Mucho se ha hablado sobre la carrera espacial, que fue la época cuando los Estados Unidos de América y la Unión Soviética competían por la conquista del espacio. Se ha hablado del satélite Sputnik, del cosmonauta Yuri Gagarin, del primer hombre en la luna… Sin embargo, considero que los sucesos de los que nadie habla son los más interesantes. Tal es el caso de Josef Petrenkov.
Era el año 1968, las grandes potencias mundiales estaban en su apogeo tanto económica como tecnológicamente. Los avances de la ciencia habían permitido al hombre realizar hazañas que en otras épocas sólo en sus sueños y fantasías se podían realizar. En ese entonces Estados Unidos se preparaba para llevar al primer hombre a la luna. A pesar del grado de confidencialidad que se manejaba en el desarrollo de la misión, éste no fue suficiente para evitar que la inteligencia secreta de los soviéticos se enteraran de sus planes. Los soviéticos, naturalmente, querían estar un paso adelante de los norteamericanos, y en absoluto secreto pusieron en marcha una de las misiones más ambiciosas hasta la época, la cual consistía en lanzar un vehículo espacial tripulado por dos cosmonautas que orbitaría la luna por cuarenta y ocho horas.
El objetivo de la misión era tomar mediciones del satélite natural permitiéndoles llevar a cabo un alunizaje meses antes de la gran potencia del oeste. Así entonces, en el mes de octubre de 1968, despegó desde un aeródromo en Kazajstán un cohete Soyuz. Sus tripulantes eran los cosmonautas Ivan Pavelovich y Josef Petrenkov. La misión marchó de acuerdo a lo planeado durante las primeras cuatro fases, pero es debido a lo ocurrido durante la quinta fase —orbitar alrededor de la luna por dos días terrestres— que los soviéticos negaron la existencia de la misión. Aunque las probabilidades de fracaso en este tipo de expediciones son muy altas, nadie imaginaba que lo que estaba a punto de ocurrir sería tan extraño, al grado de que la unión soviética no planearía una misión cerca de la luna hasta después de cuarenta años.
En la base de control se estaba dando seguimiento a la misión. Se acababa de efectuar con éxito la intersección de la órbita lunar y se hacían los preparativos para orbitar la luna y encender los aparatos de medición. Dos horas después de haber iniciado la quinta fase se perdió la comunicación con el vehículo espacial por doce minutos. Cuando se logró restablecer la comunicación ya no se escuchaba la voz del cosmonauta Ivan Pavelovich en el intercomunicador. Los operarios en Tierra intentaron averiguar el estado de Pavelovich y ordenaron a Josef Petrenkov que explicara la situación. Aun con la insistencia de los operarios Petrenkov no respondió de manera concreta; sólo habló durante dos o tres minutos divagando entre oraciones extrañas e ideas sin terminar. Parecía no prestar atención a lo que preguntaban en Tierra y se limitó a hablar ininterrumpidamente hasta que se perdió la comunicación con el vehículo espacial de manera permanente.
Estas fueron las últimas palabras de Josef Petrenkov:
“Estoy a punto de comenzar con la novena vuelta de la órbita de la luna. Todas las acciones que realicé durante mi vida apuntan hacia este momento. Ni en mis sueños más espectaculares me imaginaba en una situación tan maravillosa como ésta. Todos los años de entrenamiento y de estudio sin lugar a duda han sido fructuosos: al fin podré ver con mis propios ojos el lado oscuro de la luna. Es difícil describir la alegría de ver algo que nunca nadie ha visto antes, y que serán pocas en realidad las personas que podrán estar en esta situación durante mi generación y las generaciones futuras. Se podría decir que mi compañero de misión, Ivan, tuvo también el honor de ver semejante maravilla cósmica, aunque dudo que fuera la misma experiencia para él. Traté de convencerlo pero no sólo se negó a intentarlo, sino que también trató de quitarme la oportunidad. Le dije que sería la epítome de nuestras vidas si por un momento abandonáramos la nave para flotar libremente en el universo; le dije que no era lo mismo observar las maravillas del cosmos a través de una ventanilla de seis centímetros de diámetro que observar dichas maravillas con nuestros ojos allá afuera. Pero él se negó. Empezó a decir que no teníamos los trajes necesarios para practicar lo que se denomina “caminata espacial” y que si abríamos la escotilla la nave se despresurizaría y moriríamos instantáneamente. Yo por supuesto sabía todo aquello, mas no me importó; lo último que quería y quiero hacer es flotar en la obscura y vacía ingravidez del infinito.
Le dije que él no tenía que salir de la nave, pero que yo saldría, y nada en el mundo me haría cambiar de parecer. Cuando traté de abrir la escotilla intentó detenerme por la fuerza y me gritaba histéricamente que ambos moriríamos. En realidad no quería hacer lo que hice… Ahora considero que fue lo correcto. Estrangulé a Ivan Pavelovich. Y es momento de realizar lo que más deseo y lo único que se interpone entre mí y el cosmos es una mísera escotilla. Después de ver la majestuosa y a la vez misteriosa luminiscencia de la luna y las estrellas, estoy convencido que flotando en los sin fines del universo estaré más cerca de la inmortalidad de lo que cualquier ser humano estará jamás. Siento que de esta manera podré dejar atrás mi cuerpo como un simple recuerdo de que alguna vez fui un ser antropomórfico. Puedo sentir mi mente expandirse, como si lo comprendiera absolutamente todo, y puedo sentir cada objeto, cada molécula, cada átomo que conforma la nave, la luna, la Tierra y el universo. Quiero que el vacío y yo seamos uno”.
Tras la última palabra pronunciada por Patrenkov se perdió la comunicación con el vehículo. Se sabe que la escotilla fue abierta unos segundos después.
Pero lo que es aún más misterioso, es el hecho de que varios minutos luego de que la escotilla fuera abierta, la nave cambió de curso. Esto es particularmente extraño porque las órdenes de curso fueron introducidas a la nave desde adentro, algo imposible, pues los tripulantes no hubieran podido sobrevivir a la despresurización. Según radares en Tierra se pudo averiguar el nuevo curso de la nave, el cual era las Pléyades.
Por muchos años se intentó restablecer comunicación sin éxito. Se dice que ocasionalmente son recibidas transmisiones de radio provenientes del vehículo, donde se escucha la voz de un hombre, diciendo lo siguiente:
“Puedo escucharlos, murmurando atrás de las estrellas”.
Fuente: http://asusta2.com.ar/