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«En cuanto salís de una ciudad, ahí tenéis a la naturaleza que os rodea. Entonces, tanto si vais a los bosques, a la orilla de los ríos, de los lagos, de los océanos o a la montaña, tratad de manifestaros como hijos de Dios que aspiran a una vida más bella, más sutil, más luminosa. No estéis distraídos, negligentes, mostraos conscientes de la presencia de los seres que habitan en esos lugares.
La naturaleza es un santuario donde viven criaturas etéricas que merecen que nos aproximemos a ellas con respeto. Empezad pues por saludarlas, darles testimonio de vuestra amistad, vuestro amor, decidles cómo apreciáis su trabajo. Estas criaturas que os ven desde lejos, se maravillan tanto de vuestra actitud, que se preparan para derramar sus bendiciones sobre vosotros: la paz, la luz, la energía pura. Entonces os sentís inmersos, envueltos por la atmósfera que emana de estos seres espirituales y cuando regresáis a vuestra casa, os lleváis con vosotros toda una riqueza, unas revelaciones, unos pensamientos y sentimientos más ricos y más vastos.»

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