Vivimos en una paradoja: el cambio es lo que nos permite crecer y avanzar, pero al mismo tiempo lo familiar es lo que nos brinda seguridad. Atrapados entre dos mundos, a menudo sabemos que necesitamos realizar un cambio, pero al mismo tiempo nos resistimos a dar los pasos necesarios, sumiéndonos en una especie de “laberinto de la pasividad”.
Cuando nos damos cuenta de que estamos en medio de ese laberinto, nos sentimos atrapados. Sabemos que necesitamos salir de ahí. No nos sentimos particularmente cómodos en esa situación de bloqueo. A pesar de ello, podemos limitarnos a vagar durante mucho tiempo sin hacer nada realmente significativo para encontrar la salida. Queremos que algo cambie, pero sin hacer los cambios necesarios. Queremos salir de ese lugar, pero en vez de avanzar, caemos en los brazos de la inercia. ¿Qué ocurre?
En busca de la receta mágica inexistente
Cuando sabemos que debemos cambiar, pero al mismo tiempo desarrollamos una resistencia al cambio, nos sumimos en un círculo vicioso. Podemos devorar cientos de artículos psicológicos y libros de autoayuda o consumir historias inspiradoras en las redes sociales, pero sin atrevernos a dar los pasos necesarios.
Cuando somos víctima de esa ambivalencia, corremos el riesgo de prepararnos en exceso. Es probable que nos sumamos en un proceso de búsqueda de una receta mágica para cambiar sin tener que esforzarnos demasiado, sin tener que sacrificar nada, sin tener que renunciar a cosas importantes…
Obviamente, la preparación es fundamental, sobre todo cuando debemos realizar un cambio vital importante. Pero debemos asegurarnos de que a esa fase de análisis le siga una etapa de decisión y acción. De lo contrario, será solamente una excusa para mantenernos en nuestra zona de confort.
Atrapados en la rutina del día a día
Muchas de las personas que son conscientes de que necesitan cambiar, pero se quedan dando vueltas en el laberinto de la pasividad y la inercia comparten un problema: se sienten atrapadas en un torrente de tareas, obligaciones e imprevistos que las arrastran y no les dejan tiempo para nada.
A menudo también se sienten permanentemente estresadas o agobiadas, por lo que su rendimiento cae en picado y eso las obliga a destinar aún más tiempo y esfuerzo a tareas que, no solo no son significativas para su plan vital, sino que las alejan de su consecución.
Incluso pueden llegar a sentirse atrapadas en la vida que han construido. Se esfuerzan mucho, pero sin llegar a ninguna parte. Y es que, de hecho, no avanzan. Dicen querer cambiar, pero en realidad dan vueltas dentro de un laberinto de actividades insignificantes en la que una conduce a la siguiente, indefinidamente, de manera que absorben todo su tiempo y energía.
El miedo a lo desconocido
Encontrar la salida del laberinto puede ser tan emocionante como atemorizante. A fin de cuentas, si hemos pasado muchos años en un espacio, conoceremos prácticamente cada recoveco. Puede que no todos sean agradables, pero al menos nos resultan familiares. Sabemos lo que vamos a encontrar al doblar la esquina y, a menudo, eso basta para sentirnos seguros.
La salida del laberinto es un espacio abierto hacia lo desconocido. Y lo incierto puede generar mucho temor. Si no sabemos qué vamos a encontrar cuando traspasemos su umbral, el miedo puede paralizarnos, haciendo que inventemos excusas para quedarnos en los límites de lo que conocemos, aunque no nos sintamos completamente a gusto.
Ese suele ser el motivo oculto que nos mantiene dando vueltas dentro del laberinto de la pasividad, haciendo que llenemos nuestra jornada de obligaciones que no nos aportan nada o ocupando nuestro tiempo en buscar herramientas de cambio que no aplicamos. Sin embargo, debemos ser conscientes de que, a largo plazo, esa inercia solo nos conducirá a un estado de insatisfacción y frustración.
No basta con querer cambiar, hay que actuar
Reflexionar sobre lo que nos ocurre nos permite comprender mejor en qué punto del camino nos encontramos. Leer sobre cómo podemos salir de ese laberinto, nos permite trazar planes. Todo eso ayuda, pero no servirá de nada si no nos ponemos manos a la obra.
Como dijera Rita Mae Brown, “locura es hacer lo mismo una y otra vez, esperando resultados diferentes”. Hay un tiempo para pensar y un tiempo para actuar. Hay un momento en el que debemos dejar de darle vueltas a las cosas y simplemente atrevernos a dar el primer paso. Ese paso no nos llevará al sitio donde queremos estar, pero al menos nos permitirá comenzar a movernos.
Todo cambio requiere decisiones, esfuerzo y a veces también renuncias y sacrificios. Pero, sobre todo, requiere el coraje de ponerse en movimiento.
Simplemente… empieza.