Recuerdo el día que conocí al padre de mi primera novia (o sea, mi primera relación seria). Ya ella me había advertido que el hombre no era fácil; pero ni tenía idea de lo que iba a enfrentar. Era un individuo de rostro frío e impacible; grueso y barba larga; sombrero de medio lado y mirada amenazante. Me dijo: «ven, para mostrarte algo». Me llevó a un cuarto de la casa donde habían algunas armas, y me dijo: «esto es lo que te espera si le haces algo a mi hija»… Por poco salgo corriendo, pero aguanté. En aquel cuarto vi también varios timbales, y me percaté que era algo que le apasionaba. Hacía como un mes que una amiga me había regalado unos marca LP, de manera que, aunque me encantaban, decidí regalárselos en ánimos de bajar la tensión; y, sucedió lo inesperado. Aquel hombre cambió por completo, ahora ¡me llamaba su hijo! En fin, la novia me dejó; pero él me decía: «eres mi hijo» y lloraba preguntándose porque ella me había dejado…¿Pueden imaginarlo? Finales inesperados…
El final de Jesús de Nazaret fue también uno inesperado para sus discípulos, muerte de cruz; pero más inesperado fue lo que sucedió justo después de su muerte. Marcos dice que al espirar, el velo del Templo se rasgó en dos de arriba a abajo. Esa movida divina no se la esperaba nadie, y es probable que hayamos pasado por alto su significado. Entonces ¿qué era este velo? Éxodo 26:31-33 explica que era una gran cortina que separaba el lugar santo del santísimo en el Tabernáculo y en el Templo. El lugar santísimo era donde se encontraba el lugar de sacrificio, o sea el altar. Allí solo podía entrar una persona, el sumo sacerdote, una vez al año, el día de Yom Kipur o expiación. En aquel lugar ofrecía dos corderos, uno lo degollaba y con su sangre rociaba el altar; y al otro le transfería por imposición de manos los pecados del pueblo y era llevado al desierto. Ese era el único día en que podía mencionar el nombre de Dios, en diez ocasiones. (Levítico 16) En otras palabras, Dios habitaba el lugar santísimo, el altar del Templo, y nadie podía acercarse, excepto un hombre, una vez al año, pero no cualquier hombre… Levítico 21 propone varias exigencias, por ejemplo, no podía tener defectos físicos, ni ser ciego, ni impedido, ni tener orejas o nariz deformes (lo cual descartaría a alguna gente que conozco), ni ser enanos, ni jorobados, ni tener defectos en los testículos, etc. Mi gente, el altar alejaba, separaba, escondía a Dios de la gente, lo convertía en un Dios exclusivo de un pequeño grupo cuasi-perfecto; convertía a Dios en propiedad de un grupo de religiosos que lo salvaguardaban detrás de la cortina; pero ¡Dios se hartó del altar!
Se hartó de que un grupo de gente con «guille» de super espirituales pretendieran ser sus dueños y «esconderlo» en un lugar santísimo. Se hartó de que utilizaran el altar para pretender que quienes podían pisarlo eran superiores o más santos que quienes no podían. Se hartó de que quisieran convertirlo en un Dios exclusivo de dos o tres. Se hartó de que la gente común, como tú y como yo, pensáramos que Él está lejos, inconsciente de nuestra realidad y nuestros problemas detrás de una cortina… Dios se hartó de toda esa hipocresía y pantalla de religiosidad, y quiso rasgar el velo, romper la cortina, o sea, ya no existe un lugar santísimo ni un altar donde haya que ofrecer sacrificios que «calmen» a un Dios que se olvidó de su creación. Jesús rasgó el velo, en otras palabras, Dios ha abierto las puertas para todos y todas, no excluye, incluye, abre los brazos para recibir a quienes quieran acercarse. Por eso ya no hay lugar santísimo ni altar. Es un Dios que se ha identificado, se ha solidarizado, se ha compenetrado y se ha hecho cómplice con tu existencia y la mia. Ahora es Emmanuel, Dios con nosotros. Ahora es Dios encarnado, o sea, que participa de nuestra realidad. Ahora el Templo somos tú y yo, así de cercano está… Esto le resta santidad al altar y le brinda santidad a nuestra propia vida, porque en nuestras existencias rodeadas de debilidad e imperfección podemos experimentar a Dios que está aquí y ahora, podemos participar de Dios.
Que hoy no tengas que buscar a Dios detrás de cortinas o altares que pretenden alejarlo… que abras tu espíritu y corazón para encontrarlo aquí y ahora en medio de tu existencia…
Que puedas comprender esto: Dios se hartó del altar porque quería que su Templo fueras tú…
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Mensaje que asocia a la versión aquella de que hubo un tiempo en que Dios jugó a las escondidas y no sabía en donde hacerlo con su tesoro, si en lo profundo del mar, de la tierra o del espacio interestelar pero al final se decidió por el interior del ser humano.