (ISI) operaban cientos de laboratorios de heroína. Durante esta década, la agencia estadounidense de combate a las drogas (DEA) no logró en Islamabad arrestos ni detenciones importantes“. Podemos advertir, entonces, que la imagen de un Osama Bin Laden a la vez multimillonario y religioso fanático puede resultar más que irreal. Cuesta pensar que Bin Laden, financiado por el ISI paquistaní, haya estado ocupado exclusivamente en el entrenamiento de fanáticos religiosos, potenciales suicidas, mientras a su lado, bajo su directa vista, el ISI y los activos de la CÍA que Chossudovsky señala se llenaban los bolsillos mediante el narcotráfico. En este punto, vale la pena señalar lo siguiente: el presupuesto anual de la CÍA ronda los 35 mil millones de dólares. Con ese dinero, la CÍA debe realizar operaciones secretas en prácticamente todo el mundo. Sí la CÍA sólo contara con un presupuesto de 35 mil millones de dólares, poco y nada podría hacer en el mundo. Esto puede explicar mejor por qué los talibanes fueron desalojados del poder por el gobierno de Bush, justo luego de haber prohibido el cultivo de opio. En este punto vale la pena señalar que George Bush padre llegó a ser director de la CÍA durante el mandato del presidente Ford, y que habría dejado en dicho organismo una enorme cantidad de amigos. El expresidente George W. Bush tenía además una muy estrecha relación con el director de la CÍA, George Tenet. Finalmente, cabe señalar que, en su visita a Estados Unidos entre el 4 y el 13 de septiembre de 2001, el general Mamoud Ahmed, presunto financiador de los atentados a las Torres Gemelas, se entrevistó con el director de la CÍA, George Tenet, con el subsecretario del Departamento de Estado, Richard Armitage, y con el senador Joseph Biden, jefe del Comité de Relaciones Exteriores del Senado. Si Vidal y Chossudovsky tienen razón, toda la serie de guerras que hubo en los últimos años cobra una dimensión totalmente diferente.

George Bush padre preparó, en 1990, una auténtica campaña de mentiras y engaños para poder realizar la guerra contra Irak. ¿Qué es lo que había ocurrido realmente en el Golfo Pérsico? ¿Es cierto que Saddam Hussein invadió cruelmente Kuwait en 1990? Webster Tarpiey y Antón Chaitkin echan luz sobre el tema de la biografía no autorizada de George Bush padre. Lo que ocurrió habría sido lo siguiente: a inicios de los años ’80, Irán e Irak, dos países petroleros, se enzarzaron en una cruel guerra en la que Estados Unidos, gobernado por la dupla Reagan-Bush, tomó una decisión salomónica: financiar a ambos bandos y venderles armas a los dos países. A consecuencia de ello, se desarrolló una prolongada guerra que terminó en empate. Saddam Hussein habría acumulado rencor contra sus vecinos saudíes y kuwaitíes, que lo habrían dejado en soledad, frente a las hordas chiítas iraníes, de diferente raza que la árabe y de pronunciadas diferencias religiosas y culturales con los sunnitas, mayoritarios en Arabia Saudita, Kuwait y en la élite de Irak, La situación de Hussein era especialmente complicada si se tiene en cuenta que, mientras Irán posee 60 millones de habitantes, Irak sólo llega escasamente a la tercera parte. Si además se tiene en cuenta que 70% de la población iraquí es chiíta, fácilmente se puede caer en la cuenta del grado de soledad que tuvo que soportar el sunnita Saddam Hussein durante esa guerra. Una vez concluida, Saddam Hussein aumenta su nivel de rencor contra el emir de Kuwait al observar que la política petrolera saudí y kuwaití era producir al mayor ritmo posible, deprimiendo artificialmente el nivel de precios mundiales del crudo, que era funcional a los intereses de las petroleras anglonorteamericanas en los años ’80. Además, Irak y Kuwait comparten uno de los mayores yacimientos petrolíferos del mundo: los campos de Rumeila. Kuwait extraía petróleo de ese yacimiento a un ritmo frenético, lo que motivó que Hussein entendiera que el emir de Kuwait estaba robando petróleo que correspondía a Irak. En 1990, Hussein  informó a la embajadora de Estados Unidos en Irak, April Glaspie, que su intención era invadir Kuwait. La embajadora Glaspie consultó con el Departamento de Estado y con el presidente George Herbert Walker Bush, quien no emitió opinión, comentario ni trató de disuadir a Hussein de la invasión, lo que fue interpretado por él mismo como una carta blanca. Hussein entendió entonces, erróneamente, que Estados Unidos no reaccionaría. El padre de Bush le había tendido una trampa que le daba la excusa para debilitar al líder árabe más reacio de domesticar y poner un pie en el país con mayores reservas petrolíferas del mundo: Arabia Saudita, y en Kuwait.  La estrategia del padre de Bush, si bien triunfadora en el campo de batalla, con el correr de los años significó la pérdida de la guerra, dado que nunca se produjo el golpe de Estado interno que la industria petrolera deseaba.

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Ocurre que a Estados Unidos no le venía bien cualquier tipo de golpe contra Saddam Hussein. Noam Chomsky, lingüista, filósofo y activista estadounidense, en su libro Estados canallas, señala: “En 1991, inmediatamente después del cese de las hostilidades, el Departamento de Estado reiteró formalmente su negativa a tener ningún trato con la oposición democrática iraquí, e igual que antes de la Guerra del Golfo (la primera) el acceso a los principales medios de comunicación estadounidenses les fue virtualmente denegado. (…) Era el 14 de marzo de 1991, mientras Saddam estaba diezmando a la oposición en el sur bajo la mirada del general Schwarzkopf, quien se negó incluso a permitir que los oficiales militares rebeldes tuvieran acceso a las armas iraquíes capturadas. (…) Oponiéndose a una rebelión popular, Washington esperaba que un golpe militar desplazara a Saddam, y entonces Washington tendría lo mejor de todos los mundos: una junta iraquí con puño de hierro sin Saddam Hussein“. La situación derivó nuevamente en guerra cuando Hussein decidió ignorar a las petroleras anglonorteamericanas a medida que Irak retornaba al mercado internacional del petróleo. Las relaciones de la familia Bush con jeques, emires e industriales de origen árabe no son nuevas. En realidad, uno de los nexos de más larga data de la familia Bush con familias árabes fue la cordial y lucrativa relación con la familia Bin Laden. Dicho vínculo se habría solidificado después de 1968, año en el cual el patriarca familiar Mohamed Bin Laden murió en los campos petroleros de la familia Bush, en Texas.¿Cómo murió?. Cayó el avión en que iba. Los negocios de la familia Bin Laden, a partir de ese momento, fueron manejados por el hermano mayor de Osama, Salem Bin Laden. Salem compartía el poder con doce de sus hermanos. Cuando el presidente George W. Bush funda la empresa Arbusto Energy en 1978, Salem Bin Laden se transforma en uno de sus principales inversores. Salem Bin Laden nombró como su representante exclusivo en Estados Unidos a James Bath, quien declaró posteriormente haber sido agente de la CÍA, y haber sido reclutado por el propio George Bush padre en persona, cuando fue director de la CÍA en 1976. Bath además había sido compañero de Bush júnior en la Texas Air National Guard. Bath invierte varios millones de dólares en los fallidos emprendimientos petrolíferos de Bush. Repite tantas veces a quien quiera oírle que ese dinero no provenía de la familia Bin Laden, que logra el efecto precisamente contrario en la prensa texana de la época.

Bath no solamente manejaba los intereses del Bin Laden Group en Estados Unidos sino también los de un jeque saudí, precisamente cuñado de Osama Bin Laden: Khalid Bin Mahfouz. Mahfouz se transforma en el heredero directo del grupo Bin Laden en Estados Unidos cuando en 1988 sucede un trágico y triste episodio: en Texas, muy cerca de la propiedad de la familia Bush. En las cercanías de San Antonio, fallece inesperadamente Salem Bin Laden. ¿Cómo ocurrió este trágico episodio? Coincidencia: Cayó el avión en que iba. En el caso específico de Salem Bin Laden, el accidente producido el 29 de mayo de 1988, justo el Memorial Day, despertó la atención de todos los lugareños, dado que Salem era un experto piloto, con más de 12.000 horas de vuelo. Por lo tanto, no se entendía cómo, en un día despejado y sin vientos, en vez de doblar hacia la izquierda dobló a la derecha y se fue a enredar en cables de alta tensión, lo que provocó su inmediata muerte. Quien comenzó a manejar el grupo desde ese trágico momento, Bin Mahfouz, cuñado de Osama, tenía todas las características de un as de las finanzas. Tanto es así que fue un importante accionista del banco (tenía 20%) que provocó la mayor quiebra financiera de todas las épocas, en todo el mundo, estafando a pequeños ahorristas por la friolera de 10 mil millones de dólares. En efecto, en 1991, precisamente durante la presidencia de Bush padre, cae el Bank du Crédit et Commerce International (BCCI), fundado por un paquistaní y con conexiones finales en importantes bancos suizos y la CÍA, agencia que había sido dirigida hasta hacía poco por el propio Bush padre. Se señalaba que el BCCI era un emporio de corrupción global que lavaba el dinero de la droga que se producía en Afganistán, donde estaba Osama, financiaba las actividades terroristas de los mujaidines afganos, manejaba los fondos del cártel de Medellín y los ahorros del general Noriega en Panamá. Fue difícil para Bush padre defenderse en este tema. Para eso usó a uno de sus colaboradores en el Departamento de Justicia: Robert Mueller III, luego máxima cabeza del FBI y máximo responsable de la investigación de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. Si los negocios de la droga, de las armas y del terrorismo mueven gigantescas cifras, es obvio que necesitan de entidades financieras mediante las cuales puedan ingresar esos enormes recursos en la economía legal. El crimen organizado también necesita de bancos que puedan lavar fondos de grandes operaciones o acontecimientos relacionados con el crimen. Por lo tanto, siempre deben existir grandes bancos que puedan actuar a la vez en el marco legal y en el mundo criminal. Una investigación a fondo del BCCI hubiera implicado probablemente no sólo a George Bush padre. El problema que presentaba el caso BCCI era que comenzaba a verse la real dimensión existente entre el crimen organizado y la CÍA, Y en tal sentido, la CÍA podía llegar a resultar el último bastión tras el cual se escudaba la propia élite banquero petrolera anglonorteamericana.

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Por si fuera poco, el BCCI también estaba implicado en préstamos al terrorista palestino Abu Nidal y a Khun Sa, responsable del comercio de la heroína en el denominado “triángulo dorado” que conforman Tailandia, Burma y Laos. El escándalo del BCCI por lavado de fondos de la droga, contrabando de armas, financiación al terrorismo y pagos a políticos norteamericanos perjudicó muy rápidamente al gobierno de Bush padre y los ahorros de la familia Bin Laden. El tema amenazaba con mostrar el verdadero rostro de los que ostentaban y ostentan el poder. Por ello la élite norteamericana del petróleo vio con beneplácito el ingreso en la campaña presidencial del multimillonario texano Ross Perot. Perot le sacaba más votos a Bush que a Clinton, de manera tal que se podía dar a Bush padre una salida discreta e instalar a Bill Clinton en el poder. Una eventual reelección de Bush padre en medio de un escándalo financiero de esas circunstancias hubiera dificultado sobremanera el entierro definitivo del tema BCCI. Es posible que hasta el propio Bush padre haya deseado perder esa campaña presidencial. Bush subió los impuestos, y perdió el voto de gran cantidad de votantes de clase media. ¿Pura estrategia para apartarse? Además, no había grandes diferencias entre Bush padre y Clinton. Tenían grandes amigos en común, como por ejemplo Jackson Stephens, quien logró para el BCCI la compra del First American Bank en Washington DC. Stephens era amigo y vecino del entonces joven Bill Clinton, y había logrado fondos de la industria petrolera para la campaña presidencial de Jimmy Carter, y ya hacía lo mismo para Clinton. Por eso, muchos republicanos y demócratas estaban interesados en tapar lo más rápidamente posible el caso de la quiebra del BCCI. Sin embargo, todo  este enorme lío no significó el fin de la fructífera relación financiera entre los clanes Bush y Bin Laden. En la década del 90, el llamado Carlyle Group, un fondo de inversión que administra en Estados Unidos 15 mil millones de dólares, gestionó los fondos del Bin Laden Group. Esa entidad fue dirigida por el ex director de la CÍA, Frank Carlucci. A inicios de los años noventa una empresa por ese entonces propiedad de Carlyle, Vinnell Corporation, fue la encargada de proporcionar los soldados mercenarios para custodiar los pozos petroleros saudíes, que, al igual que hoy Afganistán, no son vigilados directamente por el ejército estadounidense, sino por una milicia privada. Entre los directivos y asesores del Carlyle Group figuran el ex primer ministro inglés en la era de la primera guerra del Golfo, John Major, James Baker III y nada menos que George Bush padre, quien durante los años ’90 pasó largos momentos en países árabes, dando conferencias en nombre del Carlyle Group. El padre de Bush veló hasta más allá del 11 de septiembre del año 2001 por los intereses del Carlyle Group. Y éste lo ha hecho por los intereses financieros de la familia Bin Laden. Algunos creen que la supuesta “expulsión” de Osama del clan, hace varios años, fue en realidad un engaño para evitar exponer los lazos de las familias Bush, Bin Laden y la propia CIA, ya golpeadas por el tema BCCI, con la financiación del terrorismo y el cultivo de drogas.

En cuanto al terrorismo, a pesar de la propaganda de los medios masivos de comunicación, ha sido mucho más financiado por la CIA y los Estados Unidos de lo que puede parecer. El propio Noam Chomsky señala: “Como digo en todas partes, Estados Unidos es, después de todo, el único país condenado por el Tribunal Internacional por terrorismo internacional, por el uso ilegal de la fuerza con fines políticos, como el Tribunal lo señala“. Sea quien fuere el verdadero organizador de una buena parte del terrorismo internacional, y más allá de quiénes son en realidad los que utilizan a fanáticos varios en atentados, muchas cosas pueden quedar claras: el crimen organizado y varios clanes de multimillonarios están más emparentados de lo que a primera vista parecen. La CÍA y el terrorismo son mucho más amigos de lo que uno puede en principio suponer: Thierry Meyssan, en un apéndice de La terrible impostura, muestra los facsímiles de la denominada “Operación Northwoods” cuando, a inicios de los años ’60, militares norteamericanos querían organizar operaciones terroristas en su propio territorio, matando ciudadanos norteamericanos para presentar la invasión que se preparaba contra Cuba como sí fuera en legítima defensa. En medio de todo esto, sigue quedando la gran incógnita de los atentados del 11 de septiembre de 2001, y de la familia Bush, clan que parece mezclar intereses públicos y privados. Es muy extraño que ningún juez en Estados Unidos se haya planteado, entre otras cosas, la legalidad de las asesorías de George Bush padre al Carlyle Group, luego de su paso por el gobierno. Tampoco se ha cuestionado la legalidad de que Dick Cheney en diez años haya sido sucesivamente secretario de Defensa, presidente de la petrolera Halliburton y vicepresidente de Estados Unidos. Aunque no suena tan raro, si se tiene en cuenta que la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos parece poseer un grado de adicción al sector industrial petrolero financiero militar al menos desde los años ’80, cuando Reagan y Bush nombraron la mayoría de los actuales jueces. Estudiar al clan Bush puede aportar mucha luz acerca de cómo realmente funciona el mundo. Como detalle, vale mencionar que las declaraciones de Osama Bin Laden, después del 11 de septiembre de 2001, generalmente fueron obtenidas, traducidas y reproducidas por el canal televisivo Al Jazeera, instalado en Qatar. Es posible que no se haya divulgado lo suficiente que Al Jazeera es una especie de CNN adaptada al modelo árabe. Quizá tampoco se recuerde que Qatar fue el primer país del Golfo Pérsico que Se ofreció a prestar apoyo a George W, Bush en su campaña contra Irak, lo que en su momento motivó una amenaza de Saddam Hussein de volar Qatar hasta sus cimientos. Lo que se mencionaba en los medios de comunicación sobre las expresiones de Osama Bin Laden provenía de Qatar y de Al Jazeera.

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En cuanto a los atentados del 11 de septiembre de 2001, Osama Bin Laden podía tener razones económicas y políticas para ser el autor de los mismos. Sin embargo, que Bin Laden tuviera muchos motivos para realizar los atentados no implica necesariamente que los haya cometido. A medida que transcurre el tiempo y los interrogantes se van adicionando, también van creciendo las dudas con respecto a la autoría de los atentados. Podría darse el caso de que Osama haya sido elegido de antemano como “chivo expiatorio“, justamente debido a gran cantidad de motivaciones que podía tener para efectuar esos hechos, factor que podría constituir el pretexto ideal para comenzar una verdadera cruzada militar contra varios países árabes. Quizá todo esto ayude a explicar por qué muy poco se lee en los diarios acerca de la historia de los Bush, aun cuando dos de ellos fueron presidentes recientes  de Estados Unidos. George W. Bush nació en el estado de Connecticut en 1946. Desde los 2 años, y hasta su adolescencia, vivió en el pequeño pueblo de Midland, en West Texas. Cuando el 29 de septiembre del año 2000, en Michigan, expresó: “Sé que los seres humanos y los peces pueden co existir pacíficamente“, George W. Bush, en plena campaña presidencial, no estaba esbozando una política ecológica. Muchos adjudican las incoherencias en sus discurso a los problemas que el propio Bush admite haber tenido con el alcohol, trastorno del cual habría salido, según sus palabras, gracias a la ayuda del pastor evangelista Billy Graham. En referencia a esto, hace años George W. Bush dijo haber tenido momentos de profundo fervor religioso. Por ejemplo,cuando recordó: “Durante el curso de ese fin de semana, el reverendo Graham plantó una semilla de mostaza en mi alma, una semilla que creció y creció al año siguiente. Me enseñó el camino, y empecé a caminar. Fue el comienzo de un cambio en mi vida“. De la misma época, antes de llegar a ser gobernador de Texas, datan sus expresiones sobre la pena de muerte: “Reverencio la vida; mi fe enseña que la vida es un regalo de nuestro creador. En un mundo perfecto, la vida es otorgada por Dios y sólo Dios puede tomarla. Espero que algún día nuestra sociedad respete la vida, el espectro entero de la vida, desde los bebés en gestación hasta los ancianos“.  ¿Quién podría haber supuesto, entonces, que la misma persona que hace estas declaraciones a la prensa se iba a transformar en un par de años en el gobernador con el récord de condenas a muerte de todos los tiempos en Estados Unidos? Bush parecía disfrutar cada vez que alguien en su estado de Texas recibía la inyección letal. De los más de 130 pedidos de clemencia, no conmutó ni una pena de muerte.

Bush es miembro de una sociedad secreta llamada Skull & Bones (“Calavera y Huesos“) desde que era estudiante en la Universidad de Yale, como varios de sus familiares más directos. Vale la pena mencionar, a propósito de sus expresiones acerca del cristianismo, que en la ceremonia iniciática de la orden de Skull & Bones, a la persona en cuestión se la introduce desnuda en un ataúd, se le hace un simulacro de entierro, el que concluye con la persona en cuestión saliendo del féretro y diciendo: I am born again. Esta ceremonia no es más que un símbolo por medio del cual el nuevo integrante de la secta jura fidelidad a ella por encima de cualquier otro juramento que haga en la vida, aunque se trate de jurar por la propia presidencia de la República. El pacto de lealtad es mayor entre los integrantes del grupo que con cualquier persona que no pertenezca a él, y dura por el resto de la vida. Dejando de lado la imagen de cristiano devoto que George W. Bush haya querido brindarnos, lo cierto es que su asociación con Bill y Graham, de quien se dice que también forma parte de sociedades secretas, le permitió ganarse el apoyo de varios de los más influyentes y ricos pastores protestantes conocidos en Estados Unidos como los televangelists: Pat Robertson y Jerry Falwell, que poseen un enorme ascendiente sobre el electorado norteamericano. El propio Pat Robertson fue candidato presidencial por el Partido Republicano, siendo un competidor importante en varias de las elecciones protagonizadas por Ronald Reagan y George Bush padre, al punto de que ambos debieron negociar con él para poder acceder a la presidencia. George W, Bush no es simplemente un fanático religioso capaz de llevar su extremismo para luchar contra los infieles musulmanes, sino que hay otros poderes detrás. Si miramos la vida profesional de George W. Bush, podemos tener una mejor idea al respecto. Hacia 1981, Arbusto Energy estaba en una complicadísima situación financiera. Es entonces cuando un oscuro personaje llamado Philip Uzielli, dueño de una compañía panameña llamada Executive Resources, compra el 10% de Arbusto Energy en 1 millón de dólares. Pero Uzielli pagó un millón por lo que valía sólo 38 mil. ¿Por qué Uzielli hizo esto? Es bueno hacer notar que George Bush padre ya era vicepresidente de Estados Unidos, que habría tenido en el pasado contactos con Uzielli, y que él mismo se habría desempeñado en colaboración con la CÍA durante la denominada operación “Irán Contras“, mediante la cual la CÍA organizó un complicado mecanismo financiero por el que se proveía de armas al régimen fundamentalista de Khomeini, acérrimo enemigo de Estados Unidos. Con el fruto de esa venta ilegal de armas a los iraníes, se financiaba y armaba a las bases terroristas que luchaban contra el gobierno sandinista de Nicaragua. Los contras, a su vez, enviaban el tráfico de cocaína a Estados Unidos, en pago por las armas. La droga ingresaba, entre otros lugares, por el aeropuerto de Mena en Arkansas. No en vano la CÍA bautizó su cuartel general en Langley, Virginia, con el nombre de “George Bush“, en honor al padre del actual presidente norteamericano.

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A partir del trato con Uzielli, la empresa pasó a denominarse Bush Exploration. La estrategia inicial era emitir bonos de deuda en los mercados para hacerse rápidamente de 5 millones de dólares, con el supuesto objetivo de extraer petróleo en el estado de Texas. Pero los inversores no confiaron demasiado en la operación. El único miembro de la empresa que ganó dinero fue Bush, mientras que Uzielli perdió una pequeña fortuna. Cuando Bush Exploration llega al borde del abismo, aparecen dos amigos de juventud del padre: William de Witt Jr. y Mercer Reynolds III, dueños de la compañía de servicios petroleros Spectrum 7, l que se fusionó con la semiquebrada pequeña petrolera de Bush. George W. Bush firmó un contrato con ambos que le fue muy beneficioso a título personal. No así a la Spectrum 7, que en la segunda parte de los ’80 estaba ya en una situación tan delicada debido a la baja de los precios del petróleo, como antes lo había estado Bush Exploration. En 1986, la petrolera Harken absorbe a la desfalleciente Spectrum 7, y Bush logra un muy jugoso contrato por el cual es nombrado presidente del directorio, recibiendo casi un 20% de las acciones y honorarios mensuales por servicios indeterminados. Cuando el padre de Bush es nombrado presidente de la Nación, Harken, que era una empresa minúscula, logra un mega contrato nada menos que en Bahrein para extraer petróleo de las aguas del Golfo Pérsico. La operación llamó la atención porque Harken jamás antes había extraído una sola gota de petróleo del mar. Pocos años más tarde, justo antes de la primera Guerra del Golfo y de que Harken reportara pérdidas por 23 millones de dólares, George W. Bush vende sus acciones en cerca de US$ 4 por acción, y en sólo cuatro semanas la acción de Harken se derrumba, llegando a valer sólo un dólar. La operación levantó sospechas, tanto de que Bush tenía información de la invasión a Kuwait que haría Saddam Hussein más adelante, como de que se aprovechó de su cargo en la empresa para vender sus acciones antes de que los accionistas minoritarios supieran acerca de las pérdidas. Si bien hubo una investigación al respecto, la misma estuvo a cargo de dos amigos del padre, quienes no emitieron un dictamen concluyente. Los días de petrolero de Bush estaban terminados: cuatro empresas, cuatro fracasos. A pesar de ello, George W. Bush había hecho fortuna. Sus socios, en cambio, sus diversos socios en las cuatro empresas, habían perdido casi todo. Bush se había transformado en una especie de agujero negro financiero, en una especie de imán del dinero ajeno. Dólar que daba vueltas por allí, dólar que captaba. Ocurre que tenía su gran atractivo para los inversores. Se lo conocía como una persona de buenos modales, atildada, que vestía bien y poseía cierta simpatía, a pesar de su nulo nivel de cultura general. Pero su mayor activo eran los puestos, contactos y relaciones que había tenido Bushl padre.

Cuando el padre deja la presidencia de Estados Unidos en enero de 1993 y se transforma en consejero del Carlyle Group, le consigue a su hijo un puesto directivo en una pequeña empresa de catering aéreo controlada por Carlyle. Y son los mismos viejos amigos del padre los que lo ayudan a convertirse en un importante socio del equipo de basquetbol Texas Rangers. Bordeando los cincuenta años, eso es todo lo que George W. Bush había hecho en materia profesional. Un milagro del cielo lo convierte en gobernador de Texas en 1994, cuando inesperadamente, pero con mucho dinero en la campaña, gana las elecciones. Seis años más tarde, dejará Texas en unas condiciones mucho peores que cuando accedió al cargo, y accede a la presidencia de los Estados Unidos. Muchos pueden preguntarse, entonces, cómo es que Bush pudo ser reelegido gobernador en 1998. Tuvo como elemento a favor el contexto económico general de euforia bursátil, desempleo nacional en baja y aumento en el consumo de los años de crédito fácil de la era Clinton. Pero Clinton era especialmente odiado en el estado de Texas, y el candidato demócrata que se opuso a Bush tuvo la mala idea de declarar que Clinton era su amigo. Al votante norteamericano no debería haberle llamado la atención que la administración Bush haya centrado todo su esfuerzo en transformar a Estados Unidos en un estado policiaco y haya dejado a un lado importantes cuestiones económicas. La principal medida económica encarada por Bush fue la reducción de impuestos a los dividendos empresariales, a fin de impedir una caída bursátil de grandes proporciones, cosa que se entreveía entre 2001 y 2002. Se trató de una baja de impuestos a los ricos. En el 2003, a pesar de cierta recuperación bursátil hacia mediados de año, el desempleo volvió a niveles elevados y los deficits fiscal y de balanza de pagos se ubican en muy altos niveles (4% y 5% del PBI de Estados Unidos). Pero hay algo más, de lo cual no se suele hablar, que puede ayudar a explicar no sólo la reelección de Bush como gobernador en Texas sino también su puesto presidencial, a pesar de su pésimo récord. Ocurre que es común observar actualmente en los estados sureños de los Estados Unidos una mentalidad racista, de gran desprecio por las minorías étnicas. La clase alta y media tejana, y la sureña en general, en buena medida están enroladas en este tipo de movimientos, como si la guerra civil no hubiera acontecido. De otra manera, no puede entenderse que Bush haya felicitado por carta a Michael Grisson, miembro prominente de la United Daughters of the Confederacy, quien en su libro Sureño por gracia de Dios expresa que la raza blanca es superior en inteligencia, respeto a la ley, continencia sexual, performance académica y resistencia a la enfermedad. La veta racista de Bush queda aún más clara si se tiene en cuenta que Grisson expresó también que “nadie puede dudar sobre la efectividad del Ku Klux Klan original. El KKK hizo enormes trabajos entre los pobres“. Bush lo felicitó por carta en 1996. Y una vez en el cargo de presidente nombró a los supuestos racistas John Ashcroft y Gale Norton nada menos que como procurador nacional de Justicia y secretario de Interior. Ambos habían expresado que la guerra civil norteamericana no fue mas que un simple conflicto entre estados, olvidando que ella se desató porque el sur se negaba a abolir la esclavitud.

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La vida fácil que tuvo George W. Bush, ganando millones al mismo ritmo que sus empresas perdían, no puede explicarse si no se conoce la vida del padre: George Herbert Walker Bush. George Herbert Walker Bush (G. H. W. Bush), presidente de Estados Unidos entre enero de 1989 y enero de 1993, nació en junio de 1924, en el extremo opuesto a Texas: Massachusetts, lugar de donde provienen las familias norteamericanas de la más rancia aristocracia. A pesar de que siempre intentó relativizar su origen, Bush pasó su niñez rodeado de sirvientes y choferes. Ocurre que el matrimonio de sus padres (Prescott Bush y Dorothy Walker) había unido dos linajes que combinaban poderío financiero, excelentes relaciones en la élite de negocios norteamericana y hasta una supuesta sangre real. Algunos biógrafos de Bush trazaron su árbol genealógico hasta el siglo XIII y lo convierten en descendiente directo de los reyes ingleses de aquella época. Lo cierto es que es primo muy lejano de la reina Isabel II de Inglaterra, y que entre sus antepasados se encuentra uno de los más oscuros presidentes de Estados Unidos: Franklin Pierce. Esta costumbre de efectuar matrimonios entre linajes ricos y aristocráticos es seguida también por G. H. W. Bush, quien se casa, como no podía ser de otra manera, con una lejana pariente suya, Bárbara Pierce. Bush es bautizado en el rito episcopaliano del protestantismo. La religión episcopaliana es característica de la élite aristocrática norteamericana. Casi nadie en Estados Unidos es episcopaliano. Sólo unos pocos ricos, los más ricos, de sangre azul. El credo episcopaliano es el descendiente norteamericano del anglicanismo. El anglicanismo, a su vez, es un cisma de la Iglesia Católica Apostólica Romana, formado como tal cuando, hacia el siglo XVI, el Papa se niega a aprobar uno de los famosos divorcios del rey Enrique VIII de Inglaterra y, por lo tanto, este último decide romper con Roma y nombrarse a sí mismo “Papa” de los ingleses. Los anglicanos y, por lo tanto los episcopalianos, creen que el monarca de Inglaterra es la máxima autoridad religiosa del mundo. Que lo crean las familias más ricas, opulentas, aristocráticas de Estados Unidos, que deciden las cuestiones políticas más importantes del mundo, es todo un contrasentido. ¿Acaso Estados Unidos no decidió independizarse de Inglaterra a fines del siglo XVIII? ¿Por qué la élite de negocios norteamericana sigue creyendo que el rey de Inglaterra es una especie de “Papa” en la Tierra?.

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A G. H. W. Bush familiarmente se le llama “Poppy“, que curiosamente en inglés significa amapola, flor de la cual se extrae el opio con el que se hace la heroína, recibió educación, en el mismo colegio de Andover de su padre, y al cual enviaría luego a sus hijos. También pasó por la elitista Universidad de Yale y fue miembro de la sociedad secreta, como su padre Prescott también lo había sido, Skull & Bones (“Calavera y Huesos“). A diferencia de su hijo George W, nunca reconoció públicamente pertenecer a esa sociedad secreta. Bush padre no era ningún tonto. Sabía que el tema Skull & Bones podía convertirse en un escándalo de proporciones. Sin ir más lejos, si hoy Estados Unidos es presuntamente dominado por los partidos Republicano y Demócrata, es sólo porque hacia 1830 hubo tal presión popular contra las sociedades secretas, que muchas de ellas debieron salir a la luz, factor que en última instancia determinó el fin de la era de “partido único“, tal como lo era el partido democrático republicano, tras la caída del partido federalista, monopolista absoluto de la política norteamericana antes de 1830, año alrededor del cual se descubriera una trama secreta. Skull & Bones también debe su origen a esos lejanos y olvidados sucesos de la historia que los manuales históricos ya ni siquiera recogen. Fue fundada en 1833 en la Universidad de Yale, para suplantar, en forma oculta, a otras sociedades secretas (como Phi Beta Kappa) que por presión popular debieron salir a la luz. Las sociedades secretas son secretas precisamente porque tienen agendas secretas, planes secretos y estructuras internas  en el sentido de que sus componentes jamás priorizan sus intereses individuales por sobre los del grupo. Por eso es comprensible que Bush padre haya mantenido suma cautela en torno a este tema. Las sociedades secretas son incompatibles con la democracia. Si sus fines fueran democráticos, no necesitarían ser sociedades secretas.  Los rituales de las sociedades secretas suelen incluir gran variedad de componentes ocultistas por varias razones. Al iniciado se lo va preparando mentalmente para no tener que temer el mal y para, llegado el caso, poder practicarlo a sangre fría. Al mismo tiempo, los rituales eliminan la posibilidad de testigos que interfieran en los planes. Ésas son algunas de las finalidades prácticas de los rituales de las sociedades secretas como Skull & Bones. La primera actuación pública conocida de G. H. W. Bush fue en la Segunda Guerra Mundial. Le tocó desempeñarse como aviador, más específicamente piloto, en la guerra contra Japón. Volaba Bush padre por los mares del Japón cuando su Avenger fue averiado por la artillería nipona. Bush personalmente piloteaba la aeronave, que estaba preparada para poder aterrizar en el agua y permitir un ordenado descenso de todos sus ocupantes. Sin embargo, lo que ocurrió es que Bush padre no intentó acuatizar, sino que se tiró en paracaídas dejando dentro de la nave a los demás ocupantes, por lo que resultó el único sobreviviente del trágico episodio. A Bush padre, al revés que a su padre Prescott, quien dirigía varias de las empresas de su suegro Walker, le disgustaba el mundo de las finanzas y se sentía atraído, en cambio, por la forma en que el clan Rockefeller había amasado su fortuna: el petróleo.

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El clan Walker venía realizando negocios con el petróleo de los soviéticos desde los años ’20, y el viejo George Herbert Walker, abuelo de “Poppy“, podía hacer esto gracias a su estrecha relación con los clanes Rockefeller y Harriman. De ahí que en la élite nunca fue mal visto, sino todo lo contrario, que los Bush entrometieran sus narices en un área que no era directamente la suya, y estratégicamente clave. En su malograda carrera petrolífera, Bush hijo había obtenido no sólo la ayuda de familiares, sino también la de bancos suizos presuntamente muy relacionados nada menos que con el clan Rothschild, que es la familia que financió a la élite norteamericana para que monopolizara las áreas económicas consideradas claves. En el caso de Bush padre, la ayuda vino directamente de la familia de la madre, y fue de esta manera que Bush padre decidió en los años ’50 instalarse en Texas para explorar y extraer petróleo, tras un muy breve paso como empleado a sueldo de una empresa de servicios petroleros. Era común, luego de la Segunda Guerra Mundial, que las familias patricias anglonorteamericanas, denominadas del “establishment liberal“, enviaran hijos y nietos a regiones de Estados Unidos que los cerebros de esos clanes consideraban que serían zonas muy prósperas en poco tiempo. Por lo tanto, no debe verse este viaje de Bush a Texas como una aventura individual sino como una pieza, un engranaje más, de una estrategia familiar. Con dinero familiar, Bush se asocia con los hermanos Liedtke, con quienes funda Zapata Oil, en honor a la película Viva Zapata. Bush padre no tarda en hacerse millonario con ese negocio petrolero. Pero a fines de los años ’50 se estaban descubriendo en Texas los últimos grandes yacimientos, antes del definitivo declive del estado tejano en la producción de crudo. Por lo tanto, si bien millonario, Bush no incrementa exponencialmente su fortuna. Estamos a inicios de los ’60, cuando se produce la fallida invasión de la CÍA a Cuba denominada Bahía de los Cochinos. Vale recordar que, no por casualidad, el nombre clave interno de la operación dentro de la CÍA, de la cual Bush sería director unos 15 años más tarde, era “Operación Viva Zapata“. Los barcos con los cuales se realizó la invasión se llamaban Zapata, Bárbara (nombre de la esposa de Bush padre) y Houston, para aquella época ciudad donde residía la familia Bush. Un poderoso detalle es que en esta fallida operación, quizá destinada al fracaso a fin de poder culpar al presidente John F. Kennedy, tuvo una vital participación el director de la CÍA, Allen Dulles, que sería cesado de ese cargo por Kennedy pocos meses antes de ser asesinado. Dulles era, desde hacía muchos años, gran amigo de Prescott Bush, que desayunaba todos los días con Dulles. Bush padre jamás admitió haber sido miembro de la CÍA antes de ocupar su dirección, durante la presidencia de Gerald Ford. Sin embargo, en un memorándum firmado por J. Edgar Hoover, director por casi cuarenta años del FBI, Hoover señala que información oral acerca del asesinato de Kennedy fue dada al señor George Bush, miembro de la CÍA.

Bush padre habría estado en contacto con grupos de cubanos anticastristas antes del asesinato de Kennedy. Como se recordará, la tesis oficial acerca del asesinato de Kennedy señalaba la existencia de un único y solitario tirador: Lee Harvey Oswald. Pues bien, el encargado de supervisar a Oswald antes del asesinato de Kennedy era un tal George De Mohrenschildt, quien era agente de la CÍA y había sido conde ruso. De Mohrenschildt murió en muy oscuras circunstancias cuando estaba por aportar más información acerca de Oswald, su estadía previa en México y la muerte de Kennedy. Entre otras anotaciones, en su libreta personal de teléfonos se encontró una referencia a Bush. Pocas dudas pueden quedar de que Bush era un contacto de la CÍA, además de empresario petrolero, en el momento de la muerte de Kennedy. Si recordamos que el cuartel general de la CÍA se llama “George Bush”, desde hace varios años y con el propio Bush padre vivo, se debe tener en cuenta que muy difícilmente una organización como la CÍA otorgue tamaño honor a un director que duró sólo un año en su puesto y que antes no había prestado servicios para la Agencia, tal como Bush declara. En la Comisión Warren, encargada de investigar oficialmente el crimen de Kennedy, tomó activa participación el viejo amigo de Prescott Bush: Allen Dulles, jefe de la CÍA expulsado por Kennedy. Dulles se había despedido de Kennedy con una sola palabra, diciéndole “traidor“. Y ahora resulta que Dulles, el amigo de Prescott, investigaba quién había asesinado a Kennedy. Volviendo a “Poppy“, muchos años más tarde, cuando ya goza de más poder, mandará a destruir toda la información contable de su empresa Zapata Offshore, entre los años 1960 y 1966. Es llamativo que, a pesar de la oscuridad política de Bush, Richard Nixon lo convocara durante su primer gobierno para ser nada menos que embajador ante las Naciones Unidas bajo la supervisión directa de Henry Kissinger. Alguien podría preguntarse por qué causa Nixon elige a un político muy poco popular para un puesto de tal importancia. La respuesta es sencilla: pertenecer a Skull & Bones tiene sus privilegios. Mientras es embajador en Naciones Unidas, Bush padre establece gran cantidad de lazos y relaciones con embajadores y mandatarios de todos los países del mundo, generando así una red de importantísimos contactos. Especialmente interesantes son los que cultivó con la República Popular China. En la segunda presidencia de Nixon, ya destapado el escándalo de Watergate, Nixon encomienda a Bush un puesto clave, como jefe del Comité del Partido Republicano. Bush desarrolla durante esos años una oscura y secreta tarea. Algunos testigos clave del tema Watergate nunca pudieron llegar a declarar todo lo que sabían, ya que morían antes a causa de extraños ataques cardíacos.

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Bush es destinado como embajador en Pekín. En aquel momento, la popularidad de Bush entre sus pares políticos en el Congreso era tan baja, a causa de su participación en el tema Watergate, que había que mandarlo lo más lejos posible, sin solicitar la aprobación del Congreso. La única embajada que no requería de acuerdos parlamentarios era la de Pekín. Allí forma excelentes lazos con los principales funcionarios del régimen comunista de Mao. Trabaja para Kissinger y prepara la visita de Nixon a Pekín. Las buenas relaciones con los comunistas no se debían sólo a una mera cuestión diplomática. La élite anglonorteamericana, aunque predica la libre empresa y el individualismo, siempre fue secretamente partidaria de un extraño tipo de socialismo. Cuando Gerald Ford reemplaza a Nixon, llama a Bush y le ofrece ser director de la CÍA. Bush realizó una gran reorganización de la misma, nombrando a una gran cantidad de amigos para ese organismo. Durante el corto año que Bush dirigió la CÍA, ocurrieron una serie de raros episodios. Entre ellos, la intempestiva renuncia del primer ministro británico, a quien la CÍA acusaba de ser un espía para los soviéticos. Este hecho habría sido propiciado por el poderoso clan Rothschild, que venía haciendo todo lo posible para que el laborista Harold Wilson dejara su puesto en Inglaterra. Se iba preparando el terreno para el ascenso de Margaret Thatcher. Se produce, además, la aprobación del decreto 11.905, que autorizó a la CÍA a conducir operaciones de contra inteligencia dentro de Estados Unidos. Como consecuencia de ello, se produce uno de los pocos atentados terroristas, en aquella época, dentro de Estados Unidos, cuando en Washington DC vuelan el automóvil al ex canciller chileno del régimen de Allende: Orlando Letelier. Ford ponía en manos de Nelson Rockefeller la investigación de la CÍA y del FBI. Tanto es así que dicha comisión fue bautizada “Comisión Rockefeller“. Cuando Ford pierde las elecciones con Carter, Bush entra en un corto período de oscuridad del cual muy poco se sabe. Para el público seguía siendo un desconocido. Pero había acumulado cargos absolutamente claves y había cosechado cuantiosos amigos en una enorme cantidad de países del mundo. También había puesto a su gente en la CÍA y era un hombre de absoluta confianza de los clanes empresariales más poderosos de Estados Unidos. Así es como lanza su campaña para presidente de la Nación. Sin embargo, en 1980, pierde las las elecciones primarias del Partido Republicano frente a Ronald Reagan, quien lo selecciona como su candidato a vicepresidente. Apenas iniciado el gobierno de Reagan, Bush logró para sí atribuciones muy importantes en materia de seguridad y relaciones exteriores, como integrar el estratégico National Security Council, y colocar a varios de sus amigos en áreas clave del gobierno. Reagan ya estaba cerca de ser octogenario y podía ser presa fácil de un vicepresidente ambicioso como Bush.

En 1981 Estados Unidos padeció el segundo atentado a la vida de un presidente en los últimos 17 años. Un joven desconocido, John Hinckley Jr., casi mata a Reagan de un tiro. El episodio fue aprovechado por Bush para desplazar a su archienemigo de la administración Reagan, el general Alexander Haig, y copar el gobierno de Reagan con gente propia. Lo curioso es que pueda haber hecho esto a pesar de que poco tiempo más tarde se empezó a conocer que John Hinckley Jr. era amigo de uno de los hijos de Bush: Neil Bush. No sólo se conocían, sino que habían participado de fiestas de cumpleaños juntos y también se había empezado a señalar que Hinckley Jr. habría sido “reclutado” posiblemente por la CÍA, que le habría lavado el cerebro.(8) Recordar que el asesino de Robert Kennedy en 1968, Sirhan Sirhan, habría disparado a Kennedy bajo hipnosis y que la CÍA ya hace mucho tiempo venía desarrollando en secreto el proyecto MKUltra, de control mental. Uno de los peores escándalos durante la presidencia de Jimmy Carter fue la toma de rehenes en la embajada norteamericana en Teherán. Carter no supo cómo manejar la situación. Khomeini no exageraba cuando amenazaba con pasar por las armas a unas cuantas decenas de norteamericanos. Cuando se acercaban las elecciones, Carter estaba a punto de lograr la liberación de todos los rehenes. Obviamente, Khomeini prefería malo conocido (Carter) que el derechismo de Reagan y Bush. Habría sido en esas circunstancias que cuarenta días antes de las elecciones, Bush y unos pocos amigos se reunieron en secreto en París con emisarios de Khomeini para pedirle que retrasara la entrega de los rehenes hasta después de las elecciones. A cambio del “favor“, Bush prometió armas y dinero en efectivo al enemigo. Los rehenes sólo fueron liberados el mismo día en que Reagan y Bush juraron sus cargos. Las crónicas señalan que las inesperadas muertes del primer ministro portugués Sá Cameiro y de su ministro de Defensa, por la caída de su avión poco tiempo más tarde, se debieron a que este último estaba demasiado al tanto de estas negociaciones, y se temía que hablara sobre el tema en la ONU. Reagan no murió victima del atentado, pero sí quedó muy debilitado. Durante los dos mandatos de Reagan, Bush ejerció mucha más influencia que cualquier otro vicepresidente norteamericano del siglo XX. La denominada operación “Irán Contras“, por medio de la cual la CÍA proveía de armas al enemigo Irán para que sostuviera la guerra con Irak, habría sido planificada por Bush y su gente. El tema era realmente escandaloso, no sólo porque se armaba hasta los dientes a un enemigo, sino también porque al poco tiempo se decidió destinar los fondos de la venta de armas a crear bases terroristas en Nicaragua para luchar contra el gobierno sandinista que había derrocado a Somoza. Al poco tiempo, la operación se completaría con el envío de cocaína a Estados Unidos. Muchas veces el terrorismo se ubica en países con banderas supuestamente políticas que no son más que una “cortina de humo” para tapar la protección encubierta que los terroristas dan a los narcotraficantes.

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El crecimiento exponencial en el lavado del dinero proveniente de la droga también data de esta época, durante la que, además, se generó un proceso de concentración económica a través de diversos mecanismos financieros que produjeron que la economía norteamericana se oligopolizara mucho más. Data también de esta época el lanzamiento, por el propio Bush, de la campaña mediática “guerra total contra las drogas“. A partir de ese momento, el narcotráfico se transformaría en la industria más floreciente en el mundo. En 1988 Bush se convierte en Presidente de la Nación. Durante su mandato ocurren hechos políticos excepcionales: cae el muro de Berlín, se desintegra la Unión Soviética, la ONU entra en guerra con Irak y se producen los sucesos de Tiananmen en Pekín. Cuando en 1993 Bush deja la presidencia, el mundo era otro. En sólo cuatro años, el mundo había cambiado a un ritmo desconocido, mientras Estados Unidos estaba gobernado por primera vez por un exdirector de la CÍA. Muchos eran los escándalos que amenazaban destaparse en las postrimerías del gobierno de Bush, entre ellos el caso BCCI y la operación “Irán Contras“. Además, la inoportuna quiebra fraudulenta de una enorme cantidad de pequeños bancos, entre ellos Silverado Savings and Loans, dirigido por Neil Bush, amenazaba con agregar más leña al fuego. Para la élite norteamericana, resultaba entonces una bendición del cielo que un billonario acérrimo enemigo de Bush, Ross Perot, se presentara como candidato a presidente restándole votos a Bush padre y produciendo el ascenso de Bill Clinton en 1993. Durante los años de Clinton, Bush padre no estuvo inactivo. No sólo ayudó a administrar el Carlyle Group, sino que además realizó una campaña ininterrumpida a favor de la secta Moon, grupo que pretende la instauración de una única religión mundial, que fue acusado repetidas veces de narcolavado, que posee estrechos lazos con la élite anglonorteamericana y que concentra una gran cantidad de medios de comunicación en su poder. Entre ellos, nada menos que la agencia United Press International (UPI). El padre de “Poppy” se llamaba Prescott Sheldon Bush. Como luego lo fue su descendencia, era miembro de Skill & Bones, sociedad en la cual había entrado en contacto con miembros de las familias Harriman y Rockefeller, que también eran educados en Yale. Contrajo matrimonio con Dorothy Walker, la hija del rico empresario George Herbert Walker. De ese matrimonio no sólo nacen varios hijos, sino también grandes negocios en común entre el clan Bush y el clan Walker, Por supuesto, siempre al abrigo de los clanes Harriman y Rockefeller. El día 20 de octubre de 1942, diez meses después de que Estados Unidos declaró la guerra al Japón y a Hitler, el presidente Roosevelt ordena la incautación de las acciones del Union Banking Corporation (UBC), bajo la acusación de que el UBC financiaba directamente a Hitler y de que varios nazis prominentes eran accionistas, Prescott Bush era accionista y director del UBC.

El tema es especialmente relevante, dado que, en 1933, Hitler había hecho entrar en déficit la deuda externa alemana, contraída, en buena medida, a raíz del tratado de Versalles. Por lo tanto, el crédito internacional a la Alemania nazi estaba cortado. La familia Harriman y su socio Prescott Bush llevaron a cabo arreglos en Wall Street para que, a través de Franz Thyssen y Friedrich Flich, gran amigo de Himmler y financiador directo de las SS y las tropas de asalto (las SA), Hitler pudiera acceder a cierto nivel de crédito internacional, sin el cual no hubiera podido obtener las divisas necesarias para pagar las importaciones que necesitaba llevar a cabo su carrera armamentística con el fin de entrar en la guerra. El día 28 de octubre de 1942, Roosevelt ordena la incautación de las acciones de dos compañías norteamericanas que ayudaban a armar a Hitler: la Holland American Trading Corporation y la Seamless Equipment Corporation. Ambas compañías estaban organizadas y dirigidas por el banco dirigido por Bush y propiedad de los Harriman. El 8 de noviembre de 1942, el presidente Roosevelt ordena incautar las acciones de la Silesian American Corporation, dirigida desde hace muchos años por Prescott Bush y su suegro George Walker. Las cuatro incautaciones se realizaron en el marco de la “Trading with the Enemy Act”. La estrecha colaboración con el régimen de Hitler que realizaban el abuelo y el bisabuelo de George W. Bush data desde mucho antes del propio ascenso de Hitler al poder. Los Harriman, Prescott Bush y George Walker no sólo habían establecido lazos con Hitler, sino también con Mussolini. A Hitler, a través de la asociación con la Germán Steel, lo proveían, entre muchos otros materiales, específicamente de acero para generar el material bélico del Tercer Reich y de los explosivos con los cuales Hitler masacraría a sus enemigos. Cualquier alemán que tuviera carnet prominente del Partido Nacionalsocialista de Hitler (NSDAP) podía disfrutar de un viaje gratuito en otra compañía de los Bush y los Walker: la Hamburg Amerika Line, empresa que poseía el monopolio comercial entre Estados Unidos y la Alemania de Hitler, y que le había hecho un enorme favor a Hitler en 1932, cuando la desfalleciente República de Weimar preparaba un último y fallido intento para impedir el acceso de Hitler al poder. El gobierno de Weimar iba a ordenar el desarme de los ejércitos privados de Hitler. La Hamburg Amerika Line compró y distribuyó propaganda contra el gobierno de Weimar por intentar un ataque de último momento contra Hitler. Pero el gran apoyo a los nazis no es lo único que puede resultar curioso. Es necesario tener en cuenta que a Hitler y a Stalin les hubiera resultado mucho más dificultoso guerrear entre sí, si los Harriman, Bush y Walker no hubieran armado hasta los dientes a Hitler y, por el otro, proveído de combustible a las tropas rusas. La familia Walker, desde los años 20, extraía petróleo de Bakú (Azerbaiján) y se lo vendía al Ejército Rojo.

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Puede que toda esta información llame la atención. Pero antes y durante la Segunda Guerra Mundial, la Standard Oil, dirigida por la familia Rockefeller, tenía un acuerdo con la poderosa empresa química alemana I.G. Farben. Muchas de las plantas conjuntas de la Standard Oil e I.G. Farben se situaban en las inmediaciones de campos de concentración nazis, como Auschwitz, de los cuales se surtían de mano de obra esclava, con la cual se fabricaba una variada gama de productos químicos, entre los cuales se contaba el gas letal Cyclon B, profusamente usado en los campos de concentración para masacrar a los propios obreros esclavos que lo fabricaban. El hecho de que al terminar la Segunda Guerra Mundial una enorme cantidad de ciudades alemanas se encontraran en ruinas no impidió a las tropas norteamericanas tener el mayor cuidado posible cuando se trataba de bombardear en zonas cercanas a las plantas químicas propiedad conjunta de la I.G. Farben y Standard Oil. Alemania se encontraba en ruinas en 1945, pero esas plantas químicas estaban sorprendentemente intactas. Ahora se puede entender un poco más por qué no se suele recordar el pasado y las razones por las que la “historia oficial” está tan alejada de la verdad. Toda esta información acerca del abuelo y del bisabuelo del presidente Bush hijo llama la atención. Pero el ambiente antes de la Segunda Guerra Mundial dentro de Estados Unidos, especialmente dentro de la élite anglonorteamericana, era bastante diferente de lo que la prensa nos hace pensar. Cuando George Bush padre fue elegido vicepresidente en 1980, nombró a un misterioso personaje, William Farish III,  apoderado de todos sus bienes. La asociación entre los Bush y los Farish data de antes de la Segunda Guerra Mundial, cuando William Farish I dirigía en Estados Unidos el cartel formado entre la Standard Oil of New Jersey (hoy Exxon) y la I. G. Farben de Hitler. Fue esta empresa mixta la que abrió el campo de concentración de Auschwitz el 14 de junio de 1940 con el fin de producir caucho sintético y nafta de carbón. La Shell Oil, cuyo principal dueño es la corona real británica, también ayudó al ascenso de Hitler al poder mediante arreglos de su poderoso director Deterding efectuados con el gobernador del Banco de Inglaterra, Montagu Norman. Entre el 21 y el 23 de agosto de 1932 se llevó a cabo en el American Museum of Natural History de Nueva York el Tercer Congreso Mundial de Eugenesia (“higiene racial“). El evento se llevó a cabo a pesar de la fuerte oposición de los afroamericanos. Los procedimientos para que el congreso se llevara a cabo fueron financiados por miembros de la familia Harriman, que venían donando fondos desde 1910 para generar un movimiento científico racial.

W. Averell Harriman arregló personalmente con la Hamburg Amerika Line, manejada por los Walker y los Bush, el transporte de ideólogos nazis de Alemania a Nueva York para ese congreso. Entre esos “científicos” estaba el principal ideólogo racista que tenía Hitler, el psiquiatra Ernst Rüdin, quien en Berlín venía desarrollando investigaciones raciales financiadas por el clan Rockefeller. A fin de tener una adecuada idea del “pedigree” de Rüdin, vale recordar que en un encuentro de científicos en Munich en 1928 había titulado su conferencia “Aberraciones mentales e higiene racial“. Rüdin ya había encabezado la delegación alemana al Congreso de Higiene Mental realizado en Washington DC en 1930. Este movimiento racista, presente tanto en Alemania como en la élite anglonorteamericana, basaba sus acciones en tres puntos: la esterilización de pacientes mentales “mediante la formación de sociedades de higiene mental“, la ejecución de los dementes, criminales y enfermos terminales (sociedades eutanásicas), y la purificación racial mediante la prevención de nacimientos debidos a padres de razas inferiores (sociedades del control de la natalidad). Como se ve, Hitler no estaba solo en su campaña racista. Estaba acompañado por algunos de los clanes más ricos del mundo.  Heinrich Himmler, máximo jefe de las SS, recibía fondos en una cuenta especial de la Standard Oil manejada por el banquero británico americano Kurt von Schroeder. Ese financiamiento habría continuado incluso hasta bien entrado 1944, cuando las SS estaban encargadas de supervisar las masacres masivas en Auschwitz, donde estaba ubicada la fábrica de la Standard Oil. G. Farben, y en otros campos de la muerte. Luego de la guerra, los interrogadores aliados recibieron información de que esas contribuciones provenían de fondos corporativos de la Standard Oil. Este escándalo en su momento provocó la caída de Farish I, aunque nada ocurrió con John D. Rockefeller II. La amistad y colaboración entre los clanes continuaría a través de las generaciones, como lo demostraría la confianza de Bush padre en William Farish III. Luego de la Segunda Guerra Mundial, el movimiento eugenésico recomenzó en Estados Unidos en 1946, en North Carolina. Allí la familia Gray, dueña principal de R. J. Reynolds Tobacco, a través de contactos con la corona británica, funda una escuela de medicina en Winston Salem. Allí el Dr. Clarence Gamble, heredero de Procter & Gamble, llevaría a cabo un experimento, entre 1946 y 1947, consistente en hacer un test de inteligencia a todos los niños enrolados en el distrito escolar de Winston Salem. Aquellos niños cuyo test no dio el mínimo esperado fueron esterilizados quirúrgicamente. En 1950 y 1951, John Foster Dulles (hermano de Allen Dulles), por entonces jefe de la Fundación Rockefeller, llevó a John D. Rockefeller III a una serie de tours mundiales, cuyo foco era la necesidad de parar la expansión de las poblaciones no blancas. En noviembre de 1952, Dulles y Rockefeller fundan el Population Council, con decenas de millones de dólares de la familia Rockefeller.

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Quizás ahora pueda explicarse mejor por qué, veinte años antes de ser presidente de la Nación, George Bush padre puso a dos profesores racistas al frente de la Republican Task Force on Earth, Resources and Population. Daba la coincidencia de que Bush padre era el jefe de esa comisión en la Cámara de Diputados. Fue Bush padre en persona quien el 5 de agosto de 1969 brindó ante la Cámara de Diputados de Estados Unidos en pleno un debate sobre la amenaza que representaba la mayor tasa de natalidad de los negros. Mucho menos aún nos debe llamar la atención cuando se nos cuenta que el viejo Prescott Bush, en su último año en Yale, como miembro prominente de Skull & Bones, encabezó una incursión nocturna a un cementerio apache con el objetivo de profanar el cadáver del cacique Gerónimo y robar su calavera como trofeo para Skull & Bones. Muchos años más tarde, cuando los pocos apaches que hoy sobreviven en Estados Unidos hicieron el reclamo para que les fuera devuelta la cabeza de Geronimo, Prescott Bush los volvió a engañar: les dio la calavera de un niño. No se sabe cómo la obtuvo. Si la élite anglonorteamericana, profundamente racista, logró nada menos que dos miembros del clan Bush accedieran a la presidencia de superpotencia mundial, con sólo ocho años de diferencia, es obvio que el control que ejercen sobre el aparato político norteamericano es enorme. A Bush hijo no le costó casi nada recaudar 60 millones de dólares para su campaña. Lo hizo en un par de semanas. La élite que controla el petróleo, la banca, las armas y los laboratorios también influye de manera determinante en los partidos Republicano y Demócrata. Mientras los Rockefeller ejercieron —y ejercen— una influencia decisiva en el Partido Republicano, los Harriman han ejercido una influencia aplastante en el Partido Demócrata durante casi todo el siglo XX, al punto de que nadie accedía a la presidencia de Estados Unidos por este partido sin tener una foto con W. Averell Harriman, el todopoderoso diplomático que ayudó a diseñar el mundo de la Guerra Fría tras la caída de Hitler. Obviamente, los Rockefeller, los Harriman, los Mellon, los Morgan, los Du Pont y los europeos Rothschild son muy amigos entre sí. A veces los Rockefeller y los Harriman deciden intercambiar los partidos políticos en los que influyen, dando una sensación de pluripartidismo familiar. Quizá por eso John D. Rockefeller IV es senador del estado de Maryland por el Partido Demócrata y controla el presupuesto para la investigación de laboratorios médicos.

Si las cosas son así, ¿cómo pudo ocurrir que Bill Clinton llegara a la presidencia estadounidense y demorara la campaña de Irak? La operación Irán Contras fue probablemente una de las más gigantescas operaciones ilegales encubiertas que se hayan llevado a cabo. Requirió mover enormes cantidades de armas entre países para hacer posible la guerra entre Irán e Irak, así como el terrorismo en Nicaragua. Movilizó enormes cantidades de dinero pagado por el petróleo iraní para poder adquirir esas armas y a numerosísimos agentes de la CÍA. Corrompió estructuras internas en Israel y Honduras, países que sirvieron de intermediarios para introducir armas en Irán y Nicaragua, respectivamente. Dotó de un presupuesto informal muy importante a la CÍA. Enriqueció a muchos agentes de la misma. Movilizó enormes cantidades de dinero en operaciones ilegales de lavado. Favoreció e impulsó el contrabando de cocaína en Estados Unidos a través de bases en Nicaragua. Y, finalmente, ensució a Bill Clinton. Clinton era gobernador de Arkansas en el exacto momento en que la CÍA decide dar una vuelta de tuerca a la operaciónIrán Contras. La misma se venía efectuando hasta que el Congreso norteamericano decidió prohibir el envío de armas a los contras nicaragüenses. La CÍA no sólo habría violado sistemáticamente esa prohibición, sino que además habría decidido sacar provecho económico del envío de armas a los guerrilleros. Les solicitó como pago por las armas la posibilidad de que les fuera enviada cocaína vía Nicaragua, dado que la DEA estaba supervisando la costa caribeña. Para que la operación se pudiera llevar a cabo, resultaba necesario encontrar un aeropuerto seguro dentro de Estados Unidos, en el que se pudieran embarcar armas en forma ilegal, y recibir la cocaína. Quedaban desestimados todos los grandes aeropuertos cerca de importantes ciudades. Era necesario encontrar un aeropuerto alejado, en la jurisdicción de “un amigo“. Arkansas era el estado ideal por sus características desérticas y no demasiado alejadas de Nicaragua  para realizar estas operaciones ilegales. Se habría seleccionado, entonces, al aeropuerto de Mena, en el estado de Arkansas, y nada menos que mientras era gobernado por Bill Clinton. De allí que han ido in crescendo las voces que señalan que Bill Clinton no ha sido otra cosa que un secreto colaborador de la CÍA, a punto tal de que el ocupar su puesto habría permitido, entre otras cosas, la no clarificación completa del triste atentado producido en Oklahoma en 1995, cuando casi 200 personas murieron. La élite y la CÍA habrían considerado que Clinton estaba virtualmente “en sus manos” desde mucho antes de ser presidente. Habría que remontarse a los orígenes de la carrera política de Clinton para entender esto de forma más cabal. Clinton obtuvo una beca Rhodes para estudiar en Oxford gracias al padrinazgo político del senador William Fullbright.

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Para que se entienda mejor esto, es necesario mencionar que Cedí Rhodes, fundador de las becas Rhodes, donó su fortuna al morir para generar mecanismos a fin de que el imperio británico gobierne al mundo entero. El mismo Rhodes había colaborado en instalar regímenes racistas en Sudáfrica y Rhodesía, hoy Zimbabwe, que llevaba su nombre. El senador Fullbright, padrino político de Clinton junto a Pamela Churchill Harriman, es el autor de la siguiente frase: “El caso de un gobierno a cargo de la élite es irrefutable… Un gobierno llevado a cabo por la gente es posible, pero altamente improbable”.·Ahora estamos en mejores condiciones de entender cuáles son los reales antecedentes de Bill Clinton. De todas maneras, Clinton no resultaba una persona del mismo nivel de confianza para la élite que Bush. los Bush venían colaborando con la élite desde hacía varias generaciones y muchas décadas. A cambio conseguían contratos en compañías petrolíferas, y participaciones como consejeros en grupos financieros. En contrapartida, claro está, tenían que poner la firma y prestar el nombre cuando, por ejemplo, había que financiar, enviar armas, comerciar o vender materias primas a Hitler. Son muchos los actos atroces cometidos durante la administración Clinton que han pasado inadvertidos. En 1994 se comete en el mundo uno de los peores genocidios de la historia. Entre medio millón y ochocientos mil ruandeses son asesinados por sus propios compatriotas. Los medios de prensa más importantes presentaron el hecho como una mera lucha tribal que adquirió proporciones gigantescas por una especie de “barbarismo” propio de pueblos muy subdesarrollados. En realidad, la historia parece haber sido bastante diferente. En “Censored 2001“, una nota de David Corn menciona textualmente que “Bill Clinton y su administración permitieron el genocidio de 500.000 a 800.000 ruandeses en 1994. En un claro esfuerzo por no asumir la responsabilidad y la vergüenza, la administración de Clinton ha rehusado desempeñar un rol para impedir el genocidio en Ruanda“. La nota también menciona que las tropas de paz de la ONU, conducidas por el general canadiense Romeo Dallaire, habían hecho un desesperado pedido a las Naciones Unidas para que enviaran un refuerzo de sólo 3.000 cascos azules para prevenir una matanza a gran escala. Sorpresivamente, Clinton y su embajadora en las Naciones Unidas, Madeleine Albright, no sólo bloquearon la posibilidad de enviar tropas, sino que Albright es citada como que “ponía obstáculos a cada paso“. El genocidio, a punta de cuchillo, tuvo lugar ante la propia mirada de los 2.000 soldados que Dallaire conducía en Ruanda, que nada pudieron hacer. Lengi Ngemi narra con claridad los motivos en su obra Genocide in the Congo (Zaire). Ngemi cuenta que una vez ocurrida la matanza, tanto Ruanda como sus vecinos Uganda y Burundi comenzaron a estar conducidos por una misma tribu: la hutu.

Los tres países, gobernados por dirigentes amigos y racialmente afines, produjeron un golpe de Estado en Zaire, ocupando, sus tropas mancomunadas, parte de su territorio. Ngemi aclara que la razón son las riquezas mineras de Zaire, entre ellas, dos minerales considerados estratégicos para la industria de armamentos de EE.UU.: el manganeso y el cobalto. ¿Y dónde se encuentran los mayores yacimientos del mundo?: en Sudáfrica, Zambia, Zimbabwe y Zaire. Podemos tener una idea entonces de por qué se impidió el envío de unos escasos 3.000 cascos azules para evitar la matanza en Ruanda, y por qué la zona que comprenden estos países es siempre “caliente“, con frecuentes guerras y grupos armados terroristas. Vemos que el verdadero poder en la principal superpotencia mundial no está en la Casa Blanca. La Casa Blanca parece ser ocupada por “presidentes marionetas“. Pero el poder está en otro lado, en otra parte. ¿Dónde? Hemos escuchado muchas veces que el Banco Central estadounidense, o sea el Federal Reserve Bank (FED), es la entidad más poderosa del mundo. En ese sentido, suele decirse que su anterior jefe, Alan Greenspan, era más poderoso que el propio presidente de Estados Unidos. Razón no le falta a quien piense de esta manera. El FED influye de manera muy importante en las paridades cambiarías y, por lo tanto, en las corrientes comerciales y en los flujos de capitales del mundo. Si el FED decidiera ser sumamente estricto a la hora de emitir moneda, posiblemente provocaría una recesión interna en Estados Unidos, y también global, que podría, por ejemplo, bajar las tasas de inflación si éstas fueran altas, pero que arrastraría a una impopularidad a quien ocupe en ese momento la Casa Blanca, impidiendo probablemente su reelección. Más o menos ésa es la historia de lo que ocurrió con George Bush padre. Estados Unidos estaba entrando en recesión y Alan Greenspan, que había sido ratificado en su cargo por Bush padre, demoró demasiado la reducción de las tasas de interés en Estados Unidos. Como consecuencia, en 1991 y 1992 Bush fue perdiendo la enorme popularidad que había ganado en la primera Guerra del Golfo. Y perdió la reelección. Aunque el FED está en condiciones de generar depresiones, reactivaciones y euforias financieras, ante las cuales los políticos de turno en la Casa Blanca o en el Congreso poco pueden hacer, sería incorrecto pensar que la real base del poder es el FED. En todo caso, el FED, y su Director, también son instrumentos de un poder superior.

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El FED fue creado por ley del Congreso el 22 de diciembre de 1913. Los banqueros privados, en aquel momento, venían criticando en forma pública la ley que creaba un Banco Central en Estados Unidos. Sin embargo, en forma reservada, los principales banqueros norteamericanos se frotaban las manos ante esa ley que habían logrado sacar gracias al senador Aldrich, casado con una hija del magnate John D. Rockefeller I. Una gran cantidad de legisladores se encontraban ausentes al acercarse la Navidad, y la votación parlamentaria fue manipulada. Se trató de un movimiento magistral a la medida de la élite que se originó en 1910, en conversaciones reservadas entre los principales banqueros. Para poder crear al FED, la élite financiera y petrolera norteamericana tuvo que manipular las elecciones de 1912. El presidente Taft buscaba la reelección. Pero su partido, el Republicano, se había pronunciado públicamente contra la creación del FED. Así dadas las cosas, la élite decidió fracturar al Partido Republicano en dos. Por un lado, se presentaba Taft. Por el otro, Theodore Roosevelt, ex presidente de la República. La división abrió las puertas para que el manipulable Woodrow Wilson accediera al poder, con mucho menos del 50% de los votos. La élite, con su presencia y la del senador Aldrich, se ganaría la seguridad de la aprobación de la creación de un Banco Central privado: el FED. No cabe duda de que el mejor negocio es emitir moneda. Desde hace siglos los principales banqueros saben muy bien que si la gente acepta como medio de pago un papel emitido por un banquero privado, con la promesa de redimirlo en oro o plata, y prefiere comprar y vender con ese billete y no con oro o plata metálica, entonces tal banquero tendrá la potestad de decidir quiénes deben recibir crédito y cuánto, qué tasas de interés cobrarles, a quién no prestarle. Y todo mediante la creación de medios de pago. Si los banqueros privados observaban que la gente no requería que le redimieran en metálico los billetes puestos en circulación, sino que la población los acumulaba y efectuaba sus transacciones en papel moneda, entonces podían generar de la nada muchos más billetes y ponerlos en circulación. De esta manera, el total de papel moneda superaba con creces las reservas en metálico que los banqueros privados guardaban en sus cajas fuertes. En otras palabras, los banqueros privados tenían la potestad de crear dinero de la nada si la gente aceptaba sus billetes. Y fue lo que ocurrió. El origen de la propia banca debe buscarse a través de operaciones de este tipo. Los bancos de Inglaterra, Francia y Alemania no comenzaron, como usualmente se piensa, como bancos estatales ni como empresas de las respectivas coronas, sino como bancos privados, controlados en buena medida por la dinastía banquera europea que se había instalado en forma familiar en Inglaterra, Francia, Alemania, Austria e Italia. En realidad el clan Rothschild, junto a sus asociadas Kuhn, Loeb, Lehman y Warburg.

Que el negocio bancario estaba monopolizado en unos pocos clanes familiares se puede ver simplemente a través de una vieja anécdota: mientras Max Warburg dirigía el Banco Central alemán durante el gobierno del kaiser Guillermo II, y se constituía en su banquero personal antes de la Primera Guerra Mundial, su hermano, Paul Warburg, era directivo del FED. El tema alcanzó ribetes escandalosos en Estados Unidos y obligó el rápido reemplazo de Paul Warburg. Otra anécdota: mientras la familia Rothschild era una de las principales accionistas tanto en forma directa como indirecta del propio Banco de Inglaterra, la rama francesa de dicho clan colocaba varios integrantes para dirigir nada menos que el Banco de Francia, el cual sólo fue convertido en público después de la Segunda Guerra Mundial. El primer Banco Central creado fue el Banco de Inglaterra. Ya antes de las guerras napoleónicas los Rothschild poseían un enorme poder financiero en toda Europa. Deseaban aumentarlo y así establecer las políticas financieras en los principales países europeos. Lo mismo pudieron hacer durante el transcurso del siglo XIX con los bancos centrales de Francia y Alemania. A menudo financiaron guerras entre los países, con la estrategia de prestarles a ambos bandos. De esta manera, cuando las guerras finalizaban, las naciones y las casas reales quedaban debilitadas, endeudadas y, por lo tanto, cada vez más dependientes de los banqueros. Fueron los Rothschild quienes decidieron ir a Estados Unidos financiando a clanes familiares a los que observaban durante mucho tiempo antes de otorgarles fondos para sus negocios, y que resultaban “amigos incondicionales“: los Rockefeller, los Morgan, Carnegie, los Harriman, etc. Por lo tanto, no debe llamar la atención que el FED no sea un Banco Central corriente. No es como el Banco Central de cualquier país latinoamericano o el Banco Central Europeo. No es un banco central propiedad del Estado. Es, lisa y llanamente, un banco privado. Y se trata de un banco privado propiedad de unos pocos bancos privados. Tres grandes apellidos han controlado y controlan esos tres bancos desde hace muchas décadas: Rockefeller, Rothschild, Davison (Morgan). Ese porcentaje habría continuado creciendo merced a las fusiones que se registraron posteriormente. Tampoco debe llamar la atención, entonces, que el anterior jefe del FED, Alan Greenspan, haya sido director corporativo de JP Morgan, de Morgan Guaranty Trust y de la petrolera Mobil (Standard Oil of New York), antes de ocupar el estratégico cargo en el FED.

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Greenspan era un empleado de un banco privado, a su vez propiedad mayoritaria de tres bancos privados. La moneda de Estados Unidos, el dólar, no es la moneda emitida por un país, sino la moneda emitida por el sistema de la reserva federal (FED), y su salud depende en realidad de la salud de esos bancos privados. Es por ello que en el anverso de cualquier billete dólar se lee la expresión “Federal Reserve Note“, y no “United States Treasury Note“. Los dos presidentes de Estados Unidos que intentaron suplantar los Federal Reserve Notes por los US Treasury Notes murieron asesinados antes de concluir sus mandatos. ¿Dónde está el poder, entonces? Es fácil deducir que unos pocos clanes familiares dominan la estructura de los bienes considerados estratégicos para el dominio global: energía, banca, armas y laboratorios. Pero es ridículo pensar que a esta altura del siglo XXI una decena de personas pueda sentarse a una mesa a decidir qué hacer con el mundo sin más ni más. La realidad es más sutil, aunque no menos espantosa. Hacia 1921, una vez terminada la Primera Guerra Mundial y derrocado el régimen zarista en Rusia, la élite petrolera financiera anglonorteamericana ya tenía en sus manos el control de los combustibles fósiles en prácticamente todo el mundo. El zar Nicolás II, que había representado un duro obstáculo para este objetivo, ya no gobernaba Rusia sino que lo hacían los bolcheviques, quienes en poco tiempo más firmarían los primeros contratos con las petroleras anglonorteamericanas. Al controlar la energía del mundo y al influir en sus precios, se puede controlar también a qué ritmo éste puede crecer, qué rango de salarios reales recibirán los trabajadores o qué cantidad de gente podrá obtener trabajo o no. Sabedores del real poder que implica controlar a la vez la energía y la banca, estos pocos clanes familiares decidieron establecer dos entidades gemelas, al estilo thinktanks, en Nueva York y Londres. Nacieron así el Council on Foreign Relations (CFR) y el Royal Institute for International Affairs (RIIA). A los fines prácticos, ambas entidades operan como una sola. El CFR está compuesto por cerca de tres mil miembros (más de 2.400 estadounidenses), entre los cuales siempre se han contado y se cuentan políticos, economistas, militares, periodistas y educadores. Actúa esta entidad, supuestamente, como un foro de discusión para el debate de las ideas y para mejorar la calidad de vida de los habitantes del mundo. Sin embargo, se trata de una institución sumamente particular. Su presidente honorario es David Rockefeller. En cuanto al CFR, en sus reuniones se permite alguna dosis de disenso, dentro de ciertos límites. Así como la banca Rothschild financiaba en las guerras a los dos bandos en conflicto, en el seno del CFR se promueve la gestación de dos posturas opuestas, en muchos de los temas económicos o políticos que son tratados en sus reuniones. Pero el hecho de que haya dos posturas no implica que de antemano el CFR no tenga ya una decisión tomada. La existencia de dos posiciones tiene el efecto colateral de permitir conocer previamente qué pueden llegar a argumentar las voces opositoras a la postura elegida, una vez puesta en práctica. La élite sabe, desde hace mucho tiempo, que la única forma de controlar los conflictos es controlando los dos bandos.

¿Qué persigue el CFR? Durante décadas ha perseguido la globalización, o sea, el debilitamiento de los Estados nacionales, que permite a las grandes empresas multinacionales instalarse en todo el mundo y ejercer el verdadero y real poder en zonas del planeta donde hasta hace años no tenían entrada. Todo esto se entiende mucho mejor si se tiene en cuenta que el CFR desciende, en realidad, de la llamada Sociedad Fabiana inglesa, a la cual Cecil Rhodes y el clan Rothschild financiaban en Inglaterra hacia fines del siglo XIX. La Sociedad Fabiana, a través de un núcleo de intelectuales, muchos de ellos escritores, pretendía instaurar en el mundo entero el socialismo a través de una manera evolutiva y no revolucionaria. Según Edgard Wallace Robinson (1980): “En 1833, un pequeño grupo de socialistas se reunió en Londres, anunciando su intención de transformar el sistema económico británico del capitalismo al socialismo. Este grupo eligió el nombre de Sociedad Fabiana. Uno de los miembros líderes de la Sociedad Fabiana fue George Bernard Shaw, quien quizá mejor resumió las intenciones de la misma, y al que citaremos: (…) el socialismo significa igualdad de ingresos o nada (…) Bajo el socialismo no se permitiría que nadie fuera pobre. Forzadamente se lo alimentaría, vestiría, acomodaría, se le enseñaría y emplearía, le guste o no. Si se descubriera que una persona no tiene el carácter suficiente para valer todo este trabajo, posiblemente se lo ejecutaría de una manera gentil. Pero si se le permitiera vivir, debe vivir bien“. El objetivo era, entonces, igualar lo más posible la forma de vida, la riqueza, las costumbres, el acceso al trabajo y, hasta donde sea posible, incluso la religión en todo el mundo. Esta pretensión no es muy diferente de lo que pensaba Cecil Rhodes, y ello explica el financiamiento que el aristócrata inglés brindó a la Sociedad Fabiana. Pero ¿por qué el apoyo de los Rothschild? A los acaudalados y poderosos clanes familiares que conforman la élite les conviene generar un régimen social de naturaleza mundial que les permita conservar el poder. Un régimen socialista en tal sentido los beneficia. Las principales y básicas diferencias con un régimen como el soviético serían entonces dos. En primer lugar, los medios de producción, el capital y las empresas no serían propiedad del Estado, como en la ex URSS, sino de unos pocos clanes familiares. En segundo lugar, sería necesaria la generación de bipartidismos para crear la ilusión de democracias, en masas cada vez más socializadas que creen votar por partidos, políticos e ideas diferentes, cuando en realidad el CFR controla los dos lados de cada conflicto, como lo son en última instancia las elecciones. Puede parecer sorprendente, pero lo cierto es que el candidato demócrata que se presentaba como mayor rival de Bush hijo en su intento de reelección en 2003, el general Wesley Clark, es también un muy prominente miembro del CFR, desde hace muchos años. A partir de septiembre de 2003 el candidato demócrata que más fondos lleva recaudados es el exgobernador de Vermont, Howard Dean. Dean se opuso públicamente a la invasión a Irak. Pero está muy en duda de que no se trate más que de una estrategia, dado que existen declaraciones registradas suyas en las que sostiene que Bush no ha ido lo suficientemente a fondo con Arabia Saudita e Irán.

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Lo cierto es que Dean comenzó a recaudar fondos luego de que, el 23 de junio de 2003, diera una conferencia en el CFR. Tan sólo un mes más tarde, el ex gobernador de Vermont salía en la portada de los semanarios Time, Newsweek y US News and World Report, destacándo su oposición a la guerra con Irak, pero sin hablar de sus lazos con el CFR ni sus declaraciones acerca de Arabia Saudita e Irán. Podríamos preguntarnos cómo es que mientras la élite busca una masificación colectivista de tipo comunista o socialista, al mismo tiempo ha financiado y ayudado a generar regímenes totalitarios absolutamente opuestos, como el Tercer Reich de Hitler. Vale la pena recordar que la mejor forma de controlar un gran conflicto a nivel global es, precisamente, generar opuestos tan antagónicos como el nazismo y el comunismo. En el caso de la extrema derecha, promoviendo un sistema casi de castas sociales, con los medios de producción en manos privadas. Del comunismo, a la élite no le desagrada en modo alguno la forma y el grado de masificación de las poblaciones, que las convierte en muy susceptibles de controlar. En otras palabras, se acerca bastante a lo que George Orwell, en su novela 1984, presagiaba como “colectivismo oligárquico“. Pertenecer a un reducido núcleo de 2.400 estadounidenses organizado por los clanes más ricos y poderosos del mundo da muchas oportunidades de excelentes trabajos, acceso a cargos públicos y conexiones personales de primer nivel. Eso sí, hay que tener en cuenta un punto principal: ningún miembro de la CFR operará jamás en nombre del CFR o en nombre de sus integrantes. Lo hará a título personal en su respectiva área de influencia. Cuando el CFR y, por lo tanto, la élite que lo domina, desee llevar a cabo una determinada política como la invasión al Irak o la adopción de la “doctrina del ataque preventivo“, promoverá la creación de reducidos núcleos de unos 10 o 12 integrantes a fin de estudiar un determinado tema y decidir la vía de acción. Dentro de esos grupos habrá intelectuales, financistas, empresarios y, por supuesto, senadores y diputados, o miembros del Poder Ejecutivo. A través de estos grupos el CFR introducirá en el gobierno de Estados Unidos los considerandos, las causas y las medidas más importantes que éste debe tomar. Así pasó luego del 11 de septiembre, cuando el CFR logró crear el Homeland Security Department a través de un documento de uno de sus “grupos de trabajo“, titulado “America still unprepared, America still in danger“. Y así pasó también con la invasión a Irak. Cuando estaba comenzando, el CFR ya tenía listo un informe final acerca de qué es lo que debían hacer Estados Unidos e Inglaterra en Bagdad a partir de la caída de Saddam Hussein.

Son o han sido miembros del CFR, Alan Greenspan, Bush, Clinton, Carter, Nixon, los hermanos Dulles, prácticamente todos los directores de la CÍA, una gran cantidad de senadores y diputados de los partidos Republicano y Demócrata, Henry Kissinger, Brzezinski, Cyrus Vanee, los diplomáticos de la Guerra Fría, como Kennan, Nitze y Averell Harriman, los principales empresarios, Colin Powell, Condoleezza Rice, Richard Cheney, el presidente del Banco Mundial, James Wolfensohn, y muchos de los intelectuales más destacados en los medios de comunicación. No faltan entre sus miembros financieros como George Soros, los Warburg y los principales dueños de los medios de comunicación a escala global. No hay empresa importante en Estados Unidos que no tenga al menos un representante en el CFR. Y no puede ser cualquier representante; debe ser uno de sus propietarios. A fin de tener una idea del grado de influencia que el CFR posee en las universidades y en la prensa, quizá bastaría con señalar que entre sus miembros se encuentran nada menos que 479 decanos y directivos de universidades o profesores titulares de ellas y 313 dueños o directivos de medios de comunicación. Las universidades y los medios de prensa figuran entre los principales grupos en que la élite ha buscado miembros del CFR. Quizás ahora pueda quedar más claro por qué descubrimientos, como los de John Nash, quedan relativamente encubiertos. Su difusión masiva en medios de prensa y en universidades de todo el mundo hubiera dificultado la globalización, que es precisamente lo que la élite y el CFR propugnan. La gran cantidad de profesores y directivos universitarios miembros del CFR le permite lograr varios objetivos: dar un barniz supuestamente científico a muchos de los objetivos geopolíticos, económicos o políticos que se persiguen en vastas zonas del planeta, y sembrar ideología de manera subliminal en el alumnado de las organizaciones de estudios superiores, dado que los alumnos deben tomar como verdadero lo enseñado por los profesores. También el desviar la investigación científica hacia los fines que sean de utilidad para la élite dominante del CFR y saber de antemano los escollos intelectuales que puedan presentarse a las políticas de socialismo gradual que, bajo la fachada de la globalización, la élite pretende implantar. Los directorios de numerosas universidades están copados por miembros de las petroleras y los bancos estrechamente relacionados con la élite. Muchas veces, las principales universidades se reparten las áreas de supuesta investigación geopolítica: mientras en Columbia se encuentra el Instituto Harriman, que publica trabajos sobre Europa Oriental y la ex Unión Soviética, en Harvard se ubica el Centro de Estudios Latinoamericanos David Rockefeller, que suele monopolizar las investigaciones supuestamente científicas respecto de países del Tercer Mundo latinoamericano. Mediante dicho instituto, y su presunta actividad científica, el clan Rockefeller y las familias de la élite obtienen información de primera fuente para realizar inversiones, influir en los gobiernos y moldear los dirigentes latinoamericanos del futuro. Vale la pena recordar la gran cantidad de ministros latinoamericanos que obtuvieron un título en Harvard.

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En el MIT se encuentra el Centro de Estudios del Genoma Humano, que trabaja con el Whitehead Institute, financiado por la Fundación Rockefeller. Una farmacéutica ligada a este acuerdo tiene como eslogan: “Give me your money, I will sell your genes” (Dame tu dinero y curaré tus genes). La élite también se infiltró en el área de recursos marinos, merced al Instituto de Oceanografía del MIT. Las investigaciones en el campo médico están prácticamente monopolizadas por la élite, mediante universidades como la Rockefeller y Cornell, fundada también por Rockefeller. La Universidad Rockefeller curiosamente venía desarrollando drogas contra el ántrax al momento de los atentados a las Torres Gemelas, Y la compañía Bioport, contratada por el gobierno norteamericano para proveer la vacuna contra el ántrax es propiedad del Carlyle Group. Algunos centros de cultivo de agentes biológicos, venden al por menor fórmulas letales e incluso cepas, trabajan codo a codo con la escuela de medicina de la Johns Hopkins University. Esta última universidad posee uno de los centros de influencia en materia de relaciones internacionales más importantes de Occidente, que funciona como una terminal de difusión del CFR: el Paul Nitze Foreign Institute. En cuanto a la Universidad de Texas, ha sido involucrada en acusaciones por numerosos fraudes y escándalos financieros en los que estaba mezclado el amigo de Bush: Tom Hicks, gran inversor en medios de comunicación en América latina. Los escándalos también alcanzaron a inversiones de la universidad en la petrolera Harken, uno de cuyos principales accionistas era nada menos que Bush hijo. El control del sistema universitario se acentúa mediante el uso, por parte de la élite, de la antigua red Phi Beta Kappa, que fue fundada en Virginia, Estados Unidos, en 1776, y que funcionó como una sociedad secreta hasta cerca de 1830, cuando las acusaciones contra las sociedades secretas por formar parte de un complot para tomar el poder mundial derivaron en la fractura del hasta entonces Partido Democrático Republicano en Estados Unidos. Esto provocó la “salida a la luz” de esta organización secreta y muchas otras, las cuales, según varios autores, trabajaban de forma mancomunada. Phi Beta Kappa supuestamente escoge el 10% de los mejores estudiantes. Nadie puede llenar una solicitud para ingresar en Phi Beta Kappa. Debe ser llamado por los jefes de dicha organización. Una vez dentro de la misma, tiene la vía de acceso libre para ocupar altos cargos en empresas, universidades, medios de comunicación, partidos políticos y puestos de poder en el Congreso y el Poder Judicial. Para tener una idea de la vastedad de esta organización, antes clandestina, y del grado de ayuda que puede brindarle al CFR, basta con decir que hasta el año 2000 poseía cerca de cien sucursales en casas de estudios superiores norteamericanas. Con el advenimiento de Bush hijo, las sucursales se duplicaron a más de 200, en sólo un año.

No menos estratégicos que la educación resultan los medios de comunicación, que sirven a los fines de seleccionar las noticias que conviene diseminar o censurar.Las cadenas televisivas no sólo están representadas en el CFR, sino que también están cartelizadas en su propiedad. Entre los directores de la NBC figuran varios directivos de otras compañías controladas por los Rockefeller, los Rothschild y los Morgan. La cadena televisiva ABC tiene entre sus directores prominentes miembros de JP Morgan, Metropolitan Life (propiedad del Morgan) y Morgan Guaranty Trust. Los demás directores son directivos de otras compañías de los clanes Rothschild y Rockefeller. En cuanto a la CBS, tiene entre sus directores a miembros conspicuos del directorio de los bancos Chase Manhattan y Kuhn Loeb, manejados por los clanes Rockefeller y Rothschild. Nada menos que Prescott Bush fue durante muchos años director de la CBS y hasta ayudó a juntar los fondos para comprar la compañía. En cuanto a la CNN, ha perdido toda independencia desde que fue absorbida por America On Line (AOL), empresas con prominentes miembros en el CFR y controladas por los mismos grupos de poder de las demás cadenas de televisión. Los medios de comunicación propiedad de los clanes de la élite pueden competir entre sí sólo a nivel operativo, pero el “nivel táctico” les viene dado “desde arriba“. La estrategia no la conocerán nunca, ni sus principales directivos. Para completar el vasto control en medios de comunicación bastará decir que por lo menos las tres principales agencias de noticias del mundo están bajo control de los clanes Rothschild y Rockefeller. Reuters tiene un accionista principal desde fines del siglo XIX: el clan Rothschild. En aquella época, los Rothschild también poseían la propiedad de las agencias de noticias alemana (Wolff) y francesa (Havas), encargadas de distribuir las noticias en los diarios de los tres países, en los tres idiomas. Debe mencionarse que el odio exacerbado entre las tres naciones, en el que los medios de comunicación de los respectivos países no eran indiferentes, derivó en la sangrienta Primera Guerra Mundial. La segunda agencia de noticias actualmente más importante del mundo, Associated Press (AP), fue adquirida por la familia Rothschild a través de Reuters en 1924. Y United Press International (UPI) es propiedad de la misteriosa secta Moon, que propugna una religión global, a la que se acusa de lavado de dinero, y con la que George Bush padre ha contactado frecuentemente.

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A los negocios estratégicos de combustibles, bancos y finanzas, laboratorios y armamentos hay que sumar entonces la educación y los medios de comunicación. Sin el control efectivo de estas dos áreas, la élite vería comprometidos su poder y su riqueza porque carecería de los intelectuales universitarios suficientes para llevar a cabo sus políticas, y correría el riesgo de que el público recibiera información fidedigna acerca del grado de concentración de la riqueza y el poder en el mundo, que han convertido al capitalismo en una especie de corporativismo vertical y elitista, y a la democracia en un espejismo. Hay varios megamedios que prácticamente controlan todo lo relativo a la comunicación: AOL Time Warner, General Electric, News Corporation (Murdoch), Viacom, Bertelsmann, Walt Disney Company, Vivendi Universal, Liberty Media Corp. y Sony. No existe medio importante de comunicación que escape a la directa influencia de algunos de estos megamedios. Sin embargo, aun los medios supuestamente independientes, reciben financiamiento de fundaciones relacionadas con el CFR. Más específicamente, la Fundación Ford, asociada en forma directa al CFR y Skull & Bones, y con lazos tanto con la CÍA como con el Carlyle Group, sería la encargada, junto con George Soros, la Fundación Rockefeller y el Carnegie Endowment for International Peace, de financiar a la supuesta prensa “alternativa” o “de izquierda“. No hay que olvidar que el CFR busca controlar los dos bandos de cada conflicto. De esta manera, poseyendo los medios de comunicación “oficiales“, e influenciando a una vasta gama de la supuesta prensa “alternativa” o “de izquierda“, también se controla el grado de oposición que las políticas oficiales ensayadas por el CFR van a encontrar en el mundo. Si tenemos en cuenta lo mencionado acerca de la propiedad de los medios de prensa y de su financiamiento, podemos entender bastante algunas curiosas asociaciones entre empresarios de medios de comunicación supuestamente de derecha e izquierda producidas en los últimos años en muchos países.

Hacia mediados de los años ’50, la élite empresarial anglonorteamericana comenzó a observar que en Europa disminuían los efectos de la Segunda Guerra, Varios países europeos comenzaban a enriquecerse y, si bien no podían disputar el liderazgo de Estados Unidos, sí al menos podían ejercer un cierto grado de influencia en el resto del mundo. Más aún, muchos países de Europa continental comenzaban a asociarse en lo que a la postre resultaría la Unión Europea. A fin de no perder el férreo control global ejercido por el CFR, se encomendó al príncipe Bernardo de Holanda, ex colaborador del régimen de Hitler y nazi convencido, formar un foro de discusión europeo norteamericano en el que estuviesen presentes los más importantes empresarios, aristócratas y políticos de toda Europa. A este grupo se lo denominó Bilderberg, en recordatorio del hotel holandés donde se realizó la primera reunión. A diferencia del CFR, el grupo Bilderberg no elabora políticas de acción directa. Los anglonorteamericanos no lo permitirían. Su objetivo es simplemente discutir las cuestiones de máxima actualidad, de manera tal que la élite anglonorteamericana pueda tener una idea de quiénes pueden resultar más o menos “amigos” en Europa. El total secreto con el cual suele reunirse el grupo Bilderberg llevó a varios a pensar que era un ámbito de poder superior al CFR. Pero no es así. Hacia 1970, una nueva potencia económica parecía surgir en el mundo: Japón. El grado de control que el CFR ejercía sobre su ex enemigo era considerado como demasiado bajo por la élite. Por eso David Rockefeller creó y presidió la denominada Comisión Trilateral, foro de discusión similar a Bilderberg, llamado así por incluir miembros de Estados Unidos, Europa y Japón. La Comisión Trilateral se fundó en 1973, poco después del estallido del escándalo Watergate en Estados Unidos. Hay quienes especulan que el escándalo de Watergate, la fundación de la Comisión Trilateral y la expulsión de Nixon del poder están íntimamente conectados entre sí. No les falta razón, dado que Nixon estaba encarando, desde 1970, varias medidas que entraban en directa colisión con la idea de la globalización. Entre ellas el fin del esquema de paridades fijas de la moneda con el oro y la adopción de barreras aduaneras en Estados Unidos, cosa que había puesto muy nerviosos a Japón y a varios países de Asia. El CFR se disgustó con Nixon, quien había accedido al poder merced a sus excelentes contactos con la industria petrolera. Es de esta forma que el caso Watergate muy probablemente no sea lo que la gente cree que fue. Sobre todo, si se tiene en cuenta que su descubrimiento lo realizó el ex agente de inteligencia naval Bob Woodward, convertido por obra y gracia súbita de espía en periodista del Washington Post.

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El posterior acceso de Jimmy Carter a la presidencia norteamericana en 1976 debe interpretarse como una especie de “golpe de Estado” tácito interno en Estados Unidos. El CFR no podía dejar que otro Nixon accediera al poder. Hasta hacía poco tiempo, Carter era un oscuro personaje sin poder alguno en Estados Unidos, más allá de Georgia. Fue seleccionado especialmente por David Rockefeller para, una vez en el poder, llenar una gran cantidad de cargos con miembros del CFR. Hasta poco tiempo antes de las elecciones, Jimmy Carter era un personaje desconocido para la población norteamericana. Poseía sólo el 4% de la intención de votos. Rockefeller y Brzezinski repararon en él porque, siendo gobernador de Georgia, había abierto oficinas comerciales en Bruselas y Tokio. Rockefeller lo invitó a cenar y conversar varias veces. Luego de estar convencido acerca de la aptitud de Carter para acelerar el desarrollo de la “agenda global“, financió su escalada a la presidencia. La “agenda global” de la Comisión Trilateral no se diferencia de la del CFR. Consta de tres postulados básicos:  Establecer un único gobierno mundial, con poder global, a cargo de los dueños y principales directivos de las mega corporaciones; eliminar, en el largo plazo, las fronteras nacionales; e incrementar el dominio de las Naciones Unidas. Los posteriores gobiernos de Bush y Clinton no hicieron más que acentuar esta tendencia. Durante la era Nixon la administración norteamericana contaba con 115 miembros del CFR en puestos de poder. Durante la era Carter esa cifra se incrementó a 284 miembros. En la época de Reagan, apenas descendió a 257 miembros. Cuando Bush padre fue presidente, prácticamente instaló al CFR en el gobierno, nombrando 382 miembros de ese organismo en puestos clave de poder. Finalmente, Bill Clinton tuvo 17 de los 19 puestos ministeriales ocupados por miembros del CFR y la Comisión Trilateral. Cuando a David Rockefeller se le pregunta cómo le surgió la idea de crear la Comisión Trilateral, usualmente contesta que se le ocurrió leyendo el libro de Zbigniew Brzezinski,  Between two ages. Brzezinski era un prominente miembro del CFR, y probablemente la relación de causalidad haya sido precisamente al revés. O sea, Brzezinski habría escrito el libro a pedido de Rockefeller, a fin de que existiera un justificativo intelectual para generar la Comisión Trilateral. En Between two ages, Brzezinski predice el monopolio del poder absoluto por parte de Estados Unidos y simultáneamente pinta una visión edulcorada del marxismo. Llega a decir que el estalinismo puede haber resultado una tragedia no sólo para el pueblo ruso sino también para el ideal del comunismo. Citaremos al respecto a algunas frases textuales de Brzezinski: “El marxismo es simultáneamente una victoria del hombre externo y activo sobre el hombre recluido y pasivo, y es a la vez una victoria de la razón sobre las creencias“, “El marxismo diseminado a nivel popular bajo la forma de comunismo representó un gran avance en la habilidad del hombre para conceptualizar su relación con el mundo“, y “El marxismo ofrecía la mejor perspectiva de pensamiento disponible a la realidad contemporánea“.

Brzezinski, oriundo de Europa Oriental e imbuido de ideas colectivistas, influyó de manera determinante sobre David Rockefeller, que opera como la cabeza visible de la élite. Obviamente, en el mundo contemporáneo, marxismo es muy mala palabra. No lo era tan así en los años ’70, cuando era necesario aplacar ideas socialistas en vastas regiones del Tercer Mundo, en las que movimientos populares deseaban confiscar medios de producción que eran propiedad directa o indirecta de la élite. En esa época, estas frases de Brzezinski resultaban funcionales a los fines de mostrar un supuesto gobierno menos imperialista, con Carter y los demócratas a la cabeza. En los ’70, años de grandes convulsiones en Estados Unidos, también era necesario buscar fórmulas conciliatorias con la Unión Soviética y Europa del Este. Obviamente, hoy en día, los postulados de Brzezinski en Between two ages resultan poco menos que un insulto a la propaganda globalista que esconde el colectivismo tras la fachada de un supuesto capitalismo de libre mercado. Quizá sea por ello que Between two ages, a pesar de haber sido un best seller a inicios de los años ’70, hoy no se encuentre. Muchas veces, con libros que antes resultaron funcionales a los deseos de la élite pero comienzan a ser contraproducentes para continuar la agenda de la misma, sucede lo que en Fahrenheit 451: los libros desaparecen, pero no bajo las llamas de los lanzafuegos, como en la obra de Bradbury, sino simplemente bajo una silenciosa y llamativa “extinción“. La política del CFR en materia comunicacional parece apuntar sobre todo a las grandes cadenas televisivas en cuestiones informativas, a fin de homogeneizar las noticias que llegan a la población y poder suprimir más fácilmente datos o informaciones “molestas” para la agenda global, Pero Brzezinski nunca fue un personaje más. A sugerencia de Rockefeller, ocupó el centro de la escena durante la administración Carter, así como Kissinger lo había hecho en la era Nixon. Quien lea atentamente Between two agespuede observar que la globalización está anunciada. Este tipo de predicciones, sin fundamentos científicos serios, pero a la postre cumplidas en la realidad, es una costumbre del CFR, que suele valerse de intelectuales a fin de justificar las políticas de antemano diseñadas que, de esta manera, gozan de un “barniz” intelectual y científico. Podemos citar también los casos de Francis Fukuyama y Samuel Huntington. En su obra El fin de la historia y el último hombre, durante la presidencia de Bush padre, Fukuyama predice también acabadamente lo que sucedería en la década del 904. O sea, el auge del capitalismo corporativo y de lo que se conoce  como democracia prácticamente en todo el mundo, el fin de los grandes liderazgos políticos personalistas y el final de toda dialéctica histórica merced a la globalización. El gran problema para todos nosotros es que Fukuyama predice que esto durará varios siglos, que es lo que pretende el CFR. No debe extrañar que Fukuyama haya formado parte de otro thinktank satélite del CFR denominado “Project for the New American Century” (PNAC), junto a varios dirigentes del Pentágono y del aparato industrial militar norteamericano, quienes venían planeando la invasión a Irak por lo menos desde 1997.

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¿Por qué el CFR elige este tipo de thinktanks a la hora de decidir políticas de acción como la invasión a Irak?  El “trabajo sucio” nunca saldrá publicado con el membrete propio del CFR. Si algo sale mal, es mejor “quemar” al PNAC o a cualquier otro thinktank, que al propio centro de poder. Volviendo a los principales intelectuales colaboracionistas con el CFR, podemos nombrar a  Samuel Huntington. Cuando las Torres Gemelas cayeron, el lector podía adquirir en cualquier librería un libro ya publicado de antemano: El choque de civilizaciones. En dicha obra, escrita en 1997, Huntington predice el conflicto con los árabes, aunque apenas menciona el tema petróleo. Sin embargo, nos revela otra de las causas por las cuales Saddam Hussein debía ser removido. Huntington cree que lo que hace débil a la civilización musulmana es la falta de una metrópoli donde se concentre el poder. Las peleas internas, las luchas intestinas de la civilización árabe son, para Huntington, causa de su debilidad. El gran problema es que Huntington, miembro del CFR, no se detiene en este punto sino que nos predice la posibilidad de un conflicto bélico entre Estados Unidos y China hacia el 2010. Si Huntington tiene razón, no debe sorprendemos que Estados Unidos no haga nada para reducir el abultado déficit de balanza de pagos de Estados Unidos, concentrado especialmente en China, Japón y el sudeste del Asia.  El máximo problema que nos ofrece el encuadre de Huntington es que pone las luchas y las guerras en términos basados en razas o pueblos superiores a otros. Este espíritu darwiniano malthusiano del “intelectual” del CFR debe ser tomado como un emergente del pensamiento dominante en ese núcleo de poder mundial y dentro de la propia élite globalista.  Esta manipulación de los intelectuales y de la ciencia por parte de la élite anglonorteamericana y del CFR no se reduce a la economía, a la historia y la geopolítica, sino que invade prácticamente todas las áreas de la ciencia. Cuando señalamos a la infiltración de estos grupos de poder en importantes grupos de intelectuales, no sólo nos referimos a pensadores, politólogos, economistas y científicos. Probablemente uno de los primeros grupos en ser infiltrados fue el de los literatos y escritores. Frente al proyecto globalista del “nuevo orden mundial” los escritores que accedieron a información tuvieron posturas a favor y en contra.

Aldous Huxley, H. G. Wells, G. Bernard Shaw, George Orwell, entre muchos otros, se refirieron en forma simbólica y alegórica en muchos de sus escritos al proyecto de la élite. El primero de ellos, autor de Un mundo feliz, muerto el mismo día que John Kennedy, el 22 de noviembre de 1963 en Inglaterra e inmediatamente incinerado, hablaba de un mundo dividido en castas sociales y era nieto de uno de los fundadores del “Roundtable Group” de Cecil Rhodes. Huxley colaboró durante toda su vida con uno de los mayores historiadores del siglo XX: Arnold Toynbee, autor de Historia de la Civilización Occidental. Toynbee, miembro de la sociedad hermana del CFR, el RIIA, es un continuista de la historia. Pensaba que toda civilización en la historia había comenzado un inexorable declive muy poco después de haber alcanzado su máximo esplendor, y poco después de haber estado a punto de alcanzar una fase “global“. La élite anglonorteamericana, verdadera conocedora de este concepto de Toynbee, estaría buscando lo mismo que Roma, Napoleón, el Egipto antiguo y la corona británica habrían intentado lograr, para luego fracasar. La diferencia, ahora, sería que, con el actual desarrollo de la ciencia y la tecnología, la posibilidad de globalizarlo en un esquema petrificado y sin cambios, es no sólo posible para la élite sino también mucho más probable y deseable. Dejando a un lado la historia y yendo a la subrepticia introducción de la ideología en la ciencia y en los supuestos grupos de “intelectuales” financiados por la élite anglonorteamericana, no podemos dejar de mencionar, entre otras cosas, la generación, producción y almacenamiento de virus, bacterias y protozoarios mortales para la vida humana. El ántrax, por ejemplo, había desaparecido prácticamente por completo de la faz de la Tierra en la Edad Media, cuando se lo llamaba carbunclo. Y es muy natural que así haya sido, dado que debe suponerse que, con el progreso científico deberían poder erradicarse enfermedades, reduciéndose la cantidad de las mismas, en vez de generarse nuevas. El problema es que, si no se regula adecuadamente a la industria farmacéutica, ésta intentará simplemente aumentar sus ganancias, cosa que no sería posible con una población mundial en buen estado de salud. No debe sorprender al lector que la industria farmacéutica esté tan estrechamente ligada a la industria petrolera como lo está la élite financiera anglonorteamericana.

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Cuando Fukuyama, durante la presidencia de Bush padre, hablaba del final de la historia, en realidad se refería a un estadio del capitalismo, que deseaba como permanente, por medio del cual las corporaciones ejercerían realmente el poder en la Tierra,  y los Estados nacionales quedarían semivacíos de contenido. En un mundo de esas características, existirían simplemente dos clases sociales: la que controla y dirige las corporaciones y la que trabaja para ellas. La agenda con los fines de la Comisión Trilateral es una expresión de ésta. En un libro, El poder en la sombra – Las grandes corporaciones y la usurpación de la democracia, Noreena Herz nos advierte acerca del alarmante avance de este proceso en el mundo. Cita, por ejemplo, que de las cien mayores economías del mundo sólo 49 son Estados nación mientras que 51 son empresas. Cuando Bush padre hablaba frecuentemente acerca de que la humanidad se estaba aproximando a un “nuevo orden mundial“,  y sabía perfectamente a lo que se refería. Cuando Gorbachov, todavía en el poder en la ex Unión Soviética, le contestaba que para que “un nuevo orden mundial fuera posible, Estados Unidos debía previamente ayudar a la URSS”, también sabía perfectamente bien de lo que estaba hablando. La inscripción que figura en el billete de un dólar (“Novus Ordo Seculorum“: Nuevo Orden de los Siglos), introducida a pedido de Franklin Delano Roosevelt, primo lejano de los Bush, no era sólo un capricho de un presidente ni algo casual. La pirámide con el “ojo que todo lo mira” tampoco es un símbolo al azar. Es extraño que pocos se pregunten qué hace un símbolo esotérico en el reverso del billete de un dólar.El CFR estaría llevando a cabo una agenda predeterminada. Que los clanes más poderosos de la Tierra se hayan puesto como meta el dominio y control del mundo entero no es nada extraño. Se verá que el aporte de cada generación de esta élite al proyecto puede observarse en la medida en que cada uno contribuye a esa ambición de dominio global que los fundadores, patriarcas de unos pocos clanes, se han establecido como meta a larguísimo plazo para sus descendientes. Cuando autores posmodernos, por ejemplo, Jean Baudrillard, escriben obras como The Gulf War did not take place, lo que están diciendo no es que no suceda lo que estamos viendo en los medios de comunicación, en la TV, sino que los sucesos, en realidad, significan otra cosa de lo que, a través de los medios de comunicación, se nos pretende inducir a pensar. Obviamente, para que ello sea posible es necesario generar organismos y entidades que ejerzan un control global. La CÍA, el FBI y hasta las Naciones Unidas adquieren, entonces, una dimensión diferente de lo que a primera vista puede parecer.

Sin embargo, por más poderosa, rica e influyente que fuera la élite, y por más bien organizados que estuvieran el CFR y sus entidades satélite, habría sido impensable la posibilidad de la idea de crear la globalización sin la existencia simultánea de mecanismos de control en todos los ámbitos de la sociedad, y en todo el mundo. La élite percibió, entonces, que debía extender su poder desde los centros en los que se apoya: Nueva York, Washington DC y Londres, a las principales ciudades de todo el mundo. Para ello necesitaba, en primer lugar, reduplicar su propia estructura, generando otros thinktanks “a imagen y semejanza” del propio CFR, incluso dirigidos por miembros del CFR y de la Comisión Trilateral, a fin de poder infiltrar en forma adecuada las estructuras estatales de poder de terceros países. De esta manera, una gran multiplicidad de organizaciones cuyo supuesto fin es el intercambio y el estímulo a la creación de ideas para desarrollos regionales han sido creadas en el mundo a lo largo del siglo XX. El objetivo real de estos thinktanks es, en cambio, bien diferente. La idea básica es tomar contacto con políticos, economistas, periodistas, diputados, senadores y funcionarios públicos de variada gama. El objetivo de establecer esos vínculos sería influir en la toma de decisiones de los respectivos países, y en los medios de prensa, a fin de controlar tanto a los gobiernos como a la opinión pública y hacer, de esta manera, más fácil la agenda de la globalización. La reduplicación de estas estructuras, conformadas como consejos consultivos entre empresarios e intelectuales, va incluso más allá, dado que también se generan dentro de los propios países. La utilidad de estas estructuras de poder es muy importante para la élite. Por lo tanto, no sólo puede ocultar sus fines de dominio global, sino que también puede ofrecer a la opinión pública la idea de objetivos filantrópicos. La adhesión personal a estos thinktanks suele ser una especie de “contrato tácito” por el cual los miembros dan parte de su tiempo, sus energías, sus recursos y hasta sus cerebros a cambio de posibles y probables beneficios económicos, importantes cargos empresariales y posibles y probables puestos políticos. Pero el control del CFR y de la élite que lo domina sobre el mundo, a fin de generar la globalización, no se detiene en reduplicaciones permanentes del propio CFR, sino que abarca otros ámbitos de acción: la seguridad, inteligencia, represión y hasta la educación, a través de organizaciones semi secretas como la CÍA y el FBI; el control político y militar de los países a través de las Naciones Unidas, principalmente, y, finalmente, el control económico y financiero a través del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y sus entidades anexas o subsidiarias. Por último, el control global y social se completa mediante la influencia de los mega medios globalizados de comunicación, entre los que sobresale la televisión.

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La Agencia Central de Inteligencia (CÍA) es un organismo que vio la luz a partir de la Overseas Secret Service (OSS) americana, de la Segunda Guerra Mundial. Cuando Estados Unidos decide entrar en guerra contra el Eje, el presidente Roosevelt nombra embajador en Suiza nada menos que a Allen Dulles, prominente abogado de varias firmas de Wall Street, en las que tenían fuertes intereses los clanes Rockefeller y Harriman. La guerra era un tema especialmente espinoso para la élite de negocios anglonorteamericana, dado que venía colaborando con el régimen de Hitler, como ya hemos visto. Por lo tanto, necesitaba efectuar discretas negociaciones con conspicuos miembros del régimen nazi a fin de que sus intereses económicos no se vieran severamente perjudicados una vez que la guerra hubiera terminado. Dulles era el encargado de establecer esos contactos. Y aunque en realidad era embajador de Estados Unidos, alternaba ese puesto con el de negociador de los grupos privados económicos norteamericanos con fuertes intereses en Europa y Alemania. Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, Allen Dulles desempeñó tan bien su papel  que fue nombrado nada menos que presidente del CFR entre 1946 y 1950, luego subdirector de la CÍA entre 1950 y 1953, y director de la misma entre 1953 y 1961, cuando el presidente John Kennedy lo echó. Al revés  que el FBI, la CÍA es frecuentemente presentada en series y películas de espionaje como una organización temible, capaz de realizar horribles crímenes. En realidad, es algo bastante peor. El propio origen de la CÍA se encuentra relacionado con los servicios secretos de Hitler. Cuando se comienza a hacer evidente que Alemania se rendiría, el jefe de espionaje de Hitler, general Reinhardt Gehlen, comienza a negociar con el gobierno norteamericano los términos de su rendición. Gehlen, excelente espía, tenía en su poder gran cantidad de documentación incriminatoria contra políticos y empresarios ingleses y norteamericanos. Por lo tanto, junto a un sobredimensionamiento del “peligro soviético”  jugó la carta de la posible difusión de esa información a los medios de comunicación. Estados Unidos llegó a un rápido y fructífero acuerdo con Gehlen: el general no sólo quedaba libre, sino que además Estados Unidos contrataba sus servicios y lo utilizaba como responsable de los servicios de espionaje norteamericanos en Europa Oriental y Rusia. Ello no implicaba que Gehlen tuviera que infringir sus antiguas lealtades con colaboradores directos de Hitler. Todo lo contrario, si el general juzgaba que había una especie de lucha de lealtades, por tener que espiar tanto para Alemania como para Estados Unidos, podía privilegiar los intereses alemanes. Más aun, Gehlen reportó directamente al sucesor de Hitler, tras su suicidio: el almirante Karl Doenitz. Gehlen y muchos otros nazis empezaron a formar parte de la CÍA. Entre otros, habrían sido reclutados Klaus Barbie, Otto von Bolschwing, el cerebro del holocausto, que trabajó codo a codo con Adolf Eichmann, y el coronel de la SS Otto Skorzeny.

El origen de la CÍA favoreció que se llevaran a cabo operaciones secretas, no sólo ilegales sino también criminales. Una de las primeras operaciones en las que la CÍA se vio envuelta fue el llamado “Project Paperclip“, a través del cual la CÍA seleccionó a un gran número de científicos, militares y colaboradores nazis de todo tipo para trabajar y vivir en Estados Unidos. Oficialmente, Estados Unidos ha reconocido la existencia de esta operación, pero redujo su área de influencia a proyectos de alcance limitado, como el desarrollo de la NASA por parte de científicos nazis como lo había sido, por ejemplo, Von Braun. Esto es lo que Estados Unidos reconoce, pero es sólo la “punta del iceberg“. En algunos lugares de EE.UU., como Huntsville (Alabama), habría habido radicaciones masivas de prominentes nazis alemanes tras la caída del III Reich, a los que se suele citar jurando la Constitución norteamericana con el brazo en alto, a la manera nacionalsocialista. Por ejemplo, nombrando sólo uno de los casos de migraciones ilegales y secretas a EE.UU., junto a Von Braun se suele olvidar mencionar que viajó a Estados Unidos el general Walter Dohrenberg, quien dirigía un campo de concentración y exterminio llamado Dora, en el cual se usaba mano de obra esclava para desarrollar los proyectos armamentísticos diseñados por Von Braun. Dohrenberg era un criminal de guerra y no pudo ser juzgado en Nuremberg debido al “vía libre” que le fue otorgado gracias a la CÍA. Pero Dohrenberg estaba lejos de ser el único criminal nazi rescatado y enviado sano y salvo a Estados Unidos. Cuando se menciona que la Argentina, Brasil, Paraguay o Bolivia son países que dieron asilo a criminales nazis, generalmente se tiende a encubrir el apoyo que les fue dado por Estados Unidos y la CÍA. Muchos de estos científicos nazis ayudaron a desarrollar en Estados Unidos el llamado “Proyecto MK Ultra“. Bajo dicha operación se llevaron a cabo experimentos de control mental con seres humanos, sometiéndolos al influjo de drogas experimentales, radiación, electromagnetismo, etc. Se usaron secretamente presidiarios norteamericanos, y hasta se habrían incluido soldados. En muchos casos, estos seres humanos convertidos en “conejillos de Indias” murieron.  Las operaciones de la CÍA no se redujeron a contrabandear nazis a Estados Unidos ni a experimentos secretos con humanos. Intervino de forma cuasi militar en una vasta gama de países, organizando guerras y revoluciones, que en muchos casos fueron financiadas con los presupuestos de los Estados nacionales y beneficiaron los intereses de la élite de negocios anglonorteamericana y de los propios agentes de la CÍA. La CÍA no sería otra cosa que el “brazo armado” de la élite y el CFR. Es por esa causa que no desaparece una vez extinguidos el régimen soviético y la KGB, cuando desaparece el enemigo.

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Una de las primeras operaciones efectuadas por la CÍA a nivel país, tras la Segunda Guerra Mundial, fue la denominada “Operación Gladio“, en Italia. Ocurre que Italia era terreno fértil para que un gobierno de izquierda, probablemente comunista, surgiera en 1948. Si bien a la élite el comunismo no le disgusta, esto es sólo en determinadas condiciones: cuando los empresarios de la élite mantienen en su poder los medios de producción. Pero en cualquier otra circunstancia, un régimen de izquierda o comunista atenta fácilmente contra los intereses de los empresarios que dirigen el CFR. Por eso resultaba altamente inconveniente que en Italia triunfara la izquierda. La “Operación Gladio“, mediante la incesante propaganda acerca de la supuesta peligrosidad de la izquierda en Italia, logró su cometido de impedir el ascenso de ella al poder. Pero no era una cuestión sólo de propaganda. Mediante la “Operación Gladio” se armó a 15.000 hombres en Italia, dispuestos a dar un golpe de Estado en caso de un triunfo en las urnas de la izquierda. El modelo de actividad de la CÍA en Italia fue virtualmente copiado en Francia y Alemania. En el primero de esos países los varios atentados que sufrió el presidente Charles de Gaulle fueron atribuidos a la CÍA y sus socios. Dado que tras la experiencia de Mussolini la población se volcaba filosóficamente más a la izquierda, la CÍA decidió mantenerla a raya generando y financiando ejércitos terroristas de izquierda (Brigadas Rojas) a través de la actividad de la logia masónica Propaganda Due (P2), a fin de mantener instalado en los medios de comunicación y en la mente de la población la idea de la enorme peligrosidad y violencia potencial que significaría la izquierda en el poder. Para ello, la CÍA no dudó en mantener inalterados los estrechos contactos que poseía con la mafia siciliana y la camorra napolitana desde fines de la Segunda Guerra. Tampoco dudó en mirar para otro lado cuando las Brigadas Rojas asesinaron al primer ministro italiano, Aldo Moro, en 1978, o cuando volaron la estación de tren de Bologna matando a decenas de inocentes. Las frecuentes noticias acerca de los lazos de ex políticos italianos, que ocuparon altísimos cargos de poder, con la mafia, deben entenderse como engranajes de una maquinaria utilizada como una estrategia de la CÍA.

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No habían dejado de tronar los últimos cañones de la Segunda Guerra Mundial cuando a las “mentes brillantes” que luego formarían la CÍA se les ocurrió una maquiavélica idea. Como había un estado de guerra en Indochina entre los franceses y las tropas vietnamitas de ideología comunista de Ho Chi Minh, decidieron aprovecharse de la situación. Dado que los franceses eran considerados en la zona en el largo plazo como más peligrosos por los norteamericanos, éstos decidieron armar “hasta los dientes” a los comunistas insurrectos. Los comunistas vietnamitas derrotaron entonces a los franceses y los norteamericanos pensaron que era tarea fácil quedarse con las ex colonias francesas. Y decidieron entonces matar varios pájaros de un tiro: luchar contra los vietnamitas comunistas les podía ofrecer un pretexto que consideraban válido para ingresar en una guerra que escondía muy sórdidos intereses económicos. Entre ellos, uno de los principales era el petróleo. Según Livergood, ya desde los años ’20 existía un estudio escrito por el ex presidente Herbert Hoover que demostraba la existencia de petróleo en el mar del sur de China, justamente a lo largo de la costa vietnamita. Fue precisamente en la década del 50 cuando se perfeccionó un método para extraer petróleo submarino. Los miembros de la élite petrolera norteamericana decidieron no perder la ocasión. Por supuesto, sin la CÍA hubiera sido imposible. En resumidas cuentas, Estados Unidos inventó una guerra contra el comunismo, como fue la de Vietnam, uno de cuyos objetivos económicos principales era en realidad explorar íntegramente la costa vietnamita del mar del sur de China. Mientras los soldados norteamericanos y vietnamitas morían de a miles en las pantanosas junglas asiáticas y decenas de miles de civiles inocentes perdían sus vidas, los barcos encargados de las exploraciones petroleras estaban haciendo explotar minas en el fondo submarino, a fin de conocer dónde había petróleo y dónde no. Mientras Estados Unidos entregaba sus jóvenes para morir en una guerra y mientras el pueblo financiaba con el pago de impuestos la concreción de esas matanzas, al oligopolio petrolero y la élite que domina el negocio les estaba saliendo gratis la exploración de la que se consideraba en aquel entonces una de las cuencas de hidrocarburos más rica del mundo. Peor aún: si la Standard Oil hubiera decidido explorar en medio de un proceso de paz esa costa, probablemente hubiera obtenido la oposición en las Naciones Unidas de Francia, Vietnam, China y Japón. Obviamente, se necesitaba una guerra para poder llevar a cabo la operación de manera sigilosa y efectiva en un ciento por ciento, Livergood señala que “aun observadores muy cercanos sólo habrían visto pequeñas explosiones diarias en las aguas del mar del sur de China, y hubieran pensado que eso era parte de la guerra (…)“, y que la Standard Oil no gastó un solo centavo en estas tareas. Veinte años más tarde y luego de que 57 mil americanos y medio millón de vietnamitas murieran, la Standard Oil tenía datos suficientes sobre todo el petróleo existente en el mar, por lo que la guerra bien podía concluir. Henry Kissinger, representó a Estados Unidos en las conversaciones de paz llevadas acabo en París y obtuvo el Nóbel de la Paz. Cuando años más tarde Vietnam licitó la explotación del petróleo en sus costas, casi todas las empresas petroleras que intentaron extraer hidrocarburos perdieron vastas sumas de dinero, al excavar donde no había nada. Una sola empresa dio en la tecla y licitó sólo las áreas donde había mucho petróleo. Livergood nos devela algo que no es precisamente un misterio: la Standard Oil.

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Pero sería injusto decir que el petróleo fue la única causa de la guerra de Vietnam. Otra causa era la necesidad de controlar, sin “moros en la costa“, la producción y la salida marítima del producto derivado de lo que suele ser el mejor negocio del llamado “Triángulo Dorado” (Tailandia, Burma, Laos): la heroína. No debe extrañar al lector, entonces, que haya acaecido la sangrienta guerra de Vietnam, sobre todo si había petróleo y posibilidades de procesar droga en zonas cercanas. La CÍA era especialista en armar los escenarios, poner los señuelos y desinformar de lo que realmente estaba sucediendo a través de los medios de comunicación. Tampoco debe extrañar que en países vecinos haya habido en la misma época cruentas guerras civiles, como por ejemplo el siniestro caso de Camboya, en que un proceso de colectivización agrícola forzada, llevada a cabo por Pol Pot, mató brutalmente nada menos que a un tercio de toda la población camboyana, con el apoyo encubierto de la CÍA. Si la excusa en Vietnam había sido el comunismo, en Camboya no había ninguna excusa ideológica, ya que no había comunismo antes de que la CÍA instaurara el régimen comunista de los Khmer Rojos. La CIA no conoce límites tampoco cuando se trata de religiones. En su obra Por voluntad de Dios, David Yallop muestra con lujo de detalles cómo la muerte del papa Juan Pablo I, Albino Luciani, habría sido obra de socios de la CIA, como la logia masónica P2 y el Banco Ambrosiano, así como algunos de sus agentes infiltrados en el Vaticano, como el cardenal norteamericano Paul Marcinkus. Juan Pablo I habría estado en completo desacuerdo con los lazos financieros existentes entre el Vaticano y el Banco Ambrosiano, socio de la CÍA. Y deseaba no sólo romper esos lazos que se habían fortificado con el papa Paulo VI sino también difundir episodios de corrupción relacionados con las finanzas vaticanas. De hecho, iba a depurar la Curia romana al día siguiente de su muerte. El intento de Juan Pablo I de separar a Roma de los socios de la CIA concluyó abruptamente con lo que habría sido su envenenamiento. Con Juan Pablo II, quien desde joven era un ferviente anticomunista, el Vaticano se habría prestado no sólo a seguir manteniendo en secreto la cadena de corrupción que Juan Pablo I estaba por revelar, sino también a acentuar los lazos entre el Vaticano y la CIA. Al respecto, durante los años ’80 habría permitido que la CIA canalizara fondos a través de organizaciones relacionadas con el Vaticano al sindicato polaco Solidaridad, que en la ciudad polaca de Gdansk venía organizando revueltas contra el régimen comunista polaco. La CIA veía a Polonia como un país estratégico para acelerar la caída del régimen comunista de la URSS.

La colaboración entre el Vaticano y la CIA para financiar a Solidaridad se dio tras el fallido atentado contra el papa Juan Pablo II en mayo de 1981, cuya autoría en los medios se adjudicó a los servicios secretos búlgaros y a la KGB. Algo muy diferente habría ocurrido, en realidad, dado que no era otra cosa que un invento de la CIA. Nunca pudo comprobarse fidedignamente que la CIA hubiera estado detras del atentado. Pero quizá mucho más peligrosa que las propias operaciones de la CÍA es la infiltración que la misma realiza en los medios de comunicación. En su artículo “CNN: The covered newsnetwork“, el periodista Grog Bishop señala: “En un artículo de 1977 en Roling Stone, el ganador del premio Pulitzer (junto a Bob Woodward) por el escándalo de Watergate, Cari Bernstein, descubrió una lisia de más de 400 periodistas y una cantidad de editores y empresarios de medios de comunicación que básicamente habían estado ‘estampillando’ propaganda de la CÍA desde los años ’50. El grupo incluía las revistas Life y Time, la cadena CBS e incluso a Arthur Sulzberger (…)“. Sulzberger es la máxima cabeza empresarial y quien establece la línea editorial del supuestamente independiente New York Times. Si ya en 1977 la CÍA tenía 400 activistas camuflados de periodistas, dueños de medios de comunicación y editores,¿cuántos puede tener actualmente? Pero no sólo los medios de comunicación han sido presa, desde ya hace mucho tiempo, de la agencia de inteligencia norteamericana, que en realidad está al serviciode una reducida élite anglonorteamericana. La infiltración de la CÍA abarcaría prácticamente todo el aparato educativo universitario norteamericano. El objetivo de la agencia de inteligencia no sólo habría sido reclutar entre sus filas a científicos, profesores, educadores, sino también a alumnos, y muchas veces a alumnos extranjeros. Quizás ahora podamos entender con más precisión lo que ocurrió con John Nash y con el discreto encubrimiento que han sufrido sus descubrimientos acerca de la falsedad de las teorías de Adam Smith.

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El FBI (Federal Bureau of Investigations) no es otra cosa que una “policía paralela” interna en Estados Unidos. Muchas veces hemos oído hablar acerca de los crueles crímenes de la Gestapo de Hitler. La Gestapo no era otra cosa que una policía paralela. De la misma manera que el FBI, desde su instauración en 1935 por el ex presidente Franklin Delano Koosevelt, reconocido miembro de una sociedad secreta, opera en el mismo sentido. El FBI fue dirigido durante más de tres décadas por un siniestro personaje, también miembro de una sociedad secreta: J Edgar Hoover. Bajo el comando de Hoover, el FBI realizó todo tipo de operaciones internas. Por ejemplo, manipuló al senador Joseph McCarthy durante los años ’50 para que llevara a cabo su famosa “cruzada anticomunista” y llevó a la práctica, durante décadas, el racista y temible Counter Intelligence Program, mediante el cual los agentes del FBI espiaban las actividades de los miembros más importantes de todas las minorías raciales en Estados Unidos. El FBI no se limitó a espiar, sino que en muchas ocasiones actuó de manera violenta contra quienes creyó que podían poner en relativo jaque la supremacía blanca y anglosajona en todas las estructuras de poder norteamericanas. Mientras todo esto ocurría silenciosamente, sin que los medios de comunicación divulgaran la menor noticia al respecto, J. Edgar Hoover era mostrado profusamente en los medios como un paladín de la lucha contra el crimen. Hoover era temido aun por personajes muy poderosos debido a que poseía archivos personales de empresarios, políticos e intelectuales. No los coleccionaba, sino que los usaba con fines de extorsión. El inescrupuloso mandamás del FBI fue puesto y mantenido en su cargo directamente por la élite. El control social y global no se lleva a cabo solamente mediante la existencia de organizaciones como la CÍA y el FBI. También han sido creados con el mismo objetivo una gran profusión de organismos internacionales. Muchos de ellos se generaron después de la Primera Guerra Mundial, mientras se gestaba la propia existencia del CFR. Otros, en cambio, vieron la luz después de la Segunda Guerra Mundial. Las Naciones Unidas fueron creadas después de la Primera Guerra Mundial, con el supuesto fin prioritario de evitar otra guerra tan atroz como la de 1914-1918. Sin embargo, poco más de dos décadas más tarde, el mundo se veía envuelto en un conflicto bélico mucho peor. El nombre que se le dio inicialmente a las Naciones Unidas (Sociedad de las Naciones) debió ser cambiado, y su estatuto interno también, debido en buena manera al pésimo concepto que las poblaciones de todo el mundo tenían de la Sociedad de las Naciones.

Si bien las Naciones Unidas poseen, a través de varios organismos satélites, muchos programas de ayuda humanitaria, existe la creencia de que, tras el fin de la Guerra Fría, este organismo se ha convertido en una especie de títere de los deseos de Estados Unidos y, por vía indirecta, del CFR. El apoyo que logro en 1990 Bush padre en el ámbito de las Naciones Unidas para ir a la guerra contra Irak, a pesar de haber basado sus tesis en mentiras y engaños, muestra a las claras que el organismo, como mínimo, no estuvo a la altura de las circunstancias. Las Naciones Unidas, en toda su existencia, no se movieron un ápice para prohibir o limitar la financiación de guerras. Los conflictos bélicos serían imposibles si nadie los financiara, o si hubiera un boicot a financiar empresas armamentísticas. Por lo contrario, se puede “narcotizar” la conciencia social acerca de la verdadera naturaleza de estos organismos internacionales, que muchas veces han servido para dotar de un barniz de legalidad a sangrientos conflictos entre países. Generalmente se nombra como comandante de las Naciones Unidas a un miembro de la raza negra o a un latinoamericano, lo que también da un barniz de pluralismo, tolerancia y supuesta democracia, en lo que muchas veces no es otra cosa que una parodia. Si bien el control político que la élite ejerce sobre la sociedad global se da a través de las Naciones Unidas y sus organismos satélite, el control económico se hace merced al Fondo Monetario Internacional (FMI) y al Banco Mundial (BIRF) y demás organismos satélite como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Estas entidades fueron creadas tras la Segunda Guerra Mundial. La función del FMI era, en aquella época, ayudar a mantener un esquema de paridades de cambio fijas contra el oro. En el caso de muchos países subdesarrollados, que poseían pocas reservas de oro y divisas, y que emitían fuertes cantidades de papel moneda, lo que a veces provocaba inflación, el objetivo del FMI era generalmente prestarles a fin de que pudieran realizar sus pagos externos a cambio de un ajuste interno y de una devaluación de su moneda comparable con el grado de emisión monetaria e inflación que dichos países habían padecido antes. De esta forma, el objetivo del FMI en realidad no era otra cosa que mantener a la vez inalterado el sistema de pagos internacionales y las relaciones de precios relativos entre las naciones del mundo. Este concepto implicaba en realidad decidir tácitamente qué países debían industrializarse y cuáles no, y poseía un efecto a la vez determinante en la distribución mundial del ingreso.

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O sea, se decidía también implícitamente qué sociedades podían enriquecerse y cuáles no. Una vez que un país comenzaba a endeudarse fuertemente con el FMI, perdía todo tipo de libertad, sea quien fuere quien estuviese en su gobierno, para realizar cualquier tipo de políticas sociales que no tuvieran la autorización expresa del organismo internacional.  Vemos que esto es lo que actualemente esta sucediendo en los países del sur de Europa. La situación del Banco Mundial es aún más clara de comprender. Directamente esta entidad financia proyectos de inversión que los países luego deben contratar con grandes corporaciones privadas situadas precisamente en los países de la élite. Si lo pensamos bien, no es algo muy diferente de en lo que en su momento fue el denominado “Plan Marshall“. O sea, aquel plan por medio del cual los contribuyentes norteamericanos financiaban a los países europeos devastados por la Segunda Guerra Mundial para que les compraran productos a las grandes corporaciones privadas norteamericanas. Dicho de otra manera, los pequeños y medianos contribuyentes norteamericanos estaban financiando las ganancias de los empresarios más ricos de Estados Unidos. Nada muy diferente sucede con el Banco Mundial. Esta entidad presta fondos a los países subdesarrollados para que realicen proyectos de inversión. Pero la independencia de estos países a la hora de realizar las contrataciones y licitaciones para dichas inversiones es muy limitada. Nuevamente, son los medianos y pequeños los que subsidian la ganancia de los grandes. Para que este esquema pueda mantenerse es necesario comprar el silencio de una gran cantidad de economistas que cobran jugosos honorarios por “trabajos de consultoría” financiados por el FMI, el Banco Mundial, o el BID, que luego se suelen archivar. Todo el sistema económico financiero global, entonces, está especialmente diseñado para que, tras una aparente legalidad y legitimidad en préstamos, deudas y contrataciones, se esconda en realidad el interés exclusivo de mega corporaciones privadas y de la élite financiero petrolera anglonorteamericana.

En el CFR hay una gran cantidad de educadores, periodistas, abogados, economistas, políticos, empresarios, etc. Pero la élite es un número de gente mucho más reducido. Cuando nos hemos referido a la élite, generalmente lo hemos hecho en términos de la élite anglonorteamericana. Es hora de explicar mejor qué significa esto. En realidad el Reino Unido y Estados Unidos son dos países diferentes, pero sus clases dominantes guardan muchas relaciones. La alta aristocracia norteamericana, en la que suelen abundar algunos apellidos totalmente desconocidos para el gran público, está compuesta casi íntegramente por descendientes de colonos ingleses del siglo XVII que se establecieron generalmente en Massachusetts y zonas cercanas. Por generaciones y generaciones, los descendientes de esas familias de colonos se fueron casando entre sí. Los llamados “padres de la república” descienden directamente de esos colonos. Esta idea elitista, casi racista, de no juntarse ni aparearse con personas ajenas a lo considerado racialmente óptimo ha mantenido a la élite en su pretensión de ser casi racialmente pura. Cuando mencionamos que algunos árboles genealógicos de la familia Bush llevan su ascendencia hasta los lejanos reyes ingleses del siglo XIII, estamos diciendo algo que puede resultar casi una curiosidad para el gran público. Pero no resulta ninguna curiosidad, ni para la alta aristocracia norteamericana e inglesa, ni para los llamados “nuevos ricos“. Incluso la religión de la élite coincide con la religión existente en el Reino Unido. El episcopalianismo de la aristocracia norteamericana es sólo una “sucursal” de la iglesia anglicana. Recordemos que, para los anglicanos, el Papa no es otro que el rey de Inglaterra, representado por el obispo de Canterbury. Las élites inglesa y norteamericana ingresaron en conflicto entre sí muchas veces, y en varias otras se disputaron vastas zonas del mundo. Sin embargo, estas peleas que muchas veces solían traducirse en guerras deberían ser vistas más como riñas internas dentro de un mismo grupo dominante, que como enfrentamientos entre dos enemigos.

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Hasta la Primera Guerra Mundial, el liderazgo dentro de este grupo lo tenía indudablemente la élite inglesa. Londres era la metrópoli mundial, la moneda de reserva era la libra y Estados Unidos era sólo una ex colonia muy importante, en desarrollo y rápido ascenso. Pero el liderazgo de Londres era indiscutido. Las cosas empezaron a cambiar después de la Primera Guerra Mundial, y durante el desarrollo de la Segunda ya resultaba claro que el liderazgo había virado hacia Washington DC y Nueva York. Mientras el liderazgo del poder estuvo en Londres, la élite inglesa ejercía su influencia a través de una sociedad secreta denominada “The Group“. Esta sociedad secreta se situaba, y se sitúa aún hoy, en la Universidad de Oxford. A medida que el liderazgo iba pasando cada vez más a Estados Unidos, la élite norteamericana, y la inglesa que la seguía y la sigue,  ejercía y ejerce su dominio a través de una sociedad secreta cuyo nombre es Skull & Bones, afincada en la super elitista Universidad de Yale, en Connecticut. Esta sociedad secreta, cuyo emblema es una calavera y dos huesos cruzados al estilo de la bandera pirata, existe desde mucho antes que Estados Unidos comenzara a ejercer el liderazgo mundial. Skull & Bones fue fundada en Estados Unidos en el año 1833. Sus miembros ni siquiera pueden admitir que pertenecen a Skull & Bones. Sin embargo, George Bush hijo lo ha reconocido sorprendentemente en su autobiografía. Dicha sociedad secreta tiene otros dos hombres: “Brotherhood of Death” (Hermandad de la Muerte) y simplemente “La Orden“. La Orden fue fundada, en 1833, como “sucursal” de una sociedad secreta alemana. El mayor estudioso sobre La Orden, el economista y periodista Antony Surton, en su America’s Secret Establishment, logra identificar algunas conexiones importantes entre La Orden y sociedades secretas alemanas. Sin embargo, le faltó el “hilo conductor” que va de La Orden a su antecesora germana, llamada los “illuminati de Baviera“. Ocurre que La Orden fue fundada en 1833 y dicha sociedad secreta alemana habría sido prohibida y destruida por el gobierno de Baviera en 1788, existiendo entonces casi medio siglo de diferencia entre la aparente muerte de una y el nacimiento de la otra. Esta sociedad tiene creencias paganas y una filosofía moral pragmática. El pragmatismo moral les induce a pensar que aun el más aberrante hecho puede ser cometido si los fines perseguidos se consiguen antes. Este relativismo ético no debe resultar llamativo, dado que se basa en la idea típica de las élites, en el sentido de creerse superiores a los demás. La igualdad de derechos, expresada tanto en el cristianismo como en los aparatos jurídicos de una vasta mayoría de países, no seria para la élite anglonorteamericana más que un espejismo en el cual es necesario que las masas crean, a fin de que su poder no sea disputado. Tan antirreligioso es el pensamiento de los miembros de La Orden, que en sus documentos internos no cuentan el calendario desde el nacimiento de Cristo, sino desde el de Demóstenes, uno de los mayores y mejores oradores que tuvo la Grecia clásica.

El rechazo de preceptos morales permite a los miembros de La Orden actuar con total falta de escrúpulos ante cualquier obstáculo que se ponga en su camino. La vida y la muerte de millones de personas en sangrientas guerras, revoluciones y epidemias no es para los miembros de La Orden un obstáculo para lograr su objetivo final. La globalización es, entonces, un estadio previo, pero muy cercano, al tipo de sociedad que resulta apetecible a estas aristocracias. Una sociedad compuesta sólo de dos clases sociales: los miembros de la élite, liderados por La Orden, y los demás, igualados lo más posible, casi indiferenciados. Hemos señalado que la escasez de combustibles fósiles, tema cuya real dimensión aún se mantiene en secreto, impediría por completo un crecimiento global sostenible a ritmo suficiente para mejorar el nivel de vida de la población mundial, y poder incrementar los ingresos de la población. Por lo tanto, la élite lo va a intentar, seguramente, reduciendo los ingresos de la población. Los recientes sucesos en muchos países europeos pueden dar una idea de ello. La Orden ha logrado hasta ahora permanecer casi en absoluto secreto. En los primeros 150 años de su existencia en la Universidad de Yale no se escribió ningún libro acerca de la existencia de este grupo minúsculo, y sólo aparecieron dos artículos periodísticos aislados, de los cuales se tenga noticia. El investigador Antony Sutton estaba trabajando acerca de hechos muy llamativos y relacionados con esta sociedad. Había descubierto cómo WallStreet financió la revolución bolchevique y la caída del zarismo en Rusia, y pocos años más tarde estaba financiando nada menos que al peor enemigo del comunismo: a Hitler. No sólo la élite financiaba extremos tan opuestos como a Lenin y Hitler, sino que además les vendía a ambos lo que necesitaban para desarrollarse y convertirse en mortales enemigos entre sí. A Hitler le vendían las materias primas de las cuales Alemania carecía, y además se la ayudaba a desarrollar combustible sintético, del que Hitler no disponía. A la Rusia soviética, en cambio, que poseía muy abundantes materias primas, se le vendían armas y tecnología punta comparable con la alemana y la norteamericana. Ocurre que tras la revolución bolchevique de 1917, Rusia dependía totalmente de la tecnología occidental para subsistir. No sólo se le vendían armas, sino también los bienes de capital indispensables para desarrollar todo tipo de actividades. Sin la ayuda de WallStreet, en Rusia no se hubiera podido encender la luz, tomar agua, ni siquiera cocinar. Tal era la escasez de capital y bienes en el estado preindustrial en el que se hallaba Rusia en 1917. Sutton estaba más que sorprendido y no encontraba la causa por la cual la élite financiera de WallStreet había financiado a ambos bandos, y colaborado a generar así la Segunda Guerra Mundial. El misterio se acabó para Sutton cuando en 1983 recibe, de miembros anónimos y “arrepentidos” de La Orden, material secreto como para develar el misterio de la financiación simultánea de Wall Street a nazis y comunistas. En 1984, Sutton lo publica y el misterio comienza a desvanecerse para ir generando uno aún mayor.

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La Orden fue fundada en la Universidad de Yale por el magnate estadounidense William Russell y por Alfonso Taft, padre de la única persona que fuera a la vez, sucesivamente, presidente de la Nación y presidente de la Suprema Corte de Justicia a inicios del siglo XX. El origen germano de La Orden se debe a que Russell habría estado en la Universidad de Ingolstadt (Baviera) en 1831 y 1832, habiendo tomado allí contacto con una sociedad secreta (los illuminati). En esa época, en Baviera, Alemania, y en toda Europa, causaban furor las ideas del idealismo alemán, en que sus máximas figuras eran los filósofos Friedrich Wilhelm Georg Hegel y su antecesor Johann Fichte. Hegel pensaba que el Estado era absoluto y reducía al individuo y al individualismo a casi nada. Para Hegel, la libertad individual es sólo un concepto abstracto que el individuo puede alcanzar en tanto y en cuanto éste acepte su total sujeción al Estado y su dependencia de él. Una verdadera libertad individual no existe. El Estado sería así omnipresente. Sin embargo, en términos prácticos, y esto lo habrían entendido muy bien y muy rápidamente Russell y los miembros de la élite, el Estado no es más que una ficción, en el sentido de que se trata de un ente abstracto. Alguien debía estar detras del Estado, moviendo los hilos del poder. Quién mejor, según el particular concepto de la élite, que ellos mismos para encargarse de esto. No debe resultar extraño que esta clase dominante haya deseado una hegemonía lo más amplía posible. Un dominio total para estos aristócratas multimillonarios era un total control del mundo entero. Para ello necesitaban, y siguen necesitando, efectuar cambios en el mundo, a través de guerras, revoluciones, levantamientos y actos violentos aparentemente desconectados entre sí. La existencia de variados países, religiones, lenguajes y costumbres, así como de vastas zonas del planeta aún ajenas a su dominio efectivo conspiraba contra sus ambiciones. Por lo tanto, ciertos conceptos hegelianos podían aportar una metodología clara, efectiva y ordenada, sin la cual cualquier afán de dominio absoluto, de un Estado mundial, controlado, sería una quimera irrealizable. ¿Cuál sería, entonces, ese método? Pues bien: Hegel creía que la realidad se modificaba perpetuamente a través de un infinito proceso de tesis y antítesis que derivaba en una síntesis. Debemos aquí citar que el dispositivo dialéctico le podía facilitar a la élite un mecanismo de dominio. Si tan sólo pensamos que tanto el marxismo comunista como el nazismo hitleriano fueron influidos, en buena medida, por la dialéctica y el idealismo de Hegel, queda claro que, en términos de dominio, hay una metodología en común entre ambos sistemas, que excede sus diferencias.

La élite habría razonado que, si se necesitan cambios sociales para ejercer un poder global, y si sólo pueden ser realizados por un conflicto entre dos facciones antagónicas, opuestas entre sí en un proceso dialéctico de tipo hegeliano, ¿qué mejor entonces que controlar el conflicto? Dicho de otra manera, si se puede influir de manera muy importante en los dos bandos de un mismo conflicto y se puede tener cierta influencia en su desarrollo, la élite bien podría entonces predecir con bastante precisión el resultado del mismo, y manejar lo más posible la realidad de acuerdo con sus propios intereses. Veamos qué pensaba Sutton, al momento de publicar su obra en 1984: “En el sistema hegeliano el conflicto es esencial. Para Hegel, y los sistemas basados en Hegel, el Estado es absoluto. El Estado requiere completa obediencia del ciudadano individual. Un individuo no existe por sí mismo en los llamados sistemas orgánicos, sino sólo para cumplir un rol en las operaciones del Estado. Encuentra la existencia sólo en obediencia al Estado. No había libertad en la Alemania de Hitler, ni la hay para el individuo bajo el marxismo. Tampoco la habrá en el Nuevo Orden Mundial. Y si suena como 1984 de George Orwell, es porque lo es“. El eslogan vendría a ser: “Un conflicto controlado produce el resultado deseado“. En un mundo con sólo la apariencia de libertad individual, si un reducido grupo de gente muy poderosa maneja desde las sombras al Estado, puede intentar inducir el curso de la historia y lograrlo por un período prolongado. Es posible que algunos sucesos no ocurran como fueron previstos, pero también es posible intentar corregirlos. Por ejemplo, no estaba previsto que el petróleo se acabara tan rápidamente en Estados Unidos. Por eso, a nivel táctico, con gran pragmatismo, la élite aplica otro principio conocido en la estrategia militar al menos desde la época de emperador romano Dioclesiano: el de “Acción Reacción = Solución“. Este principio es un mecanismo que se puede usar para generar cambios correctores. ¿Qué postula? Que si uno tiene un problema grave y, como consecuencia de él, debe realizar un acto repudiable como, por ejemplo, invadir un país sin una causa, entonces nada mejor que provocar un acto que dé vuelta por completo a la opinión pública. De esta forma, se encuentra una solución al problema. Las nociones sobre la filosofía hegeliana no fueron absorbidas por casualidad. Los lazos entre La Orden y las universidades de Berlín e Ingolstadt no se han limitado sólo a la presencia del fundador de Skull & Bones en Alemania, en 1831 y 1832. Hacia mediados del siglo XIX, tres miembros de la más rancia aristocracia norteamericana viajaron a Alemania para recibir adoctrinamiento en políticas educativas. A su vuelta, ocuparon las presidencias de las tres universidades estratégicas más importantes de Estados Unidos: Yale, Comell y Johns Hopkins. Fue por esa época cuando miembros de La Orden fundaron nada menos que la American Historical Association y la American Economics Association, y ejercieron su influencia en los institutos superiores.

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La fundación de estas academias no es un dato menor, dado que mediante ellas se obtuvo la posibilidad de que existiera una única “historia oficial” y “doctrina económica oficial“, de manera tal que la historia aparezca como una sucesión de hechos casuales y caóticos producidos por fuerzas no conectadas entre sí. De esta manera, las guerras mundiales, el asesinato de Kennedy, el affaire Watergate y las guerras del Golfo son para la “historia oficial” sucesos aislados y desconectados. Del mismo modo, en la academia de economía fundada por La Orden se eleva un altar al libre mercado y al individualismo, generando en la población el espejismo de que el “sueño americano” es posible, y de que cualquiera, compitiendo con los demás, puede transformarse en un magnate. Por supuesto, la realidad es bien diferente: detrás de bambalinas los negocios están oligopolizados a un extremo desconocido por el gran público, y a veces hasta por los propios entendidos. En cierto sentido, este dominio de un muy vasto aparato productivo por parte de un muy pequeño grupo de personas de La Orden fue favorecido por una antigua práctica británica. Se trata de la celebración limitada de matrimonios entre miembros de la propia aristocracia “sangre azul” con varias de las familias de “nuevos ricos“. Es así que, según Sutton, confluyen en La Orden clanes familiares popularmente conocidos en Estados Unidos y multimillonarios como los Rockefeller, los Harriman, los Davison, los Sloane, los Pillsbury, los Paine y los Weyerhauser, con clanes cuyo apellido no es conocido, pero que resultan de la más rancia aristocracia norteamericana y poseen enormes dosis de poder: los Whitney, Perkins, Stimson, Taft, Phelps, Bundy, Lord, Wadsworth, Vanderbilt y Gilman. Todos ellos miembros de La Orden durante generaciones enteras. Antes de comenzar el año en el que se gradúan los estudiantes de Yale, los quince miembros de La Orden recién graduados eligen “a dedo” quince miembros entre quienes los reemplazarán en el último año universitario. No obstante, la actividad de La Orden está bien alejada de las actividades estudiantiles de las fraternidades. Se trata de una sociedad secreta con fines claramente postuniversitarios. Los miembros de La Orden permanecen en ella en forma vitalicia. Todo el tiempo hay entre 500 y 600 miembros vivos, de los cuales muchos se alejan de esta estructura de poder y no toman parte en las deliberaciones ni en las decisiones. Sólo un reducido núcleo decide la agenda del CFR. La Orden también maneja grandes fundaciones como la Fundación Ford y la Fundación Carnegie. Los herederos del apellido de esas fortunas familiares poco pueden hacer para evitar el manejo por parte de miembros de La Orden de una buena porción de sus fortunas, los intereses corporativos y las fundaciones que dejaron sus ancestros. Sutton señala, por ejemplo, que discusiones de miembros de La Orden y miembros de la familia Ford acerca del manejo de la Fundación Ford provocaron la renuncia de los miembros de la familia Ford.

Esta enorme máquina de poder, mezcla de aristocracia y alta burguesía, que es La Orden, habría actuado de manera determinante en la división práctica de los términos de “izquierda” y “derecha”, división que muchas veces le ha sido funcional para intervenir y hasta promover conflictos a través de los cuales se obtienen los resultados hegemónicos que La Orden considera que les van acercando cada vez más a su objetivo de dominio global.  La élite percibió muy pronto que resultaba imprescindible contar como aliado al aparato educativo norteamericano. Por eso, desde mediados del siglo XIX, fueron importadas a Estados Unidos teorías psicológicas y educativas alemanas. La educación norteamericana se basa en la teoría de que el individuo debe ser educado para cumplir un rol, como si fuera un engranaje más, en el aparato social. Esta especial forma de educación, importada de Alemania, se realiza en Estados Unidos desde las primeras etapas de la escuela primaria. Sutton incluso muestra en su obra cómo a los niños norteamericanos se les enseña a leer mediante métodos que tornan más difícil, y no más fácil, la comprensión. Es debido a esta singular educación que desde la escuela primaria se realiza en Estados Unidos, que se facilita la manipulación de la opinión pública norteamericana, en contraposición a la europea o la latinoamericana, donde el grado de desconfianza y aprehensión a los Estados Unidos es mucho mayor. A la élite le apetece la concentración del poder económico en unas pocas manos: las suyas. No quiere problemas. Cuanto menos enterada esté la gente acerca de esto, mucho mejor para la élite. Si recordamos que la visión de esta clase dominante está teñida de malthusianisino y darwinismo, se entiende claramente que si hay algo que a sus ojos en el mundo sobra, eso es precisamente gente. Los reducidos sectores ultrapoderosos que representan Bush y Blair saben muy bien que el pensamiento individualista, cuando se trata de un grupo, conduce a la ley de la selva y al debilitamiento progresivo de los más desamparados. La élite sabe también muy bien que, para optimizar los beneficios tanto individuales como grupales, no deben aplicarse las tesis individualistas de Adam Smith sino las de John Nash y Lipsey. Los paradójico es que la Orden y la élite funcionan “a lo Nash“. O sea, colaborando entre sí y postergando en el corto plazo algunos objetivos individualistas con el fin de beneficiar al grupo en su conjunto. Hemos dicho que la Orden provendría de una sociedad secreta alemana, según descubrieron en algunos documentos unos alumnos curiosos de Yale que, ante el exagerado secretismo de algunos de sus compañeros de Skull & Bones, decidieron irrumpir en la sede de La Orden (llamada “la Tumba“) en el año 1877, y descubrieron papeles que certificaban esa conexión. Sutton alcanzó hacia el final de su obra a especular que el origen de La Orden no sería otro que el de la logia de los Illuminati, sociedad secreta establecida en Baviera en 1776 por un oscuro ex clérigo jesuita llamado Adam Weishaupt.

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Esta logia habría sido fundada con el objetivo supuesto de intercambiar ideas para el mejoramiento de la situación social en el mundo. Sin embargo se demostró que tenía otros objetivos reales, y que aquello resultaba sólo una fachada. El nombre Illuminati proviene de la creencia, por parte de los integrantes de este grupo, de que cualquier acto, aun el más cruel, no resulta malo si quien lo realiza se encuentra en un rapto de iluminación mística. Weishaupt, con financiamiento del fundador de la dinastía Rothschild, Meyer Amschel Bauer, habría fundado esa logia con el fin, obviamente quimérico en aquella época, de dominar al mundo entero. Rothschild se habría aprovechado en aquel momento de cierta debilidad y endeudamiento que tenían muchas logias masónicas para fundar una ultra poderosa logia propia que liderara a las demás, y habría influido sobre Weishaupt para que insertara a los Illuminati dentro de la masonería. Un dato clave es que Weishaupt se inició en la masonería en 1777, apenas fundada la logia de los Illuminati. De esta manera, la casa Rothschild se habría hecho en un muy corto lapso con una vasta red secreta de contactos a nivel mundial de gente juramentada para ayudarse mutuamente. Ésta es una característica propia de la masonería. Se trata de una cadena secreta de gente poderosa organizada de modo vertical y de carácter supranacional. El debate acerca de cuan secreta es la masonería puede llegar a tratarse incluso sólo de un juego de palabras. La realidad es la misma. Es muy probable que una gran proporción de quienes forman parte de la masonería, incluso en sus estamentos más altos, no tengan ni la menor idea de muchas de estas cuestiones. Se puede ingresar a estas sociedades secretas por ambiciones personales y por altruistas fines sociales. Sin embargo, resulta muy necesario recalcar que cuando se es miembro de una sociedad secreta, nunca se puede saber a qué fines uno está sirviendo. El secretismo suele invadir también a la cúpula de poder dentro de las sociedades secretas. Por más confianza y seguridad que se pueda tener en quienes ocupan puestos inmediatamente superiores, debe pensarse que sólo una muy reducida élite de este tipo de sociedades sabe y conoce la real agenda de acción futura, los objetivos finales y los sucesos que será necesario realizar indefectiblemente. Es muy probable que en la masonería de muchísimos países, nadie, absolutamente nadie, ni aun quienes ocupan sus cargos más altos, estén verdaderamente al tanto de lo que se planea y se está haciendo. Incluso en EE.UU. e Inglaterra, una vasta mayoría de masones seguramente tampoco tiene conocimiento de todo esto. Las sociedades masónicas norteamericanas admiten contar entre sus miembros nada menos que con 15 de los 43 presidentes que tuvo Estados Unidos. Y ello sin tener en cuenta, por ejemplo, que los dos Bush pertenecen a otra sociedad secreta (La Orden), que Clinton también habría sido y es miembro de una sociedad secreta (De Molay),  que el ex presidente Lyndon Johnson se habría iniciado entre los cuadros de esta red de sociedades secretas, pero no habría llegado muy lejos, que Nixon habría sido miembro, y que Reagan habría sido incluido una vez nombrado presidente.

Sin embargo, hay un “eslabón perdido” en esta cadena: si los Illuminati fueron perseguidos hacia 1784 y teóricamente eliminados hacia 1787, y por otro lado La Orden nace en 1833, ¿cuál es la conexión entre ambos? Alguna organización intermedia debió ocupar ese período de años. Aparentemente, fue Phi Beta Kappa. En Secret societies of all ages and countries, de Charles Heckethom, publicado en 1875, se lee lo siguiente acerca de la red de fraternidades Phi Beta Kappa: “Phi Beta Kappa, la sociedad a través de la cual los Illuminati de Baviera se habrían expandido a Estados Unidos. Sólo se admiten estudiantes universitarios a esta orden. La clave de acceso es ‘la filosofía, no la religión, es la base de la acción’. O sea, la filosofía es la guía o la regla de la vida“. Phi Beta Kappa, al igual que los Illuminati de Baviera, fue fundada en el año 1776. Una buena parte de sus miembros participó en la revolución por la independencia de Estados Unidos. Sus miembros son elegidos “a dedo” en las principales doscientas universidades norteamericanas. Pero hacia fines de los años 1820, hubo en Estados Unidos una fuerte presión social para que las sociedades secretas salieran a la luz. La presión fue tal que obligó a Phi Beta Kappa a hacerse pública, y a decir quiénes eran sus miembros hacia 1830. Este es el motivo por el que William Russell habría viajado a Baviera en 1831. Habría sido necesario fundar una nueva sociedad secreta para reemplazar a Phi Beta Kappa, la cual seguiría funcionando pero no ya como generadora de la idea básica de los Illuminati: detentar el poder en todo el mundo. Habría sido de esta manera que la salida a la luz de Phi Beta Kappa habría creado la necesidad de formar Skull & Bones. Podemos hacer una suposición, entonces, de por qué George W. Bush en su autobiografía infringe la principal regla de toda sociedad secreta: mantener el secretismo. Es posible que a partir del año 1984 se descubre la existencia del verdadero poder en las sombras: La Orden, haya habido una tendencia de la élite a abrir relativamente sus puertas y trasladar lo que es necesario esconder, el manejo real del poder, a otra sociedad secreta, en algún otro lugar. Hoy, por ejemplo, cualquier miembro de Phi Beta Kappa puede expresar libremente que lo es. No debería extrañar que en sólo unos años los miembros de Skull & Bones también lo hagan. Existiría de todas maneras otra organización secreta que tome el relevo. Quizá por eso últimamente La Orden habría admitido algunos miembros de raza negra, algunos judíos y algunas mujeres entre sus miembros.

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El mismo clan —los Rothschild— que financió el desarrollo y el crecimiento de Estados Unidos, generando de la nada a los Rockefeller, Harriman, JP Morgan, y que habría ayudado a crear los grandes bancos centrales occidentales, serían los fundadores de la logia de los Illuminati que a su vez se habría instalado en Estados Unidos primero con Phi Beta Kappa y luego con Skull & Bones. Los Rothschild han sido los grandes financieros de la corona británica y de la aristocracia inglesa. Más que nunca, Estados Unidos y el Reino Unido parecen trabajar unidos, con fines compartidos. Sus aristocracias y sus burguesías están estremezcladas entre si, pero aisladas completamente del resto de la población. Hemos visto la influencia de una poderosa sociedad secreta con origen alemán en Estados Unidos e Inglaterra. Pero aún no hemos dicho nada sobre la influencia de sociedades secretas y del ocultismo en quizás uno de los mayores proyectos imperiales de la historia: el de Hitler. Si el real poder actual se maneja entre bambalinas en una sociedad secreta cuyo origen, al menos filosóficamente, sería alemán, ¿habrá tenido el Tercer Reich, asociado financiera y comercialmente a la misma élite, sus orígenes en una sociedad secreta alemana? Citaremos el caso de la sociedad Thule, a fin de que quede claro el grado de peligrosidad que suelen tener las sociedades secretas y, sobre todo, las conexiones muchas veces ocultas que hay entre ellas. La sociedad secreta Thule nació en 1919 en el sur de Alemania. Más concretamente en Baviera, en la misma pequeña zona geográfica en la que nacieron los Illuminati en 1776, para pasar al anonimato y al secretismo total, una década más tarde. Con el nombre Thule se designaba en Alemania a una mítica zona del Ártico, similar a la legendaria Atlántida, en la cual habrían morado hombres gigantes de raza aria. Es llamativo el hecho de que en muchas sociedades secretas este tipo de mitos irreales proliferan. En muchas sociedades masónicas escocesas e inglesas se hace referencia a la mítica historia del rey Arturo, monarca que cumpliría un rol muy similar en el territorio de la leyenda a los gigantes de Thule. En Alemania, a raíz del desastre que le provocó la derrota de la Primera Guerra Mundial, había terreno fértil para la generación y expansión de ideas nacionalistas, socialistas y muchas veces racistas. Buena parte de estas ideas se canalizaron a través de sociedades secretas con objetivos políticos. Thule era la más importante de todas estas sociedades de entreguerras. En las reuniones secretas de esta sociedad se juntaban intelectuales y poderosos empresarios alemanes que deseaban cambiar la historia de su país. Necesitaban imperiosamente un líder. Por eso, a inicios de los años ’20, al ver las extraordinarias dotes de oratoria de Hitler y el poder hipnótico que poseía cuando éste se comunicaba con los pequeños grupos del DAP (Partido Alemán de los Trabajadores), no dudaron en brindarle todo su apoyo y en ayudarle a escalar posiciones en la política.

Hitler, si bien sentía cierta curiosidad por el ocultismo, nunca habría sido miembro de una sociedad secreta. Sin embargo, entre sus más inmediatos seguidores proliferaban miembros de este tipo de asociaciones. Citaremos, entre ellos, nada menos que a Rudolf Hess (el número dos de Hitler), Wilhelm Frick (ministro de Economía del TercerReich), Alfred Rosenberg (ideólogo y filósofo del partido nazi), Hans Frank (gobernador general de Polonia), Karl Haushofer (principal geopolítico y estratego militar alemán), Antón Drexler (jefe máximo del DAP, partido antecesor directo del partido nazi NSDAP) y muy especialmente, aunque no en Thule sino en otra sociedad secreta, nada menos que Heinrich Himmler (máximo jerarca de la siniestra SS). Como se puede ver, Hitler no sólo estaba rodeado de miembros de sociedades secretas, sino que en buena medida debía su ascenso al poder a la actividad incansable de muchos de estos miembros, para que su NSDAP (Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores, derivado del DAP) accediera al poder. Si alguien duda acerca de la influencia de las sociedades secretas en el ascenso del nazismo en Alemania, quizá le baste con saber que hasta la propia cruz esvástica, símbolo elegido por Hitler en persona para representar su esquema político, era desde 1919 el símbolo elegido por la sociedad Thule en sus logotipos, como lo demuestra abundante material existente, La cruz esvástica era un muy antiguo símbolo de la India, donde se habría originado la raza aria hace milenios, pero no se había usado como símbolo en forma importante en Alemania. Fue la sociedad secreta Thule la que la comenzó a utilizar. La financiación de banqueros estadounidenses, y socios de estadounidenses (como Von Tyssen), y el apoyo de los miembros de sociedades secretas alemanas fueron determinantes para el ascenso de Hitler. Éste ocupó el puesto de canciller del Reich en 1933, año en el que finaliza todo vestigio de sistema democrático en Alemania. Si bien Hitler pudo borrar “de un plumazo” la democracia, no tuvo la misma suerte con las sociedades secretas que, si bien le habían dado gran impulso, podían disputarle buena parte del poder. En 1935 promulga duras leyes con el fin de disolverlas. Fracasa. Dos años más tarde intenta, con una legislación aún más dura, combatir las sociedades secretas. No sólo vuelve a fracasar sino que, a raíz de la persistencia de las sociedades secretas, en 1942 se marcó simbólicamente el inicio de la caída del Tercer Reich. El atentado de 1944 que casi mata a Hitler también habría sido planeado al menos en parte por una sociedad secreta llamada “Secret Germany“. Von Staulfenberg, quien estuvo muy cerca de matar a Hitler, era uno de sus miembros más importantes. El ideólogo de “Secret Germany” era el escritor Stefan George. ¿Qué había ocurrido? En mayo de 1941 su segundo, Rudolf Hess, que aparentemente era un fanático del ocultismo, toma un avión y vuela hacia las tierras del enemigo. Aterriza en Escocia en busca del duque de Hamilton, con el fin de intentar una paz por separado con Inglaterra. La furia de Hitler contra Hess habría llegado en aquellos días a compararse con la que sentía por el pueblo judío. La explicación oficial que dio el Tercer Reich sobre el episodio fue que uno de los miembros de la sociedad secreta había tenido un sueño premonitorio, cuya interpretación esotérica habría señalado la conveniencia de ese vuelo, del cual otros jerarcas nazis estaban sorprendentemente al tanto. Esta explicación dio pie a Hitler para intentar por tercera vez no sólo la supresión de las sociedades secretas, sino de toda forma de ocultismo, incluidas prácticas como la astrología o el tarot.

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Hoy, muchos años más tarde, tenemos una versión bastante más ajustada de la verdad de lo que ocurrió aquella vez. Según Richard Deacon, en A history of the British secret service, el vuelo de Hess no fue otra cosa que una exitosa operación, una emboscada del espionaje inglés para debilitar al régimen nazi en medio de la guerra. Sin embargo, quedaría aún pendiente la cuestión de cómo un jerarca nazi del nivel de Hess se dejó embaucar tan fácilmente. La explicación es más sencilla de lo que parece: miembros suizos y portugueses de la sociedad secretaGolden Dawn, a la que también pertenecerían miembros de la sociedad Thule, habrían convencido a algunos miembros de esta última que deseaban la paz por separado con Inglaterra, de que la misma era factible si Hess viajaba. Como el hecho de pertenecer a una sociedad secreta “amiga” es, para muchos de los miembros de este tipo de asociaciones, una especie de certificado de buena conducta, en poco tiempo se preparó en sigilo y a espaldas del propio Hitler el viaje de Hess. Inglaterra, especialmente Churchill, miembro de otra sociedad secreta partidaria de la mundialización del imperio británico, no deseaba la paz con Alemania sino simplemente debilitar al enemigo. Pocos meses después de este episodio comienzan las primeras grandes derrotas de Hitler en los campos bélicos. El propio Hitler decide hacerse partidario del ocultismo, al consultar al astrólogo Eric Hanussen, quien efectuaba sesiones de espiritismo acerca del futuro del Tercer Reich. El episodio no es una anécdota sino que indica cómo las sociedades secretas pueden encumbrar aun al personaje más tiránico, cómo pueden escapar a las prohibiciones expresas de un líder como Hitler, e incluso cómo pueden llegar a convencer al número dos de un personaje como Hitler para realizar una operación tan descabellada y a sus espaldas. Además de este episodio de Hess, existe un hecho que es casi una constante con referencia a las sociedades secretas: sus lazos con el espionaje. No debe llamar la atención que George Bush padre haya sido a la vez miembro de Skull & Bones y luego director de la CÍA. Prácticamente todos los directores de la CÍA fueron antes miembros de sociedades secretas. La peligrosidad de las sociedades secretas se basa en que el sigilo les confiere una ventaja muy grande con respecto de las sociedades abiertas y democráticas. El secretismo les da a sus miembros la posibilidad de actuar sin que otros lo sepan. Además, si existen las sociedades secretas es porque existen objetivos secretos. Si estos objetivos secretos fueran compatibles con el ideario de las democracias, no tendrían por qué ser secretos. No sólo las sociedades secretas poseen objetivos secretos, sino también medios de acción ilegales y muchas veces criminales. Las sociedades secretas poseen códigos muy similares a los de la mafia. Más aún, la propia mafia no es otra cosa que una sociedad secreta.

El sutil andamiaje de dominio que la élite contribuyó a generar y perfeccionar a través de mucho tiempo dista de ser un mecanismo inexpugnable. El mismo se basa, sobre todo, en la forma en que los negocios se realizan en Wall Street y el mundo financiero en general. Y como muchos hechos recientes lo demuestran, Wall Street está lejos, muy lejos, de proporcionar sueños tranquilizadores para la élite. El esquema de dominio se basa principalmente en poder dominar un extenso abanico de negocios (petróleo, armas, laboratorios, educación, información, banca, etc.) en una vasta gama de países del mundo. Para controlar esos negocios, fue necesario, entre otras cosas, idear e implementar mecanismos financieros por medio de los cuales un reducido grupo de personas puede controlar la política empresarial de una gran cantidad de firmas de esos sectores. Un muy reducido grupo de personas maneja entonces esos sectores. Pero lo hace administrando el dinero de otras muchísimas personas que han invertido sus ahorros en los mercados financieros. El mecanismo ha funcionado aceptablemente bien en tanto y en cuanto los mercados han respondido favorablemente: o sea, subiendo. Pero el mecanismo entra en contradicción interna apenas los mercados, lejos de subir, bajan. A inicios del siglo XXI, el escándalo de Enron y otras tantas mega empresas bastan como una simple muestra de cómo el control puede escapar fácilmente de las manos de los pocos que lo detentan. Ocurre que cuando los mercados bajan, muchas empresas que no fueron manejadas de manera pulcra ven cortado su acceso a más endeudamiento, al mismo tiempo que les resulta poco menos que imposible hacerse de más capital mediante colocación de acciones en los mercados. Cuando ese momento llega, ya no hay margen de acción para administrar las empresas. Algunos episodios pronostican, desde hace algunos años, que se avecinan problemas poco menos que insolubles para la élite.  Las contradicciones han invadido también en forma muy palpable terrenos en los que antes eran no sólo infrecuentes sino casi inconcebibles. Sin ir más lejos, cuando George Bush hijo declaró la guerra a Irak, tuvo que bajar los impuestos a los dividendos accionarios a la mitad, a fin de evitar un pánico en Wall Street. Se trata de la primera vez en la historia que un presidente norteamericano debe bajar impuestos al mismo momento en que inicia una guerra. Todo un contrasentido.  Las contradicciones alcanzan niveles sorprendentes cuando EE.UU. solicita, periódicamente, incluso en reuniones del FMI o del G7, una mayor valoración de las monedas de los países asiáticos. Es comprensible que EE.UU. intente reducir el abultado déficit de balanza de pagos que posee. Es una espada de Damocles siempre pendiente para el dólar y la economía de EE.UU. Sin embargo, vale recordar que si las cosas no se han descarrilado por completo en la economía norteamericana, ha sido gracias a que países como Japón y China, principalmente, han comprado grandes cantidades de títulos de deuda de EE.UU. con el producto de sus superávits comerciales con el Tío Sam.

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Vale entonces recordar el viejo refrán: “Sólo hay algo peor a que tus deseos no se cumplan: que logres que se cumplan“. Aliviar la situación de balanza de pagos de EE.UU. implicaría la necesidad de dejar sin financiamiento no sólo a su Estado, sino también a muchas de las principales empresas norteamericanas. Las contradicciones, como se ve, están a la orden del día, y son cada vez más perceptibles a simple vista. Y no se trata de contradicciones secundarias: sino en la propia base del sistema económico norteamericano, ideado casi a la medida de la élite empresarial anglonorteamericana. Sí estas contradicciones no se solucionan, será harto dificultoso evitar una gran crisis, como la que estamos sufriendo. El grave inconveniente es que los problemas tienen solución pero las contradicciones no. No es difícil imaginar entonces, a raíz de los problemas económicos y financieros que se van acumulando a ritmo cada vez más veloz, el comienzo de la era de la desglobalización. Probablemente se trate de un mundo en el que, al empuje de recesiones económicas, los países intenten exportar unos a otros, renazcan barreras comerciales, regulaciones y controles al movimiento de divisas y capitales. Como se ve, algo bastante alejado del Nuevo Orden Mundial deseado por la élite. Obviamente, a ese punto no se llega por un camino de éxitos económicos, sino de fracasos. Por necesidad pura. Pero ello ha sido motivado por el persistente error de seguir la senda de la globalización, cuando hace años ya ha comenzado a brindar amargos frutos de empobrecimiento general, desempleo y excesos empresariales y financieros de todo tipo. Valdría la comparación con los muchos planes de estabilización en una variada gama de países. Durante un cierto tiempo ellos brindan éxitos económicos. Cuando se insistió en prolongar su existencia, sólo se logró caer en crisis económicas y sociales mucho más profundas que las que había antes de su implementación. Si seguimos esta línea de pensamiento, es fácil comprender que más tarde o más temprano, la élite habrá perdido la partida. La ha perdido de antemano, paradójicamente por aplicar excesivamente los mecanismos financieros aún imperantes en Wall Street. Esta podría ser la gran noticia de la crisis.

Sin embargo, sólo unos pocos analistas, en relación con el típico coro de voces que únicamente pronostican las crisis cuando ellas ya están ocurriendo, han percibido que la situación económica y financiera internacional se ha vuelto, silenciosamente, alarmante. Si, además, introducimos el grave problema energético, que explica el afán de invadir Irak contra viento y marea, resulta obvio que la crisis no sólo no parece ser evitable, sino que los tiempos pueden estar mucho más cercanos de lo que las transitorias bonanzas en los mercados pueden augurar. Obviamente los cambios no se van a producir sin costos. Éstos hoy no pueden evaluarse. Sólo puede pensarse que muy probablemente serán superiores a los alguna vez vividos por las actuales generaciones. Puede que esto no guste, pero la alternativa sería nada menos que la profundización de la globalización a niveles desastrosos para las mayorías populares. Puede resultar paradójico, pero todo indica que la estocada mortal al poder de la élite la dará, en algún momento aún incierto del tiempo, el propio “dios” creado por ella misma. Como en el Dr. Frankenstein, la élite ha contribuido a desarrollar un ser que se apresta a volverse en contra de su propio creador y merendárselo. Ese ser no es otro que el mercado. A veces la propia realidad nos sorprende y parece proporcionar datos paradójicos o premonitorios. Por ejemplo, pocos parecen haber reparado en que si se recorre Wall Street, en Manhattan, en el mismo sentido del sol, o sea de este a oeste, finaliza en un muy extraño lugar; sobre todo resulta extraño por tratarse del centro financiero del mundo. Wall Street no termina en el agujero que dejaron las Torres Gemelas en su caída precipitada el 11 de septiembre de 2001. WallStreet termina en el pequeño y lúgubre cementerio colonial de Saint Paul, al lado de una ruinosa, oscura y casi siempre cerrada o vacía iglesia. Allí, en ese cementerio muy anterior a la globalización y al mundo de las finanzas, bajo unas descuidadas y viejas lápidas cuyos nombres y fechas ya ni se leen, debido al paso del tiempo, yacen los únicos restos, las únicas “calaveras y huesos” que hoy descansan en paz en Manhattan.

http://oldcivilizations.wordpress.com/2013/05/24/la-siniestra-cara-oculta-de-la-globalizacion/?utm_source=feedly

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