Razas y distintos tipos de Hadas.

Las Hadas se dividen en una cifra incalculable de razas, especies, clanes y familias, dependiendo de los rasgos de las tradiciones locales de las que son parte. Sin embargo, podemos desplazar momentáneamente estos sub-grupos y centrarnos en las características principales de las Hadas. Recién allí estamos en condiciones de estudiarlas con mayor minuciosidad.

De todas estas clasificaciones existe una que puede aplicarse a todas las Hadas de las leyendas europeas. Su origen se encuentra en Inglaterra, Escocia e Irlanda. Allí, desde tiempos remotos, existen dos categorías principales de Hadas: Seelie y Unseelie.

Las cortes Seelie y Unseelie funcionan como versiones locales de aquella clara división que traza la mitología nórdica sobre los Elfos, dividiéndolos claramente entre Elfos Oscuros (Dökkálfar) y Elfos de la Luz (Ljósálfar).

El poeta (y fervoroso amante de las Hadas) W.B. Yeats (1865-1939), profundiza esta separación en su obra Hadas irlandesas y cuentos folklóricos (Irish Fairy and Folk Tales), y plantea la necesidad de separar a las Hadas en grupos más «actualizados», por ejemplo, las Hadas Caminantes (Trooping Fairies), aquellas Hadas que marchan en espléndidas procesiones, y las Hadas Solitarias (Solitary Fairies), esquivas y cautelosas con respecto al hombre.

Con respecto a esto W.B. Yeats nos dejó un poema memorable: El hombre que soñó con el País de las Hadas (The man who dreamed of Faeryland).

Por otro lado, la investigadora Katharine Mary Briggs (1898-1980), notable por sus estudios sobre el cuento de hadas, por ejemplo: La anatomía de Puck: diccionario de cuentos foklóricos británicos (The Anatomy of Puck: Dictionary of British Folk-Tales); El equipo de la pálida Hécate (Pale Hecate’s Team) y Enciclopedia de Hadas (An Encyclopedia of Fairies), sostiene que no hay necesidad de engorrosas clasificaciones, y que en definitiva las Hadas se dividen en dos grandes grupos: las Hadas Domesticadas (Domesticated Fairies), es decir, las Hadas que interactúan con la humanidad, y las que rehuyen cualquier tipo de contacto, que cuando se produce azarosamente suele traer consecuencias nefastas para el incauto.

Antes hablábamos sobre las Hadas Seelie y Unseelie. Ambas palabras proceden del Inglés Medio Seely, y significa feliz, afortunado y también bendecido. Contrariamente, Unseelie significa infeliz, desafortunado y maldito. Incluso en Inglés Antiguo existe la misma clasificación para las Hadas: Sœl y Gesœlig. Estos términos finalmente derivaron en el adjetivo moderno: Silly, cuyo significado oscila entre la torpeza y la tontería.

Las Hadas Seelie son conocidas por su afecto por los humanos en general. No temen al hombre, incluso llegan a ser ellas quienes se acercan a él para aconsejarlo o advertirlo sobre alguna catástrofe inminente. Las leyendas y cuentos folklóricos son muy claros al respecto, si se las trata con sumo respeto, estas Hadas suelen ofrecer grandes recompensas y favores; pero si se las ofende, son capaces de feroces venganzas que no declinan con el tiempo, y que incluso pueden recaer sobre los descendientes de la víctima.

Esta raza de Hadas es aquella que normalmente aparece en los cuentos tradicionales. No es extraño que se enamoren de un hombre mortal, y que incluso lo lleven a vivir a su Reino Encantado, donde el tiempo no transcurre, o bien se desplaza en una continuidad que no se correponde con el nuestro. Unas pocas horas en el Reino de las Hadas pueden significar varios años en nuestro mundo.

Un ejemplo bellísimo al respecto puede verse en la novela de Lord Dunsany: La hija del rey del País de los Elfos (The King of Elfland’s Daughter).

En esta obra también conviene destacar una leyenda bastante extendida en la Edad Media: la unión de un hombre mortal con un Hada.

En la novela de Lord Dunsany, una princesa Elfo se enamora de un cazador humano, y juntos tienen un niño, al que llaman Orión, heredero de ambos lados de la frontera invisible.

Los hijos de un Hada con un hombre humano poseen cualidades muy extrañas. A veces las Hadas raptan a un niño humano para criarlo entre ellas. Estos secuestros nunca son azarosos. Solo los niños que son capaces de verlas se ganan el privilegio de criarse en el Reino Escondido.

Otro caso común, desde luego, siempre en el terreno de la leyenda, es el intercambio de pequeños. Las Hadas se llevan al niño humano, y en su lugar dejan al suyo, cuya personalidad sobrenatural se manifiesta en cierta torpeza y un conocimiento aparentemente espontáneo de los secretos de la naturaleza. Estos individuos nunca se ajustan del todo a la humanidad, y, aunque adoran a sus padres humanos, se sienten fuertemente atraídos por los bosques.

La ocultista Dion Fortune analiza a fondo esta cuestión en su artículo: Contactos no humanos en el plano astral, donde especula la posibilidad que las criaturas astrales, entre ellas, las Hadas, sean capaces de alterar el curso normal de la concepción.

En ese momento, sostiene Dion Fortune, se genera una especie de vórtice que atrae a las almas desencarnadas. El problema ocurre cuando no es un alma humana la que se encarna en el embrión, sino el alma de algún espíritu elemental, generando criaturas que físicamente son humanas, pero que espiritualmente resultan inclasificables.

Ya en la adultez, los hijos de las Hadas son reconocidos por cierta torpeza en el andar, cierto aislamiento, un tinte verdoso en la piel, hambre voraz y una terrible dificultad para vivir bajo las normas sociales.

En general, las leyendas populares son muy coherentes con sus reglas internas. Las Hadas, en definitiva, pertenecen a un plano de existencia distinto del nuestro; y no puede vérselas en cualquier momento. La hora más propicia para encontrarse con un Hada es durante el amanecer y el crepúsculo, acaso como metáforas de transición entre el día y la noche.

Las Hadas que se muestran amables con el hombre son siempre Hadas Comunitarias. Si bien puede vérselas andando solas entre las flores o bajo los árboles, pertenecen a una comunidad integrada por un número impreciso de individuos que son gobernados por una Reina. Estas comunidades suelen estar divididas en pequeñas aldeas regidas por una especie de aristocracia local. Cuando un grupo se moviliza se forman largas procesiones, que suelen ser el mejor momento, y acaso el más peligroso, para verlas.

Los encuentros con Hadas siempre revelan algo de su personalidad. Si el encuentro se procuce entre un humano adulto y un Hada, es habitual que el disparador sea alguna broma o travesura. Si, en cambio, el encuentro se produce entre un Hada y un niño, casi siempre incluye algún tipo de bendición, como dotar al pequeño de una visión extraordinaria para advertir el mundo invisible que nos rodea.

Los encuentros entre Hadas y mujeres humanas no suelen terminar bien, al menos no para las mujeres. La tolerancia de las Hadas respecto de los hombres, a los que consideran como torpes niños extraviados, suele reducirse a cero cuando están frente a una mujer. No soportan ni el más leve atisbo de ofensa, de jactancia o de vanidad. Si la mujer supera esta primera prueba puede ganarse el respeto del Hada, pero nunca, salvo en casos contados, su amistad.

Las Hadas Unseelie son algo así como el costado oscuro de estas criaturas. No hace falta ofenderlas para que derramen su ira sobre los humanos. Solo se juntan en pequeños grupos para realizar tropelías de mayor calibre, brillando como diminutas estrellas bajo la sombra de los árboles para atraer a los incautos. No es extraño que los encuentros con estas Hadas terminen en la muerte y la locura. Son incontables las leyendas donde las Hadas Unseelie obligan a los desdichados que han tenido la mala fortuna de cruzarse con ellas a bailar hasta morir de agotamiento.

No queda del claro (en la leyenda) qué cosas hacen que un humano se vuelta interesante para las Hadas, o qué cosas las alteran irreversiblemente. Incluso las Hadas más terroríficas tienen humanos favoritos, a quienes vigilan y ayudan secretamente. En general, el único pago que exigen es discresión y una absoluta disponibilidad para responder a sus caprichos y antojos. W.B. Yeats comenta al pasar que la relación de las Hadas con sus «protegidos» se parece mucho a la de un hombre con su mascota.

Algo similar propone James Macdougall en su obra: Cuentos folklóricos y la tradición de las hadas (Folk Tales and Fairy Lore).

Una vez que el hombre traspasa la frontera invisible y entra en el Reino Escondido, las cosas se tornan imprevisibles. Si se trata de un hombre amado por un Hada, vivirá en un estado de gracia y goce perpetuo, pero sentirá, de tanto en tanto, la añoranza por su tierra natal. Si, llegado el caso, el hombre desea regresar al «mundo real», las Hadas suelen permitirle partir, aunque no sin manifestar una honda tristeza, pues saben que fuera han pasado muchos siglos que, dentro del reino, se cuentan en instantes.

En este sentido la poesía ha dejado numerosos ejemplos de hombres trastornados por sus experiencias en el Reino de las Hadas. Los más conocidos tal vez sean: Las hadas (The Fairies, William Allingham), Vino de las hadas (Wine of the Fairies, Percy Shelley) y Tierra de hadas (Fairyland, Edgar Allan Poe).

En otros casos las Hadas toman esclavos y bufones entre los humanos, aunque el carácter de sus representaciones no tiene nada de teatral. A veces las Hadas llevan a un niño a su reino simplemente para verlo jugar.

Ahora bien, para entender a las Hadas nunca se debe aplicar sobre ellas nuestra ética y nuestra moral. Las Hadas nunca son del todo benévolas, y tampoco completamente malévolas. Simplemente poseen un calibre ético distinto del nuestro, ofendiéndose terriblemente por asuntos frívolos (para nosotros) o bien retribuyendo dones extraordinarios como pago de favores más bien banales.

Para dar un ejemplo claro al respecto, cuando un hombre respeta una procesión de Hadas, es decir, cuando las ve caminar en largas filas bajo la luz incierta del ocaso sin intentar acecarse pero sin huir, ellas suelen retribuir el gesto con el don de la poesía. Se dice que incluso el poeta inglés William Blake, que cuando era niño aseguró haber visto el funeral de un Hada, fue bendecido con el don de la versificación, cuya contraparte es, desde luego, una tenaz melancolía.

Lo que sí podemos asegurar es que nadie que haya visto a un Hada seguirá siendo el mismo tras ese encuentro. Todas las leyendas coinciden que aquel contacto desnaturaliza nuestra humanidad, es decir, nos quita algo esencial, como si de repente un velo invisible fuese arrancado frente a nuestros ojos, permitiéndonos ver aquello que solo es privilegio de los poetas, los enajenados y los niños particularmente audaces.

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